domingo, 25 de junio de 2017

Tierra, viento y fuego

En inglés “Earth, wind and fire” es el nombre del grupo cuya música, acompaña y da forma a la escritura de hoy sobre una escena terrible, grabada en mi mente, quizás para siempre (ese relativo siempre que es la vida). Fueron unos interminables minutos, hace unos cuantos años, regresando desde el Atlántico, cruzando el corazón de Portugal, hacia España cuando bien entrada la oscuridad, en una noche de verano, sin más luna que la que me protegía dentro de mi coche, ni más compañía que la música y el lento fluir del pensamiento, no vivieron mis ojos el sueño de Shakespeare, sino la pesadilla de Dante. 

De repente el sinuoso horizonte comenzó a clarear y enseguida los perfiles de lomas, colinas y montañas se dibujaron en toda la gama de rojos, naranjas y amarillos. Como si de las fauces de un terrible dragón se tratara, sentí cómo me adentraba en el infierno que, a un lado y otro de la protectora autopista, comenzó a llenarlo todo. Grandes lenguas de fuego titilaban a lo lejos o bailaban cerca y a la vista, soberbias y sobrenaturales, sobre miles de árboles sometidos a la definitiva tortura o sobre los restos de aquellos que ya habían doblado su rodilla y sucumbido al despiadado empuje de las llamas. 

Como lo harían, ocultas en el corazón de aquel averno, sobre toda criatura viviente que encontrase el fuego a su paso.  Polvo eres y en polvo te convertirás. Vida, materia, agua, todo reduciéndose a cenizas. Nunca como esa noche sentí el acre olor de la destrucción y la muerte ocupando átomo a átomo, tiempo y  espacio. Impregnando el aire, cubriendo el cielo, fulminando el oxígeno y transformándolo en el azufre con el que Belcebú perfuma el alma del malvado. En este código binario que rige el mundo, lo más bello puede engendrar lo más horrendo. El fuego como el mar contienen en su misma esencia la inabarcable belleza de lo inmutable y a cada segundo distinto. 

Se puede pasar un día entero contemplando las olas rompiendo contra el zócalo costero o las llamas envolviendo u tronco en la chimenea hasta que absorben su esencia y su materia. Cada llama, como cada ola, se extingue en sí misma, en tanto el tronco resiste, pero al fin del empuje éste fenece y es -repetida paradoja- en el triunfo absoluto donde el propio fuego encuentra su muerte.

Si la caja de Pandora fuera de cristal, la contemplación de los vientos que contiene sería, sin duda, espectacularmente bella, pero ya sabemos que si la caja se abre, la destrucción no tiene límite ni conoce frontera. En la semana de la noche de San Juan y de las hogueras que de antiguo la acompañan, hemos conocido el terror del fuego destructor de plantas, animales y vidas humanas en los ricos bosques portugueses. Lo hemos percibido como pira funeraria en un edificio en Londres, convertido en antorcha ritual. Lo hemos contemplado, en analogía lingüística, en la boca del arma que abre fuego para matar a quemarropa a un hombre en Venezuela. Lo hemos vuelto a sentir en manos de totalitarios atacando la capilla de una universidad. Tierra, viento y fuego

domingo, 11 de junio de 2017

Nostalgia del agua

Vimos el viernes en el Principal de Zamora, culminando la gira de teatros que se inauguró en febrero en el Latorre de Toro, “Nostalgia del Agua”, el último, por el momento, proyecto dirigido por el zamorano José María Esbec, quien sigue consolidándose golpe a golpe, obra a obra como uno de los valores más relevantes para la escena española de los próximos años.

Magnífica interpretación de los dos consagrados actores que dan vida a los personajes creados por Ernesto Caballero para introducirnos en una historia a la que hacen no menos tangible que onírica. Un texto que, jugando con la memoria de los personajes y el eterno baile entre presente y pasado, o por mejor decir entre el presente y los retales de recuerdos deformados que conforman en nuestra mente eso que llamamos pasado, va pulsando, como breves descargas eléctricas, en puntos concretos de las conexiones neuronales del espectador. Y un elemento esencial, la escenografía.

Esbec, con una abrumadora sencillez, que no simplicidad, en los elementos escénicos, vuelve a crear ese clima a la medida de la historia que demuestra un intenso trabajo previo de exégesis, de análisis casi de laboratorio para extraer el ADN imaginario de la creación intelectual que se representa. Tres sillas, dos metros cuadrados de pecera con unos centímetros de agua, un capazo, un morral de pescador, una botella y unas botas de goma nos trasladan la humedad del pantano, bruma que rellena la escena y amalgama la representación, quizás alegoría de la nebulosa en la que nos sumergen el tiempo, los sueños o el alcohol.

El resto, colección de instantes conectados unos con otros con la urdimbre con que los nudos en la cuerda dan cuerpo a la red del pescador. Juego de luz sobre la escena llevando a un punto o a otro el protagonismo y la mirada y juego de luz en forma de imágenes proyectadas en varias rupturas del tiempo y el espacio. El silencio de la incertidumbre. El agua que nos lleva, nos arrastra y nos libera. La vida y la muerte, lo real y lo recordado. Respirar o dejar de hacerlo. Todo pendiendo de un hilo en el que a veces mandamos y ante el que otras veces nada podemos hacer. Mudo tañido de campanas cubiertas por las aguas de un pantano. Vidas que se van. Recuerdos que se borran o afloran en la locuacidad del sueño. 

Lo contemporáneo y lo barroco están presentes en una obra que los ensambla bien. Diálogo que se trenza casi en un monólogo a dos voces. Ecos, tal vez, del monólogo de Segismundo en La Vida es Sueño”.

Si Valle Inclán nos expuso al caprichoso lenguaje de los espejos que deforman del callejón del Gato, Caballero y Esbec hacen de la superficie del agua ese espejo que  habla y enmudece, que separa y une los planos de la realidad y del tiempo: “Somos delante de este espejo sin tiempo, somos el mismo ese niño y yo”. ¿Quizás sea que solo somos sombra de la luz?

domingo, 4 de junio de 2017

Internet y medio rural

Serán galgos o podencos, tirios o troyanos. Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones. Solo nos faltaba que Junta de Castilla y León y Diputación perdieran el tiempo (no el suyo sino el nuestro, el de los ciudadanos de esta provincia) en discutir y discrepar sobre cuál de los procedimientos técnicos para hacer llegar Internet a nuestros pueblos es el más adecuado. 

No hay peores guerras que las civiles, ni enfrentamientos más peligrosos por sus efectos colaterales que los no declarados oficialmente sino que permanecen larvados pero latentes por protagonismos, filias y fobias personales y otras miserias de andar por casa. Esta es la situación que nos toca vivir por mucho, o precisamente por ello, que el gobierno autonómico y el provincial estén en manos y bajo mayoría absoluta de las mismas siglas. Viviremos más frentes en los dos años que restan de mandato político en sendos ámbitos y será la provincia en general la que padezca las consecuencias si no hay un ejercicio de lealtad, responsabilidad y altura de miras. 

La cuestión del Internet rural, con el que llevamos vergonzosamente a vueltas desde hace demasiados años no se debe a un problema técnico. Son varias las tecnologías que permiten el despliegue de la conectividad, todas ellas válidas no solo para que llegue la señal, sino para que llegue en condiciones de velocidad, ancho de banda y calidad de continuidad y seguridad equiparables a las de cualquier núcleo urbano. Nadie podrá decir que existe impedimento técnico insalvable para llegar a ninguno de los quinientos núcleos de población de la provincia de Zamora o a puntos diseminados de residencia.

No es impedimento técnico sino simple y llanamente decisión presupuestaria. Elección entre las prioridades que atender, y para esto, acercándonos al final de la segunda década del siglo XXI, tan importante como tener una carretera en condiciones decentes es tener resuelta la conectividad digital. No digamos de su importancia relativa frente a otros gastos ordinarios de las administraciones, centrados en áreas urbanas, a veces superfluos, a veces reiterativos, como el caro mantenimiento de un teatro donde ya existe otro que funciona ejemplarmente hace años.

Hoy Internet es la vía primordial -única a veces- para la recepción de servicios por el ciudadano rural en condiciones de igualdad, para la formación y comunicación de los más jóvenes, la cualificación profesional permanente de los trabajadores en cualquier actividad, la mejora de las explotaciones ganaderas y agrícolas, la apertura de nuevas posibilidades de comercialización de los productos del campo o producidos en las áreas rurales, la interacción con ciudadanos de otras zonas rurales en España o cualquier parte del mundo. 

En definitiva, Internet es la clave fundamental para ese término tan de moda, “la competitividad” rural, para revertir el cáncer de la despoblación, el envejecimiento y la muerte de unos pueblos que no es que sea necesario mantener sino imprescindible reinventar. Peléense por sus cargos internos pero no a costa del presente y futuro de la provincia. No hablamos de cientos de millones. Esto es lo más sangrante. Hablamos de una inversión irrelevante si atendemos al presupuesto manejado por cualquiera de las administraciones provincial, autonómica o estatal. Exijámoslo.