domingo, 28 de agosto de 2022

Solo sí era sí, también antes

Que sólo sí es sí, porque hasta ahora en determinados ámbitos de la izquierda urbanita de este país al que no osan llamar España para no contaminarse de no sé qué fascismo, “no” significaba espérame en el baño refrescándote, que ahora voy, sobre todo si eres mi jefe o mi profesor universitario. O algo así.

Ellos mismos, ellas mismas, intentan comer el coco a la sociedad con el descubrimiento del “consentimiento” como piedra angular para diferenciar las relaciones consentidas de las forzadas. Lo cual resultaría sonrojante -quizás habrá que ir dándole nuevas acepciones a este término que ya derivaba de rojo antes de que este color fuera, en sí mismo, un concepto ideológico en esta España en la que dominantemente preside bandera, fiesta nacional y hasta los vestidos de faralaes-. Sonrojante si no fuera porque legiones de papagayos periodísticos y sociales que viven en o de la secta, se dedican a difundirlo como si fuera verdad que hasta ahora el consentimiento no era ya el pilar fundamental para tipificar los delitos de índole sexual.

Son más malos que tontos -aunque de unos y de otros haya en todo el espectro ideológico-, previendo que algunos dijéramos que el consentimiento ya era clave, que romper el principio esencial y sagrado del derecho penal, que no es otro que la presunción de inocencia es atentar contra la base del Estado de derecho, y que esto puede tener, como precedente, graves consecuencias a medio y largo plazo en otros aspectos que afectan a la libertad individual y a la seguridad jurídica, corren a poner la venda antes de la herida y a decir que algo tendremos que ocultar los que nos oponemos a una ley que concentra a partes iguales buenismo Peter Pan y totalitarismo.

Acusar al de enfrente de que algo tendrá que ocultar para no estar de acuerdo con cualquier ley “que es tan buena para todos que nadie en su sano juicio o que no sea un malvado puede oponerse a ella”, es el mismo argumento de defensa que utilizan en los regímenes totalitarios los que defienden la delación y la presencia de comisarios políticos en todos los ámbitos de la vida social e incluso familiar. Los que, por sometimiento al dictador de turno, defienden que la tortura o la prisión sin garantías judiciales son buenas para evitar que los malos hagan de las suyas. Pero olvidan, inconscientemente algunos, otros muy conscientemente, que cuando el Estado de derecho quiebra, todos somos susceptibles de ser considerados buenos o malos de manera arbitraria.

Y eso es lo que el engendro de ley del sólo sí es sí trae aparejado, arbitrariedad, falta de seguridad jurídica y quiebra del Estado de derecho. Mientras tanto, las violaciones y otros delitos de índole sexual se multiplican por causas que nada tienen que ver con el sólo sí es sí y ante las que el gobierno prefiere mirar para otro lado y, cada vez que se han pretendido agravar las penas para estos y otros delitos, los mismos que ahora vociferan a favor del cambio legislativo, se han opuesto, por aquello de que piensan en el fondo -aunque las generalizaciones sean siempre injustas- que el delincuente no es malo per se, sino una víctima de una sociedad injusta.

domingo, 21 de agosto de 2022

Inflación: El impuesto más injusto

Todavía hay quienes, incluido el gobierno socialista-podemita, que ante subidas de precios disparadas como las que estamos viviendo en estos meses, defienden que no hay de qué preocuparse. La solución es fácil, nos dicen con cara sonriente y burda mentira o ignorancia: que se suban los salarios. O, como el hermano del ministro Garzón, que va por ahí defendiendo el siempre fracasado sistema económico marxista: “es solo cuestión de imprimir más dinero y asunto arreglado”.

La imbecilidad de esos argumentos es tal que llevaría a la risa de no ser porque de todos los impuestos que las políticas públicas instauran frente al ciudadano y la sociedad productiva, la inflación es el más injusto o, como se viene llamando ya desde los inicios de la conocida como escuela de Salamanca del pensamiento económico, el impuesto a los pobres, ya que es a los grupos económicamente más vulnerables, a los que con más fuerza golpea y destruye.

Las espirales de precios afectan más a los individuos y familias que menos tienen porque inciden más duramente sobre bienes de primera necesidad en los que gastan una proporción de su renta notablemente más elevada que las rentas altas. La cesta diaria de la compra, el alquiler o la cuota de la hipoteca de la vivienda habitual y la factura de consumo de los servicios y suministros de primera necesidad se llevan una buena parte de la renta disponible de las familias con menor poder adquisitivo. Según un reciente estudio de La Caixa, estos hogares con rentas medias y bajas concentran el 13% de su gasto en alimentos y otro 20% aproximadamente en vivienda, gas, electricidad y calefacción. Por el contrario, estos gastos representan menos del 10% y del 5%, respectivamente, en el caso de los hogares con mayor renta. En total el 33% de media (poco me parece) frente a menos del 15%.

Del mismo modo ocurre con los sectores productivos, en los que los pequeños productores agrícolas, artesanales o pequeña industria no pueden hacer frente a la factura para la compra de las materias primas o, como estamos viendo, a la propia factura energética, con lo cual, si no pueden llegar a producir, en nada les puede compensar que el precio de venta pudiera ser mayor por causa de la misma inflación. De ahí al cierre el paso es muy corto. Más en una situación como la actual en la que la subida de precios no viene determinada por el crecimiento de la economía y la renta personal, con el consiguiente incremento de la demanda de consumo, sino al revés, por la caída de la oferta de bienes y servicios fruto de la suma de los últimos coletazos de la crisis precedente al Covid, la paralización del comercio mundial por la pandemia y los efectos de la guerra de Ucrania y la coyuntura internacional.

Si a ello le sumamos un gobierno injusto, incompetente y sectario, empeñado en seguir subiendo los impuestos de manera directa e indirectamente por el efecto de la propia inflación sobre la recaudación, tendremos el desastre económico y para el empleo que nos espera a pocas semanas vista. Sin que para preverlo haya que ser adivinos.

domingo, 14 de agosto de 2022

Callejón sin salida

En el fin de semana con más fiestas en la provincia de Zamora. Con más población en todos y cada uno de nuestros pueblos y ciudades. En el fin de semana en el que después de los últimos años de pandemia, miedos y ausencias, los que quedan y los que vuelven se reencuentran y se abrazan y celebran la vida, la amistad y los orígenes, quizás no esté de más aprovechar la audiencia inusitadamente alta para estos lares y dar un nuevo aldabonazo en la puerta de entrada de las casas de nuestros pueblos que no es otra que la puerta de nuestras conciencias e historia.

Especialmente sensibles este año, por ser el de los incendios más trágicos y destructivos que se recuerden y por los que, aunque solo fuera por estética -hablar de ética quizás sea demasiado pedir-, deberían nuestros políticos regionales y nacionales habernos entregado alguna cabeza a modo de desagravio si no de ofrenda porque sigamos callados, siempre resignados y sobre todo votándoles para su bien y nuestra decadencia mientras nuestros montes se queman.

Claro que por qué nos iban a entregar PP, PSOE alguna cabeza o a exigirla los recientemente acomodados de VOX, darnos alguna explicación, otorgarnos alguna ventaja, tras la fatalidad de los incendios si nada pasa para la inmensa mayoría de los zamoranos tras el incendio demográfico que año tras año arrasa el presente y futuro de una provincia tan acostumbrada a estar a la cola. Si a los zamoranos lo único que les incomoda es que alguien, en el ámbito que sea, no sólo político, también empresarial, artístico o social, haga o diga las cosas de forma distinta, con perspectiva de vanguardia, con mirada global, con valor para dar el salto al futuro sin aspirar a ir pasito a pasito, detrás siempre del resto de territorios y a años luz de aquellos más avanzados, más prósperos y mejor enfocados hacia el futuro.

Es nuestro destino no sorprendernos ya por tener, sistemáticamente, los peores datos socioeconómicos de España. Los que estamos aquí lo tenemos asumido. Los que emigraron y son reivindicativos en sus territorios de acogida son silentes en lo referente a Zamora. Unos y otros lo damos por supuesto, total no somos los únicos. Formamos parte de algo más amplio que ahora, los mismos que no nos privilegian y siguen castigándonos, llaman la España Vaciada. En la cual ya no somos Zamora sino una amalgama informe de gentes y territorios al alcance de su utilización, electoral una vez más, por los mismos que buscan que sus representantes aquí sean simples mantenedores de la mansedumbre y feroces atacantes de cualquiera que pretenda moverse o mover algo más que la cabeza para asentir o las manos para aplaudir a unos líderes que solo son jefes, no conductores sociales.

¿Pesimismo? No. Estamos en fiestas, en reencuentros, en meriendas sin barbacoa y en “no quiero pensar en nada malo”, que bastante crudo tengo ya el resto del año en Madrid, Cataluña o el País Vasco. O ahí al lado, en Valladolid o León, que no están muy bien pero siempre reciben bastante más del salario de los pobres que cae, alguna que otra vez, en Zamora.

domingo, 7 de agosto de 2022

Meta (infeliz) verso

Los grandes artífices de esa nueva ventana al mundo, religión, droga o esclavitud que son las redes sociales, trabajan para llevarnos un paso más allá. Que como Alicia atravesando el espejo, entremos en ese universo virtual con apariencia realista, bautizado “Metaverso” y que se describe como “entorno en el que los humanos interactúan e intercambian experiencias virtuales mediante el uso de avatares” (simulaciones figuradas del humano real), “en un ciberespacio que actúa como metáfora del mundo real pero sin tener necesariamente sus limitaciones”. Suena a ciencia ficción o a juego de ordenador pero va mucho más allá. El avatar deja de ser representación para convertirse en realidad paralela si no en la realidad principal.

¿Exagerado? No tanto. No olvidemos que para quienes viven de crear técnicas de control social es mucho más cómodo y económico recabar todos los datos sobre nuestra forma de ser y nuestros comportamientos a través de una puerta informática en la que nos volcamos y entregamos nuestra intimidad que consiguiéndolos de nuestra actividad en el mundo real. Estamos, sí, unos pasos más cerca de la servidumbre y unos cuantos más lejos de la privacidad y la soberanía del libre albedrío.

Antes de que eso llegue ya estamos inmersos en una telaraña de redes sociales que nos atrapa y mantiene en un entorno tóxico. Diseñadas para ser adictivas. Se ha comprobado que con cada respuesta positiva tras publicar un selfie o una entrada, se activa la parte del cerebro que busca el placer, segregando una dosis extra de dopamina. ¡Euforia! De ahí esa sensación que nos conduce a la búsqueda de una atención constante hacia nosotros o nuestras vidas por parte de gente a la que apenas conocemos ni nos conocen. Además los algoritmos que las rigen no se conforman con captar nuestra información más personal y reservada sino que basándose en ella anticipan qué es lo que se supone que nos gustaría y nos llevan, guiados por el casi invisible hilo de Ariadna, no hacia la salida, sino hacia lo más profundo del laberinto.

Alertan expertos y terapeutas de los riesgos que conlleva esta sobreexposición a las redes. No solo porque permiten, como vemos con inusitada frecuencia en adolescentes y jóvenes, el acoso y las nuevas formas de control y dependencia en relaciones que se vuelven enfermizas. También porque las redes proyectan vidas perfectas en unos perfiles tan parciales de escenas seleccionadas de las vidas de sus usuarios, que propagan una positividad tóxica provocando en el resto de usuarios la sensación de que tienen que estar felices y ser exitosos todo el tiempo, ignorando que la vida es dual y que entre el negro y el blanco es infinita la escala de los grises. Un estudio de la Universidad de Standford concluyó que, después de navegar por Facebook, los estudiantes participantes quedaron convencidos de que “todo el mundo (menos ellos, claro) disfrutaba de una vida perfecta”.

Como escribió Montesquieu, si solo quisiéramos ser felices, sería fácil; pero queremos ser más felices que los demás y esto es difícil, ya que casi siempre los creemos más felices de lo que son”. Es la naturaleza humana y la aprovechan.