domingo, 29 de marzo de 2015

El Factor Humano

En una era en que la tecnología desborda cada uno de los aspectos de nuestra vida desde que nacemos hasta morir, desde el alba hasta el ocaso, en el trabajo y en el ocio, de vez en cuando, como latigazos en el alma, ciertos acontecimientos siguen recordándonos la importancia del factor humano. 

Fue Graham Green, quien en la novela del mismo título, puso sobre el tapete, referido en aquel momento al mundo del espionaje en plena guerra fría, la vital importancia del factor humano en todo lo que tiene que ver con el mundo que los hombres construimos o transformamos a diario.

Para lo bueno y para lo malo, por mecanizados que estén los procesos, por más inteligencia artificial que marque el camino de actividades y destinos, la voluntad del hombre, ya vestida de libre albedrío, ya atada por cualquiera de las enfermedades de la mente, sigue teniendo un radical peso en el día a día de la humanidad.

En Los Alpes un avión volaba por encima de los treinta mil pies, con sus sistemas electrónicos funcionando en perfecta y automatizada sincronía. Ciencia y técnica unidos para vencer a la Ley de la Gravedad y esquivar las dificultades que la naturaleza pone frente al hombre. Diez mil metros de altura, miles de kilómetros salvados en un salto. Millones de trayectos recorridos a diario por aviones surcando el cielo en todas las latitudes. Durante las veinticuatro horas, segundo a segundo, un avión despega hacia el cielo o toma tierra. Nos llevan y nos traen, nos acercan y nos alejan. Nos unen y nos separan.

Cuando rara vez hay un accidente y algo no sale como estaba programado en los ordenadores de las aeronaves y los centros de control, automáticamente pensamos en un desajuste técnico, un fallo de la tecnología, un avatar del destino o una climatología fatal. A continuación, solo desde el 11-S, en la posibilidad de una acción humana deliberada.

Cuando unas decenas de personas suben al avión en un aeropuerto -y solo durante el año pasado superé los doscientos mil kilómetros volados- los pasajeros, de una u otra manera, con el pensamiento se encomiendan a su destino. Separarse del suelo supone un elemento traumático en mayor o menor medida según lo timorato que cada uno sea. Esa es la fundamental diferencia entre el avión y cualquier otro medio de transporte. El hombre nació para la tierra y el agua, pero no para el aire. De ahí que el de volar haya sido, probablemente, el más anhelado de los sueños de la especie humana y, por ello, una de sus grandes conquistas.


Aún contra natura, todo es natural. Todo, salvo el shock de saber que no son los bits o un factor externo, humano o fortuito, sino las neuronas de quien tiene que llevarte a destino las que por efecto de una trágica sinapsis, lo trunquen para siempre.

domingo, 22 de marzo de 2015

Sentirnos iguales

Ser iguales siendo distintos. Ser distintos, siendo iguales. Quizás sea ésta una de las lecciones más repetida en las últimas décadas de nuestra civilización milenaria y a la vez una de las lecciones en las que más queda por aprender.

El día mundial del Síndrome de Down es una buena ocasión para recordarlo, no sólo pensando en los afectados por esta alteración genética, sino con carácter universa. No he oído nunca a nadie que conviva con uno de estos afectados que no hable con una abierta y franca felicidad de las virtudes que atesoran. De la alegría con la que inundan su entorno. De la ternura que generan en los demás por la intensidad con que transmiten la propia.

Ayer, de estas mismas páginas extraje una manifestación, un lema, “quiero que la gente sepa que las personas con discapacidad somos personas y no monstruos y tenemos mucho que demostrar a la sociedad, tenemos corazón”. Una expresión que se queda corta.

Nacer con un cromosoma menos nos hace al resto distintos de quienes tienen síndrome de Down, pero como bien nos recuerda la campaña de este año “La vida no va de cromosomas”. No es sólo biología, ni física, ni de inteligencia fría, descarnada o puramente mecánica. No, antes que de eso la vida va de interacción con los demás, de sensibilidad, de sentimientos, anhelos y espíritu. De consciencia de uno mismo y de los demás y de inteligencia emocional.

En esto, somos los demás los que, con contadas excepciones, somos discapacitados. En amor al prójimo. En respeto y consideración. En solidaridad. En ilusiones compartidas. En mirada limpia y corazón abierto a dar más, mucho más de lo que se recibe. Dicen las familias con un niño con síndrome de Down, que todos los días tienen oportunidad de aprender algo de ellos y, a veces, mucho.

Nuestra sociedad presume de ser inclusiva y legisla sobre ello una y mil veces. Pero no valen las leyes, sirven las convicciones. Sirve asumir individualmente primero y colectivamente después que si compartimos muy poco menos del cien por cien de nuestro código genético con una mosca o cualquier otra criatura del mundo animal, sólo puede ser tildada de insignificante cualquier diferencia entre unos y otros humanos. 

Nos diferencia lo coyuntural, como la edad y con ello la experiencia. Nos diferencia lo casual, como el haber nacido fruto de una conjunción de genes de dos progenitores a los que el azar más que ninguna otra circunstancia unió en un deseo, en un instante y en un lugar. Nos diferencia lo anecdótico, el color de la piel, una latitud y una longitud en la que llegamos a la vida. Nos diferencia lo que nos hace complementarios, el sexo. Nos diferencian un montón de convenciones sociales y un puñado de circunstancias económicas.

Nos diferencian demasiadas cosas, como para que viéndonos distintos no nos esforcemos cada día por sentirnos más iguales.

domingo, 8 de marzo de 2015

Primarias de un voto

Intento no repetirme pero no tengo ninguna seguridad de conseguirlo. La realidad es muy tozuda y las costumbres se mantienen. Hace casi treinta y siete años que la Constitución estableció que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. 

Casi cuatro décadas después, el mundo y España han cambiado radicalmente. La economía, la ciencia, la tecnología de hoy en poco se parecen a las de 1978. La propia sociedad en su conjunto en nada se asemeja. La evolución ha sido constante y siempre siguiendo el mismo vector de dirección. La flecha del tiempo apunta hacia adelante y hacia arriba en un proceso de permanente aceleración en el que cada avance se retroalimenta de los avances previos. 

Hace 37 años no había internet, ni telefonía móvil, ni televisión vía satélite. El mundo era analógico, no digital; la velocidad lenta y los españoles mucho más cándidos de lo que ellos pensaban, con las huellas aún marcadas del paternalismo de la dictadura.

Los naturalistas descubrieron que la teoría de la evolución marca la misma dirección que los físicos descubrieron en las leyes de la termodinámica. Sólo los organismos adaptativos sobreviven al paso del tiempo. El resto, más tarde o más temprano pierden el paso en la carrera del tiempo y desaparecen. No es nada traumático, otros los sustituyen.

Claro que con el nivel intelectual medio que adorna a no pocos de nuestros grandes líderes y las miríadas de palmeros genuflexos de que sin duelo se rodean, lo normal es que a la evolución natural respondan con un “yo a lo mío” y las leyes de la termodinámica las interpreten castizamente como un “ande yo caliente…”

Los dos partidos que, por el momento, copan el 80% del electorado están en eso. El frío, afortunadamente, los amenaza. Sinceramente, me alegro. A estas alturas ya no veo fácil mi domesticación pese a las dificultades de permanecer asilvestrado en un pequeño pueblo de pueblos como es Zamora. El tiempo de sucumbir a esa tentación ya pasó sin que -para mi desgracia, dirán algunos- los cantos de sirena lograran atraparme en torno a la isla de los servilismos.

A estas alturas a muchos nos importan un bledo los Rajoys, Sánchezes, Herreras o Martínezes-Maíllos-Toribios que decretan que “unanimidad” significa “decisión de uno” y el “consenso” “consentimiento por muchos de los que unos pocos imponen por su santo interés”. La sociedad está por el cambio, aunque nada está conseguido.

El paradigma social está en ebullición y a la par que su transformación se produce, deberán evolucionar los partidos políticos y la forma de establecerse los liderazgos. Quienes mandan se resisten, se atrincheran, se alían incluso contra natura. Cesan a directores de periódicos, blindan posiciones económicas, echan a quienes ganan las primarias y promueven internamente la mendicidad, pero miran tanto hacia su ombligo que no ven que sus pies y manos se descomponen. Y tal vez no tan lentamente. 

domingo, 1 de marzo de 2015

El perro de los Baskerville

No hay vez que periodistas, opinadores y ciudadanos en general no comentemos tras la edición anual del Debate sobre el Estado de la Nación, que nuestros políticos se han vuelto a enfrascar en sus batallas olvidando los asuntos que de verdad preocupan a los ciudadanos. Basta revisar las páginas de los periódicos de estos últimos días para que volvamos a leer el mismo soniquete.

Como si los ciudadanos, que en este año pasado por urnas somos mucho más electores o votantes que ciudadanos, fuéramos ese ente abstracto y puro que realmente no somos pero que nos gusta, a veces, soñar que somos. 

Sin necesidad de admitir en la clasificación a Belén Esteban y los cuatro millones de espectadores que pegaron las pestañas a la pantalla para ver sus padecimientos en eso a lo que llaman “reality”, es claro y evidente que lo que de verdad preocupa a los ciudadanos no son las líneas profundas del debate político. Ni la lucha de las ideologías. Ni siquiera las lecciones de ética impostada que algunos tiznados tratan de impartir a otros que no lo están menos y viceversa. Cierto que si los ciudadanos hubieran querido análisis profundo, propuestas de peso o siquiera de discurso vibrante, se hubieran quedado con las ganas. Si por algo brillan más de año en año las alocuciones de nuestros más destacados representantes es por la ausencia de virtudes en la forma y de peso en el fondo.

Mejor comentar el vacío del hemiciclo a partir de finalizar el choque entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición parlamentaria. El exabrupto de Rajoy por la alusión a los billetes en cajas de puros del endeble Sánchez o el intento de éste de evadirse del armario lleno de cadáveres que aquél le recordó, con Chávez o Griñán. Mejor, la desfachatez de la inefable consentida Villalobos, quien en los minutos en que tenía que ejercitarse como tercera máxima autoridad del Estado al sustituir al presidente del Cogreso, nos mostró a los españoles el respeto que Parlamento y su mandante, la soberanía nacional, le merecen a ella y a otros como ella.

Conan Doyle escribió “El perro de los Baskerville” basándose en una antigua leyenda en la cual un hombre malvado y sospechoso del asesinato de su propia esposa, fallece. La misma noche de su entierro un fantasma con forma de perro aparece caminando y aullando por los alrededores de su tumba.

Sobre el debate y las intervenciones de Rajoy y Sánchez también sobrevoló un fantasma. El del fin de un bipartidismo de equilibrio democrático que, por la vía del desprecio a la democracia y el hastío ciudadano han asesinado los dirigentes de dos partidos de los que la mejor representación puede ser la bochornosa permanencia en su puesto de su señoría Villalobos -y señora de Arriola-. Si matan a la democracia cómo pretenden advertir del riesgo de que lleguen otros, ya con revolución, ya con regeneración.