domingo, 26 de abril de 2015

La torre de marfil

El poder tiende a protegerse frente a aquellos que pueden arrebatarle la situación de preeminencia. Los aspirantes a poderosos deben someterse a una sobreexposición a la sociedad y a los medios de comunicación. Quizás sea por ello que cuando el poder ya está en las manos del político, y más cuanto más alto es el grado de poder que se atesora, surge la necesidad de protegerse, apartarse de esa sobreexposición y generar barreras de defensa y aislamiento para tratar de mantener el estatus alcanzado y minimizar los efectos de la erosión que el ejercicio del poder, el tiempo y la gestión diaria generan indefectiblemente.

A partir de ese momento ya va en la personalidad de cada uno y de las personas claves de su equipo la que va a determinar la cercanía o el alejamiento de la sociedad y, con ello, la capacidad de valoración de la opinión de los ciudadanos en cada momento o ante cada situación. Siempre va a existir ese confinamiento en la que se define como la torre de marfil, pero no siempre será el mismo.

Los últimos años en España han venido marcados por una exacerbación del blindaje del político frente a la sociedad. Es precisamente en los años en los que se han generalizado los medios alternativos de comunicación a la relación cara a cara político-ciudadano, tales como la televisión, Internet y las redes sociales y cuando más se trata de escenificar una cercanía que realmente no existe, cuando más alejados parecen estar los pensamientos y objetivos de unos y de otros.

Los partidos mayoritarios siguen anclados en las mismas formas internamente poco democráticas y buscando hacia fuera más la transmisión de imagen que de contenido verdaderamente transformador o regeneracionista, en un momento en que eso y no otra cosa, es lo que una sociedad más informada, más madura y a la vez más enfadada les está exigiendo.

Los partidos minoritarios o emergentes aún no han dado muestras tampoco de tener claro qué es lo que han de hacer al respecto. Al final, unos y otros son en buena medida esclavos de liderazgos personales que se agotan en sí mismos y en su afán de protagonismo y conservación.

En los dos partidos mayoritarios la primera línea en cada ámbito territorial sigue pensando que nada ha cambiado, la segunda línea reza para que así sea, desde la tercera línea están poco menos que aterrorizados con la que se les viene encima. Saben bien que si las cuotas de poder se reducen, como previsiblemente va a ocurrir, casi a la mitad, los que van a sufrir las consecuencias van a ser ellos. Al fin y al cabo la primera línea seguirá teniendo acomodo, sueldos y tal vez sobresueldos y seguirá necesitando del auxilio de la segunda línea.

Pero las cosas han cambiado. Pronto ya no podrán decir que no pasa nada. Se aproximan tiempos de lamentos y orfandad. El marfil deslumbra pero no defiende.

domingo, 19 de abril de 2015

Rodrigo Rato

Rodrigo Rato ha sido el mejor ministro de Economía del mejor gobierno de España de los últimos muchos años. Con él en su ministerio, conformado más por Aznar que por él mismo, un gran equipo de colaboradores, entre ellos los hoy ministros De Guindos y Montoro, no siendo este último, precisamente, el más brillante.

En esta democracia tan poco democrática a veces, Rato hubiera sido el sucesor de Aznar si los afiliados del PP hubieran podido elegir, pero el dedo designante señaló a Rajoy. Hoy las danzas se tornan lanzas. Tras su paso por el FMI y Bankia, engendro que crea el gobierno con la fusión de varias cajas fallidas y con graves problemas de gestión a manos de los políticos de turno, una nebulosa de acusaciones sobre sus actuaciones privadas acosa al ex-vicepresidente.

Un día antes del folclórico espectáculo del jueves, conocimos cómo  algunos de los pasajeros con los que compartió un vuelo lo insultaban. En España somos así, los mismos que lo insultan cuando lo ven árbol caído, hubieran babeado ante él hace no demasiado tiempo. 

La justicia debe actuar y ser implacable con él, como debería serlo con cualquier otro ciudadano, si ha incurrido en alguno de los ilícitos de los que se habla, pero eso, al margen de la “cutrez” de la actuación en torno a las tarjetas “black”, está todo por demostrarse, así que no estaría demás esperar un poco a ver qué hay de todo ello… o qué no hay. En eso consiste el Estado de Derecho. 

Exactamente igual, en el caso del consejo de Caja España con la imputación entre otros de Martínez Maíllo, considero que no hay causa para que éste se aparte de las listas electorales. No por que todos votaran lo mismo como se ha dicho, circunstancia que no exime de responsabilidad a cada uno de los integrantes del órgano en cuestión si toman una decisión ilegal, sino porque una cosa es tener que declarar como imputado y otra que eso vaya a suponer ser finalmente juzgado y menos aún, condenado.

De momento lo que sabemos es que al domicilio de Rato las cámaras de televisión llegaron antes que los agentes aduaneros. Que fueron éstos y no la Inspección de Hacienda los actuantes. Que la Fiscalía Anticorrupción consideró que era prematura una actuación como la del jueves por no haber aún indicios suficientes de delito. Que alguien decide puentearla, acudir a la fiscalía ordinaria de Madrid y, con un juez provisional, mientras en tiempo real el Gobierno pronunciaba en las Cortes palabras ensayadas, montar un reality televisivo en el que sólo faltó el jurado del “león come gamba”. 


Todo ello, estilo PSOE con Lola Flores, en los días en que comienza la campaña del IRPF. Mientras los Pujol siguen campantes y Chaves, Griñán y Zarrías pasean insolentes el fantasma de novecientos millones de euros públicos, la mano de un policía empujaba la cabeza de un Rato detenido…por un rato.

domingo, 5 de abril de 2015

Diez días de Zamora

Zamora sólo tiene dos caras, una la muestra durante una semana. La otra, el resto del año. De esta segunda hay muchos momentos para escribir sobre lo bueno y malo que atesora y, fundamentalmente sobre lo “regular”, que es lo que más abunda, nos representa y caracteriza. 

Porque, no disimulemos, Zamora y los zamoranos que aquí seguimos, no nos caracterizamos precisamente por una exultante brillantez o por grandes desvelos en persecución de la excelencia. Somos, por así decirlo y confiando en que nadie se me moleste demasiado, de una relajada mediocridad conformista, perfumados con aroma de resignación y levemente atusados con unas pinceladas de vanidad derivada de un esplendor que, en realidad, como recordó Ricardo Flecha en su magnífico pregón de Semana Santa, Zamora nunca tuvo.

Pero no es esa la Zamora que vemos, vivimos y mostramos durante la única semana de diez días que  luce en nuestro calendario. Ya lo escribí en alguna otra ocasión, sólo he visto a Zamora brillar henchida de orgullo durante las dos ediciones acogidas de la Europeade y cada año por Semana Santa. Este año se lo he oído pregonar a Flecha en Zamora y a Cuesta en Vigo. Otros lo han hecho en otros puntos para aquellos que un día se fueron a otras tierras. Zamora no es Zamora en Semana Santa, o quizás sí, esa sea Zamora y lo del resto del año sólo una consecuencia de la pereza y otros pecados capitales de los zamoranos.

Durante diez días las casas se abren y las mentes se expanden. La mirada al frente se sacude el polvo que no deja ver más allá de las propias narices y la carcoma que nos debilita durante el resto del año sucumbe bajo el barniz de una ciudad nueva. Un alma nueva. Es verdad que toda la atención se concentra en un solo objetivo pero, a diferencia de lo que ocurre durante el resto del año, no para teorizar y erigir en el aire castillos construidos con las volutas del humo de nuestra indolencia colectiva, sino para ejecutar la gran obra escénica de los zamoranos. La representación de la Semana Santa. Entonces sí. Entonces Zamora es grande y abierta y fresca y radiante y moderna. 

Ojalá me equivoque cuando creo, más por información que por presentimiento, que es muy improbable el reconocimiento como patrimonio de la humanidad para la Semana Santa. Ni la orientación de la UNESCO que es quien otorga tal distinción, ni la geopolítica juegan a favor. Ello no ha de ser óbice para que busquemos mejorarla y en conjunto con el Románico y la riqueza natural de la provincia aprovecharla para atraer y cautivar turismo.


En cualquier caso, lo más importante son las lecciones que nos faltan aún por extraer de la brillantez de estos días y aplicarlas, hacia adentro, al día a día de una ciudad y provincia que languidecen. La apertura de miras es lo más complicado, pero no perdamos la fe.