lunes, 21 de marzo de 2016

Idomeni

Son ya demasiadas las ocasiones en que Europa, la gran Europa como algunos gustan de llamarla, no ha sabido a estar a la altura de las circunstancias, de la historia y de la evolución humana que atesora a sus espaldas. Tras siglos de evolución jalonada por no pocos episodios de barbarie, el viejo continente ha viajado desde la época pre-civilización hasta nuestros días.

Sólo las hambrunas y guerras africanas o los genocidios asiáticos pueden compararse con la sublimación del mal en el hombre es lobo para el hombre con que Europa ha avergonzado al mundo, sin ir más lejos durante el siglo XX. Del nazismo al comunismo, de los campos de concentración al “gulag”; las ocasiones en que la cuna de la civilización ha mostrado la peor y más incomprensible de sus caras, han sido muchas.

De todas ellas, inhumanas y absurdas, las más recientes las originadas en el área de los Balcanes. Serbia, Croacia, Montenegro, Kosovo… son en el recuerdo y en la historia mucho más que meras ubicaciones geográficas. Son la representación del fracaso europeo en los últimos estertores del pasado siglo, magnífico por el avance del mundo pero dantesco por la guerra y la destrucción. Magnífico por el reconocimiento y consolidación de los derechos humanos y civiles y oprobioso por la intensidad de la violación de los mismos. 

Es muy cerca de allí, en la actual frontera que separa a la Macedonia de Aristóteles, Alejandro Magno y Tolomeo de la Grecia de Homero, Platón y Fidias donde se hacinan en condiciones infrahumanas miles de refugiados, muchos de ellos niños, familias enteras de sirios, iraquíes, afganos y de otro buen número de nacionalidades. 

Allí y ahora no parece lo más importante determinar si el éxodo masivo surgió espontáneamente ante la llegada de la guerra y la barbarie del ISIS o si, en todo o en parte, fue motivado por acciones organizadas. No es lo determinante valorar si entre todos los que llegan al pequeño enclave de Idomeni algunos sean simplemente terroristas camino del corazón de Europa. No lo es como primera medida cuestionarse por qué los inmigrantes deben ser acogidos en Europa mientras los más cercanos países árabes les cierran sus puertas.

Lo más importante es que la ofensa a la dignidad humana que suponen el hacinamiento, el barro, las enfermedades y los abusos cesen. “A todos nos ofenden estas imágenes… La situación es trágica y es un insulto a los valores de un mundo civilizado", afirmaba recientemente un alto dirigente de la Unión Europea, pero ésta sigue sin dar con la respuesta que solucione el problema. Tampoco dio con las que contestaran a las preguntas que hace unas semanas suscitó la foto del pequeño Aylan Kurdi, cuerpo sin vida arrastrado por las olas contra la arena de una playa turca.

No basta con que Europa esté muchos siglos por delante en el proceso de civilización. También tenemos que demostrarlo y no lo estamos haciendo.

domingo, 13 de marzo de 2016

A partir de ahora

El problema mayor de la corrupción no es que exista, sino cómo se reacciona ante ella en cualquiera de los ámbitos en los que aparece. Y no esquivemos la culpa, aparece en todos los sitios en los que hay actuación humana más o menos intensa. Podemos decir, sin ningún temor a exagerar que la corrupción como la virtud, son innatas a la condición humana. La cara y la cruz de la misma moneda, el yin y el yang, anverso y reverso de la propia existencia colectiva.

Se habla de la política porque es donde se ha puesto de moda hablar de ella. Al igual que no se hablaba cuando lo que se llevaba era no contarlo. No creo, sinceramente, que porque haya más ahora que en otras épocas, sino porque ahora va a favor de corriente lo que antes iba contra corriente: la denuncia de los comportamientos indebidos en política con resultado económico directo. 

Pero igual que en este campo, hablemos en el deporte con el dóping o la manipulación de resultados  ahora que abundan las páginas de apuestas por Internet. Hablemos del periodismo, donde hay febriles defensores de ciertos intereses, políticos, sociales, empresariales, que actúan movidos por la irrenunciable convicción que dan los fondos de reptiles de los que ya hablara Valle Inclán, los sobres, las influencias o los presupuestos publicitarios. Hablemos de la televisión, con programas que hacen caja hinchando falacias o reiterando aconteceres que ninguna fama o trascendencia tendrían sino porque creado el monstruo, luego sirve para dar de comer a sus creadores. Hablemos de organizaciones sindicales o empresariales

Casos de actuaciones irregulares podemos conocer en una gran empresa y en una pequeña cofradía. En una comunidad de vecinos y en la Iglesia, la más antigua y grande de las instituciones humanas. En una peña quinielística y en una comunidad de herederos. Al igual, conocemos y conoceremos casos que afectan a militantes del PP y  del PSOE; de Podemos y de Ciudadanos, de Izquierda Unida, de los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos…

En todos ellos hemos conocido a militantes que han incurrido en esos comportamientos. Por ello, como nadie puede decir “no me ocurre” o “no me ocurrirá”, lo importante es que los comportamientos sean individuales y no institucionalmente estructurados. Que sean esporádicos y no la norma de funcionamiento. Y lo no menos importante, que se persigan y generen consecuencias en primer lugar dentro de la propia casa donde se producen.

España parece desbordada por tantos truculentos acontecimientos, pero nada es irreversible, ni hay problemas sin solución, ni esto es exclusivo de España. Debemos darle la vuelta a ciertas estructuras, hábitos y costumbres. Transparencia y democracia son las palabras clave y las fuerzas políticas las más obligadas a fijar las correcciones. En su tejado está la pelota y, también ahora, en la capacidad de negociación y pacto. El pasado lo conocemos. El futuro está por escribir.


domingo, 6 de marzo de 2016

El juego de la política

John Nash, a quien muchos recordarán por haberse hecho famoso, fuera de los ámbitos académicos o profesionales, por la película “Una mente maravillosa”, ha pasado a la historia por definir el conocido como "Equilibrio de Nash" o "equilibrio medio” en la Teoría de los Juegos, el área de la matemática que a partir del uso de modelos estudia las tomas de decisiones y las interacciones entre las diferentes partes que conforman un determinado escenario social.

A nadie se le escapa, o se le debería escapar, que el escenario político actual no es el que ha sido durante los casi cuarenta años que lleva recorridos nuestra democracia parlamentaria. Son las mismas las leyes que lo regulan, pero no pueden ser las mismas las normas no escritas del juego político.

Hasta ahora siempre hubo una fuerza política claramente mayoritaria, UCD, PSOE, PP, y una segunda que se planteaba como alternativa clara. Solo a mucha distancia existían otros grupos que unas veces ejercieron de meras comparsas y otras fueron determinantes por la coyuntura y eso que ahora han dado en llamar “las sumas”, no por su alto número de escaños y no siempre con resultados satisfactorios para el bien del conjunto de los españoles.

Tras el 20-D el panorama cambió radicalmente. Ya nos son uno o dos los artistas en danza. Ahora son cuatro las fuerzas principales y unas cuantas más las secundarias del puzzle parlamentario instalado en la Carrera de San Jerónimo. Ello obliga a una mayor cintura y flexibilidad. A un mayor ejercicio de estrategia, pues cada paso que da cada una de las partes afectará al resto de interlocutores y a los pasos que éstos habrán de dar en su caso.

Volviendo a la teoría de juegos, hay juegos de suma cero y juegos cooperativos. En los primeros yo gano estrictamente lo que tu pierdes y viceversa. El ajedrez es un buen ejemplo, o la negociación de una compraventa, en la que lo que pague de menos el vendedor es exactamente lo que deja de recibir el comprador. Hasta ahora, si el PP gobernaba, el PSOE iba a la oposición. En el segundo tipo, “win-win” (ganar-ganar), dos partes cooperan para obtener un resultado que en conjunto beneficie a ambas. Es la capacidad de formar alianzas la que otorga la ventaja competitiva a unos o a otros y esto es precisamente lo que define nuestra actual escena política.

Los españoles hemos votado a nuestros representantes, no elegido presidente. Ahora son ellos los que tienen que discernir quiénes suman más votos sí, que votos no. No debemos extrañarnos de las múltiples caras que en función de los días nos muestran y se muestran entre ellos los negociadores. Máxime en un juego que no sólo puede tener como conclusión la conformación de un gobierno sino en el que cabe la alternativa de volver a las urnas. No hay mandato prefijado. Sólo escenario.