domingo, 27 de diciembre de 2020

Un mal alcalde

Conste para “trolls” y para los lectores de bien que no hablo de la persona, sino del ejercicio del cargo de alcalde de Zamora. Aclaración previa porque es la primera vez en la historia de la democracia local en nuestra ciudad en que cualquier crítica a la gestión política de la alcaldía genera automáticamente el insulto de algunos entregados seguidores que se olvidan del argumento, en pro de la aniquilación del argumentante al que, indefectiblemente mueve la envidia, la frustración o el rencor.

Sin embargo, el de Zamora, es un mal alcalde cuando se cierra el sexto año natural en el cargo y por mucho que la mayoría de los votantes zamoranos le otorgaran su confianza hace un año y medio. No puede ser considerado un buen alcalde aquel que dirige -sin reacción- los destinos de una ciudad que acelera su caída, cada vez más sin freno, desde que ostenta la alcaldía. Una ciudad en la que la actividad económica cierra puertas cada día para no volverse a abrir. San Torcuato ha muerto, Santa Clara -les invito a hecer el ejercicio de contar- tiene más locales comerciales cerrados de los que haya tenido en los últimos sesenta o setenta años. El Riego y otras zonas de la ciudad languidecen o se sostienen a duras penas y en el conjunto de los barrios la debacle es antológica. ¿La Covid? Sin duda afecta, pero los cierres ya venían de antes y desde la alcaldía se sigue mirando a los empresarios con recelo, no se bajan impuestos ni se reforma la burocracia para favorecer la actividad.

No puede ser buen alcalde aquel que observa impávido, se expresa como si no fuera con él, y no busca el menor estímulo para frenarla, cómo la pérdida de habitantes desangra nuestras posibilidades de futuro mientras da la espalda al proyecto de Monte la Reina porque los militares no molan ideológicamente. No puede ser buen alcalde quien no solo se ejercita en no salir del despacho sino que presume de no mover el coche oficial cuando, siendo una de las capitales de España más necesitadas de respaldo de otras administraciones, su alcalde debería estar día sí y día también visitando y exigiendo a ministros y consejeros, a secretarios de Estado y directores generales no ya un trato igualitario, sino la discriminación positiva que por justicia nos corresponde.

No es buen alcalde quien deja que la ciudad esté más sucia de lo que lo ha estado en décadas, los contenedores en los barrios den pena cuando no asco, porque en cinco años ha sido incapaz de renovar ninguno de los contratos de los servicios públicos esenciales, todos caducados. No lo es quien no tiene equipo pero tampoco se encarga de crearlo. No lo es quien persigue a los funcionarios que no se pliegan a sus deseos y se empeñan en defender la legalidad frente a la arbitrariedad. No es buen alcalde quien desprecia y niega una sede digna a la valiosa obra de Lobo. O quien, amparándose en el silencio otorgado de antemano por algunos periodistas, rige la institución con las maneras más despóticas y autoritarias que se recuerdan el la Casa de las Panaderas. Sí, Zamora tiene un mal alcalde. 

domingo, 13 de diciembre de 2020

Culpables y cómplices

Desde que nació esta columna en 2007, hay mínimo una por año dedicada expresamente -y referencias en muchas otras- a la debacle demográfica de la provincia de Zamora. El drama de la despoblación con su gemelo el envejecimiento de nuestra pirámide poblacional. Que por cada mil fallecimientos el tobogán del número de nacimientos haya descendido por debajo de los quinientos y esté ya en los datos de 2019 al borde de caer de trescientos, debería ser y no lo es, el principal y casi exclusivo argumento rector de todas y cada una de las acciones de gobierno. De todos los gobiernos. Porque no se trata solo de la muerte vegetativa de nuestra provincia por la diferencia entre fallecimientos y nacimientos, sino de la diáspora en bloque de generaciones enteras por la falta de expectativas, de actividad económica y de empleo.

Cuando un problema no es nuevo sino crónico y se agrava de año en año, cualquier solución es mejor que mantenerse en la inacción del espectador idiota que ni entiende ni analiza lo que pasa delante de sus narices. No es solución sino problema que el político más conservador de nuestra provincia y alcalde de Zamora se niegue sistemáticamente a aplicar cualquier reducción de tributos que favorezca a la economía productiva, bajo excusas infantiles y, en el fondo, porque le repele la propia existencia de la actividad privada aunque sea tan de andar por casa, tan de trabajadores, familias, autónomos o pequeñísimos empresarios como la hostelería o el comercio local. O que pase olímpicamente de Monte La Reina, no sea capaz de conseguir y gestionar un triste proyecto con financiación europea o se diluya entre la incapacidad y la mediocridad.

No es solución sino problema que la Diputación provincial no pegue un puñetazo en la mesa institucional aunque con eso enfade a su vicepresidente regional. No es lo uno sino lo otro que el gobierno regional solo se acuerde de exigir al gobierno central el cambio de los criterios de financiación autonómica cuando gobierna el PSOE y no su propio partido. O que a la hora de distribuir sus propios recursos lo haga con los mismos criterios poblacionales inversos a lo que necesitamos. O que se mantenga un criminal toque de queda a las diez de la noche destrozando aún más la economía y el empleo. Lo mismo cabe decir de quienes desde sus propias filas, en lugar de exigir al gobierno PSOE-Podemos recursos y respaldo para Zamora, vociferan contra la Junta y callan sin vergüenza ante los jefes de los que sus sueldos dependen, que se burlan de nosotros y se lo dan a los de siempre o lo malversan en basura ideológica.

Si hay culpables, callar es ser cómplices. Falta saber cuántos estamos dispuestos a no serlo, a sumar, trabajar y crear opinión por esa “revolución” en positivo. Volcarse con la economía productiva y la exigencia de políticas rupturistas por el desarrollo. Con la fijación poblacional que viene de atraer inversión y profesionales, mantener a los jóvenes, apoyar a la mujer en el empleo y el emprendimiento. Rompemos la dinámica o nos vamos al guano. Hagámoslo por Zamora.

domingo, 6 de diciembre de 2020

·El silencio de los corderos


Dicen en el PP de Zamora, y dicen bien, que los Presupuestos Generales del Estado abandonan a Zamora y son una burla. Dicen en el PSOE de Zamora, y dicen bien, que los presupuestos de la Junta de Castilla y León traicionan a Zamora y son una tomadura de pelo. Y dicen, dicen, porque ni unos ni otros callan a la hora de criticar, mirando a la galería, cada uno al gobierno en el que está el otro. Y si escuchamos, escuchamos, con atención veremos que ambos tienen razón y, a falta de otra harina que no sea la desvergüenza, con la suma de sus tortas haríamos un buen pan.


Así, el gobierno de la nación y los parlamentarios socialistas por Zamora -Antidio Fagúndez y José Fernández- no sufren ninguna vergüenza por pasar olímpicamente de promesas electorales tan fáciles y baratas de cumplir, pero trascendentales para nuestro intento de supervivencia como el asentamiento militar en Monte La Reina o tan necesarias y urgentes como la conversión en autovía hasta la frontera, de la N-122  (lo de Ana Sánchez cifrando precisamente en esos dígitos la deuda histórica de la Junta con Zamora, es como lo de Sánchez con el paraguas o Simón e Illa con sus predicciones y medidas en la Covid). Así tenemos que no hay en las cuentas ni en su acción política, tan  de izquierdas, tan propagandística para “que nadie quede atrás” y tan plagada de guiños a los independentistas catalanes y vascos, el más mínimo gesto hacia la provincia en conjunto más envejecida, con menor tasa de actividad económica y que más población pierde en la última década y año a año.


Así, el gobierno regional con la consejera zamorana Isabel Blanco y los procuradores populares por Zamora -José Alberto Castro, Leticia García, Óscar Reguera- y de Ciudadanos -María Teresa Gago-, no tienen ningún empacho en tapar incumplimientos flagrantes de promesas electorales como la eliminación del impuesto de sucesiones o la nula discriminación positiva en favor de la provincia más en caída libre de la comunidad, con reiterados llamamientos a que el gobierno central haga lo que Castilla y León no hace pese a tener también competencias y recursos, planes de choque, programas para incentivar realmente la actividad económica y empresarial o inversiones para frenar la despoblación.


Podemos también preguntarnos dónde están la reivindicación y la lucha de la Diputación que gobiernan PP y Ciudadanos. Dónde las del ayuntamiento del partido comunista de Guarido. Quién habla por los hosteleros, autónomos y pequeños empresarios condenados caprichosamente a cerrar. Quién señala a Igea, vicepresidente del gobierno que preside Mañueco, cuando nos recuerda que provincias como Zamora están ante la última oportunidad de beneficiarse de los fondos europeos mientras los que llegan a la comunidad se siguen distribuyendo por población y no por necesidad o estrategia de reequilibrio. Silencian que los que han llegado se han debido sobre todo a provincias como Zamora, a su situación fronteriza, a su baja renta. Unos, otros y otros nos prefieren callados. Pero como nos recuerda la película que titula esta columna, los corderos gritan cuando van al matadero, cuando hay silencio, es porque han muerto.