domingo, 24 de junio de 2018

Pablo Casado

El Partido Popular, escenario, inédito en su historia, ensaya la democracia interna para la elección de su nuevo líder. Ello tras la hecatombe a la que lo han conducido Mariano Rajoy y su grupo de dirigentes de confianza por activa, (algunos como el sorayista Martínez Maíllo con “exitosa” experiencia previa en Zamora reduciendo a su mínima expresión la potencia y representatividad del partido) y el resto de cuadros de mando por pasiva, acomodados en el dejarse llevar. Representar al PP “es como vender Coca Cola, se vende sola”, defendía en los buenos tiempos el arrogante García Carnero.  

Bienvenido sea el intento aunque llegue muy tarde. Ya he relatado en alguna ocasión cómo en el famoso congreso de Valencia en 2008, en el que se encumbró definitivamente el modo de hacer política (básicamente no haciéndola) de Rajoy y sus aplaudidores, algunos afiliados de Madrid, Baleares y yo personalmente desde Zamora presentamos una amplia batería de enmiendas a los estatutos para democratizar, abrir a la sociedad y adaptar a los nuevos tiempo el funcionamiento y la organización internos del PP. Sorprendentes fueron mis conversaciones telefónicas cuando me llamaron -casi una hora con cada uno- con dos de los ponentes, el salmantino -sorayista- Fernández Mañueco y el gallego -no sorayista- Núñez Feijóo cuyas lágrimas hemos visto cuando no ha podido presentarse como candidato, Soraya Sáenz de Santamaría y él sabrán por qué. 

La cuestión ahora será comprobar dos cosas, la primera si efectivamente se permite que el elegido por las bases, pese a las limitaciones y control de las estructuras provinciales, sea finalmente el designado por el voto de los compromisarios durante el congreso. La segunda, ver si el elegido es el adecuado para reforzar a su partido y junto a Ciudadanos configurar la alternativa de centro-derecha que pueda formar gobierno cuando Sánchez convoque elecciones. Para ambas circunstancias el itinerario es el mismo, inversos los caminos.

Apartado Feijóo, se nos ha querido presentar una batalla entre dos candidatas aparentemente opuestas pero cuyo mayor ámbito de divergencia va poco más allá de su enfrentamiento personal, por mero afán de predominio o de ver cuál de las dos conseguía mantenerse más cerca del nunca cuestionado Rajoy. Como Jano bifronte, una en el gobierno, construyendo el desastre, la otra en el partido, dejándolo destruir, ambas son Rajoy y el resultado de esta receta ya lo conocen el PP y España: Gobierno de Sánchez, Podemos y los independentistas.

No tengo voto desde que hace dos años me di de baja en el PP, veintitrés después de afiliarme, nueve después de haber dejado la política activa convencido de que ese no era ya el proyecto en el que creía para España. Si lo tuviera sería, sin duda, para el único candidato que ofrece un proyecto de futuro y no de pasado. Liberal, moderno, reformista y con capacidad de acción conjunta con Rivera y Ciudadanos. Mi voto, el que recomiendo a mis amigos del PP, sería para Pablo Casado.

domingo, 17 de junio de 2018

Garzón quiere el Nobel (de Lorca)

La necesidad de foto es algo tan connatural a algunos de nuestros clásicos modernos como el “postureo” lo es a unos tiempos en los que cada segundo se publican en Twitter seis mil tuits y se suben nueve mil fotos a Snapchat. En que se realizan cien mil millones de búsquedas al día en Google y se ven cinco mil millones de vídeos en YouTube. Unos tiempos en los que solo en Instagram hay ya cincuenta mil millones de fotos subidas por los usuarios.

Ante tanta competencia ya no bastan foto, vídeo o entrada de texto, sea pensamiento o gracieta. Hace falta algo que destaque, haga que las miradas se giren hacia uno en las redes como antes ocurría cuando, sin riesgo de querella, ellos se giraban al paso de una mujer espléndida y ellas ante el de un tío estupendo. Se necesita algo que rompa moldes y atraiga la atención en cualquier confín del planeta. Así, el sueño de muchas de nuestras (y nuestros) adolescentes es convertirse con el respaldo de los algoritmos que mandan en Internet en verdaderos “influencers”, con millones de “followers” siguiendo sus andanzas, oyendo su despertador por la mañana y teniendo pleno conocimiento de en qué momento del día procede a tirar de la cadena ese que, como cuentan de las Kardashian, es famoso por ser famoso.

En este ecosistema, hace tiempo que echo de menos que el juez Garzón no ejecute un “reality” como el de las Campos, creo que ese sí lo vería, aún sabiendo que probablemente todo fuera eso, mero postureo para mantenerse como en su día dijera Sofía Mazagatos, “en el candelabro”. De momento no ha llegado a tanto, pero acaba de lanzarse a encabezar una plataforma que pide el premio Nobel para Federico García Lorca.

Reconozco que cuando leí la noticia pensé que era un nuevo error de memoria (histórica) como cuando pidió la partida de defunción de Franco para asegurarse de que el dictador estaba muerto. Después ya he comprobado que el error no es de memoria sino de vanidad ya que, como bien sabe, la Academia sueca fija en sus estatutos que solo entrega los Nobel a candidatos vivos. Pedir como ha hecho Garzón que se cambie la norma o se haga una excepción en el caso de Lorca demuestra el mismo respeto por la memoria del grandísimo poeta granadino que en el empeño de mantener la búsqueda de sus restos en contra del deseo expreso de sus descendientes.

De ello es fácil deducir que Garzón quiere el Nobel para Lorca -que no sería ni un milímetro más grande por ello- sino subirse a lomos del autor de “Poeta en Nueva York” para ascender varios peldaños en una escalera de la fama en la que lo que escribía en los juzgados lo llevó a una condena por prevaricación y lo más importante que escribió fuera de ellos empezaba: “Querido Emilio”.

domingo, 10 de junio de 2018

El calvario

Con el arte de un trilero moderno o de un pícaro del Siglo de Oro, Pedro Sánchez le ha afanado a Pablo Iglesias el apoyo parlamentario para hacer un Gobierno que ha dejado al podemita con dos palmos de narices y la mano extendida mendigando cargos.

Dice ahora Iglesias que a Sánchez le espera un calvario y que va a saber lo que desgasta el poder. No logra fingir y ocultar su íntima incomodidad, su frustración y la impresión de que ha hecho el ridículo. Eso duele y mucho. Más cuando vas de macho alfa por la vida, con carga extra de testosterona y corte de huríes a tu alrededor. Sabe Iglesias, como buen discípulo del estilo Robespierre que, como en el sexo, en la política se puede hacer todo menos el ridículo.

Cree que el poder desgasta, pero se va a ir enterando de cuanto más desgasta no tenerlo y cómo cada día el “comercial” gobierno de Sánchez, de fachada brillante y corazón fuertemente ideológico y sectario, le va a ir levantando sus propuestas y estandartes hasta dejarlo con el trasero al aire. De momento el punto de partida de Sánchez le permite arriesgarse al desgaste porque de ser visto por los españoles como el cuarto en disputa, colapsado en su posición y sin ningún atisbo de mejora electoral, ha pasado por arte de birlibirloque, moción de censura mediante, a portar con lustre los laureles de la presidencia.

Ni la moción ha sido una casualidad ni partió de una ocurrencia de Sánchez en torno a la cual se hayan alineado los astros y una veintena de fuerzas políticas. El PSOE con un siglo de historia a sus espaldas es un partido con una estructura y una masa de afiliados que trascienden a los liderazgos temporales, el único hasta que Aznar fundió y refundó el centro-derecha español en el Partido Popular. 

Esas grandes estructuras, cuando su funcionamiento no es democrático sino cesarista, tienen en su contra que generan con facilidad el humus en el cual se desarrolla e institucionaliza la corrupción. Así pasó con los últimos años del gobierno de Felipe González, con el de Pujol en Cataluña, los del socialismo andaluz y la última etapa de Aznar y su digital-sucesor Rajoy. Pero tienen a su favor que detrás de las caras -a veces los caras- públicas más conocidas, hay equipos, inteligencia y experiencia capaces de aprovechar la coyuntura favorable en el justo momento en que ésta se presenta. 

Gracias a eso, Sánchez le ha dado el zarpazo mortal a Rajoy y a Podemos y Ciudadanos, los grandes perdedores en esta fiesta de la rosa, una pasada que ni saben por dónde les ha llegado. Los de Iglesias se van a quedar  sin terreno durante el año y pico de campaña electoral que será el gobierno de Sánchez y muchos de los dirigentes de Ribera descubriendo que las encuestas no son urnas y cada voto hay que ganarlo.

domingo, 3 de junio de 2018

Representaciones


En apenas dos días he escuchado diecisiete voces de todo signo diciendo, sin dejar lugar a dudas que me representan. Unos representan a “los españoles”, otros a “los zamoranos”. Y resulta que yo no me siento representado por ninguno de ellos, ni considero que lo hagan, entre otras cosas porque ninguno me ha preguntado sobre la actual situación.

Siempre me ha resultado chocante cómo algunos políticos, muchos políticos, cada vez más políticos, de todos los niveles, de poco nivel más bien, cada vez de menos nivel, intelectual, formativo e incluso de nulos fundamentos ideológicos, para expresar lo que ellos piensan (o lo que les han ordenado que piensen), necesitan recurrir a la muletilla de manifestarse portavoces de la colectividad, que no es otra cosa que el agregado de individuos, cada uno de nuestro padre y nuestra madre.

Los barones socialistas que se mostraban, muy dignos ellos, dispuestos a plantarse ante cualquier acuerdo de gobierno que dependiera de los votos independentistas, ahora, inmediatamente, sin solución de continuidad, no solo callan o esconden la cabeza bajo el ala, sino que como ya han hecho el extremeño Fernández Vara o el aragonés Lambán y, tras ellos, en posición de pase de revista lo irán haciendo todos y cada uno de los demás, empiezan a defender justo aquello ante lo que iban a plantarse. 

No busquemos el porqué de tal cambio en un programa de gobierno diseñado a conciencia, plasmado por escrito y dado a conocer con luz y taquígrafos. El porqué solo tiene una razón y una causa, no son caudillos de sus bases, sino aristócratas del partido cuyo nombramiento y continuidad depende única y exclusivamente del capricho del César de turno. 

No hay tribunos de la plebe, sino delegados de la superioridad, buenos sabedores de que es hoy más cierta que nunca la sentencia de Alfonso Guerra de que el que se mueve no sale en la foto. Da igual de a qué partido nos refiramos porque, en esto, todos siguen el mismo guión. De eso hablamos, de la foto, el cartel electoral en el que todos necesitan aparecer como máximo de aquí a un año.

Lo mismo cabe decir de quienes en el PP saben ahora que lo que veníamos cantando ciertos “agoreros” hace tiempo -más de una década ya-, se ha hecho realidad: que el “no hacer” de Rajoy le evitaría a corto plazo alguna huelga general, algunas diatribas (pocas) envenenadas de los de enfrente o de los medios de comunicación, pero no el colapso final, la hecatombe que al estilo clásico supone el sacrificio de cien bueyes. Más de cien son los que en estos días caerán, muchos más de cien los que buscan consuelo y acomodo, entre sollozos y proclamas de “injusticia”, como si la política que ellos mismos han convertido en mero ejercicio de ceguera, sordera y obediencia tuviera que ser justa (aunque desequilibrando la balanza otra vez en su favor), cuando es bien sabido que la propia vida no lo es.