domingo, 31 de diciembre de 2017

El impasible

Digo adiós al negro, ácido, oxidado, corroído 2017, como si con esa personificación pudiera devolverle siquiera una mínima parte del daño que ha causado. Le enseño mis garras, el puño apretado señalando al cielo, como si con ese gesto inútil, impotente pero catártico pudiera amedrentar al impasible. Aprieto los dientes, frunzo el ceño, respiro sonoramente como si se tratase de movimientos de ajedrez que, en el tablero de la muerte, sirvieran para algo más que para reconocerse uno en su propia consciencia.

La flecha del tiempo que nos describe la física nos muestra la dirección que el tiempo traza en su recorrido, discurriendo sin interrupción del pasado hacia el futuro, pasando por el presente. La flecha nos marca también la irreversibilidad de ese trayecto, con una tendencia que indica, bajo el concepto de “entropía”, que en nuestro sistema natural el tiempo avanza siempre hacia un mayor caos, no hacia el orden. Que la tendencia general en la naturaleza es hacia el desorden. Desde el Big Bang hacia el futuro. Del uno al infinito.

Desde el principio de su tiempo, el hombre se ha preguntado primero a dónde va y después de dónde viene. Filosofía, metafísica, teología y física han buscado en cada recodo del camino las respuestas últimas a la única pregunta cuya respuesta correcta daría todas las demás respuestas. Pero como en la entropía de la segunda ley de la termodinámica, por cada respuesta que aparece se multiplican las preguntas. Y todo para volver al origen, al sólo sé que no sé nada socrático, que realmente no indica que no sepamos nada sino que nada sabemos “con certeza”.

Ahora un grupo de científicos ha logrado acabar con la irreversibilidad, actuando sobre las partículas subatómicas -en un concreto sistema cerrado y en laboratorio- y darle la vuelta a la flecha del tiempo para que señale hacia el pasado y no hacia el futuro, nos toca despedir desde el tren de la vida esa “estación termini” que fue el año que se va -curioso, decimos “que se va” a un año “que se queda” mientras somos nosotros los que nos vamos- hacia atrás y con él todo lo que no volverá.

Prefiero despedirlo con literatura y música antes que con física. Con “marina impasible” de José Hierro: “…Presente inmóvil -sin recuerdos, / sin propósitos-, soy ahora. / Todo está sometido a un orden / que yo no entiendo. Pero embarco / en la nave, y el marinero / me dirá su cantar, más tarde, / desde el éxtasis…” Con Borges, siempre: “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego…”

Y escuchando en “El vencido” a Fito & Fitipaldis: “Dicen que estoy perdiendo el tiempo, / en vivir deprisa. / Mi vida pasa como el viento, / pero jamás sentí la brisa…”. O en “Lo que sobra de mí”: “Ahora sé que el cielo no está lejos, nosotros sí”. Impasible, el tiempo. Nosotros no.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Siempre hay salida

Dice el alcalde, después de que la oposición en pleno haya rechazado su proyecto de presupuestos, que entramos en un callejón sin salida. Lo cual resulta un comentario fácil y superficial, poco digno de alguien que lleva tantos años en política -durante muchos de ellos actuando como azote inmisericorde de los gobiernos municipales- y, sobre todo, resulta incierto. Salidas a la situación hay muchas y fundamentalmente una, modificar el presupuesto negociando con los grupos de la oposición.

Cuando se gobierna en minoría es necesario ejercitar con manos derecha e izquierda una de las cualidades intrínsecas a la política, la negociación, el juego del encaje de las posiciones y pretensiones de cada parte. En esto es en lo que Guarido más negativamente está sorprendiendo a quienes no lo conocían en el plano corto. Hablo de su escasa flexibilidad y cintura políticas para hablar y negociar no ya con un PP descolocado -grogui, en términos pugilísticos- y que aún no sabe disimular su frustración por el fiasco electoral de la candidatura que encabezó Clara San Damián, sino con un grupo como el de Ciudadanos que le ha dado durante este tiempo muestras más que evidentes y apoyos responsables y esenciales para garantizar que el mandato no fuera, desde el inicio, ese callejón sin salida al que ahora alude, cuatro años desperdiciados para una Zamora tan necesitada de no desperdiciar ni un solo día.

También de la llamada de atención ciudadana que lo ha obligado a dar un golpe en la mesa de su propio equipo, cesar al concejal de participación ciudadana y comprometerse ¨a falta de poco más de un año para terminar el mandato” a visitar todos los barrios, lo que, a primera vista -y a segunda y tercera…- se supone que es lo que deben hacer un alcalde y un gobierno desde el primer día, no por obligación sino por vocación. 

Hablo por último del enfrentamiento, absolutamente sin precedentes en el ayuntamiento capitalino, con el interventor municipal, el funcionario público encargado por la ley de velar por la preservación del control de legalidad. Qué hubieran dicho Guarido y los suyos de haber ocurrido semejante escándalo con cualquier otro alcalde en los tiempos en que ante cualquier mínima advertencia de la intervención, poco menos que postulaba la intervención de la fiscalía y hasta del Séptimo de caballería.

No hay que hablar de callejón sin salida sino de proyecto agotado como se ve en la misma inestabilidad de la alianza de gobierno PSOE-IU con un equilibrio precario y mutuamente desconfiado como se ha manifestado durante la crisis de este pasado verano a raíz de la incorporación de una nueva concejal al equipo socialista. Que no haya posibilidad de una alternativa antes de la cita con las urnas no empece para que el alcalde y su equipo cambien autoritarismo por diálogo y negociación.

Tengan una feliz Navidad, amigos lectores y, para quienes no lo sea tanto, levanten los ojos hacia la luna y recuerden que no es menos bella por tener una cara oculta.

domingo, 17 de diciembre de 2017

SOS de la provincia de Zamora

El título de esta columna es el mismo con el que uno de los mejores políticos -y gran persona- que tuvo esta provincia, Juan Seisdedos, encabezó un magnífico estudio, más de doscientas páginas, publicado en 1977, albores de nuestra etapa democrática. En aquella ocasión se acompañaba con el subtítulo: un programa para su desarrollo.

Casualidades, su sepelio ha coincidido con el titular de primera página de La Opinión-El Correo de Zamora del viernes, que ratificaba que solo en el primer semestre del año nuestra provincia ha perdido casi otro uno por ciento de sus habitantes. Una dinámica descendente que, como he reflejado en numerosas columnas, se va acelerando en los últimos años por el paulatino envejecimiento medio de la población.

La proporción, cada vez más alarmante, entre el número de nacimientos y el de fallecimientos y los brutales datos que muestran el exilio a la búsqueda de oportunidades de futuro de los más jóvenes, los únicos que podrían contribuir a aumentar el número de nacimientos son, como aquel trabajo, la esencial radiografía de una provincia gravemente enferma y a la que no parece que nadie tenga mucho interés en transformar para salvar.

Sumemos que el mayor porcentaje de esos jóvenes que se van son aquellos que han alcanzado una mejor cualificación académica y profesional, para entender que el empobrecimiento en número de habitantes va acompañado de un dramático empobrecimiento de capacidades intelectuales, imprescindibles para el emprendimiento, la generación de riqueza y la aportación de valor añadido a las estructuras anquilosadas de una provincia que sigue debatiéndose entre una ensoñación burguesa, que realmente nunca ha existido, y un cada vez más férreo y mediocre control político (a cambio de nada), más propio de épocas de caciquismo autoritario que de una sociedad democrática, abierta y moderna. 

De Seisdedos se dice que era un político conservador, pero eso es una mera etiqueta ideológica. Más bien lo tengo por un liberal con sólidos principios éticos. Fundamentalmente trató siempre de ser un político transformador. Tal y como se pudo escuchar durante la ceremonia de su último adiós, de boca de un alcalde de la provincia, siempre recordaba que las personas han de estar por encima de las ideologías en la dedicación de quien ostenta cualquier responsabilidad pública. 

A tratar de facilitar las cosas y contribuir a hacer una provincia mejor para todos los que en ella vivimos dedicó lo mejor de su labor. Cierto que no tuvo el éxito que necesitamos, entre otras circunstancias por las trabas e intereses personales de algunos de los que a la hora de su marcha le han dedicado grandes palabras como si no representaran la antítesis de lo que Juan y otros pensamos que merece Zamora y los zamoranos. Al contrario que él, entienden que los partidos (ni siquiera las ideologías) están por encima de las personas y ellos, por encima de unas y otros. Quizás tengan razón y los equivocados seamos otros. Mi abrazo, Ina, para ti y vuestros hijos.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Punto de fuga constitucional

En pintura se denomina punto de fuga al lugar hacia el cual confluyen las proyecciones de las líneas rectas paralelas a una dirección determinada. En  lenguaje menos técnico, el punto donde terminarían encontrándose todas las rectas de una pintura que apunten en la misma dirección. Configura lo que los profanos venimos a llamar perspectiva. El escultor, arquitecto y pintor del “Quattrocento” italiano Filippo Bruneleschi fue el primero en hallar la clave de la perspectiva al dar científicamente a través de la experimentación con el punto de fuga.

Más de quinientos años después del fallecimiento del florentino, en 1978, se redactó y aprobó la actual Constitución Española. Pieza clave sobre la que se ha elevado toda la arquitectura legal y de convivencia de nuestra democracia, y con la que los redactores tuvieron que hacer todo un alarde de flexibilidad e integración para poder salir adelante y alejar los truculentos fantasmas de la Guerra Civil, el franquismo y la Segunda República.

De ella, el Título Octavo, relativo a la organización territorial del Estado, fue el último en cerrarse por la dificultad para hacer confluir los distintos intereses políticos. Al final, solución de compromiso, un modelo abierto, inicialmente muy diferente para las tres comunidades llamadas “históricas” y que al final terminó en el famoso “café para todos”. Una solución sin un “punto de fuga” claro, donde cada comunidad podía ir a su ritmo y hasta el punto que considerara, sin un límite nítido al autogobierno.

El modelo ha funcionado durante este tiempo aunque nadie pueda afirmar si con un modelo más centralista el progreso hubiera sido menor. En todo caso, un modelo que en su propio desarrollo ha ido haciendo crecer el germen de la destrucción del edificio constitucional. Un modelo sin límite, en el que los dos grandes partidos no se han atrevido a poner coto a los excesos nacionalistas (favorecidos por la sobrerepresentación que la ley electoral les otorga) con la lengua o la educación. Un modelo en el que al estar solo permitido hablar de modificar la Constitución para ampliar las competencias autonómicas, nunca para reducirlas, no puede ser sino un modelo abocado al colapso.

Bruneleschi, famoso por hallar una solución arquitectónica válida para el hasta entonces irresoluble problema de la construcción de la cúpula de Santa María del Fiore, más conocida como “Il Duomo”, escribió al tribunal que debía adjudicar ese proyecto: “me propongo construir para la eternidad”. Es disculpable que los constituyentes trabajaran para la coyuntura del momento. No lo es que cuatro décadas más tarde, nuestros políticos sigan como derviches, dando vueltas sobre el mismo eje y no marcando un claro punto de fuga.

Hace un año me detuve y giré sobre mí mismo -plácidamente, como el mundo giraba entonces- en varios puntos de Florencia. Admiré la ambición, la armonía y la belleza intemporales creadas por los genios que dieron portazo al Medievo y abrieron el mundo al Renacimiento. Hoy España necesita espíritus renacentistas.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Te recuerdo como eras

El gran etnógrafo español o el juglar sabio, como lo definía hace algún tiempo el titular de un periódico nacional recibe hoy el pequeño, cálido y emotivo homenaje que discípulos, amigos y seguidores le van a dar en el Teatro Principal. Allí estaremos, agradecidos, disfrutando de la esencia que destila toda una vida de trabajo en torno a los nervios que nutren y conforman nuestra cultura como pueblo.

Joaquín Díaz decidió un día pasar de las tablas al trascenio (paradójica palabra hablando de nuestra cultura que la RAE no acoge al lado de su complementaria proscenio, mientras admite backstage) y sumergirse con la pasión del arqueólogo a limpiar con su pincel el polvo con el que los años han ido ocultando nuestras raíces. Con la pulcritud del cirujano a discernir líneas principales y adherencias provenientes de toda influencia en este plasma que nos hace humanos, nos permite avanzar y al que llamamos cultura.

Sostiene Claude Lévi-Strauss, antropólogo de referencia mundial, que toda sociedad puede distribuir las culturas en tres categorías: las que son sus contemporáneas, pero residen en otro lugar del globo; las que se han manifestado aproximadamente en el mismo espacio, pero la han precedido en el tiempo, y aquellas, que han existido a la vez en un tiempo anterior al suyo y en un espacio diferente de aquel donde ella reside. 

En todas las categorías existen elementos que se repiten indefectiblemente. Dos de ellos son la tradición oral y la existencia de música en el lenguaje, el ritmo en las palabras y melodía en las composiciones. No hay cultura sin sus canciones, que surgen del pueblo, quizás guarecido alrededor de un fuego en invierno, reunido en una celebración comunitaria o evocando mitos, ritos y gestas -recuerdo cómo disfruté leyendo un prólogo de Agustín García Calvo a una edición de la gran epopeya finlandesa que es el Kalevala, completamente diferente y a la vez idéntica a las gestas de cualquier otra cultura-. Así se van trasladando de generación en generación, de boca a oído, hasta desaparecer en la bruma del tiempo por mucho que de ellas hayan surgido otras que continúen la eterna travesía.

La cultura, como la historia, es acumulativa, no estática. Sobre unas capas de sedimentos se van instalando otras que son las que vemos en la superficie de nuestra contemporaneidad. Desandar el camino, hurgar en los restos para tirar del hilo es recuperar el conocimiento de nuestro código genético social. Dice la antropología que la cultura es a las sociedades lo que la personalidad al individuo. Joaquín Díaz es, pues, en su trabajo de décadas, en su recuperación del pasado que va mucho más allá de las canciones, el juglar sabio que nos hace sabios. Que nos permite recordarnos como éramos y por lo tanto sabernos como somos.

Todo pasado es una trenza de miles de circunstancias, casualidades y causalidades, retorcidas por el recuerdo, que nos hacen hoy ser lo que somos. Te recuerdo como eras en el último otoño, escribió Neruda.