domingo, 15 de mayo de 2022

Abortar a los 16

Los gabinetes de comunicación de los políticos, que tan importantes son para la transmisión de la acción de gobierno como daño hacen a veces a la verdad y al propio político para el que trabajan, nos están acostumbrando a que lo esencial de su trabajo se centre en lanzar globos sonda para ver cómo reaccionamos los ciudadanos ante cualquier ocurrencia ideológica o bien en lanzar cortinas de humo cuando un asunto empieza a ser peligrosamente polémico para sus jefes.

Y como los medios de comunicación más que como contrapoder actúan como transmisores del mensaje institucional, caminamos por los senderos que nos marcan y no por las autopistas del pensamiento crítico. Así las tertulias se llenan con polémicas que interesan a algunos y no con las que suponen cuestiones de mayor calado.

La baja automática y pagada desde el primer día que nos anuncian para las mujeres con regla dolorosa se ha convertido esta semana en la madre de todas las batallas ideológicas por arte de birlibirloque. Cuando ya veremos en qué queda, cuál es la letra pequeña de su aplicación en su caso y cuando probablemente el resultado sea que para la mayoría de las mujeres trabajadoras no tenga efecto ninguno, para algunas que no lo son tanto sea una causa nominal más para seguir haciendo más o menos lo mismo que hacían antes y para quienes de verdad necesiten la baja en determinados momentos puedan obtenerla como la venían obteniendo hasta ahora.

Pero tanta y tan acalorada discusión ha suscitado que ha hecho pasar a un segundo plano el momento más crítico de este gobierno del desastre que preside Sánchez y pasea roce a roce la vicepresidenta Díaz. Con tres ministros puestos en la picota, Robles, Bolaños y Marlaska por el rollo del espionaje -se empieza a comentar que los tres caerán en julio-, la penúltima estupidez de los podemitas de Montero les ha venido como anillo al dedo.

Lo que es peor, ha tapado la que sí que debiera ser causa de polémica y hasta de rebelión constitucional y social: La pretensión de que con la reforma de la ley del aborto una chica de 16 años pueda abortar sin el consentimiento ni el conocimiento de sus padres. Saben bien lo que hacen. Cualquier estructura social que no sea el partido, los círculos, la secta ideológica o el harén del progre, debe ser derruida por reaccionaria. Por oponerse a los deseos totalitarios y de lavado de cerebro de una parte importante de los que nos gobiernan. O sea que para ir a un museo en excursión escolar tenemos que firmar a nuestros hijos de 17 años una autorización por escrito pero para un acto con este alcance y con trascendencia para toda la vida, los padres son prescindibles y hasta sobra el dictamen del psicólogo. 

Ahí está lo que debería sublevarnos a todos. En contra de lo que predican ciertos mentecatos sectarios y totalitarios, los hijos son de los padres, bajo el imperio de la ley y el respeto, hasta que plenamente puedan ser de sí mismos y de su libre albedrío. Sin abdicación posible.


domingo, 8 de mayo de 2022

Normalizamos

Leo en un periódico nacional el titular ¿Por qué normalizamos que Kim Kardashian coma solo tomates durante 21 días para entrar en un vestido? A veces lo importante no son las respuestas sino que son las preguntas las que nos aportan un rayo de luz para salir de la penumbra de la caverna en la que, como en el mito de Platón y pese a vivir en el momento más interconectado e “informado” de la historia, nos encontramos confundiendo realidad y ficción de esa realidad.

¿Quién marca hoy qué es lo normal o normalizable y qué lo anómalo o extravagante? Otra pregunta ilustrativa de la situación de transición que marca el signo del tiempo presente. Probablemente, siempre y en todo momento durante el avance de la civilización, ha existido la tensión entre lo establecido y lo rompedor, entre el canon aceptado social o académicamente y la vanguardia. En el arte, en la música, en los hábitos y costumbres sociales. Pero probablemente nunca como ahora se han mezclado tanto ambos planos contrapuestos.

En las relaciones intrafamiliares escandaliza o no nos atrevemos a defender que los padres puedan acceder a esa esfera de privacidad que es el teléfono móvil de sus hijos menores de edad en el momento clave para su conformación como personas adultas. Normalizamos que niños de muy pocos años tengan como propios dispositivos por los que llegan la mayoría de los elementos de riesgo para su equilibrio emocional e incluso su integridad física, el bullying, el juego, la pornografía, las imágenes de violencia extrema, la intromisión en la vida privada de otros niños y adolescentes.

En las relaciones afectivas entre jóvenes, con más amplio eco mediático en películas y series de televisión que en la propia realidad, quien no dice ser bisexual o algo “no binario” parece fuera de juego. En los comportamientos sociales, en determinados entornos, mucho más amplios de lo que la mayoría piensa, se ha normalizado el consumo habitual de drogas; y no hablo de entre jóvenes para animar sus salidas de fiesta, sino en el día a día de trabajadores, profesionales de todo nivel y gente común. Exagerando un poco -que no demasiado-, es ya más normal el consumo y la invitación al consumo de cocaína o drogas sintéticas que ponerle azúcar al café. Hasta tal punto que el que no lo hace es visto como una anomalía social.

En los medios de comunicación con carácter general, todo lo que se sale del pensamiento que propugna el movimiento “woke” queda apartado y excluido por no considerarse suficientemente moderno, tolerante o inclusivo. Comer equilibradamente es menos valorado que ser vegano. Trabajar, ahorrar y comprar un piso o querer tener un coche poco menos que cosa de frikis y, en algunas capas de la población, buscar un trabajo o permanecer en él, un esfuerzo inconcebible por absurdo e innecesario. O a la inversa, surgen teorías conspiratorias sobre cualquier asunto y si no te sumas te tachan de ignorante. Normalizamos actitudes y actuaciones con apariencia de apostar por la libertad pero extendemos la esclavitud de pensamiento.