domingo, 27 de diciembre de 2020
Un mal alcalde
domingo, 13 de diciembre de 2020
Culpables y cómplices
domingo, 6 de diciembre de 2020
·El silencio de los corderos
Dicen en el PP de Zamora, y dicen bien, que los Presupuestos Generales del Estado abandonan a Zamora y son una burla. Dicen en el PSOE de Zamora, y dicen bien, que los presupuestos de la Junta de Castilla y León traicionan a Zamora y son una tomadura de pelo. Y dicen, dicen, porque ni unos ni otros callan a la hora de criticar, mirando a la galería, cada uno al gobierno en el que está el otro. Y si escuchamos, escuchamos, con atención veremos que ambos tienen razón y, a falta de otra harina que no sea la desvergüenza, con la suma de sus tortas haríamos un buen pan.
Así, el gobierno de la nación y los parlamentarios socialistas por Zamora -Antidio Fagúndez y José Fernández- no sufren ninguna vergüenza por pasar olímpicamente de promesas electorales tan fáciles y baratas de cumplir, pero trascendentales para nuestro intento de supervivencia como el asentamiento militar en Monte La Reina o tan necesarias y urgentes como la conversión en autovía hasta la frontera, de la N-122 (lo de Ana Sánchez cifrando precisamente en esos dígitos la deuda histórica de la Junta con Zamora, es como lo de Sánchez con el paraguas o Simón e Illa con sus predicciones y medidas en la Covid). Así tenemos que no hay en las cuentas ni en su acción política, tan de izquierdas, tan propagandística para “que nadie quede atrás” y tan plagada de guiños a los independentistas catalanes y vascos, el más mínimo gesto hacia la provincia en conjunto más envejecida, con menor tasa de actividad económica y que más población pierde en la última década y año a año.
Así, el gobierno regional con la consejera zamorana Isabel Blanco y los procuradores populares por Zamora -José Alberto Castro, Leticia García, Óscar Reguera- y de Ciudadanos -María Teresa Gago-, no tienen ningún empacho en tapar incumplimientos flagrantes de promesas electorales como la eliminación del impuesto de sucesiones o la nula discriminación positiva en favor de la provincia más en caída libre de la comunidad, con reiterados llamamientos a que el gobierno central haga lo que Castilla y León no hace pese a tener también competencias y recursos, planes de choque, programas para incentivar realmente la actividad económica y empresarial o inversiones para frenar la despoblación.
Podemos también preguntarnos dónde están la reivindicación y la lucha de la Diputación que gobiernan PP y Ciudadanos. Dónde las del ayuntamiento del partido comunista de Guarido. Quién habla por los hosteleros, autónomos y pequeños empresarios condenados caprichosamente a cerrar. Quién señala a Igea, vicepresidente del gobierno que preside Mañueco, cuando nos recuerda que provincias como Zamora están ante la última oportunidad de beneficiarse de los fondos europeos mientras los que llegan a la comunidad se siguen distribuyendo por población y no por necesidad o estrategia de reequilibrio. Silencian que los que han llegado se han debido sobre todo a provincias como Zamora, a su situación fronteriza, a su baja renta. Unos, otros y otros nos prefieren callados. Pero como nos recuerda la película que titula esta columna, los corderos gritan cuando van al matadero, cuando hay silencio, es porque han muerto.
domingo, 29 de noviembre de 2020
Autónomos. Cerrando lo fácil
domingo, 22 de noviembre de 2020
Contra el cierre de la hostelería
domingo, 15 de noviembre de 2020
Sangre, Sudor y lágrimaS
domingo, 8 de noviembre de 2020
Leña al mono
domingo, 1 de noviembre de 2020
Excepciones a la excepción
domingo, 18 de octubre de 2020
Censura de la moción
domingo, 11 de octubre de 2020
Advertencia de seguridad
domingo, 4 de octubre de 2020
Empieza a no gustarme España
Empieza a no gustarme España y eso me duele. Empieza a no gustarme mi país, el de mis ancestros y el que quiero que siga siendo el de mis hijas. Empieza a no gustarme el fervor con el que una y otra vez desenterramos los errores del pasado para volver a echárnoslos en cara, como si los de ahora fuéramos solo un hilo directo, sin mezcolanza, aprendizaje, influencia y mestizaje de lo que otrora fueron quienes nos antecedieron.
Unos basándolo en la estirpe familiar, como si el árbol familiar constara solo de una rama y no fuera en sí mismo, en metáfora borgiana, un jardín de senderos por los que la savia se bifurca eterna e infinitamente en su creación de vida. Otros partiendo de una interpretación ideológica del pasado bajo mirada con ojos de corta vida y cerebro de aún menor ilustración. Unos y otros aparecen cíclicamente a lo largo de nuestra historia patria, básicamente para jodernos la vida como nación y sociedad. Como país, paisaje y paisanaje, en el lúcido título de aquel lúcido, por descriptivo y premonitorio, artículo que publicó en 1933 el lúcido, por español, por sabio y por escéptico, de Don Miguel de Unamuno.
En momentos de nuestra historia se nos advinieron para recuperar el absolutismo caduco y frenar los avances liberales hacia la modernidad, la libertad y la razón. En otros para retrotraernos a revoluciones sociales de opresión y servidumbre. Romper constituciones que promulgan libertad para gritar “Vivan las cadenas”. Si ese fuera el ADN preponderante en nuestra piel de toro reseca y resquebrajada diría “no me gusta España”. Si solo digo que empieza a no gustarme es porque no creo que, aquí y ahora, como tampoco antes, la mayoría de los españoles seamos así ni queramos la ruptura de la convivencia o la imposición hasta la aniquilación o la expulsión de unos sobre otros. Porque este enfrentamiento nunca fue entre un extremo y otro, sino entre los extremistas -que en unos siglos tienen un pelaje y en otros otro- y los que no lo somos.
Entre totalitarismo y Estado de derecho. Entre absolutismo e imperio de la ley. Entre arbitrariedad y orden democrático. Estos son los planos del enfrentamiento, no entre extremos que nacen y se expanden unos al albur de los otros, retroalimentándose en espiral de irracionalidad. ¿O es que alguien piensa que al 80% de los españoles de los años 30 les importaban una “m” el marxismo o el fascismo? Sin embargo esa inmensa mayoría se vio arrastrada por unos cuantos visionarios hundepatrias como los que vuelven a aflorar hoy, pensando que venciendo y no convenciendo se puede doblegar a una sociedad entera para conseguir su Arcadia feliz. Una utopía que básicamente consiste en tener una dacha en las afueras y en igualarnos a todos (salvo ellos) por abajo, no por arriba. Por la miseria, no la prosperidad. Por la servidumbre, no por la libertad. Ha dicho Felipe González que en 78 años de vida nunca ha visto una incertidumbre de la magnitud de la que estamos viendo. Empieza a no gustarme, pero aún nos pertenece a todos.
domingo, 27 de septiembre de 2020
Tampoco es la república
domingo, 20 de septiembre de 2020
La metamorfosis
domingo, 13 de septiembre de 2020
¿Estalinista o maoísta, señor Viñas?
Dice el tercero que junto con el matrimonio Guarido-Rivera conforma la tríada que gobierna el ayuntamiento de la capital: “Ya me gustaría a mí la dictadura del proletariado, pero no la tenemos, tenemos una democracia”. Lo hizo esta semana en el Pleno municipal contestando a la concejal Cruz Lucas. Confío en que el secretario de la institución, continuando con su fiel prestación de servicios, recoja la frase literalmente en el acta de la sesión. Indudablemente merece pasar a la historia una afirmación tan profunda como sincera de la identidad ideológica del equipo al que los zamoranos hemos otorgado, de forma tan mayoritaria, la facultad de gobernarnos durante estos ocho años.
En lo que no ha caído el concejal Viñas, poco dado según parece a profundidades intelectuales, es en la cuenta de que las dictaduras del proletariado tienen un leve defecto conceptual y práctico a la hora de su ejecución (como macabro anillo al dedo le va este término). Lo decía en abril de 2019 en una entrevista en El País, Yan Rachinski, director de la ONG rusa Memorial: “Más de un millón de personas fueron fusiladas. Cuatro millones, enviados a campos de trabajo. Cerca de 6,5 millones, deportados durante las purgas de la dictadura de Josef Stalin. Socialistas, anarquistas, miembros del Partido Comunista Soviético, opositores, cualquiera que diera muestras de ser “enemigo del pueblo”. En total son cerca de 12 millones de personas que deberían ser rehabilitados”. Y esto hablando de un periodo en que la dictadura del proletariado llevaba lustros consolidada y ya no cabía más purga que entre ellos mismos, nada más que en función del matiz del rojo y de la necesidad del líder de limpiar cada cierto tiempo los escalones inmediatamente inferiores para que el resto siguieran aplaudiéndolo a él y sólo a él.
Habrá que creer al concejal Viñas, Guarido, Rivera y resto de trasnochados comunistas de nuestra plaza Mayor. Claro que les gustaría -pregúntenle a algunos, no pocos, funcionarios-, siendo ellos los opresores, no los oprimidos, claro. Los que pudieran hacer que no hubiera normas solo mutables por el procedimiento democráticamente establecido, sino directrices y consignas emanadas directamente de uno de sus comités del pueblo que sirven para quitar al pueblo libertad, dignidad y vida.
Afortunadamente aún tenemos una democracia y no una dictadura del proletariado, ni de las de verdad, ni de las de las ensoñaciones de Viñas y compañía. Aunque he de decir que al rebufo de esta tontería del concejal, he recordado a mi amigo Ezequiel, quien curtido en las filas del comunismo durante la transición, me apuntaba hace poco con desengañada sorna: “Nos dividíamos entre eurocomunistas y prosoviéticos; profundizando más, entre marxistas y leninistas, estalinistas y troskistas. A partir del mayo parisino del 68, de Sartre y de la Revolución Cultural china incluso entre reformistas y maoístas. Ahora, de lo más que se puede tildar el pensamiento de todos estos de las camisetas es de mahouista”. Ezequiel, te estás convirtiendo en un peligroso liberal, ve con cuidado, le advertí.
domingo, 23 de agosto de 2020
Ni hosteleros ni jóvenes
domingo, 16 de agosto de 2020
Ladrillos en el muro
domingo, 9 de agosto de 2020
Mi mecánico y yo
domingo, 19 de julio de 2020
Los buenos y los malos
domingo, 21 de junio de 2020
Opaco Guarido
domingo, 14 de junio de 2020
La revolución de la ignorancia
Veo turbas de enmascarados pintando y derribando estatuas a lo largo y ancho del planeta civilizado y democrático, con rabia y soberbia, como si no hubiera un mañana o como si eliminando las huellas del ayer fuera posible hacer un futuro mejor. No son idealistas, no son ejércitos de esclavos siguiendo al Espartaco o al Moisés que los libera. Son estúpidos. Bandas de genuinos imbéciles cuyas conexiones neuronales se alimentan de la aparente simpleza que reciben de la televisión, las redes sociales y el marketing pop que se han adueñado de las sociedades en las que habitan.
Lo visten de revolución en la época y el ecosistema en que las revoluciones son imposibles fuera de unas cuantas fotos porque dan tremenda pereza física y mental. Porque no hay revolución que no vaya precedida de un importante esfuerzo cerebral de generación de ideas. Sea científica, sea social, no hay revolución si no propone un nuevo paradigma que sustituya al preexistente. Nunca, salvo en la mente y actitud de los genios del romanticismo bajo los efluvios de la absenta o en la autodestrucción punk atiborrada de sustancias alucinógenas, ha existido revolución hacia el nihilismo.
Como para que ahora vengan estos imbéciles, con siglos de retraso y culos anchos de estar tumbados en el sofá dándole a la consola, en los bancos de los parques fumando canutos o crack o en las aceras viendo pasar la vida de los otros ante sus ojos, a acabar con el racismo, la marginación, las desigualdades o la pobreza. No hay revolución en la que sus protagonistas no se jueguen el tipo al todo o nada. Es imposible que las selfies y la macarrada en pandilla conduzcan a un sitio mejor. Ni siquiera a un sitio distinto que el cubo de la basura de la historia.
Aquello a lo que algunos pretenden dar la consideración monolítica de memoria histórica, adaptándola al contexto actual, olvidan que ni es memoria ni es histórica si se separa del contexto en el que se produjo y de los antecedentes históricos que llevaron hasta allí. Empezar catalogando a Lincoln, Cristóbal Colón, Isabel la Católica o Winston Churchill como racistas conduce al absurdo de que por idénticos motivos esa mancha deba extenderse a todos los gobernantes, hombres ilustres y cada uno de los humanos que ha vivido en el mundo hasta ayer por la tarde y, aún hoy, a todos menos a los más ignorantes, aquellos que vociferan, acosan y destrozan en las sociedades de las que forman parte en igualdad legal de condiciones.
Que desde algunos sectores ideológicos y mediáticos se les jalee y se les otorgue una impronta épica que para nada tienen, sólo contribuye a reconocer que en la era del mayor conocimiento humanístico, científico y tecnológico, tenemos también la mayor capacidad de divulgación y asentamiento de la estupidez. Algunos críticos, con excesiva buena voluntad, denominan al proceso que vivimos como revolución de la desmemoria. Se trata, sin embargo, de la revolución de la estupidez; la involución de la ignorancia.