Apenas ha pasado un
suspiro desde que Serrat publicara aquello de Hace 20 años que tenía 20 años, y anteayer va y cumple los setenta.
Y te caes del olivo y piensas entonces que tú también debes tener ya unos cuantos
a las espaldas. Y coincide que es final de año. Y que aunque lo de los
calendarios no sea más que una convención social, son ya muchas las hojas
muertas que dirían Prévert y Montand. Y estamos en vísperas de decir adiós a
este 13 que, sin ser igual ni distinto a un 12 o a un 14 cualquiera, demuestra
que el mundo gira.
Gira y gira y girando
sigue. Ni más despacio ni más deprisa, por mucho que nos parezca que en lugar
de suspendida en el espacio la bola que nos acoge lo que hace es rodar más y
más deprisa pendiente abajo. Aunque tampoco los astrónomos han sabido decirnos
aún dónde estamos exactamente ni qué hacemos o dejamos de hacer aquí.
Sea lo que fuere, el
primer homínido tocado por ese aura que hizo en un instante distinta la materia
que conforma al humano de la de cualquier otro ser vivo, probablemente justo
después de buscar algo que llevarse a la boca para alimentarse lo primero que
hizo fue empezar a asimilar el ritmo del tiempo. Día y noche, día y noche. Como
el latido de la víscera cordial. Como el tic tac del reloj aún no inventado. Como
el vaivén con el que el metrónomo que encasilla la composición musical en un
tempo y no en otro.
Y ese hombre del primer
día-noche, es el mismo Heráclito que descubrió que es imposible que te bañes
dos veces en el mismo río. Sin saber aún que la Tierra gira, adivina que ni el
río ni tú seréis los mismos al entrar en el agua y al salir de ella. Es
Demócrito bautizando al átomo. Es la tríada Sócrates, Platón, Aristóteles, tan
sabios y tan llenos de vacíos. Son Copérnico y Galileo, cambiando el orden de
prioridad de los astros y elevando al sol sobre nuestro planeta que deja de ser
ombligo del Universo. Es Newton bajo un manzano. Es Darwin desenmascarando el
calendario de la evolución de las especies. Es Einstein ante la complejidad del
espacio tiempo. Es Gagarin circunvalando la esfera terrestre. Es Neil Armstrong
poniendo un pie en la luna.
Ese hombre es también
Borges afirmándolo aunque en una de sus buscadas paradojas llame a su poema Nueva refutación del tiempo: El tiempo es la
sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo
soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que
me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente es real; yo desgraciadamente
soy Borges.
Es la sagrada sinfonía del tiempo. Suena Wagner en mi salón. Franco Battiato en el artículo. Feliz año nuevo, amigo lector.