miércoles, 31 de diciembre de 2008

Aquellas pequeñas cosas

Vi ayer a muchos amigos en la visita de Rajoy a la bodega Valbusenda. Entre ellos, periodistas a los que tras más de una década sufriéndome como portavoz municipal, ahora veo menos pero que quizá por eso, su sonrisa es más franca cuando saludan, indagan sobre un rumor o realizan alguna confidencia. También a muchos alcaldes, ex-alcaldes y afiliados del PP. A algunos hacía bastante tiempo que no me los encontraba en actos públicos, más por mi ausencia que por la suya, pero mientras esperábamos la llegada de la comitiva oficial tuve ocasión de saludar a casi todos y de charlar con unos cuantos recordando viejos tiempos, auscultando el presente y elucubrando, aunque menos, sobre el futuro. Con ellos en conversación intrascendente se recupera el aroma y el sabor de la política de verdad, la del contacto diario con los vecinos, la de las cuitas cotidianas que no recogen los medios de comunicación ni llegan al conjunto de los ciudadanos. Por encima de los discursos mitineros o las intervenciones de alta política, disfruté viendo sus rostros, estrechando sus manos o quedando para tomar un café próximamente en Zamora o una botella de vino en alguna de sus bodegas. En esta Zamora que envejece y se desangra por la pérdida de habitantes y en la que todos somos de pueblo, sea éste pequeño o grande, convendría que quienes están en las altas esferas institucionales y de los partidos, da igual de cuál sean, no olvidaran lo que a todos ellos les deben. Si yo alguna vez lo hice, seguro que sí, les pido que se acojan al espíritu navideño y me perdonen. Dicen de Luis Cid, el mejor presidente que haya tenido la Diputación de Zamora en las últimas décadas, que cuando los alcaldes lo visitaban, se llevaran o no algo bajo el brazo para su pueblo, se iban contentos, con una palmada de aliento y un guiño de comprensión y gratitud por su labor. Por eso para todos los que coincidieron con él, a alguno conozco también del Psoe, sigue siendo simplemente y nada menos que Don Luis. En el primer “espejo” de este año que cerramos y que ayer releí en mi blog, pedí por grandes cosas que fueran haciendo este mundo mejor. Ya ven el resultado. Un mundo tan loco como siempre. En el último “espejo” de 2008, prefería hablarles de lo cercano. Así que me limito a desearles lo mejor a todos ustedes que pacientemente me leen. A los más próximos, a quienes vi ayer y otros a quienes eché de menos. Que sus deseos se cumplan moderadamente, ya saben que la felicidad no es sino el equilibrio justo entre lo que se tiene y lo que se desea. Disfruten de “aquellas pequeñas cosas” a las que cantara Serrat y como también hiciera Sabina, “que el fin del mundo nos pille bailando”. ¡Feliz 2009!

domingo, 28 de diciembre de 2008

De grumete a capitán

Dice el Presidente Zapatero en una de sus ceremoniosas expresiones que la tempestad es fuerte pero ahora tenemos un barco sólido que conoce muy bien su rumbo. Uno, en sus escasas nociones de navegación, tenía entendido que el que debe conocer bien el rumbo a tomar, no es el barco, sino el capitán. Que el barco no deja de ser un cascarón de acero, madera o fibra de vidrio que toma el rumbo que le marca el timón en la medida en que las condiciones meteorológicas lo permiten. Básicamente el estado de la mar y la dirección e intensidad del viento. No es la primera vez que Zapatero utiliza la metáfora náutica. Lo ha hecho en reiteradas ocasiones durante los últimos nueve meses, Hasta las elecciones trató de convencernos de que navegábamos plácidamente, mecidos por las olas y acariciados por el sol en medio de un anticiclón inexpugnable para las tormentas. Ahora resulta que ya estamos inmersos en una tempestad de enorme magnitud y entre medias hemos pasado por tremendos avatares que han obligado a reparar en media docena de ocasiones con medidas extraordinarias, casco y arboladura. A utilizar cientos de miles de millones para cerrar innumerables vías de agua y para reconstruir mástiles y velas e intentar seguir avanzando aun a trompicones. Dice la tecnología naval que para que un barco sea tal, ha de cumplir una serie de condiciones. La solidez para soportar los esfuerzos sin que su estructura se resienta. La flotabilidad o tendencia a volver a la superficie tras sumergirse hasta un determinado calado. La estanqueidad, es decir, no permitir la entrada de agua y la estabilidad, capacidad para recuperar fácilmente la posición tras balances y cabezadas. De todas ellas el nuestro está tan tocadillo que empieza a recordar a los desvencijados navíos en los que el gaviero Maqroll navega en las novelas de Mutis. Aún quedaría otra cualidad, ésta aún más inexistente, la capacidad de gobierno, propiedad que ha de tener el buque para que pueda cambiar de rumbo en el menor tiempo y espacio posible. Me dirán si no es valentía, o tal vez inconsciencia que es una de las formas en que se manifiesta la cobardía, que cuando en España hay un millón de parados más que hace un año y un millón menos que dentro de un año; cuando hemos pasado de ser uno de los países con mayor crecimiento a estar en recesión; cuando todos los días cierran cientos de empresas y se van al paro (sin cobrarlo además) miles de autónomos, el Presidente continúe hablando de barco sólido e ignorando la zozobra bajo los pies. Mientras, el timonel Solbes dormita en su camarote. El Rey, que sí es hombre de mar, en su discurso de Nochebuena bajó a puerto y pidió que todos tiremos del carro, Sin duda olvidó que cómo profetizó Escobar, el carro nos lo robaron estando de romería.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

De diosas y becerros

Ya el poeta Gustavo Adolfo Bécquer escribió en plena era del Romanticismo aquello de “voy contra mi interés al confesarlo, no obstante, amada mía, pienso cual tú que una oda sólo es buena de un billete del Banco al dorso escrita”. Qué vamos a pensar y a decir, siglo y medio después, en esta era del materialismo y la prosa más cruda. Y más con la crisis que llevamos a cuestas. Como para poemas está la fiesta. No es de extrañar, que como pocas veces, los poetas más escuchados hayan sido los niños del Colegio de San Ildefonso cantando números y premios; terminaciones y pedreas. Dicen que la crisis se ha dejado notar hasta en la compra de la lotería que ha bajado en un 3 % respecto al año anterior, aunque en mayor proporción creció la fuerza con la que casi todos esperábamos la caricia del dedo de la diosa Fortuna. Lo de tapar agujeros, que ya se ha convertido en muletilla nacional había pasado esta vez a convertirse en reducir boquetes. Ésta, cerril como ella sola, volvió a hacer gala de su fama de caprichosa y si en unas espaldas dibujó corazones, en otras hay que dar gracias a que no se llevó más que lo jugado. Que en eso, los dioses clásicos se comportan mejor que los nuevos adoradores del becerro de oro. Sólo días antes se descubría que un tal Madoff, el hombre con los mejores contactos de América, como lo describió un rotativo estadounidense, llevaba varias décadas de esforzado trabajo construyendo en forma de pirámide un agujero de cincuenta mil millones de dólares. Y lo hizo de forma tan grosera que consiguió engañar durante todo ese tiempo a los más finos hombres de negocios del mundo. Sólo tres semanas antes de estallar el escándalo, había encandilado por última vez (hasta un total de 2.300 millones de Euros) a los sabuesos más perspicaces de Emilio Botín. Entre ellos, al jefe de riesgos del Banco de Santander, ése al que si tú o yo, amigo lector, acudimos a pedirle unos eurillos para un proyecto, nos exige que le enseñemos hasta la muela del juicio y que dejemos en garantía tanta pasta como la que le hemos ido a pedir. No imagino a Botín leyendo poesía, aunque vaya usted a saber. E ignoro si le ha tocado, una vez más, la lotería. Lo que sí sabemos es que en Zamora el sorteo más esperado pasó sin que el anverso de las odas fueran billetes. Fortuna, como siempre en cita cervantina, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Que la Navidad sea feliz para todos o al menos que la soportemos con estoica dignidad. Y ya sabemos, qué es lo importante. ¡Salud!

domingo, 21 de diciembre de 2008

La Bolsa y la vida

A veces, la mayoría de las veces, por encima de los grandes datos macroeconómicos, están las pequeñas realidades cotidianas. Sobre los sesudos estudios económicos de los gabinetes de análisis públicos, institucionales o corporativos, la humilde constatación de quienes dedican su vida a ayudar a los demás. Frente a quienes auscultan las grandes corrientes sociales y económicas y las analizan en masa, como flujos informes de datos que configuran un plasma que avanza en una u otra dirección, están aquellos que diagnostican la realidad en la situación individual de cada persona que acude a ellos obligada por la necesidad. En épocas de crisis como la actual, se prodigan los primeros tratando de aportar luz, de anticiparse a lo que el futuro nos va a deparar. Nos auguran unos centenares de miles de parados más para los próximos meses, el cese de la actividad de miles de empresas, el posible advenimiento de una recesión de la que sería imposible saber cómo saldríamos. Nos hablan de crecimientos o decrecimientos del PIB o de la evolución de los mercados financieros internacionales. Del dinero que se fabrica y del que se destruye, ambos en cantidades ingentes y a menudo virtuales para el común de los mortales. Del “efecto mariposa” que dicen provoca que el aleteo de una mariposa en un extremo del planeta termine generando un tifón en las antípodas o que una estafa de un rico sin escrúpulos en Wall Street pueda causar la ruina de decenas de naciones o millones de personas. En épocas de crisis, los segundos multiplican su trabajo y dedicación para ayudar a cada necesitado que acude a ellos. Sin artificios ni alharacas, Caritas acaba de presentar su campaña especial de Navidad y su análisis sobre la situación actual de los más desfavorecidos. Domingo Dacosta, su infatigable responsable en Zamora dice constatar que ninguna otra crisis ha afectado tanto como ésta a los pobres y marginados. Ninguna se ha extendido a tantos ámbitos de la actuación asistencial ni los ha desbordado de forma tan generalizada y abrupta. Trabajo, socorro de hipotecas y alquileres de vivienda, comedores, ropero… En todos ellos y no siendo previsiblemente Zamora una de las provincias más afectadas, las actuaciones se han incrementado en un tercio sólo en el año que se cierra y lo peor estaría aún por llegar. Cuando tantas ONG’s se convierten en refugio de aprovechados, cuando muchas gastan el dinero en pagar su mera existencia, alcanzan todo su valor ejemplos como el de Caritas con los más pobres, con los inmigrantes, con los marginados, con aquellos para los que aún no se han reconocido los derechos más elementales. Ellos y todos los que hacen del voluntariado vocación y profesión saben que no van a arreglar el mundo pero sí a hacerlo más llevadero para los más débiles y saben y transmiten que sólo una sociedad con valores es una sociedad con futuro.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

San Pedro de la Nave

Parece ser que dentro de España, Castilla y León atesora el mayor número de elementos del patrimonio histórico y cultural a proteger. Uno de cada cuatro Bienes declarados de Interés Cultural, se encuentra en nuestra Comunidad Autónoma. De ellos, una parte proporcionalmente significativa se ubica en la provincia de Zamora. Hemos además de sumar otra ingente cantidad de construcciones civiles y fundamentalmente religiosas dignas de protección. No es pues, de extrañar, que una de las dificultades de carácter técnico, de supervisión y también presupuestaria más importante para las autoridades, sea la preservación de tales elementos, su protección y conservación a lo largo del tiempo y su puesta en valor para el futuro. Pero todo ello no es óbice para que como se ha hecho en las últimas fechas desde las páginas de este periódico, se hagan sonar las alarmas y se critique con dureza la actuación de las diferentes administraciones cuando los síntomas de deterioro de algunos de estos elementos patrimoniales significativos empiezan a ser evidentes. Tal es el caso de las denuncias formuladas sobre el estado de conservación y de adecuación de la iglesia (visigótica de finales del siglo VII según unos, prerrománica según otros) de San Pedro de la Nave. Julio González, un magnífico fotógrafo castellonense, cuya pasión por Zamora sólo se ve superada por su pasión por la música clásica y la arquitectura románica me obsequió hace algún tiempo con una fotografía en blanco y negro y buen tamaño, de esta iglesia. Para obtenerla, me dijo, había dedicado varias jornadas, buscando el encuadre, la hora del día más adecuada para la luz y para las sombras y sobre todo, el punto en el cual la cámara pudiera captar mínimamente la enorme belleza que la sencillez del templo irradia. Julio, quien ha fotografiado miles de iglesias quedó cautivo de estas piedras engastadas unas a otras, conformando una joya única, tal y como en su día supo descubrir el historiador, arqueólogo y autor del primer catálogo monumental de la provincia de Zamora, Manuel Gómez Moreno. Irrefutable es que la política consiste en la elección permanente entre diferentes opciones. En un continuo priorizar la solución de unos problemas sobre otros y en la asignación de los recursos económicos disponibles a unas u otras necesidades. Bien están el Ramos Carrión o los edificios de las Arcadas o el Consejo Consultivo, pero no si antes no se pone el acento por aquellos a quienes corresponde, en garantizar la continuidad de cada iglesia y ermita de nuestros pueblos; antes de que como ácidamente reflejaba el domingo la viñeta de Tostón, tengamos que construir una pérgola para proteger sus ruinas. Hagámoslo por su valor arquitectónico, por su trascendencia histórica y en no menor medida, por el peso sentimental que atesoran para quienes han vivido, viven y vivirán en esta tierra. Obligado es recordarlo, aunque la foto para el político sea menos vistosa que en otras inauguraciones.

domingo, 14 de diciembre de 2008

La Fiesta del Chivo

De qué vas a escribir el domingo? Me preguntaba un amigo hace unos días. No lo sé aún, le contesté. Habitualmente lo decido la víspera, en ocasiones en el mismo momento en que conecto el ordenador portátil y me enfrento al blanco de la pantalla, ése que invita a deslizar los dedos sobre el teclado para ir impregnando la hoja virtual con los caracteres escogidos. Ese que te mira fijamente, como si desnudara tu alma y te reta. El domingo tienes que escribir del Congreso del partido, continuó, alguien tiene que contar las cosas como son y como las vemos la mayoría. Las cosas serán como se ven, digo yo. Fue mi respuesta. En este punto perdonarás, lector, que no reproduzca el apelativo con el que me distinguió mi interlocutor. Tampoco el resto de la conversación en la que quien representa a los ciudadanos en un cargo electo para el que fue designado por el partido, reiteraba argumentos en torno a la situación de nuestra formación política en Zamora y que describió, lacónicamente, como la paz de los cementerios. Como hace algún tiempo me jubilé de estas lides y ahora disfruto con la mera contemplación de los acontecimientos, traté de atenuar su frustración y le recomendé la novela de Vargas Llosa que da título a este "espejo". Está muy bien escrita, se lee con agilidad y disecciona con agudeza ciertas facetas de la condición humana y el ejercicio del poder. Hoy el PP celebra su congreso sin turbulencias. El actual presidente será reelegido. Los líderes regionales apoyarán con su presencia. En esta ocasión, ninguno ha tenido que repetir aquello de "tengo instrucciones de que Fernando sea el presidente". Tras estos años, Martínez Maíllo ha conseguido el respaldo unánime y libre de todos los dirigentes y cargos populares zamoranos, lo cual seguramente sea bueno. Hoy, pues, se escenificará la solidez del partido elegido abrumadoramente por los ciudadanos. El partido que mejor representa a esta sociedad y cuyo ideario es el más compartido por quienes aquí vivimos. Como soy receptivo al halago, hubo un momento en la conversación con mi compañero afiliado en que casi me convence de que yo podía hacer algo por mejorar las cosas aun estando ya muy alejado de la vida política. Afortunadamente, de tan ridículo pensamiento, él mismo me sacó cuando un tanto azorado, y con repentina prisa, me confirmó que sí, que su firma estaba entre las que avalan la continuidad de los actuales dirigentes populares a los que tan sólo unos minutos antes demonizaba. La mía, no. Sólo me queda darle la enhorabuena al reelegido presidente popular y aunque, como es bien sabido, discrepe radicalmente de su forma y la de su predecesor de hacer las cosas, desearle acierto en su gestión. En cuanto a mi amigo, tras la lectura, quizás entienda por qué unos, subyugados, continúan paseando por el malecón tras los pasos del "Jefe" y otros no.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

De los toros al fútbol

Decían nuestros clásicos castizos, que en el mundo de los toros, el único honrado, el toro. Durante décadas, la tauromaquia se convirtió en el “circenses” por excelencia de los españolitos. En las plazas podían dar rienda suelta a gestos y palabras que en cualquier otro foro no sólo se considerarían fuera de tono sino que en muchos casos serían duramente recriminadas e incluso castigadas penalmente. Las piedras del coso taurino eran pilares democráticos. En ellos, todos los aficionados se igualaban una vez pagada la entrada. Ricos y pobres, poderosos y pueblo, señoritos y currantes. Tal era el poder movilizador mediático y de masas, que los lunes no había tertulia acalorada que no se centrase en el asunto de los cuernos, las faenas, los ídolos y los pañuelos. No es extraño, pues, que tal bullicio y efervescencia social ejercieran enorme atracción, como un potente imán para pillos, golfos, canallas, truhanes, buscones, lazarillos y todo tipo de pícaros, vividores y timadores. Cada uno en su nivel trataba de hacer su agosto al albur del arte de Cúchares. Unos en la calle con mil y un trucos. Otros en la organización, alrededor de los toreros o de las ganaderías o en las diferentes estaciones del recorrido de las autorizaciones administrativas. Como bien sabían nuestros clásicos, nada atrae tanto como el aroma del parné. Estampas de la España cañí que volvieron a mi mente. En los últimos días, el nuevo “circenses” al que nos acogemos con o sin “panem” y que se llama fútbol, nos descubre que los mismos pillos, pícaros y truhanes que otrora se arremolinaban en torno a las medias verónicas, lo hacen ahora alrededor del balón. Jugadores que confiesan compra-venta de partidos. Grabaciones en que implicados en chanchullos y corrupción del deporte cantan por bulerías cómo hicieron tal o cual apaño. O la última asamblea de socios del club más importante del mundo por historia y palmarés. No conozco a Calderón más que por referencias escasas y por lo que de él sale en prensa. No parece una hermanita de la caridad. Tampoco los presidentes de otros clubes. El futbol es goloso por el dinero que mueve, la fluidez con que lo hace, la resonancia social que otorga a sus protagonistas y los contactos que permite en el mundo político, económico y de los medios de comunicación. Han desembarcado en él, empresarios de todo pelaje y arribistas y jugadores de ventaja de los más variados ámbitos. Cuando un ascenso o descenso de categoría conlleva unos efectos económicos de la magnitud de los que se dan para los dueños de las sociedades anónimas deportivas o cuando el nulo control económico de la gestión facilita los negocios colaterales es difícil evitar que quien menos escrúpulos mantenga se lleve el gato al agua. No estaría de más que cuando los refundadores del capitalismo concluyan su tarea, empiecen con el deporte. De lo contrario pronto, lo único honrado, el balón. O ni eso.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Algo que recordar

El 6 de diciembre de hace 30 años, yo tenía 10. Imagino que por esas fechas, mi maestra de quinto de Enseñanza General Básica en el colegio Jacinto Benavente, aunque aquel curso extraditados a las aulas del Ramos Carrión, intentaría explicarnos qué era y para qué servía una Constitución. Imagino que en nuestras cándidas molleras aquello no nos sonaría ni más concreto ni más práctico que algunos de los nuevos conceptos que íbamos descubriendo en matemáticas o lengua y que se suponía nos preparaban para la segunda etapa de la EGB por la que todos sentíamos un temor reverencial a la vez que unas indisimuladas ganas de llegar rápido. En sexto, pensábamos, ya seríamos mayores. Imagino que nuestra maestra nos explicaría el sentido de algunos de los Títulos de la Constitución y que leeríamos algunos de sus artículos. Seguro que cuando salíamos a la explanada a jugar no comentábamos los referidos a la educación, a la salud o al fomento de la educación física y el deporte. Ni siquiera nos acordaríamos del deber de protección y conservación de la naturaleza que fija el texto, cuando en los huecos del muro de piedra que colgaba sobre la calle Alfonso XII y nos separaba del Parador buscábamos murciélagos a los que los más atrevidos daban a fumar colillas. Quizás en un colegio mixto como ya por entonces era aquél, sí hicimos algún comentario sobre la igualdad entre sexos o entre payos y gitanos. Pero seguro que cuando determinábamos quién vencía en los apretados duelos de canicas, peonza o clavo no éramos conscientes de que estábamos aplicando unas normas que sin necesidad de estar escritas, conocíamos y respetábamos y nos ponían a todos en eso que se llama la igualdad ante la ley. Hoy, treinta años menos jóvenes, con menos canicas y más videoconsolas, todos sabemos o al menos intuímos para qué sirve la Constitución. Sabemos que sirve para convivir en paz y en libertad. Para que ningún descendiente de Ángel Antón, socialista histórico y huérfano de socialista, un empresario hecho en las dificultades, tenga que pasar por lo que él, como tantos otros en años turbios, pasó para un día recibir la medalla de oro al mérito en el trabajo. Para que el respeto a la discrepancia sea la norma y también, por qué no, para que un tonto de los “c.” como otro socialista, el presidente de la federación española de municipios llame tontos de los “c.” a todos los que votamos y defendemos otras ideas en democracia. Hace treinta años, pocos apostarían por la España que hemos construido con esta Constitución. Aunque como somos como somos, los haya que saquen pecho arrancando o quemando sus páginas. Y quienes, sin ofrecer en sustitución nada mejor, los amparen y jaleen desde las tribunas privilegiadas que el Estado social y democrático de Derecho les ha facilitado. Acreditan con ello que ni la miel para la boca del asno ni la libertad para las mentes totalitarias.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La cenicienta

La Constitución que en unos días comenzará su cuarta década de vigencia desterró el centralismo del viejo régimen franquista. Por mor de su título octavo, el más sensible, peliagudo y tardío en ser consensuado, se instituía en España el Estado de las Autonomías. El nombre ya iba dando a entender que el binomio Administración Central-Corporaciones Locales con relación paterno-filial, debía admitir la incorporación de forma privilegiada de un nuevo miembro en la familia. Las Comunidades Autónomas se constituían en las hermanastras de Ayuntamientos y Diputaciones y si inicialmente se pensó en ellas como forma de recuperación de los supuestos derechos históricos de ciertas regiones, pronto la fórmula que pasó a escogerse fue la que sólo con relativo acierto se denominó “café para todos”. Es decir, la creación de nueva planta en todo el territorio de una nueva estructura administrativa, parlamentario-legislativa y ejecutiva. Incluso en las nuevas demarcaciones que sólo integraban una provincia, aquéllas supusieron la desaparición de las Diputaciones de cara a no hacer aún más flagrante e incomprensible la duplicidad de competencias, ámbito de actuación y gasto. Así, por mucho que para unos hubiera café del bueno y para otros todo se quedara en descafeinado, empezaba una nueva era, en la cual la madre nación iría perdiendo su fuerza, las hijas corporaciones locales quedarían aún más preteridas y las nuevas hermanastras se iban a comer la parte grande del pastel. Nadie imaginaba entonces, el punto al que la situación podía llegar (aún no lo sabemos). En 1981 una comisión de expertos determinó como objetivo de razonable equilibrio a largo plazo, que el 50% del gasto público estuviera controlado por “Madrid” y la otra mitad a partes iguales por los otros dos escalones administrativos. En ese momento las CC.AA. tenían en sus manos el 3%, los locales el 15. Cuatro años después, aquellas habían igualado ese 15% y en 1998 estaban en el 27%. La bala era ya imparable y los últimos datos oficiales correspondientes al año 2007 son escandalosos (sin entrar en el derroche sin control de muchos de esos gastos), el Estado está en el pretendido 50% (tres quintas partes corresponden a la seguridad social), las Comunidades manejan el 36% y el resto, o sea, las migajas, las Corporaciones Locales, que del 15 no subieron al 25 sino que bajaron a poco más del 13%. Treinta años hablando de acercar la administración al ciudadano pero olvidándose de los más cercanos, los alcaldes. ¿Por qué? Porque es más fácil para el aparato de los partidos controlar a sus cargos en diecisiete estamentos que a los de los 8.000 Ayuntamientos. No es de extrañar, pues, que muchos de nuestros políticos abjuren de la vida municipal y centren su “vocación de servicio” en “la alta política”. Y como esto no se arregla ni con engañifas a las que llaman “pactos locales” ni con pan para abril y hambre para diciembre, no es de extrañar que haya Ayuntamientos donde ni los candidatos del Pp y del Psoe quieran en realidad ser alcaldes.