domingo, 30 de septiembre de 2018

Un tonto con pistola

Lo normal de un tonto con una pistola cargada es que termine disparándose en un pie. Lo seguro es que antes se habrá llevado por delante a algún incauto que se le haya puesto cerca y a tiro.

Cuando de dos se pasó a cuatro fuerzas políticas representativas, nuestros políticos subieron la apuesta de sus propuestas electorales. Pero como cada vez es más estrecho el margen de maniobra dentro de lo que se considera políticamente correcto, los partidos no extremistas o antisistema agudizan sus promesas sobre cuestiones de forma para cubrir la necesidad de limitar el mensaje sobre el fondo de los asuntos a ese terreno de juego en el que los medios no los masacren ni alarmen al electorado.

Esas dos premisas las sintetizó Pedro Sánchez cuando acuciado por su debilidad interna en el PSOE y con riesgo de quedar incluso como última fuerza, empezó a prometer absurdos que sonaban bien sin pensar que muy pronto serían el disparo en su pie. En los niveles de actividad profesional, económica y empresarial de los que, en buena lógica, han de proceder la mayoría de los altos cargos de cualquier gobierno razonable y sensato lo normal es que éstos a lo largo de su trayectoria hayan buscado las mejores fórmulas de proteger su patrimonio.

Pedro Duque es ministro en la picota sin que haya hecho nada ilegal, ni que se haya demostrado irregular, ni inmoral, a diferencia de la ministra Delgado que según parece ha hecho las tres cosas al actuar como lugarteniente del condenado por prevaricación Baltasar Garzón en una poderosa y duradera mafia judicial y policial los últimos años. 

Lo de Duque viene por esa manía de la izquierda y del montón de hipócritas que a derecha, centro e izquierda se empeñan en decir que los ciudadanos (aunque siempre hablan de los otros, no de los que cada uno de ellos soporta) han de pagar cuantos más impuestos mejor. La cuestión con Duque no estriba en si paga más o menos sino si lo que hace es una opción permitida por la ley. Y lo es, por mucho que los siempre cambiantes y dudosos criterios interpretativos de la Agencia Tributaria generen la sospecha, y de entrada la condena social, sobre aquellos que buscan “optimizar” sus costes fiscales. Se hace equiparar esa búsqueda de formas eficientes con la evasión y se termina cayendo en el ridículo y en que los tribunales -después de largos plazos- dan la razón al contribuyente con mayor frecuencia que a la administración tributaria.

La cuestión es que con la promesa de Sánchez solo quedan dos opciones aceptables y una preferible. Las primeras la dimisión o destitución inmediata del ministro o por el contrario la retractación pública y formal de Sánchez sobre aquello que dijo en su momento. La preferible, disolución de las Cortes, convocatoria electoral y que cada uno pueda volver a prometer en limpio y desde cero aquello que considere.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Algoritmos

Los algoritmos, cuya existencia se remonta al menos hasta la antigua Babilonia hace cuatro mil años, gobiernan hoy lo más avanzado de nuestra vida y el conjunto de nuestra existencia virtual. En Wikipedia se dice que “en matemáticas, lógica, ciencias de la computación y disciplinas relacionadas, un algoritmo es un conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permiten llevar a cabo una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba hacer dicha actividad”. En resumen, una secuencia de pasos lógicos, sencillos y limitados, que a partir de unos datos de inicio permiten solucionar un problema. 

El tiempo cósmico resulta de la extrapolación a un calendario que comprende un año natural, del tiempo total de existencia del Universo. En él, la vida promedio de una persona abarca apenas 0,15 segundos y toda la historia de la humanidad tan solo  los últimos veintiún segundos del día 31 de diciembre.

Un manual de instrucciones, las reglas para resolver una raíz cuadrada o una ecuación matemática son algoritmos de cuya bondad nadie dudaba hasta que, hace menos de un suspiro en términos de tiempo cósmico, se ha colado en cada ámbito de la vida la computación informática que permite la introducción de una cantidad ingente de datos de base y la realización de millones de operaciones por segundo -aunque prácticamente nada en comparación con la computación cuántica que tenemos a las puertas-.

Cada vez más nos llegan contenidos seleccionados por algoritmos que determinan qué nos interesa, de acuerdo con nuestros hábitos individuales y colectivos. La línea cronológica, la carta de la cual elegir qué plato queremos disfrutar es sustituida por la “sabiduría” de los algoritmos.

Ya Alan Turing, creador de la máquina “Enigma”, anticipó que las computadoras llegarían a pensar por sí mismas y hasta “escribir poemas de amor”. Los humanos somos simples y predecibles a pesar de los de cien a quinientos trillones de sinapsis (conexiones) neuronales con las que cuenta el cerebro de un adulto. Nos quedan las sensaciones, la creatividad y las emociones humanas que aún no han sido suplantadas por los algoritmos. Cuestión de tiempo. Leo que científicos han desarrollado una “piel” robótica con sensores táctiles que detectan y transmiten al cerebro la presión y el pulso de forma similar a la humana. Capaz de percibir contactos sutiles como el soplo del viento o el tacto de las gotas de agua. 

La pregunta -retórica- es si queda alguna esperanza para nuestro libre albedrío -¿Somos libres o simplemente ignorantes?-. Si nuestro pulso se acelerará de manera espontánea ante una sonrisa, una mirada o una caricia especiales y que diferenciaríamos de todas las demás o si todo serán reacciones programadas mecánicamente ya para siempre. Aunque como, en el mejor de los casos, vamos a vivir escasamente quince centésimas de segundo cósmico, podemos constatar lo relativo del concepto “para siempre”, que en inglés se escribe “forever”.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Conocimientos y reconocimientos

Hasta que alguien se acerca a restaurarlo, sea de la forma científica y técnicamente ortodoxa, sea al estilo de las ancianitas del Ecce Homo de Borja y otros coloridos casos recientes, una tabla antigua, un artesonado o un suelo de madera pueden parecer sólidos y consistentes y sin embargo en su cara no vista estar completamente roídos por la carcoma o pochos por la humedad.

El paso del tiempo hace que el estado de las cosas vaya cambiando, también los usos y costumbres así como los comportamientos y la mayor o menor estimación de valores y virtudes. En el campo de la política en España tan solo en nuestra reciente historia democrática tenemos un magnífico ejemplo del que es significativa expresión el circo de los másteres y doctorado que todo lo ocupa en las últimas fechas.

Cuando los medios de comunicación y los ciudadanos permitimos que nos conviertan la política en un mero laboratorio donde se diseña el “perfil comercial” que deben tener los políticos que aspiren a conquistar nuestros corazones -forma sutil de referirse a nuestros votos-, vendemos nuestra alma democrática al diablo y promovemos que los candidatos sean jóvenes, guapos y con un cierto currículum que más se suele reflejar en el papel que en su trayectoria vital.

De ahí la necesidad de agrandar el currículum, no como consecuencia de la actividad profesional o de la vocación de aprendizaje y perfeccionamiento académico, sino como fin en sí mismo. Es la diferencia entre quien busca estudiar para alcanzar conocimientos y quien busca titularse para obtener reconocimientos. Para poder colocarse mejor en cada parrilla de salida de la vida política. Para que los diseñadores “digitales” de ascensos y sucesiones puedan presentar de forma aseada a sus elegidos.

Lo que al comienzo de la transición democrática eran casos excepcionales de simulación de títulos o construcción “ad hoc” de perfiles falsos, se fue generalizando con los años. El avance hacia la mediocridad, el fortalecimiento de los aparatos de mando de los partidos y la conversión de la política en una profesión con ánimo de perenne permanencia y no en lo que debería ser, una actividad circunstancial y coyuntural en la trayectoria de quienes a ella se dedican. Esta segunda opción permitiría contar con perfiles de prestigio que durante unos años dedicarían su esfuerzo a la cosa pública mientras que antes y después mantendrían su actividad profesional. La primera nos ha llevado a que la política sea hoy la actividad más denigrada en la percepción del imaginario colectivo español.

Son estos políticos los que, para tapar sus vergüenzas, se ven obligados a lanzar continuamente cortinas de humo, a desenterrar muertos, odios y dialécticas sectarias que una transición democrática, compleja, difícil, generosa y con extraordinaria vocación de acuerdo, paz y concordia había dejado enterrados hace ya cuarenta años. El político-mentira, el político-falacia, el político-hipocresía triunfa mientras otros le escriben la (pseudo) tesis doctoral.

domingo, 9 de septiembre de 2018

La posición relativa

En geografía, se denomina posición absoluta a la ubicación de un punto en la superficie terrestre según sus coordenadas geográficas, grados, minutos y segundos norte o sur, este u oeste. Por el contrario, se denomina posición relativa a la ubicación de un lugar respecto de otro u otros. Zamora está al norte de Salamanca y al oeste de Valladolid.

En técnica de negociación y en análisis transaccional, el más importante de los pasos previos es determinar lo más exactamente posible las posiciones de las partes. Quien más lúcidamente establezca dónde están la posición propia y la contraria partirá con una sensible ventaja para garantizarse que el resultado quede más cerca de su objetivo. 

Esto es más importante en conflictos de largo recorrido o de suma cero, confrontaciones en las que solo puede quedar un ganador y para que una parte lo sea la otra ha de resultar perdedora en cuanto a alcanzar la meta de sus pretensiones. La negociación se desarrolla por etapas (batallas de una guerra). El cierre de cada etapa supone el punto de partida de la siguiente.

Partir en cualquiera de los pasos de un proceso negociador, como es de la pretendida independencia de Cataluña, de una posición absoluta por parte de uno de los contendientes -en este caso una parte tiene claro que lo único que les sirve es la independencia-, le otorga la ventaja competitiva de que la otra parte, España, se sitúa de manera inconsciente pero automática en posición relativa frente a la primera.

Despojados del disfraz del autonomismo dentro de la Constitución, los independentistas hace años han fijado que la obtención de la independencia es su posición absoluta. Sea por la vía del diálogo y la negociación, la mediación o imposición internacional o la unilateral cuando consigan -como van camino de conseguir con el control de la educación y los medios de comunicación- que la inmensa mayoría de los catalanes conciban la independencia como la única salida viable a su “histórica e injusta opresión por la colonizadora España”. Imaginario y falaz pensamiento pero cada vez más instalado en amplias capas de la población. 

Mientras, los constitucionalistas llevamos esos mismos años perdidos en otro imaginario y falaz pensamiento, el de que lo importante es el diálogo, la redacción de nuevos estatutos en los que “todos nos sintamos cómodos”, ir otorgando concesiones parciales que acercan cada vez más a la concesión final pero que, paradójicamente, la eviten. Posición relativa en función del movimiento del rival. Ellos se burlan y saltan la ley, nosotros flexibilizamos su aplicación “para no agravar”.

Imposible un punto intermedio entre su pretensión y nuestra Constitución si cada paso ilegítimo por su parte no lleva aparejado un retroceso en autogobierno y competencias hasta volver al punto de partida constitucional. Solo cuando entiendan que la posición absoluta es que España es una e indivisible y que los saltos al vacío conllevan retrocesos importantes podremos ver el fin a su escalada. Desleales son. Idiotas no.

domingo, 2 de septiembre de 2018

El espacio público

Ya no solo de la democracia, sino del propio nacimiento del Estado, la razón fundamental es garantizar a todos los ciudadanos el derecho de defensa frente al poderoso, al más fuerte o al más violento.

También la defensa del individuo frente a las turbas que avasallan a quien se interpone entre la irracionalidad colectiva y el interés individual que compone el primero, troncal e indelegable derecho de la persona.

En interés de esa defensa de la libertad individual y la protección de la esfera de privacidad y libre decisión de cada persona es inasumible que se permitan prácticas de ocupación del espacio público como la totalitaria infección de lazos amarillos en calles, plazas, parques y playas en Cataluña. Prácticas que en otros casos nunca se tolerarían.

Con independencia de la cuestión más visible, es decir cómo se puede permitir que a cara descubierta, con respaldo institucional sedicioso pero impune y en ciertos casos con escolta y protección policial, además de aplauso periodístico, Cataluña entera y sobre todo en los ámbitos más rurales y menos poblados, donde todo el mundo conoce a todo el mundo, esté invadida de un símbolo que denuncia que España no es democrática, que nuestro Estado no es de Derecho y que existen presos políticos a los que hay que garantizar inmunidad e indemnidad aunque incumplan las leyes que al resto sí nos obligan y a todos nos protegen.

Que en ese marco haya tantos, incomprensiblemente en el ámbito de la izquierda española, equiparando a quienes enmierdan calles y propiedades privadas con quienes retiran los lazos es síntoma de que casi todo está perdido y demostración de la necesidad de un giro radical respecto de la cuestión independentista.

No son catalanes contra españoles. Es que el Estado de Derecho español tiene la obligación de defender a sus nacionales en cualquier punto del territorio de la agresión, la coacción, el chantaje o la amenaza provengan de quien provengan, en este caso de otros españoles, por mucho que quieran dejar de serlo, en medio de esta orgía de fanatismo que se ha propiciado, amparado y protegido.

Los espacios públicos no son de la izquierda, como no lo son de los independentistas, por más que unos y otros lo pretendan sistemáticamente. Los espacios públicos son de todos los ciudadanos y por lo tanto cualquier invasión de la misma que exceda del derecho legal de manifestación es ilegítima y una agresión a la libertad del resto. Retirar lazos, carteles o pancartas colocados sin autorización es no solo un derecho de los ciudadanos que se sientan agredidos por ello sino una obligación que el Estado debería cumplir para que no tuvieran que hacerlo sus ciudadanos y contribuyentes.

Lograr la “normalización” no es evitar el enfrentamiento eliminando la reacción frente a la coacción independentista sino impedir la acción que ocupa, amenaza y agrede el libre y pacífico disfrute del  espacio público.