domingo, 27 de enero de 2013

"Quiosco Man"

Es el quiosco una ventana abierta a la libertad. No hay libertad sin prensa y opinión libres ni, por lo tanto, verdad. Conviene recordarlo en la época de mayor amenaza de los censores emboscados tras los principios de lo políticamente correcto y la desfachatez del poderoso. Es el quiosco un recinto mágico en el que, como en los atestados estantes de bibliotecas y librerías, se apilan las letras conformando palabras en las que toman forma las ideas y los ideales, los pensamientos y los sueños, las ilusiones y las esperanzas. Es el quiosco una pecera del tamaño de un universo, con la textura de la celulosa y el aroma de la madera transformada, por la que, desde, ya hace dos siglos, se deslizan cada día los ayeres, los hoyes y los mañanas impresos en negra tinta.

Es el quiosquero el cancerbero de esta contemporánea laguna Estigia que separa el mundo de la información del de la ignorancia. Quien por una moneda abre paso al conocimiento de los aconteceres del propio vecindario y de los de ese otro más allá que los periodistas dieron a conocer antes que nadie.

Es el del quiosquero un noble desempeño que pasa de natural desapercibido. Pero cuando entrega al cliente en busca de información su salvoconducto en forma de periódico o revista, sirve para que quien cruza su umbral abra los ojos, contenga la respiración, apriete los puños, eleve un suspiro o lance un grito de júbilo.  

No atraviesan su mejor momento. Contaba un viejo chiste, cuando el mundo era más inocente, que la radio nunca podría sustituir al periódico porque con aquella no se podía envolver el bocadillo. Y no lo hizo. Tampoco la televisión. Pero en esta nueva era que para la civilización se abre, ya no hay seguridad de que el tacto cálido, único y acogedor del papel pueda mantenerse frente al frío empuje del cristal y el microchip. Malos tiempos para la lírica.

Por esos caprichos de la mente y la memoria, en mi primer recuerdo de un periódico me veo, niño en la Zamora rural, fijándome en que Washington se escribe así y no de otra forma. Luego vienen los ritos iniciáticos de las chuches y las colecciones de cromos. Las primeras revistas juveniles o de aficiones. Los primeros girones de piel desnuda asomando en las vitrinas durante la épica edad de los descubrimientos…

Hace tres lustros que Domingo viene siendo mi quiosquero y el de aquellos zamoranos que vivimos en un determinado cuadrante del callejero. Hoy su puerta se abrirá por última vez antes de cerrarse y dejar un gran vacío allí donde siempre había una puerta abierta en la línea de fachadas de mi calle. Se jubila. Ayer hablé con él unos segundos. Triste será, no sólo para él, ese último giro de la llave en la cerradura. Ya no habrá mostrador ni mesa camilla abierta al mundo. Mientras esto escribía, escuchaba el “Piano Man” de Billy Joel.

jueves, 24 de enero de 2013

Valiente Valdeón

Nunca tan de acuerdo con Rosa Valdeón como en esta ocasión, con las declaraciones que ayer recogía nuestro periódico y en las que reclamaba al PP contundencia en el escándalo Bárcenas. Pocos políticos españoles se han pronunciado con tanta claridad como ella sobre este negro asunto. Desde luego, ninguno de los de Zamora.

Ha sido muy elocuente y muy valiente lo que ha dicho. No es que haya apoyado las medidas propuestas por Mariano Rajoy, en las que a priori tampoco hay que poner muchas esperanzas si tenemos en cuenta que llevando más de 20 años en los máximos órganos de dirección del partido parece complicado que no supiera lo que parece que pasaba, aunque estoy bien seguro de que él personalmente nunca percibió cantidad irregular alguna. No es, tampoco, que haya hecho unas declaraciones al uso en estos casos, de nadar y guardar la ropa por miedo a que a algunos en la casa popular pueda sentarles mal.

Es que esta vez Valdeón se ha salido del guión, y ya sabes, amigo lector la especial devoción que siento por los “versos sueltos” y ha sido clara, contundente y drástica.

Primero para decir que ella no ha recibido nunca ninguna retribución, ni regular ni irregular por desempeñar cargos orgánicos en el partido –y los desempeña a nivel autonómico y nacional-, cosa que no les hemos escuchado decir a otros aunque sus cargos sean provinciales.

En segundo lugar por poner el acento en la gran cantidad de políticos que no reciben ningún dinero por realizar su actividad y unido a ello y como contraste, cómo ha hablado sin tapujos, llamando sinvergüenzas a aquellos cuyas actitudes y actuaciones ponen en entredicho esta que, junto con la agricultura, fuera definida en los albores de nuestra civilización como la más noble de las actividades humanas.

Me alegro de que haya sido tan franca y tan explícita. No es algo al uso. Me alegro también de que haya voces en el PP que defiendan posturas así. También Esperanza Aguirre y Núñez Feijóo han sido claros y contundentes, lo cual es la mar de saludable en un país donde aún no hemos visto a los máximos líderes socialistas reconocer ni tomar medida alguna para esclarecer el rosario de escándalos, actuaciones ilegales y mangoneos habidos en sus gobiernos y en la financiación de su partido. O donde los aconteceres de Unió en Cataluña o de la familia Pujol al completo se han camuflado hasta lo imposible por parte de muchos medios de comunicación y del conjunto de fuerzas políticas.

Es verdad que al PP le ha saltado el asunto tan desde dentro que difícilmente podía rehuirlo, pero con todo, no es más grave esta supuesta actuación, ni más cuantiosa, tampoco, que otros episodios que hemos oído, conocido o intuido en otros partidos, pero, como ya escribí el domingo, la raíz del problema está en las propias bases mentirosas en que se asienta, cada vez más, nuestro sistema de partidos.

domingo, 20 de enero de 2013

La enfermedad del sistema


No se le está dando la trascendencia que tiene, aunque quizás sea mejor asumir coyunturas como la actual con sosiego y frialdad. Tras 37 años de restauración democrática, el sistema construido para sacar adelante la transición hace aguas de manera alarmante. Allí donde quedó más débil el casco de la nave del Estado, el paso del tiempo ha ido generando fisuras y éstas convirtiéndose en grietas por las que ahora se está yendo a pique nuestro equilibrio institucional que, no lo olvidemos, deviene del adecuado engranaje entre España oficial y España real, pueblo e instituciones, gobernados y gobernantes.

Estamos inmersos en una vorágine de acontecimientos cuyo hilo conductor son prácticas corruptas originadas, además de en la condición humana, en la incapacidad política para ir adaptando el sistema al cambio de los tiempos y a la madurez que debería tener ya nuestra democracia.

El problema no son los partidos, que, mientras no se encuentre algo que los supere, son el mejor sistema para articular la representación democrática del conjunto de los ciudadanos. El problema son unas elites dirigentes que han convertido a los partidos en su instrumento personal de poder y a los que vampirizan para mantener el control y garantizarse una vida entera en posición privilegiada. Una vida entera dedicados a la política, convertida así no en servicio sino en profesión.

Los partidos mantienen un sistema en el que a los ciudadanos se les sigue considerando débiles mentales, porque a sus dirigentes, no siempre los más capacitados, les viene muy bien que eso sea así. Sin embargo, los partidos están conformados en su mayoría por gentes honradas, luchadoras, trabajadoras. Gentes con ideales, sea cual sea su ideología. Que defienden lo que creen mejor para España y para el conjunto de los ciudadanos. Los partidos los integran jóvenes comprometidos con el futuro y con los demás. Militantes entregados a una causa justa. Gentes que desinteresadamente aportan la fuerza a sus siglas.

Lo que no es de recibo, tras casi siete lustros de vigencia constitucional, es que los afiliados no puedan -que no pueden- tener ningún peso en la toma de decisiones de los partidos a los que pertenecen ni, realmente, en la elección de sus propios dirigentes o los representantes institucionales. Tampoco el conjunto de los votantes, a los que nuestro sistema de partidos le da un lote cerrado de nombres entre los cuales, posiblemente y uno por uno, muy pocos conseguirían el respaldo en las urnas y mucho menos permanecer ad aeternum.

Con partidos políticos gestionados de arriba para abajo, convertidos en entramados burocratizados tremendamente caros y regidos por la sumisión –que no lealtad ni disciplina- a un jefe al que sólo unos pocos pusieron para que todos los demás lo votaran, no sólo la situación no mejorará sino que irá empeorando y con ello la distancia entre sociedad e instituciones y la propia confianza ciudadana en la democracia. Lo demás viene a continuación de manera inevitable.

viernes, 18 de enero de 2013

Papanatismo sin esperanza


O sea, que si no entiendo mal lo que opinan muchos ciudadanos, lo que defienden la mayoría de opinadores a los que he leído estos días e incluso lo que han manifestado unos cuantos políticos, un cargo orgánico en un partido político sólo puede recaer sobre los hombros de un político en ejercicio institucional, en un funcionario o en un jubilado pero, bajo ningún concepto, en alguien que ejerza una actividad privada.

Esto deduzco a raíz de la polémica entre hilarante y desquiciada que se ha generado por el hecho de que Esperanza Aguirre, cuya actividad política se circunscribe en la actualidad a ser presidenta regional del Partido Popular, vaya a trabajar en una empresa privada y no en la administración. Me sorprende que gente, por otro lado cabal, suelten invectivas de grueso calado por esa situación.

Decimos que nuestra política es endogámica, que los mejores huyen de ella, que está burocratizada y corrompida porque los políticos hacen una profesión de lo que debería ser un ejercicio temporal de servicio público. Y ahora resulta que, en uno de los países donde más gente hay viviendo de la mamandurria, por utilizar el término que la propia Aguirre aplicó, es incompatible ser válido para desempeñar un puesto en cualquier ámbito laboral privado, con representar y dirigir a los afiliados de una formación política.

Que me aspen si no es un ejercicio de papanatismo alucinante que no pase nada porque expresidentes autonómicos tengan derecho a percibir durante muchos años después de abandonar su cargo pingües emolumentos, a mantener escoltas, chóferes, coches y secretarias cuyos sueldos pagamos todos y sin embargo nos rasguemos las vestiduras porque haya alguien que, renunciando a tales prebendas, decide trabajar como un ciudadano más.

Falaz el argumento de que en cualquier empresa privada en la que esté, tendrá una enorme capacidad de influencia sobre las decisiones políticas y administrativas. Para prevenir y castigar comportamientos anómalos están las leyes y los instrumentos del Estado, pero es que por esa regla de tres, tampoco un directivo o cuadro intermedio podría ser presidente de un partido en ningún ámbito territorial. Ni un dueño de un gran, mediano o pequeño comercio. Ni un presidente de una asociación del tipo que sea. Ni siquiera un empleado, por bajo que sea su lugar en el escalafón de empresa privada alguna.

Absurdo, desproporcionado y surrealista. Tampoco un periodista debería ostentar puesto orgánico en un partido, ni un profesional liberal. No es ese el problema, no y por eso en el mundo y en la historia ha sido y es mucho más frecuente que en España ahora que esto ocurra. También en Zamora. Posiblemente el presidente provincial popular del que mejor recuerdo quedó fuera Santiago Santos Borbujo, y su vida se la ganaba en el ámbito privado. Lo dramático para España es que la política se haya convertido en terreno abonado para los que simple y llanamente quieren vivir de ella porque difícilmente valen para otra cosa.

domingo, 13 de enero de 2013

El arte de la guerra

La guerra es consustancial al hombre desde el principio de la historia. Tanto es así, que la propia palabra historia probablemente no existiría si no fuera por las guerras que en todo tiempo y lugar la han poblado. La violencia como forma de resolver las disputas o como excusa para empezarlas es el eterno ingrediente de las relaciones humanas desde que vivíamos en cuevas, éramos nómadas cazadores recolectores o descubríamos los rudimentos de la agricultura.

En la China del Tsun-Tzu, el libro del arte de la guerra. En el Occidente del Cantar de Mío Cid, la Chanson de Roland o los dramas de Shakespeare. En el origen de nuestra civilización recogido en la Odisea, la Eneida o la Ilíada no se desvelan, en el fondo, enigmas distintos de los que se viven y por los que se muere cada día, aún hoy, en el corazón de África o en Oriente Medio. Afganistán, Irak o los Balcanes, son los mismos escenarios para iguales personajes. Ya sea en el presente, ya en el pasado, la guerra es la guerra. Vida y muerte, humanidad en estado puro, por inhumana que nos parezca, por inhumana que sea.
Es cierto que con el paso de las eras, las sociedades humanas van siendo más civilizadas y la civilización cubriendo cada vez más superficie en el mundo, pero el hombre, en su instinto, sigue siendo un lobo para el hombre. Lo mismo lo era en la más remota antigüedad que en la época en la que Thomas Hobbes redactó tal definición “homo homini lupus est”, o que en la época actual.
Tal vez sí haya guerras justas o injustas, más correcto sería hablar de guerras justificables o injustificables aunque, de hecho, toda guerra tiene su justificación para quien la inicia y toda respuesta lo es para quien la repele. Luego pasa el tiempo y son los vencedores los que escriben la historia y, entonces, resulta que lo que nos llega y estudiamos viene teñido del color ideológico del que un día venció. Las victorias heroicas y los execrables actos de traición o deslealtad los vemos en función, no de su causa, sino de su resultado. Del caballo de Troya a Bellido Dolfos. De los revolucionarios europeos a los ayatolás.
No sólo el pasado, también el presente viene pintado de ideología, influencias, frentismo. Así, para la parte más amplia de nuestro escenario mediático, para la mayoría de nuestros creadores de opinión, cualquier guerra que emprendan nuestros aliados americanos ha de ser puesta bajo sospecha, atacada y criminalizada, por mucho que una y otra vez hayan tenido que ejercer como nuestro escudo y último recurso cuando los europeos no hemos sabido defendernos. Ya en la segunda de las guerras mundiales, ya en la contienda balcánica. No pasa lo mismo, cuando, con las mismas razones, las guerras las hacen otros, como ahora Francia en Malí o en Libia. Eso no deja de sorprenderme.

domingo, 6 de enero de 2013

De reyes va la cosa

Y de Hermida y su insulsa a la vez que provocadora entrevista. En una situación como la que atraviesa España, en lo económico y en lo que afecta a la configuración nacional, una entrevista en la que, probablemente en buena lógica, el monarca ni podía ni quería mojarse en ningún asunto polémico, ya nacional, ya familiar o personal, ha sido interpretada por no pocos como una provocación y por otros como un riesgo innecesario para la propia imagen del régimen monárquico.

No era necesaria la entrevista ni tanta genuflexión y colchón de plumas por parte del periodista para que la mayoría de los españoles podamos seguir plenamente convencidos de la magnífica labor realizada por el monarca en la transición a la democracia en España. Pero tampoco va a bastar, ni a servir, para frenar el hundimiento en su valoración entre los españoles que demuestra el claro agotamiento de su carisma y capacidad de liderazgo en un país tan complicado como lo es el nuestro.

A día de hoy probablemente seamos mayoría quienes consideramos extemporánea la monarquía como régimen. Sin embargo, España ha pasado en la transición a la edad moderna y en pleno siglo XX por dos periodos republicanos y ambos acabaron en tiempo récord en enfrentamientos civiles cruentos. Por no remontarnos a la primera, en la más reciente y cuya herida aún algunos se empeñan en mantener abierta o en volver a abrir cada día, fue atacada desde el primer día por los mismos que forzaron su ilegítima promulgación con la inestimable ayuda de un rey que huyó.

No es que en este momento pueda surgir nadie, en su sano juicio, que se plantee la república como un paso previo a la revolución socialista y prosoviética que entonces las izquierdas buscaban, pero viendo como tratamos a todos nuestros expresidentes y nuestra natural tendencia al enfrentamiento fratricida, parece que unas décadas más de monarquía aún pueden ser la mejor solución para nuestro futuro. Dicho lo cual, el propio monarca debería empezar a mostrar un cierto sentido de Estado, de ese que demostró en algunos momentos clave pero que ya ha pasado a la historia y pensar en ceder el relevo a quien como él mismo reconoció, es el Príncipe de Asturias con mejores capacidades y preparación de la historia.

O eso, o la eliminación de la monarquía pasará, en no demasiado tiempo, a ser irreversible. En todo caso, no es más importante eso que la llegada anoche de otros Reyes, repartiendo ilusión en millones de hogares, en algunos, la única probablemente recibida en mucho tiempo. Aunque la pena sea que no lleguen con su magia a todos los puntos del planeta. A esos niños que en un demasiado breve espacio de la página 29 del periódico de ayer están siendo reclutados forzosamente por ambos bandos en Centroáfrica para participar en la guerra. Ya ven, reyes que faltan y otros que quizás sobran. Como la vida misma.

miércoles, 2 de enero de 2013

Radetzsky y luego la incógnita


La marcha Radetzsky, cerrando el concierto de Año Nuevo desde Viena, daba el banderazo de salida al nuevo año, una vez que doce uvas engarzaron el rosario con el que dijimos adiós a un 2012 que no pasará a la historia precisamente por su dulce sabor.

Nace el 13 plagado, como pocas veces, de incertidumbres, miedos y sospechas que se respiran en el ambiente, en las felicitaciones, los comentarios y las tertulias. Nunca vi una manera tan generalizada de despedir a un año con reales ganas de que acabara y nunca vi recibir a otro con tanta falta de expectativas ilusionadas.

Más que desear una buena entrada de año, como es habitual, lo que se oía era dudar de cómo lo terminaremos. El futuro empieza a medirse en días o semanas, no en meses o años. La vida en España empieza a ser como la política, donde quince días son largo plazo y un año una eternidad. Y sigue sin percibirse en el horizonte el anticiclón que la economía, el empleo y la convivencia en nuestro país necesitan.

Muy pocos creen en los liderazgos que nos guían. En lo político y en lo social el perfil es cada vez más plano, el terreno yermo. Ni gobierno ni oposición, ni agentes sociales institucionalizados ni movimientos sociales independientes. No se divisan versos sueltos con capacidad suficiente para aunar esfuerzos, generar expectativas, sembrar ilusiones o centrar los objetivos y los caminos para llegar hasta ellos.

Es ese desarme el más peligroso para una sociedad, para una nación. Más allá de las crisis económicas o financieras más o menos coyunturales están las crisis de los principios, el fin de las ideologías, la muerte de los transformadores y reformistas. Se equivocan quienes no son capaces de ver que vivimos el fin de un tiempo y es necesario construir las bases del siguiente y, al menos de momento, parece que se equivocan todos los que tendrían en sus manos la obligación y el privilegio de conducirnos hacia esa nueva era.

No en todo el mundo la crisis se mantiene tan severa como en España. En casi ningún país occidental las consecuencias son tan dramáticas y catastróficas como en el nuestro ni amenazan con ser tan prolongados sus perniciosos efectos, aunque en la mayoría de ellos tampoco se acierta a saber, aún, por dónde irán los próximos pasos de esta civilización en transformación y a la que los nuevos modos de producción, las nuevas tecnologías y el control del pensamiento individual por los medios de comunicación y la epidemia de lo políticamente correcto van convirtiendo en un matrix donde la sobreinformación termina siendo desinformación.

Es largo plazo y a la vez es el día a día. Y todo, lo que está en juego, empezando por la libertad. Esperemos y deseemos que al final no sea tan fiero el león como lo pintan. Aunque es muy complicado un año sin abril.