Existen muchos escenarios en los que todo lo que no es
evolución, es involución. Son caminos en los que no existe
la foto fija. O el sentido de la marcha es hacia adelante o hacia atrás.
Y cuando esto ultimo ocurre durante demasiado tiempo, el cambio solo es posible
mediante la revolución. El de la política
es uno de esos escenarios y este 2015 en España puede
convertirse casi cinematográficamente en el año
que vivimos peligrosamente. Las revoluciones no tienen por qué ser cruentas para poder llevar ese
nombre, pero siempre son traumáticas.
Traumáticas suelen ser las razones que
llevan a su desencadenamiento. Traumático es su devenir y también
su desenlace para todos aquellos que se ven apartados de las posiciones de
predominio. Por ello es normal que quienes más temen al
advenimiento revolucionario opten por el enroque. Prietas las filas para
articular la resistencia escondidos bajo un caparazón que los
proteja. Al estilo de las antiguas legiones romanas perfectamente alineadas y
protegidas por los escudos por el frente, los flancos, la retaguardia y sobre
las cabezas.
Esa es la línea de defensa a la que el PP se están
confiando en estos tiempos convulsos. Retrasar hasta los límites
la designación de los candidatos. Continuidad máxima en los
nombres hasta el riesgo del aburrimiento. Perfiles grisáceos y poco campo
para las sorpresas, los mensajes novedosos, la incorporación
de nuevas caras o la apertura a nuevas ideas. Rajoy insistiendo en no designar
candidatos. Todos los suyos cerrando filas frente a cualquier tipo de apertura
democrática. El olvido de otras épocas en las que
lo más importante de las fechas preelectorales era encontrar en
los ámbitos de la sociedad civil, en el mundo académico,
profesional o empresarial aquellos candidatos que aportaran frescura, contacto
con la sociedad, apertura en suma. Tal vez pasa inadvertido, pero la ausencia
de nuevas incorporaciones es uno de los síntomas más
claros de la engomada de nuestros partidos, y con ella siempre vienen la
decadencia, la corrupción y la crisis. A veces la
descomposición por putrefacción.
Luego están los que, como el PSOE en estos
momentos, en lugar de optar por esa estrategia, tratan de ir poniéndose
en posición de lo que va a venírseles encima.
Claro que no lo hacen pensando en el bien común, ni siquiera en
el bien para sus siglas y todos los que bajo ellas se sienten representados. Lo
hacen en clave interna, en la línea de preservar la posición
de poder individual o de su grupúsculo o familia para seguir manejando
los restos de lo que quede tras el presumible naufragio. Sánchez
sabiéndose en peligro, si no ya sentenciado, decapitando a uno
de los barones con cuyo apoyo no cuenta. Díaz anticipando
unas elecciones innecesarias pero convenientes para su personal cálculo.
O los liderazgos artificiales, de laboratorio político de los
Tudanca o Plaza.