domingo, 28 de mayo de 2017

Agitar Zamora

Se mueve la política, que todo lo mueve. Se movió el PP en el ámbito autonómico y acaba de hacerlo el PSOE en el nacional. A veces el movimiento es evolución, a veces revolución y otras involución y tengo para mí que los movimientos de las últimas fechas traen más de esto último que de las otras dos opciones por mucho que los populares lo hayan querido vestir de evolución o los socialistas vencedores casi de revolución.

Dejo para los analistas “premium” el estudio y definición de ambos ámbitos, en esta mañana de sábado en la que atempero el sosiego que dan las zapatillas de andar por casa con una agitadora dosis de heavy metal clásico ochentero, me quedo en lo más cercano, que más nos incumbe y sentimos y nos duele a los zamoranos.

Metidos en estos andares, la pregunta es si más allá del relevo del susanista Plaza al frente del PSOE provincial, tiene este partido del Pedro Sánchez reinventado -tan de la nada como fue creado en su momento-, mimbres y capacidad para ofrecernos a los zamoranos una propuesta atrevida y sólida que nos saque del vagón de cola en el que viajamos. La cuestión es, en la otra cara de la moneda falsa con las que nos vienen teniendo comprados, si el PP del aún menos aguerrido que Herrera, Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León y el que será nuevo presidente de ese partido en Zamora, (presidente mando a distancia, ya lo he oído llamar), y no más que alter ego de Martínez Maíllo, pueden en colaboración con el resto de los suyos garantizarnos no ya resultados para salir del agujero negro sino al menos intenciones de hacer algo.

Por razones más que obvias y porque el transcurso de los años va animando sobre todo a la expansión del escepticismo, no soy optimista sobre lo que los zamoranos podamos esperar de estos PP y PSOE que se configuran para los próximos años. De la izquierda de Podemos (y la finiquitada por absorción IU), es bien sabido lo que podemos esperar, a medida que la realidad los obliga a alejarse de los grandes postulados teóricos y sus políticas tienen que ser aplicadas en el día a día se van quedando en la nada o en el caso de los más dogmáticos solo son aptas para lugares lo suficientemente ricos y prósperos como Madrid o Barcelona por ejemplo donde el margen de caída es tan largo que pueden estar unos años hasta que la situación se torne insostenible.

Queda solo la incógnita aún por desvelar de Ciudadanos. Por el mensaje nacional más moderno, abierto y liberal, con las propuestas más centradas y con un Rivera y su equipo que dan muy bien en la foto de los grandes asuntos de Estado tuvieron mi voto y el de otros zamoranos. Falta por ver su capacidad e interés por hacer germinar propuestas para esta otra España de la que somos, a esta fecha, un buen, por dramático, ejemplo. Por todo ello, no está demás que, con independencia de las grandes ideologías políticas, del futuro de Zamora empecemos a ocuparnos, en zapatillas de andar por casa y con el espíritu agitado. el conjunto de los zamoranos

domingo, 21 de mayo de 2017

Primarias. Cultura democrática

Estamos tan poco acostumbrados a la democracia y llevamos tan poco interiorizado su ejercicio, que más que la sana elección entre tres propuestas distintas, parece que lo de las primarias socialistas fuera una tragedia de proporciones bíblicas. 

No se debe a que mi entusiasmo por la buena marcha del socialismo sea conocida y fácilmente descriptible que piense que lo del PSOE actual sea un paso adelante democrático que nos beneficia al conjunto de los españoles, más allá de lo que finalmente pase con cada uno de los protagonistas o con ese partido en su conjunto.

Las alarmistas llamadas al miedo sobre la fractura en dos (con el tercero en discordia parece que nadie cuenta) de la militancia socialista, no sé si pecan de falta de confianza en la capacidad de sus propios afiliados para convivir pese a las discrepancias o son intereses dirigidos por los “establecidos” para garantizar su perpetuación en las posiciones de privilegio en las que el destino o los “destinadores” los han ido situando.

Claro que el problema no está en ellos, sino en todos los que compran esa mercancía por caducada o averiada que esté. Los militantes socialistas, como debería ser entre los del resto de partidos políticos, tienen todo el derecho a “acertar” o “equivocarse” (según el lenguaje al uso que se utiliza indistintamente desde uno y otro lado) en la elección de cómo quieren que sea su partido, quién lo lidere y cuáles las ideas que deba defender y tratar de llevar a la práctica. 

En el vencedor estará la responsabilidad de hacer que los perdedores no se sientan derrotados o excluídos y en el perdedor la decisión de integrarse en los postulados de la otra propuesta o iniciar otro camino con los suyos. De hecho es bien sabido que convencidos de las ideas socialistas los hay en todos los partidos. El resultado no afecta tanto a los militantes, simpatizantes y votantes como a quienes tienen su sueldo y ocupación soldados a que no haya grandes cambios de estatus.

En todo caso, un proceso abierto, incontrolable pese a los intentos del aparato (el de unos y el de los otros, que todo va por zonas) y multitudinario es el mejor homenaje a la libertad y la única forma real de actuación democrática. Con tanto rollo a lo largo del tiempo, hemos olvidado que los partidos políticos son meros instrumentos para articular discursos y propuestas, no sólo ideológicos, sino territoriales, profesionales, etc.

No deberían ser un fin en sí mismos, en las ideas y sobre todo en siglas, estructuras y equipos. Como todas las organizaciones, nacen, crecen, su unen, se escinden y hasta desaparecen porque dejan de tener sentido o se transforman o derivan en otras organizaciones, otras siglas, programas y dirigentes.

Lo de las primarias socialistas y las existentes o inexistentes del resto de fuerzas políticas son el único camino viable hacia una transformación de los modos políticos que a estas alturas resulta absolutamente imprescindible.

domingo, 14 de mayo de 2017

Todos los extremos son uno

Por primera vez observé el funcionamiento de un péndulo de Foucault en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Salamanca, recién instalado hace más de dos décadas (oh tiempos, oh costumbres”) en el edificio de Físicas. Creo que por aquel entonces ya había leído la novela homónima de Umberto Eco y probablemente eso fuera lo que me animara a dirigir mis pasos hacia aquel edificio. 

Como el originalmente instalado en París por su inventor, León Foucault, es un péndulo esférico que colgado de un punto elevado puede oscilar libremente durante horas. El artefacto sirve para demostrar la rotación de la Tierra: la oscilación responde a un único patrón con desplazamiento en giro del eje de la misma un determinado y constante número de grados en sentido inverso a la rotación del planeta. Unidos, los puntos extremos de todas las oscilaciones, conforman una circunferencia. El punto central es siempre el mismo.

En la segunda vuelta de las presidenciales francesas, los extremos se han enfrentado al centro. Si la historia no es cíclica, al menos lo parece. En entornos civilizados y estables, a ciclos de moderación, centralidad y progreso ordenado, los suceden otros de convulsión, exacerbación de los extremismos y caos. Ocurrió en la primera parte del siglo XX con dramáticos resultados y así amenazan nubarrones actuales. 

Extremismo antieuropeo en el Reino Unido, el extremismo inane de Trump en Estados Unidos, populismos fascistoides en Europa del Este, Francia y Centroeuropa o  populismos comunistoides en la España podemita y los países mediterráneos. Como el péndulo todos responden a un mismo patrón, denostar el orden existente para proponer algo tan vago e impreciso que no supone más que un trampantojo tras el que ocultar el objetivo reaccionario, regresivo y liberticida.

Fueron Macron y Le Pen quienes ahora se enfrentaron en las urnas pero algo más que la victoria de uno u otra es lo que estaba en juego. La elección era entre el centro y los extremos. En los feudos del izquierdista Mélenchon (derrotado candidato respaldado por Iglesias y Podemos), se abucheó a Macron y vitoreó a Le Pen. Como en el péndulo de Foucault, no es que los extremos se toquen, es que conforman la misma línea de circunferencia y son perfectamente intercambiables. Avanzando hacia la extrema izquierda se llega a la extrema derecha, y viceversa. 

“O tempora o mores”, es en latín el ¡oh tiempos, oh costumbres!, con el que exhortó Cicerón al Senado en su primer discurso contra el senador golpista Catilina, quien lo había intentado asesinar tras no poderlo derrotar en las urnas para su elección como cónsul. En su discurso, Cicerón que lideró una tercera vía moderada entre el conservadurismo de los “optimates” y el reformismo radical de los “populares”, deplora la perfidia y la corrupción de “los instalados” a la vez que planta cara a los que quieren aprovecharse de ella para acabar con la convivencia y el régimen político existente. Conviene de nuevo que despertemos frente a unos y también frente a los otros: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? comenzó Cicerón su alocución.

jueves, 11 de mayo de 2017

El ocaso de los partidos

La victoria de Macron en las presidenciales francesas no adquiere menos relevancia por  el movimiento sociológico-electoral de las semanas previas a la cita con las urnas que por el resultado en sí. La valoración, por muy a bote pronto que sea hecha no puede dejar de lado circunstancias de trascendencia incuestionable.

El nuevo presidente ha sido ministro en un gobierno socialista y sin embargo ha llegado al final de la carrera presidencial como el candidato del centro y la derecha no montaraz. Para lograrlo ha presentado una propuesta de centro, de tercera vía, novedosa aunque etérea. Sin un programa muy concreto, sin posicionarse demasiado en ningún lugar del espectro ideológico y sin partido detrás, consiguió superar en la primera vuelta al candidato del partido más sólido: François Fillon, elegido candidato de los “Republicanos”, (más o menos el equivalente al PP español) por delante del ex-presidente Nicolas Sarkozy y el ex-primer ministro, Alain Juppé. Ambos lo apoyaron, como el conjunto del aparato del partido pero eso no evitó que fuera adelantado ya en la primera vuelta tanto por Macron como por Marine Le Pen.

En la izquierda se ha producido la implosión del Partido Socialista que venía incubándose tras la desastrosa gestión de François Hollande, quien con los peores datos de popularidad de todos los presidentes de la Quinta República, ni siquiera se presentó a la reelección. Al candidato “razonable”, el ex-primer ministro Manuel Valls se impuso en sus primarias el más izquierdista -menos realista- Benoît Hamon. Sus bases más militantes le dieron el respaldo. Los votantes lo llevaron al peor resultado del socialismo francés desde 1969. 

Por si esto último fuera poco, el propio Valls que ya en la campaña había dado sin ambages su respaldo a Macron frente el extremismo de Le Pen y por delante de su compañero de partido, ha anunciado oficialmente su abandono del socialismo y su deseo de concurrir a las legislativas del próximo mes bajo las siglas de “La République en marche”, el movimiento político recién configurado en torno a la fulgurante ascensión de Emmanuel Macron o, quizás sería mejor decir, frente a todo lo demás.

Frente al agotamiento del socialismo, su ausencia de referentes ideológicos modernos y su esquizofrenia entre ser de izquierdas o ser más radicalmente de izquierdas. Frente al conservadurismo, los enjuagues endogámicos y las corruptelas de la derecha. Frente a los populismos mesiánicos con soluciones de cuarto de hora de Le Pen o el “insumiso” filocomunista Mélenchon. 

Pero sobre todo, más que el propio movimiento en torno a Macron, lo que ha hecho la inmensa mayoría del electorado francés ha sido certificar el ocaso del modelo tradicional de grandes partidos con configuración decimonónica, estructuras enormes, caras e inmutables, y una visión política lineal o analógica en un mundo y una sociedad abiertos, digitales e inmersos en una revolución del conocimiento y el acceso a la información que en muy pocos años los ha transformado radicalmente. El electorado francés ha dicho no a los partidos. Sí a personas individuales y equipos “ad hoc” en los que merece la pena confiar. Ya nada permanece mucho tiempo inmutable.