domingo, 28 de abril de 2019

Preocuparse y ocuparse

Mientras escribo reflexiono. Me preocupa España. Sin dramatismos ni posiciones maximalistas, sin pensar que todas las fichas se juegan como en un casino al negro o al rojo Ni toda la luz en un lado ni toda la sombra en el otro. Reflexiono sobre la base de las ideas, los programas, los liderazgos y la amistad. Reflexiono porque de las decisiones de hoy dependen los pasos del mañana. Reflexiono, en última instancia, porque la madurez que en nosotros va depositando el transcurso de la vida y lo que paso a paso nos va dando y sobre todo arrebatando, hace que para algunas cosas nuestra piel sea coraza a prueba de lanzas y para otras las sensaciones nos escuezan en carne viva sin dermis que la proteja.

Eso fue ayer, hoy votaré, ejerceré el derecho a tomar mi cuota parte de decisión sobre el anhelo y los deseos que tengo para la España que aún me reste por vivir y la que quiero ayudar a dejar a mis hijas. Con más escepticismo que ilusión probablemente pero votaré, no renuncio al derecho a acertar o equivocarme, a la obligación que íntimamente siento de implicarme porque me preocupan España y los españoles.

Mientras reflexiono y voto con responsabilidad por la España que me preocupa, también y sobre todo, me preocupa Zamora tan golpeada por el puño del tiempo, de ciertas acciones políticas, del olvido de aquellos que han tenido y tienen en sus manos el poder para decidir que las cosas sean un poco mejores o un poco peores. Me preocupa que recuerden los datos que nos dicen, esta semana una vez más, que en Zamora el paro solo baja porque la pérdida de población activa (siendo ya la provincia de España con menor tasa de población activa) es aún superior a los empleos que se pierden.

Los datos que pertinazmente nos señalan que desde 2008 la caída de la población se acentúa en la capital y desde muchos años antes desangra nuestra provincia. Los que pueblan, escalofriantes, estadísticas oficiales: El triple de nuestra población provincial supera los 65 años frente a los menores de 15 años. Nueve de cada diez jóvenes menores de 30 años viven o dependen económicamente de sus padres. Solo cuatro nacimientos por cada diez fallecimientos. Envejecimiento. No hay empresas, no se genera empleo para que nuestros jóvenes se queden o nuestros exiliados laborales puedan volver.

Es muy importante que España tenga un futuro de estabilidad, avance económico y social, de concordia y puntos de encuentro, pero a la vez es vital -y no hay mejor palabra para definirlo- que Zamora se reenganche al presente. De ello deberían preocuparse aquellos a los que hoy elegiremos para España. De ello debemos ocuparnos plenamente los zamoranos cada día, en cada acción y en cada cita ante las urnas. En ello nos va el futuro de nuestra tierra y de nuestra gente. El futuro y el presente de Zamora.

domingo, 21 de abril de 2019

Los que quedamos

Para los que quedamos aquí después de que en la tarde del Domingo de Resurrección las aguas terminen de volver a su cauce y las riadas de visitantes a sus lugares de origen, el lunes será mucho más que “el día después”. Mañana el día será el Pepito Grillo que como cada año nos recuerda que no estamos haciendo bien las cosas, o no nos las están haciendo, cuando resulta que son tantos de los nuestros los que se van y muy pocos los que quedamos al ruido del Duero.

Pepito Grillo golpeará desde dentro en nuestras sienes recordando a padres que sus hijos, a abuelos que sus nietos, vinieron en fugaz visita, probablemente llena de algarabía. Si son jóvenes con mayor alegría que cuando llegan otras fechas, incluidas las Navidades. La Semana Santa de Zamora hace que bajo nuestra epidermis sobria, austera y habitualmente tranquila entren en ebullición pequeñas burbujas saltarinas que activan los recuerdos y nos transportan cada año a otros años ya pasados en los que una emoción, un descubrimiento a la vida, una amistad, un amor incipiente o una pasión exaltada, un encontrar o un perder, nos permiten reconocernos en nuestra existencia.

Como ninguna otra indicación en el calendario zamorano, los días de Pascua trenzan la columna vertebral, el hilo conductor sobre el que se enhebra nuestra frágil memoria. Ver pasar a un Cristo, una Virgen, escuchar el son de una corneta, el batir de un tambor, “Thalberg” o “Mater Mea” y recordar la mano de un padre, la lágrima de una madre, el cálido contacto de la mejilla amada, el abrazo intenso de la vida con aroma de “Nenuco” entre olor a incienso y garrapiñadas son para muchos -para casi todos- de nosotros el cordón umbilical que nos ata a nuestra tierra ancestral.

Mañana Pepito Grillo nos dirá con dedo acusador: “Ecce Homo”, eres solo el hombre al que la vida lleva según su capricho por el cauce, ahora ancho, ahora estrecho de su río, arroyo, torrente… También nos dirá “eres solo Zamora” a la que la diáspora y el exilio condenan a la permanente envidia de otros tiempos, a la añoranza de su tierra por aquellos que han tenido que irse fuera como nos proclama el laberinto de historias, tan íntimas como universales, colgado de la marquesina de La Marina por Víctor Hernández “Kolorez”. Historias que penden de un hilo como el que gracias a Ariadna salvó a Teseo y le permitió dar muerte al monstruo minotauro.

Fotos e historias que bailan según el viento que las desplaza, une y separa, hace golpear  entre sí y entrelaza mientras las observamos entre expectantes, curiosos y divertidos. Con los pies en el suelo, pegados a nuestra tierra, los que quedamos veremos esta tarde el retorno de la diáspora y la vuelta del silencio. El alejarse del bullicio mientras cae, de nuevo, la losa de la quietud sobre Pepito Grillo y los que quedamos.

domingo, 14 de abril de 2019

Hijos de la diáspora

Recuerdos, recuerdos, recuerdos… Comenzó la Semana de Zamora, la Semana de los zamoranos. La Semana del orgullo de ser de esta pequeña, arrinconada, ciudad que si nominalmente Santa es durante una Semana, resignada, ella y su provincia, lo son todo el año. Con ella llega en cada calendario la llamada a los hijos de la diáspora. El retornar temporal del exiliado a la tierra infecunda que un día lo vio marchar, como lo volverá a ver partir al finalizar la Pasión.

Llegan a la vez que ellos el olor de las garrapiñadas, de la cera en las velas y del alcanfor en las túnicas. El aroma a cuarto cerrado en dependencias de las casas que un día rebosaron vida y hoy permanecen vacías y silentes. Que otrora fueron hogar y hoy almacén, depósito, arcón. Llegan los visitantes -aun siendo dueños- a batir palmas rompiendo el sonido del silencio que nos llena por costumbre.

Ruidos, ajetreos, llantos y risas de niños y jóvenes. De hijos y nietos que caen en tropel, con más fuerza ahora que en Navidad. Llegan los novios y novias foráneos, yernos y nueras que descubren, no sin sorpresa con frecuencia, que la fe mueve montañas y no solo la fe religiosa sino la fe vital que nos apega a la tierra con la que nuestra piel tomó contacto por primera vez. Y ven y viven esa fuerza interior que al zamorano emigrado le ruge por dentro cuando se acercan estas fechas.

Semana Santa en el corazón. Zamora en el corazón. Pasado, presente y futuro en el corazón de los que aquí estamos todo el año, con mayor o menor frecuencia de escapadas a por ese otro oxígeno que no se encuentra en el aire puro sino en la actividad y el movimiento. Y sobre todo en aquellos que están fuera pero, por eso mismo, la sienten más cercana, más dentro de sí, más carnal. Esa Zamora que les hiere por dentro cuando la piensan desde lejos en el espacio y a la que muchos desean volver aun sabiéndola lejos en el tiempo.

No, Zamora no es solo Semana Santa, ni hay una sola Semana Santa en Zamora. Como definiera tan maravillosamente el gran Claudio Rodríguez todos llevamos una ciudad dentro. Todos los zamoranos además llevamos una Semana Santa dentro, cada uno la nuestra, para odiarla o amarla, para ensalzarla o denostarla, para lucirla o huirla pero siempre, indefectiblemente para sentirla nuestra. 

Torciendo el verso de la trova de Milanés, el zamorano que está fuera, el que en algún tiempo lo hemos estado, acercándose estas fechas siempre cantamos, en la caja de resonancia torácica, el anhelo aquel de pisaré las calles nuevamente de lo que fue y es, la Zamora del alma. Aquí y ahora encontramos el recuerdo más universal y también el más íntimo. Pasión, memoria y Vida concentradas en la mirada de La Esperanza, el semblante de Nuestra Madre o la lágrima de La Soledad.

domingo, 7 de abril de 2019

Raíces

Se define raíz como “el órgano de las plantas que crece en dirección inversa a la del tallo, carece de hojas e, introducido en tierra o en otros cuerpos, absorbe de estos o de aquella las materias necesarias para el crecimiento y desarrollo del vegetal y le sirve de sostén”. Vamos descubriendo con el avance de las ciencias que de una u otra manera todos los elementos que conforman vida y universo están interrelacionados y responden a unos mismos principios y leyes.

Como las plantas, también los seres racionales tenemos raíces que nos aportan el anclaje último y más fuerte cuando las vicisitudes de la existencia parecen separarnos del suelo y también el alimento espiritual que nos une a los que nos precedieron y nos perpetúa en quienes nos suceden en el tiempo. Por mucho que con su sabiduría habitual diga un refrán que “no se es de donde se nace sino de donde se pace”, en el fondo de nuestra masa neuronal siempre guardamos un enganche a aquel lugar en el que nacimos. Esa conexión atávica y telúrica no responde realmente a una cuestión racional pero existir existe.  Y tan es así que existe que cuando al mero hecho de nacer se une la consciencia de pertenecer a ese territorio, a sus gentes, a su historia y a su cultura, nos reconocemos como parte de un cosmos antropológico privado y familiar.

Vivimos unos cuantos en una provincia de la que demasiados se han tenido que marchar, la mayoría no muy voluntariamente, a buscarse un mejor futuro -que suele ser la forma suave de decir que huyendo de un peor presente-. Yo también viví fuera durante un tiempo hace ya muchos años y recuerdo perfectamente lo mismo que percibo en tantas conversaciones posteriores con zamoranos que viven hace tiempo fuera de nuestra provincia, en España y en otros países y continentes. Cómo, a diferencia de lo que ocurre en el amor carnal, la distancia no es el olvido en el amor a la tierra que se siente como propia. A las propias raíces.

Es el zamorano que está fuera el que a veces más siente su amor por su provincia, por su pueblo o ciudad. No hay pueblo en el mundo con más conciencia de unidad que el pueblo judío, precisamente porque durante siglos fue un pueblo sin tierra en la que asentarse como suya. Lo mismo podríamos decir de los exiliados por razones políticas, como aquellos que debieron abandonar España tras la guerra civil. O aquellos zamoranos que lo han tenido que hacer a lo largo de las últimas décadas.


El pasado fin de semana volví a vivirlo en Vigo con la forma en que vive la Semana Santa la colonia zamorana allí asentada. Así se percibe en la magnífica iniciativa en las redes de “Exiliados zamoranos”. Ellos son tantas veces la voz más pura de sus raíces que son las nuestras que haremos bien teniéndolos mucho más en cuenta de aquí en adelante por el bien, fundamentalmente, de Zamora.