Reconozco que no vi el
debate de los dos candidatos de los partidos mayoritarios a las elecciones
europeas. No es que haya dejado de interesarme la política. Es lo contrario,
como me interesa procuro ahorrarme tragos de esos que hacen perder la fe en
ella, en el sistema de partidos vigente y en los representantes políticos.
Tengo, no obstante,
entendido que lo que temía se cumplió. Que al formato se le llama debate porque
algún nombre ha de tener, que todo consistió más o menos en una serie de
intervenciones por turnos sucesivos a modo de micromítines. Utilizando un símil
literario, una especie de recitado de esos minimalistas poemas japoneses
llamados “haikus”. Con mil grandes diferencias, entre ellas una, que en el
haiku en tan sólo tres versos se pretende concentrar un sentimiento breve y
sincero, normalmente de asombro ante la contemplación de la naturaleza.
El dominio de la
televisión a la hora de llegar con los mensajes a los ciudadanos -al menos
hasta que se vea definitivamente superada por Internet, para lo que falta muy
poco- ha hecho que en este género sólo queden dos posibles representaciones del
debate. Uno es al modo espeluznante que tiñe de amarillo y marrón la pantalla
donde canis, yonkis y quevedescos bujarrones vociferan, se enfrentan y hasta se
tiran de los pelos, sea hablando de sábanas o de futbol. El otro es el de la
política de laboratorio y demoscopia, en el que el tono, el ritmo, el gesto y
hasta el cuello de la camisa se miden para que nada desentone en el guiñol.
Parecen muy diferentes
pero en el fondo la sustancia es la misma. Que nada se salga del guión que el
espectador espera. Entre el Sálvame y
el modo Arriola hay más nexos que
divergencias por paradójico que parezca. Así, el propio Cañete, quien por
condiciones y circunstancias podría haber barrido del escenario a la candidata
socialista, tuvo que aparecer al día siguiente disculpándose (es un decir), por
“no haber sido él mismo”, tras comprobar que en todos los medios aparecía como
perdedor en el enfrentamiento.
Suerte para ambos que casi
nadie lo vimos. Hubieran subido las expectativas de los partidos minoritarios
que ya preocupan a los grandes de tal manera que ahora que vamos saliendo de la
crisis, según nos cuenta Botín, empiezan a hablar de las bondades de una gran
coalición PP-PSOE.
No hubo debate, lleva
mucho tiempo sin haberlo entre ambos partidos. Lejos del espíritu haiku, nada
de concentrados sentimientos sinceros. Sólo extensos monólogos prediseñados. Sin
principios ni frescura, ante el generalizado cabreo de la sociedad con los
políticos, la única respuesta es el enroque corto. Eso es lo peor. Hace pocos
años hubiera sido impensable que tras un execrable crimen como el de Isabel
Carrasco, tanta gente hubiera escrito en tinta virtual o espuma de graffiti las
aberraciones que estos días se leen. Esto va mal.