En lo literario y en lo
demás, las grandes transformaciones vienen con revoluciones más o menos
cruentas. Éstas surgen por que el humus sobre el que arraigan las ideas, los
principios, los hábitos y las costumbres de un tiempo va cambiando hasta
alcanzar el momento en que permite generar el evento extraordinario,
catalizador, transformador y, en cierto sentido, salvífico al que más tarde se
llamará revolución. Ahí muere el antiguo régimen y nace el nuevo.
En la España política y
social transitamos ya inmersos en los meses clave en los que empezará el Siglo
XXI. Si la historia nos ha enseñado algo, es que no son los números los que dan
inicio y término a los siglos, sino ciertas concatenaciones de acontecimientos
no previsibles ni sometidos al calendario.
Decía Cortázar, hablando
–no únicamente- de literatura, que “la realidad cotidiana en que creemos vivir
es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela,
como la poesía, el amor y la acción, deben proponerse penetrar en esa realidad.
Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y
vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven”. En este
extraño verano del 14 percibo en la atmósfera ese olor a ozono que precede a la
tormenta. Ese aroma de tierra mojada, minutos antes de que se desprenda la
primera gota del cielo.
A la pata coja, en el
juego de la rayuela, los niños tratan de alcanzar el cielo sin perder el
equilibrio. A la pata coja, con los ojos de unos medio vendados y los de otros
con mirada afilada, España avanza convulsa por los tiempos de la nueva
revolución.
“¿Cómo escribir una novela
cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, «partir à neuf»,
desde cero? Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las
herramientas con las que he escrito mis cuentos ya no me sirven para esto que
quisiera hacer antes de morirme“. Veo en la frase de Cortázar, procedente de
otra de sus cartas, una analogía, que hoy aún sólo se atisba, con la situación
de nuestra vida democrática tan amenazada tanto por los que la mantienen
anquilosada y cautiva como por los más emergentes de quienes quieren
deconstruirla.
Cuenta Vargas Llosa que
antes de irse de Argentina Julio tenía migrañas y fue a un médico que, tras
examinarlo, le dijo que lo que
tenía no era una enfermedad, sino un estado de opinión. Tal vez todo sea
eso. Tal vez no.