domingo, 28 de marzo de 2021

Turismo es salud

De forma valiente, mi gran y antigua amiga y magnífica profesional, Estrella Torrecilla, directora general de Turismo de Castilla y León, ha pedido públicamente a la Consejería de Sanidad que flexibilice las medidas frente al COVID en lo que se refiere a las casas rurales. A la vez reconocía que, como no podía ser de otro modo, existe un permanente tira y afloja entre ambas dependencias de la administración regional.

Reconozco en sus palabras un pequeño atisbo de esperanza - aunque demasiado escaso si solo se refieren al turismo de casas rurales y no al conjunto de los operadores turísticos- en medio del sinsentido en el que la acción del gobierno, nacional primero y el autonómico después, ha convertido la gestión de la pandemia en España y Castilla y León. Ese empeño generalizado por disociar economía y salud, hostelería y salud, comercio y salud o turismo y salud, exponiéndolos en posiciones enfrentadas e incompatibles es, como ya vemos y muy pronto sufriremos de forma terrible y aún insospechada, la culminación de los graves errores de gestión que ya arrastramos.

Lo discutía amigable e informalmente hace poco y en persona con la propia Torrecilla, quien lógicamente debe respetar el criterio conjunto del Gobierno al que presta sus servicios, esté o no de acuerdo al cien por cien, con las decisiones que adopta. Por mucho que dieciséis comunidades autónomas vayan en una dirección -con bastantes diferencias entre unas y otras- y solo una en dirección claramente distinta, si lo que se demuestra es que, en comparación, la más exitosa es esta última, en este caso Madrid desde que su presidenta Díaz Ayuso se acogió a criterios profesionales en lo sanitario y de equilibrio de prioridades -aún arriesgando su propio futuro- en lo político, lo que debería ocurrir es que los gobernantes de las demás viraran hacia confluir en la gestión con los mejores resultados.

Sin embargo, seguimos con el absurdo de la limitación extrema -casi enfermiza en sí misma- de las actividades turísticas y del conjunto de los servicios de hostelería, precisamente las actividades que suponen, junto con la automoción, el motor económico y de empleo en España. Así, en la última reunión de la comisión interterritorial de sanidad, mientras Madrid se opuso tajantemente al nuevo recorte horario del ejercicio de nuestra libertad de movimiento y actividad hasta las ocho de la tarde, el vicepresidente de Castilla y León, horas antes se había apresurado a mostrar su entusiasta apoyo a la propuesta (electoralista y contra Madrid fundamentalmente) de la ministra de Sanidad.

Lo siento por el conjunto de Castilla y León y también por la propia directora general de Turismo, pero mientras nuestros gobernantes autonómicos -incluyo aquí también al PSOE del ridículo de la moción de censura- no asuman que la actividad económica es salud, la empresa y el comercio son salud, la hostelería es salud y la generación de empleo es salud, mantendremos los mismos malos datos en salud y seguiremos cayendo por la pendiente del desastre económico y del empleo. Y sí, también, sobre todo y en todos los aspectos, como bien sabe Estrelle Torrecilla: Turismo es salud.

domingo, 21 de marzo de 2021

Susto o muerte

El instrumento de la moción de censura es tan democrático como cualquier otro de los  que la Constitución y la Ley ponen a disposición de los parlamentarios. Los gobiernos se conforman en los inicios de la legislatura cuando no hay mayoría absoluta con un programa de gobierno y un reparto de cargos que aúnen los votos suficientes para la investidura. Es el momento de la propuesta formal y el compromiso con el ciudadano.

La moción de censura, cuando no es mero juicio de artificio efectista, parte -o debería partir- de una quiebra en la confianza, de un cambio en el equilibrio de fuerzas motivado por el incumplimiento de los compromisos, la divergencia de objetivos o de discrepancias graves que provoquen la ruptura de la alianza inicial que se preveía para toda la legislatura. Conlleva una cualidad traumática.

Analizando la curiosa moción socialista de Castilla y León vemos varios aspectos que se salen del esquema teórico expuesto, que le restan legitimidad, pero no impiden, sino todo lo contrario, que pueda salir triunfante. Su presentación, en medio del ruido de la de Murcia finalmente fallida y las de Madrid, atinadamente bloqueadas por la convocatoria a las urnas de Díaz Ayuso, se vistió inicialmente como un escudo para que Fernández Mañueco no siguiera los pasos de Madrid, lo cual no dejaba de ser un intento de tratarnos como tontos a los ciudadanos, máxime cuando sus dirigentes llevaban varias semanas alentando y aventando la necesidad del cambio.

Es legítimo el deseo del PSOE, la fuerza más votada, de intentar hacerse con el gobierno en la primera ocasión que se le presente. Pero sería de agradecer que lo justificara con la verdad. Esto es, que ahora que Ciudadanos se encuentra en definitivo proceso de desintegración y desaparición o irrelevancia, es más posible que hace unos meses que algunos procuradores de esta fuerza política decidan romper la unidad y buscar su supervivencia aliándose con la oposición de izquierdas. 

Lo que no es muy de recibo es que lo centren en otras causas como la gestión de la pandemia, pues si bien la gestión por activa de Ciudadanos y por pasiva del PP ha sido bastante lamentable, los únicos que no pueden cargar contra ella son quienes ostentan el gobierno de la nación cuya gestión ha sido aún peor, más irresponsable y destructiva. Si algo hay que achacar a Mañueco e Igea es el absurdo seguidismo que de ella han hecho frente al ejemplo, este sí exitoso, de Madrid.

El PP por su lado, no debería quedarse en el problema aritmético actual sino en cómo, por qué y por quiénes pasó de ser la fuerza destacadamente mayoritaria en Castilla y León a ser sólo la segunda y en una decadencia que continúa acelerando su pendiente. Para este PP de Castilla y León, demasiado heredero de Rajoy, Soraya y Maíllo, el triunfo de la moción sería la muerte política. El fracaso de la moción se quedaría en un susto lo suficientemente grande como para que alguien, donde corresponda, se ponga las pilas. Mientras tanto, por unos y otros, la economía cae, el empleo se destruye y Zamora ya no se asusta, solo se muere.

domingo, 14 de marzo de 2021

Con Zamora 10

Que el humo que vemos a lo lejos no nos despiste del fuego que arde bajo nuestros pies. Entre las llamaradas en múltiples direcciones de las mociones de censura y los fervores electorales que, al menos de momento, no parece que nos toquen muy directamente, Zamora 10, la mejor iniciativa que desde la sociedad civil se haya tomado nunca en nuestra provincia, convoca para mañana lunes reunión de su Consejo General. Porque mientras nuestras instituciones políticas siguen sesteando entre poco explicables bostezos de aburrimiento, Zamora 10 y más en concreto sus protagonistas principales deciden, una vez más, poner el dedo en la llaga.


Sin dejar de trabajar por la consecución del vital proyecto de reutilización militar de  Monte La Reina, en esta ocasión la diana debe estar en garantizar que el reparto de los dineros destinados a la reconstrucción económica tras la pandemia tenga en cuenta los criterios que permitan a Zamora beneficiarse en proporción a su necesidad y no a su población o su peso político. Al desequilibrio de sus datos socioeconómicos frente a otras provincias menos deterioradas de Castilla y León y frente a otras zonas del territorio nacional en las que, por ser más o reivindicar mejor, siempre se han llevado la lana en tiempos de prosperidad y las compensaciones cuando vienen mal dadas.


No hay que cansarse de reiterar que Zamora se descuelga cada vez más a la cola en tasa de población activa, en los datos de empleo y en la actividad económica en general. No hay que dejar de insistir en cómo las fallidas políticas de lucha contra la pandemia han traído para nuestra provincia un daño tan irreparable a nuestro tejido económico, a nuestra pequeña y mediana empresa -prácticamente la única que tenemos- y, sobre todo, a nuestros autónomos que han caído, están cayendo y van a caer aún en mayor medida en los próximos meses. 


Porque es casi verdad universal que el que no llora no mama y al que no exige con coherencia y contundencia no se le respeta. Esto en un país en el que, al margen del enfrentamiento político y tribal, la esquizofrenia lleva a que tras más de 100.000 muertos y los peores datos de recesión económica del mundo occidental, una de nuestras prioridades legislativas de la última semana haya estado en la aprobación por parte del Congreso de los Diputados y a propuesta de Bildu, de la oficialidad del bable.


No podemos cejar en exhibir nuestros datos de envejecimiento poblacional; de tasas negativas, agravadas año tras año, de crecimiento vegetativo -es decir, de recordar que nos morimos en mayor número de los que somos capaces de traer al mundo-; de un histórico de emigración que se ceba de nuevo especialmente en nuestros jóvenes de entre 18 y 35 años. Por eso, que ante el primer atisbo de llegada de recursos, Zamora 10 se active, movilice a nuestras instituciones y tome la bandera de la exigencia frente a los gobiernos regional y nacional es la mejor noticia y el esfuerzo que más debemos apoyar los zamoranos, aunque -o precisamente por ello- suponga una china en el cómodo zapato de nuestros dirigentes políticos actuales.  


domingo, 7 de marzo de 2021

Juzgar o prejuzgar

Titulaba el viernes el diario El País: “Un cuarto de siglo entre rejas por un crimen que no habían cometido en Nueva York”, acompañando a una información de esas que hielan la sangre y cortan el aliento, relativa a tres hombres cuyas condenas se han anulando veinticinco años después de su entrada en prisión por un juez del distrito de Queens.


Desde antiguo representamos a la justicia con los ojos vendados, una balanza en una mano y la espada en la otra. Para que merezca tal nombre la justicia ha de ser ciega e imparcial, debe ponderar -pesar- los argumentos y pruebas a favor y en contra y, con el poder de la razón y la ley, imponer su dictado con la fuerza de una espada que, en el ámbito penal, puede conllevar la privación de libertad, el más sagrado derecho, junto a la vida, que nos asiste como humanos y civilizados.


Prejuzgar es según el Diccionario panhispánico del español jurídico “dictaminar sobre un particular antes de tiempo o sin la concurrencia de los necesarios elementos de juicio”. En nuestra naturaleza está ínsito el deseo de aventurar el futuro, de ser augures, de especular sobre lo que va a ocurrir en cualquier orden de la vida y en función de ello prejuzgamos, no ciegos e imparciales como la justicia, sino desde nuestra óptica parcial.


En la era de la inmediatez informativa, en la que una noticia llega de un extremo del mundo a otro en décimas de segundo, la competición por tratar de ser el primero o el más espectacular en la presentación de una noticia, hace que se resientan la ecuanimidad, la profundidad en el análisis y, para triunfo del prejuicio, el buen juicio. Lo llamamos la pena de telediario y con frecuencia pesa más y va más allá, que la pena que finalmente impone la justicia. La exposición del supuesto culpable de la realización de presuntos hechos, como si estos ya hubieran sido contrastados de manera irrefutable y el autor sentenciado, sin defensa ni presunción de inocencia. Que desde instancias políticas se incentive, anime o se trate de aprovechar en propio beneficio es aún más obsceno. 


No hace falta siquiera remontarse al aforismo que Benjamin Franklin hizo universalmente conocido y que, proveniente del jurista británico Blackstone, postula moralmente que son preferibles cien culpables en la calle a un solo inocente privado de libertad. La justicia es lenta pero, con todos sus defectos, la mejor garantía para nuestra convivencia en paz y en libertad, lejos de la opresión, la arbitrariedad y la tiranía porque consagra como piedras angulares el derecho a la defensa y la exigencia de que se demuestre la culpabilidad, no la inocencia. A veces, pocas como en el caso de Nueva York, yerra. Muchas menos de las que erramos cuando caemos en visiones incompletas, precipitadas o sesgadas.


Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de literatura, víctima y quien mejor desveló al mundo el atroz horror de la injusticia, la prisión y el Gulag comunista, dejó dicho que “precipitación y superficialidad son las enfermedades psíquicas del siglo XX, y más que en cualquier otro lugar, esta enfermedad se refleja en la prensa”. Lo cual -podría haber añadido- no suele ser más que otro reflejo de la sociedad a la que pertenece y de algunos políticos que la rigen.