domingo, 31 de julio de 2016

Cada uno su razón

Vivimos días en que lo climatológico contagia la actitud de quienes más activos deberían estar por dar una salida al callejón absurdo en el que acampamos, en perenne impasse, desde hace un año. Días que se convierten en semanas sin solución de continuidad y en los que palabras, gestos y movimientos se empapan de la atmósfera pesada, agobiante y soporífera de los veranos americanos de las novelas de Faulkner.

De la chirriante percusión de las chicharras y el zumbido áspero de los saltamontes,  entre los que escucho a nuestros políticos con su cantilena repetitiva y aburrida, surgen, en el mismo día, cuatro lúcidas declaraciones.

Margarita Robles, probablemente la más sensata cabeza del PSOE actual reseña con razón jurídica y constitucional, que si Rajoy no se somete a la  sesión de investidura después de aceptar el mandato del Rey, no existe otra solución distinta de su dimisión inmediata. Lo comparto, o sesión de investidura o dimisión. Solo así puede la pelota volver al jefe del Estado. No hay ya más camino constitucional: sesión de investidura o dimisión.

Miguel Gutiérrez, secretario general del grupo parlamentario de Ciudadanos despeja la calima que invade el ambiente dificultando la visibilidad y dice que no cabe pensar que el presidente del Gobierno pueda plantearse incumplir la norma constitucional y no presentarse. Estoy de acuerdo, como tal situación no es siquiera concebible, el debate más bien parece un bote de humo lanzado desde el PP para desviar la atención y generar debate allí donde no está el quid de la cuestión.

Alberto Garzón, podemita sobrevenido señala que Rajoy y con él el PP deben dejar de tomarse esto como una partida de póker. También de acuerdo, llevamos meses de faroles, de amagar y no hacer, de medias palabras y del peor estilo del “galleguismo” que no permite ni a sus más próximos saber si sube, baja o simplemente estorba sentado en mitad de la escalera.

Por último, Pablo Casado, la mejor esperanza para que el PP un día pueda volver por sus fueros, manifiesta que Rajoy tiene el mandato de los ciudadanos y del Rey para intentar formar gobierno y que lo va a hacer. Coincido, pero eso implica empezar ya y en serio. Llevamos demasiado tiempo durante el cual es precisamente al presidente del Gobierno en funciones quien menos esfuerzo ha mostrado para alcanzar su objetivo. 

Que alguien como yo pueda estar de acuerdo con lo que dicen los cuatro no implica, sin embargo, ni que todos digan lo mismo, ni siquiera que lo que unos dicen sea compatible con lo que dicen los otros. Menos aún con lo que hacen. Es lo que tiene el lenguaje. Como la física, comporta interesantes paradojas. Mientras tanto, me refresco escuchando los patrióticos acordes de la “Finlandia” de Jean Sibelius y pienso que no vendría mal a nuestra política un poco de frescor y un mucho de patriotismo. “On the rocks, of course!”.

lunes, 25 de julio de 2016

¿"Quo vadis", Europa?

Tal vez esta fuera la primera pregunta que rondara por la mente de De Gasperi y los otros modernos precursores de la unidad europea. Hacia dónde vas vieja Europa se preguntarían cuando en los primeros gélidos días de la Guerra Fría y con el recuerdo aún caliente de los horrores de las dos grandes guerras mundiales, se cubrían las primeras etapas de la reconstrucción del continente. 

Europa, que era en aquel momento solo una denominación geográfica para abarcar a ciudades y almas devastadas, por las bombas las unas, las otras por la atroz vergüenza de los horrores del nazismo, no tenía fácil trazar un camino de paz y prosperidad. Un continente que miraba el horizonte con miedo al expansionista totalitarismo soviético en el culmen del terrorífico esplendor estalinista, de los fusilamientos, del individuo alienado convertido en mero engranaje de la opresión colectivista, de Siberia y el gulag no lo tenía fácil para recobrar la dignidad de la que hablaban su historia y su cultura.

Konrad Adenauer, Robert Schuman, Jean Monnet y De Gasperi entre otros, lideraron el renacimiento de una Europa unida, colaborativa, moderna e ilusionante, primero en el campo del comercio y la industria pero con la mira puesta en la unidad política y social. Al primer núcleo de países, muy poco a poco fueron incorporándose otros y con ello acelerándose los intentos de mayores ámbitos de integración.

Hacia dónde vas, desorientada Europa, cabe preguntarse en estos momentos de  nuevas incertidumbres. De convulsión social, desorientación colectiva, amenazas terroristas, fanatismo de quienes no quieren transformar Europa, sino destruir lo que significa de libertad individual, de respeto a la dignidad humana, de tolerancia. De populismos baratos y demagogia superflua.

Con el “Brexit”, regalo de políticos no demasiado consistentes o leales desgajándola por un extremo. Turquía a las puertas, transformando el trampantojo de un golpe de Estado en un verdadero golpe guiado desde el poder para monopolizar el poder. Con la incapacidad para resolver la insoportable crisis humanitaria de los refugiados y sin la determinación para atacar la guerra que la provoca. Con la expansión de los populismos que se nutren de las insatisfacciones individuales y colectivas de los europeos, no cabe cosa distinta que volver a hacerse la pregunta.

Hace más de medio siglo aquellos políticos tomaron talla de estadistas (Monnet ni siquiera político inicialmente) y supieron encontrar la respuesta y construir los caminos para ir de las tinieblas a la luz. Si hoy miramos en lontananza no nos topamos con estadistas que generen confianza en que puedan manejar con éxito los procesos y los tiempos. Cameron, Hollande, Merkel, Renzi, Rajoy… no son el mejor salvoconducto. 

Ahora preferimos reírnos del histrionismo de Trump, dar cancha a las simplezas populistas, pagar peluqueros personales a 9.000 al mes o dejar el tiempo pasar, que mirarnos al espejo y asumir el reto de fortalecer la Europa que nos defiende.

domingo, 17 de julio de 2016

El terror a la puerta de casa

Lo hemos conocido bien en España, fundamentalmente en las ciudades del País Vasco, pero también en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Vic o en cualquier otros de los lugares elegidos por los asesinos de ETA para sus atentados. El horror se convierte en terror cuando te pilla de cerca, cuando has escuchado la onda expansiva, cuando te lo cuentan de primera mano o cuando piensas, “allí podría haber estado yo” o “el próximo puede ser allí donde esté yo o uno de los míos”.

Desconozco si es mejor llamarlo guerra o terrorismo, desconozco cuál de los dos términos puede ayudarnos más a combatir a quienes nos atacan. Solo son palabras aunque las palabras sirvan para dar cuerpo, forma y representación a hechos y circunstancias. El mundo occidental y en primera línea Europa es objetivo directo y principal del fanatismo religioso y cultural islámico y vemos el horror no sólo al otro lado de nuestro televisor sino al lado de nuestras fronteras nacionales.

Decía en un noticiario televisivo una española superviviente de la masacre de Niza que la enseñanza que ella y sus hijas habían extraído de haber vivido el terror en primera persona con el camión pasando a tres metros era que a partir de ahora eludirán cualquier gran concentración de personas. No es mucho, se podría pensar, pero lo es, porque supone que a partir de ahora en ningún sitio se sentirán seguras y esa es la primera gran victoria del terrorismo islamista.

En mis viajes profesionales por América Latina acostumbro a escuchar a mis conocidos allí definir a Europa como su sueño dorado para su jubilación. Por nuestra cultura, nuestra historia, nuestra calidad de vida y de servicios y, sobre todo, por la seguridad que se vive en las calles de nuestras ciudades. El de la seguridad colectiva es el primer objetivo por y para el que nacieron las naciones-estado que dejaron atrás los feudos y burgos medievales. La defensa frente al exterior y el orden interior. La primacía de la ley y la igualdad ante ella sobre la arbitrariedad del poderoso frente a su pueblo. Siglos de civilización para alcanzar ese paraíso dorado de la paz y la seguridad.

Por eso, para aquellos cuyo estatus de civilización permanece anclado mil años atrás pero cuenta con armas y formas de destrucción de nuestros días, el éxito no estriba en que corra la sangre de unos cuantos “infieles” más o menos, sino en que sus acciones sirvan para alterar nuestro modo de vida, nuestra forma de pensar y nuestros hábitos más cotidianos. La sangre es el señuelo, convertir el horror en terror su objetivo principal para alcanzar su última meta que no es la conversión sino la destrucción de Occidente.

Cambiar los principios de nuestra civilización sería su victoria, seguir como si no pasara nada, un primer paso hacia el suicidio; difícil encontrar el fiel de la balanza.