domingo, 10 de octubre de 2021

Monte la Reina, compromiso y estrategia

En contra de lo que piensan quienes gobiernan en el ayuntamiento de Zamora -por interés electoral y prejuicios de trasnochada ideología comunista-, la llegada de dos destacamentos militares a Monte la Reina sería la mejor noticia para la provincia de Zamora. La promesa, oportunamente formulada hace más de dos años y medio por el presidente Sánchez en campaña electoral, no ha avanzado ni medio centímetro en la ejecución por parte de su gobierno. Quizás esperan, inoportunamente teniendo en cuenta la urgencia para Zamora, a la próxima campaña para prometer acelerar los pasos si el PSOE vuelve a gobernar y no hay otras prioridades territoriales.


Retraso y, al menos en apariencia, indolencia para un proyecto que, salvo las reiteradas reticencias de Izquierda Unida, cuenta con respaldo social unánime, la implicación expresa y plena de Caja Rural para su financiación a coste cero y con aportación directa y, aunque más timorata, de Diputación y Junta de Castilla y León, que también han comprometido esfuerzo financiero en una actuación que, legítimamente, correspondería ser financiada íntegramente por las arcas del gobierno de la nación. Un proyecto que supone una inyección de población con entre mil y dos mil familias que rejuvenecerán nuestra pirámide poblacional, con una renta media superior a la actual zamorana y con mayores niveles de gasto personal y familiar.


Mientras tanto, esperando el cumplimiento del compromiso, seguimos cayendo velozmente por la pendiente de la despoblación que afecta al conjunto de la provincia desde hace décadas y a la capital desde 2008 -no es superfluo recordar que hasta ese año la ciudad de Zamora ganó población año tras año y desde entonces no ha dejado de perderla-. Mientras tanto, vivimos inmersos en una acelerada y catastrófica carencia de proyectos transformadores, de inversión y desarrollo. Mientras tanto, la acción política en defensa de lo zamorano se ha trasladado por los grandes partidos a ver cuál es el que más rápido consigue ubicar a sus líderes provinciales a cientos de kilómetros de los problemas que nos desecan, agobian y agotan. 


En lo económico lo peor de la demora ya lo estamos sufriendo. En lo social y lo político viene ahora, cuando el ambiente preelectoral tiende a distorsionarlo todo en una carrera por el aprovechamiento en las urnas. Tal vez, cuando hoy domingo se publique esta columna, ya sabremos qué fuegos de artificio presupuestario nos anuncian los socialistas zamoranos para el próximo año sin que ello nos asegure el verdadero compromiso de ejecución. También sabemos ya cómo, acompañados por el alcalde de Toro, presidente y vicepresidente de la Diputación, en explosión de fervor patriótico de sobremesa, sobre la marcha y de manera imprevista, desde las puertas del Ministerio de Defensa y sin solicitar reunión, parece que nos han convocado -no lo tengo claro, pero si es así por supuesto que estaré por Monte la Reina y por Zamora- a manifestarnos el próximo viernes. La mala noticia ante un asunto de tan radical trascendencia para nuestra provincia es que lo que más destacado sea la debilidad del compromiso y la estrategia institucional y política. A tiempo estamos, no obstante, de enmendarlo.


domingo, 3 de octubre de 2021

¿Pedir perdón?

En cierta ocasión, hará unos seis o siete años, en una comida de trabajo en Bogotá, ya en el momento de hablar de asuntos no profesionales, uno de los participantes, de nombre José Omar, me lanzó en un dardo, menos amable que envenenado, la diatriba ahora tan común del indigenismo. El mal que “ustedes los españoles” habíamos causado a su continente con el descubrimiento, conquista y colonización. El exterminio de la población indígena por la codicia de los españoles, las enfermedades que les llevamos allí y para las que sus cuerpos no tenían defensas. Cómo habíamos esquilmado sus recursos minerales y los habíamos empobrecido y, en definitiva, sin atreverse a decirlo, dando a entender que cómo habíamos convertido el paraíso precolombino en un continente de miseria.

Pese a la incomodidad del resto de quienes compartían mesa y mantel, todos ellos colombianos del mundo de la empresa y la economía, esperé paciente a que terminara su argumentación contra los demoníacos españoles del siglo dieciséis. Cuando concluyó, en tono de broma, le contesté que antes de ir a Colombia por primera vez me había molestado en revisar mi árbol genealógico, remontándome hasta los tiempos de la llegada a América de Colón y no había encontrado ningún antepasado mío que hubiera salido del territorio patrio por lo que yo era el primero en ir, obviamente lo contrario de lo que ocurría en su caso dado que había nacido allí, con apellidos indudablemente españoles. Para su sorpresa, añadí que de tener que disculparse alguien por los excesos o crímenes cometidos con los indígenas y con la memoria de los pueblos precolombinos, era él como colombiano, descendiente de los criollos que se separaron de España y no yo como español.

José Omar no es alguien sin formación. Ejerce como profesor universitario y participa en política y movimientos sociales. Pero cayó en el tópico tan manido de la leyenda negra que los anglosajones han extendido sobre lo español y que tan absurdamente  y sin apenas discusión hemos interiorizado los propios españoles. 

Ahora que se derriban las estatuas de Colón o se injuria a Isabel la Católica mientras se sigue admirando la figura de los que en el norte protagonizaron la conquista del Oeste. Que el presidente mexicano, olvidándose de dónde proviene él y del resto de tribus que ayudaron a Cortés en la liberación de México, de la opresión de los genocidas aztecas se empeña en que desde Europa nos arrodillemos para pedirle perdón. Que hasta el Papa se olvida de que a diferencia de los sajones, los católicos españoles llevaron a América la civilización, la religión, las primeras muestras del derecho internacional o “ius gentium”, el mestizaje y la defensa del indígena como titular de derechos humanos. Ahora precisamente es cuando debemos recordar que los españoles de los que ellos son descendientes y de los que nosotros debemos estar orgullosos, construían universidades abiertas a todos, daban la consideración de iguales a los nativos de aquellas tierras y permitían el matrimonio entre razas, cosas tan sencillas pero a las que en otras latitudes tardaron aún siglos en llegar.