El poder tiende a protegerse frente a aquellos que pueden arrebatarle la situación de preeminencia. Los aspirantes a poderosos deben someterse a una sobreexposición a la sociedad y a los medios de comunicación. Quizás sea por ello que cuando el poder ya está en las manos del político, y más cuanto más alto es el grado de poder que se atesora, surge la necesidad de protegerse, apartarse de esa sobreexposición y generar barreras de defensa y aislamiento para tratar de mantener el estatus alcanzado y minimizar los efectos de la erosión que el ejercicio del poder, el tiempo y la gestión diaria generan indefectiblemente.
A partir de ese momento ya va en la personalidad de cada uno y de las personas claves de su equipo la que va a determinar la cercanía o el alejamiento de la sociedad y, con ello, la capacidad de valoración de la opinión de los ciudadanos en cada momento o ante cada situación. Siempre va a existir ese confinamiento en la que se define como la torre de marfil, pero no siempre será el mismo.
Los últimos años en España han venido marcados por una exacerbación del blindaje del político frente a la sociedad. Es precisamente en los años en los que se han generalizado los medios alternativos de comunicación a la relación cara a cara político-ciudadano, tales como la televisión, Internet y las redes sociales y cuando más se trata de escenificar una cercanía que realmente no existe, cuando más alejados parecen estar los pensamientos y objetivos de unos y de otros.
Los partidos mayoritarios siguen anclados en las mismas formas internamente poco democráticas y buscando hacia fuera más la transmisión de imagen que de contenido verdaderamente transformador o regeneracionista, en un momento en que eso y no otra cosa, es lo que una sociedad más informada, más madura y a la vez más enfadada les está exigiendo.
Los partidos minoritarios o emergentes aún no han dado muestras tampoco de tener claro qué es lo que han de hacer al respecto. Al final, unos y otros son en buena medida esclavos de liderazgos personales que se agotan en sí mismos y en su afán de protagonismo y conservación.
En los dos partidos mayoritarios la primera línea en cada ámbito territorial sigue pensando que nada ha cambiado, la segunda línea reza para que así sea, desde la tercera línea están poco menos que aterrorizados con la que se les viene encima. Saben bien que si las cuotas de poder se reducen, como previsiblemente va a ocurrir, casi a la mitad, los que van a sufrir las consecuencias van a ser ellos. Al fin y al cabo la primera línea seguirá teniendo acomodo, sueldos y tal vez sobresueldos y seguirá necesitando del auxilio de la segunda línea.
Pero las cosas han cambiado. Pronto ya no podrán decir que no pasa nada. Se aproximan tiempos de lamentos y orfandad. El marfil deslumbra pero no defiende.