El 19 de noviembre, iniciaba mi “Espejo” escribiendo: “El mal fija su atención en el bien para corromperlo. El bien se deja llevar con frecuencia por el atractivo transgresor del mal. Las hienas atacan en manada porque en solitario no tienen media torta. Las libertades, como la dignidad y los derechos son personales, individuales e intransferibles.”
Al párrafo y resto de la columna me remito para expresar mi valoración del caso de “la manada”, condenar la execrable actuación de esas hienas, reiterar que la libertad individual debería ser el principio básico e inatacable a defender por nuestro ordenamiento jurídico y por nuestra convicción social. Para concluir que por ser mujer una mujer no debe pedir perdón ni renunciar a ejercer su libertad y su capacidad de elección y decisión en aquello que quiera o no quiera.
Un caso que ha dado lugar a miles de reflexiones y toneladas de basura, como viene siendo habitual de un tiempo a esta parte, avalancha que se ha visto agravada con la publicación de la sentencia. Ante tantos miles de exégetas, pocos que hayan leído la resolución judicial pero se extienden explicando “los fallos del fallo”, quizás lo conveniente fuera mantenerse al margen o sumarse sin más a la corriente generalizada. En lugar de hacer contrición como sociedad sobre prejuicios, machismos y tolerancias es más fácil cargar contra unos magistrados que han dedicado decenas de horas a estudiar el asunto, escuchar testimonios, valorar pruebas y discutir un veredicto, (que yo sí he leído) y que entre principal (de un magistrado y una magistrada) y voto particular (que propugna la libre absolución) se extiende por casi cuatrocientas páginas.
Es cómodo decir, como nos piden las vísceras, que la sentencia es una vergüenza y culpar a ese ente abstracto, “la Justicia” o cargar tintas contra tres magistrados que saliéndose del camino fácil del aplauso se han arriesgado a cumplir con su obligación, consideremos que han acertado o no. Pero hacer eso sería abdicar de la responsabilidad primordial que recae sobre el jurista e incluso sobre el más humilde opinador público.
Surge el Derecho de una convicción y una convención, la de que es necesario regular la convivencia humana en sociedad para garantizar justicia e igualdad, esto es, para poner al débil en igualdad con el fuerte. No es estático, intemporal o inmutable sino sometido a la propia evolución social. El Derecho, y más el Penal, es ideológico (no debería confundirse con político), pero no arbitrario sino con vocación de objetividad. En esa objetivación las líneas que separan cada tipo penal, cada delito, de los colindantes, es estrecha, difusa, permeable y, afortunadamente, influenciada por la subjetividad del juzgador.
Cada sentencia debe servir para reflexionar sobre la adecuación de las leyes a las necesidades de la sociedad en ese momento.. Lo no presentable es propugnar endurecer o suavizar la ley misma según cada caso concreto. Donde eso cabe solo rigen la arbitrariedad y el totalitarismo.