domingo, 29 de mayo de 2016

Hiroshima como concepto

El presidente de los Estados Unidos ha visitado en este su año saliente la ciudad japonesa de Hiroshima. La ciudad que pasó a ocupar un lugar destacado en la historia de la humanidad tan pronto como fue borrada del mapa de la vida en los escasos segundos en que la ojiva nuclear que soltó la barriga del “Enola Gay” se transformó en un implacable viento de muerte y destrucción a mil kilómetros por hora, en átomos   desbocados y cráneos calcinados.

La prensa en todo el mundo destaca que Obama no pidió perdón por la actuación de su país en aquellos días de agosto de 1945. La ausencia de esa petición abre la vía a un debate ético e histórico sobre el que detenerse. A un esfuerzo analítico y con amplitud de miras mucho más allá del efectismo al que tan acostumbrados nos hemos hecho los ciudadanos del mundo y nuestros medios de comunicación. 

La cuestión a dilucidar es si debe Obama, por ser sucesor del presidente que en un día, unas circunstancias y un contexto histórico determinado dio la orden de lanzamiento de “Little Boy” sobre Hiroshima y de “Fat Man” sobre Nagasaki unos días después, pedir perdón y mostrar su arrepentimiento personal y el colectivo de su nación. La cuestión es también valorar si el ejercicio de revisión histórica que ese gesto supondría tiene algún valor más allá de una vacua hipocresía.

No cabe duda de que si hoy se pregunta a cualquier habitante del planeta, serán una insignificante minoría los que digan que están de acuerdo con que haya bombas atómicas y menos aún los que se declaren partidarios de que éstas sean utilizadas. Pero trasladando en el tiempo, el espacio y la dimensión mundial, el contexto histórico que suponía la segunda Gran Guerra a los días presentes, es bastante seguro que la mayoría de los gobernantes hubieran tomado la misma decisión y bajo los mismos argumentos.
También que la mayoría de los ciudadanos actuales de cualquier país probablemente habría respaldado la decisión con la misma convicción con que, retrotrayéndose tantas décadas, lo hicieron los ciudadanos americanos del año 45.

Tiene tantas caras la capacidad humana de crear terror, barbarie, crueldad y muerte en cada uno de los anillos que se dibujan en el árbol de la historia que la peor de las falsedades consiste en juzgar y adjetivar con ojos, leyes y conceptos de una época lo que en otras ocurrió, haciendo abstracción de circunstancias y contexto histórico, social y político. Quizás por eso Barack Obama, y pese a que le concedieran aún antes de demostrar si era merecedor al mismo, el premio Nobel de la Paz, ha eludido el televisivo gesto que muchos parecían deseosos de reclamarle.

Dejo abierta la reflexión, escucho mientras tanto acordes cadenciosos y levemente martilleantes y la voz rasposa pero aterciopelada de Leonard Cohen. A veces la música es una buena vestimenta para darle cuerpo esqueleto del pensamiento. 

domingo, 22 de mayo de 2016

Liberalismo "sotto voce"

Anestesiados por la reiteración de citas electorales, tras una primera campaña electoral en la que a juicio del gobierno saliente todo debía girar en torno a la economía y enfrascados ahora en una segunda campaña en la que ya ni de propuestas económicas se debate, llevamos casi un año en que hablar de cualquier tipo de reforma suena a futurible lejano e hipotético.

Como quería Marx (Groucho), “paren el mundo, que me bajo”, eso parece haber decidido España. No sólo el gobierno, España en su conjunto. Hemos optado por hacer como que el mundo ha dejado de girar y quedar a la espera de que si no en 2016, al menos en 2017 o tal vez en 2019 tengamos un gobierno que se atreva a llevarlas a cabo. 

El pregonado milagro económico de Rajoy que apenas llega al nivel de mero lavado de cara, ha llevado a que nuestra deuda pública supere el 100% del Producto Interior Bruto y a que la Unión Europea esté en la obligación de sancionarnos, salvo que haga trampa como nosotros, porque nos estamos saltando año tras año los límites pactados del déficit de la contabilidad pública nacional.

Ante el panorama que se presenta, sin mayor impulso político que el de esperar la repetición de resultados electorales, no se sabe muy bien con qué objeto, ni más propuesta económica que no tocar nada, o en su defecto, tratar de dar una vuelta de tuerca más a la carga fiscal que soportamos los ciudadanos y que sobre todo asfixia a autónomos y  pequeñas y medianas empresas, empiezan a sonar alarmas en voz alta entre los expertos y analistas internacionales y aún “sotto voce” en nuestro propio país. 

No es extraño pues, que haya sido cuña de la misma madera, el presidente fundador del Partido Popular el que haya arremetido con precisión, claridad y contundencia contra el ya famoso “no hacer” de Rajoy debidamente condimentado por el “mal hacer” del ministro Montoro y el “hacer que hace” del escapista De Guindos. 

Con el aparato rajoy-sorayista ocupado en fumigar cualquier rastro de liberalismo de las señas de identidad de su partido, ha tenido que salir el denostado Aznar a recordar a los que han abjurado del credo reformista que entre 1996 y el año 2000 España salió adelante con fuerza en una situación no mejor que la que teníamos hace cuatro años. Reduciendo el déficit por la vía del ajuste del gasto público, no por la de la subida de impuestos. Bajando éstos para favorecer la inversión privada y la creación de empleo por quien lo puede y lo tiene que crear que, en contra de lo defendido por los socialistas de todos los partidos (Rodríguez Braun "dixit"), no son Montoro y el Estado, sino el sector privado.

Claro que eso era con el credo liberal que hoy ya no es el PP el partido que lo defiende.

domingo, 15 de mayo de 2016

Valentía no

Salvo en regímenes totalitarios, no es ser valiente manifestar en una entrevista periodística aquello que uno piensa. Menos aún si es algo que, con unas u otras palabras, uno ha venido diciendo con frecuencia a lo largo de los años. Aún menos si resulta que lo que uno manifiesta públicamente es lo que escucha habitualmente decir en conversaciones cara a cara o en tertulias a amigos y conocidos, a desconocidos y, sobre todo, a aquellos que formalmente militan en unos postulados de los que cobran y, mientras ejercitan sus cuellos y abdominales en convenientes genuflexiones, todo lo brindan a que el tiempo cambie lo que ellos no se atreven a intentar cambiar.

No, valientes son los cooperantes que dejan atrás economía y comodidades para prestar su servicio a aquellos que más lo necesitan de entre sus conciudadanos o en cualquier lugar del mundo, interponiéndose entre las víctimas y la injusticia, entre los rifles y los cuerpos inermes, entre la pobreza y los hambrientos. Valientes quienes, civiles o miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad, se enfrentan al terror cara a cara. Valientes son los parados de larga duración a los que se les van acabando los recursos y las ayudas y mantienen los arrestos para sacar adelante a los suyos con el aliento de la esperanza y la fuerza de la constancia. Valientes quienes arriesgan su vida enfrentándose al abuso, la injusticia y la violencia.

El resto, como mucho, podremos aludir al sentido de la responsabilidad, a la conciencia o a los principios y convicciones pero no a la valentía. Lo cual viene a cuento del eco de mis respuestas en la ya bastante célebre entrevista de hace quince días. Agradezco a todos la lectura de la misma y los comentarios al respecto, tanto los favorables e incluso entusiastas como los críticos. A todos agradezco pero frente al término que más me ha llegado, contradigo, no fue valentía. 

Entre medias he leído a Darío Villanueva, Director de la Real Academia Española, ratificando mi convencimiento de que “la corrección política es la forma más perversa de censura” lo que inmediatamente trajo a mi memoria -perdón por la incorrección- un fragmento de una canción del italiano Franco Battiato, “a rebelarse, estúpidos, que el agua de los ríos desciende muy crecida”.

Dicho todo lo cual y en contra de lo que también algunos han sospechado, deseado, temido o despreciado, pienso seguir pensando y diciendo lo que pienso, sin excesiva incorrección política pero sin demasiados trampantojos y no, no voy a ser candidato a nada por ningún partido en estas elecciones que absurdamente han de celebrarse de nuevo. Lo que sí haré será incrementar mi grado de compromiso con aquellos que quieran sumarse a que Zamora se rebele frente a la inercia ante la que sucumbe.

Alguien muy joven pero muy inteligente me dijo haber escuchado que son quienes más pueden quienes más responsabilidad deben asumir en su compromiso. No puedo mucho, pero ahí estaremos. Ojalá con muchos jóvenes y muchos inteligentes.

domingo, 1 de mayo de 2016

Aqva de Toro

Lo bien hecho bien parece señala un viejo refrán que no pierde actualidad por mucho que pasen los años. Casi tres décadas después de la primera magna muestra de Las Edades del Hombre en Valladolid, lo bien hecho bien sigue pareciendo y apareciendo ante los ojos de los millones de visitantes que han recorrido las ciudades, los templos, las salas y las piezas expuestas en cada una de las celebraciones religioso-culturales que representan las diferentes ediciones del gozoso Vía Crucis concebido por José Velicia.

Por su extensión geográfica, por su historia, por la cantidad de núcleos de población seculares, de los cuáles hasta los más pequeños tienen al menos uno o dos templos,  Castilla y León atesora, encerrado entre piedra, madera y cal, el mayor patrimonio  artístico y eclesiástico de España.

Casi treinta años después, las administraciones públicas de la región no han encontrado aún un mejor recurso turístico y cultural que unas “Edades” que hacen que en cada nueva edición llegue a nuestras tierras el peregrinaje de cientos de miles de visitantes para encontrar ese elemento tan intangible y a la vez tan fértil que nace de la unión de la fe, la tradición religiosa, el arte, la remembranza de lo antiguo y el anhelo de la pervivencia y la prosperidad futura que siempre han acompañado al hombre desde el comienzo de los tiempos. 

La Edades del Hombre son comunión que vertebra tiempo y espacio, siglos y territorios de una Castilla tan rica en antigüedad como en diversidad. Espina dorsal del acervo castellano, transcurren como ese agua que da título a la muestra de Toro, como el Duero que besa los pies de la Colegiata toresana en un discurrir que a golpe de hoz jalona la meseta antes de descender a fundirse con el mar.

Para Toro es, más que un premio, el justo reconocimiento a una ciudad con un legado patrimonial espléndido, a su peso en la historia y a su esfuerzo por conservar y poner en el valor que merece su riqueza histórico-artística. Esos esfuerzos han sido y son de muchos, pero quiero personalizarlo en dos personas, dos caras de una misma medalla, una laica y otra eclesiástica pero ambas unidas por el mismo amor al espíritu de la creación divina y al de la creación humana. 

El uno es José Navarro Talegón, adalid del patrimonio toresano, con quien disfruté unos privilegiados minutos de conversación por última vez hace un par de semanas. El otro es José Ángel Rivera de las Heras, alma de la preservación del patrimonio de la Diócesis de Zamora y comisario de AQVA. La ciudad estará a la altura del reto, los toresanos se volcarán y se sentirán orgullosos. Con muchos otros será la deuda pero en ellos dos y en sus trayectorias veo el mejor ejemplo de aquellas cosas bien hechas y que bien parecen.