domingo, 31 de enero de 2016

De Valencia a Valencia

En el principio está el fin; en el nacimiento de un río va implícita su desembocadura; en el alfa, la omega, recoge el libro del Apocalipsis. En junio se cumplirán ocho años del congreso de Valencia que reeligió a Mariano Rajoy como presidente del Partido Popular tras perder sus segundas elecciones (con diez millones de votos) frente al PSOE de Zapatero. Fue la noche electoral de su “sabéis que soy previsible” que hizo suponer que cesaría y el PP emprendería un proceso de renovación o refundación.

Durante la primavera el proceso se truncó. Javier Arenas desde el PP andaluz y Francisco Camps desde Valencia bloquearon cualquier opción alternativa y blindaron a Rajoy. Andalucía y Valencia se convirtieron en los baluartes a los que Rajoy debía quedar eternamente agradecido y de los que, por el mismo motivo, quedó cautivo. 

Arenas, nunca ha sido capaz de evitar la perpetuación socialista al frente del más corrupto de los gobiernos autonómicos (junto con el catalán), sigue siendo el personaje clave e intocable en la dirección genovesa. Da igual quienes sean los secretarios o los vicesecretarios, incluido su imitador Martínez Maíllo con quien compartió risas en el balcón de su sede en la última noche electoral pese a no ser ya diez, sino escasamente siete millones los votos obtenidos y más de sesenta los escaños perdidos.

En Valencia el Partido Popular ha ido despeñándose en las últimas citas electorales entre investigaciones por corrupción y acusaciones de despilfarro. Alberto Fabra trató de reformar hábitos pero los “barones” provinciales  -ahora todos en la cárcel o de camino- se lo cargaron con la connivencia de la dirección nacional.

En 2008 hacía ya un año que yo había abandonado la actividad política activa. Aún así concurrí a aquel congreso como compromisario y presenté una batería de enmiendas a la ponencia de estatutos. Iban en la misma línea que otras presentadas por un grupo de afiliados del PP de Madrid. En resumen, primarias para la elección de candidatos, congresos abiertos a todos los afiliados para la elección de las direcciones nacional y territoriales, endurecimiento del régimen sancionador frente a quienes limitaran la democracia interna prevaliéndose de su posición dentro del partido y órganos de control interno verdaderamente independientes. 

Era inviable su aprobación sin el respaldo “oficial” y éste es imposible en congresos donde todo está previamente determinado, aún así sorprendentemente dos de los redactores de la ponencia de estatutos me telefonearon y pidieron que las retirara, no sin asegurarme (evidentemente en falso), que ellos iban a convertir al PP en uno de los partidos europeos más avanzados en materia de democracia interna y regeneración.


Ahora, cuando las opciones de que Rajoy pueda ser investido presidente del Gobierno, son exactamente cero (de lo cual no me alegro), algunos en el PP me dicen lo mismo que entonces: “las cosas van a cambiar desde dentro y profundamente, solo se necesita un poco de tiempo”. Pero ocho años después Valencia emerge de nuevo.

domingo, 24 de enero de 2016

Jugar a la grande

Este es el juego de la política. Ocurre que, a veces, de tanto practicar un oficio, éste se termina olvidando en sus elementos esenciales. Pablo Iglesias ha dicho “aquí estamos para gobernar” y, nos guste o no, así es. La política nace para el gobierno, no para el ejercicio de la oposición. La política no sirve si no tiene afán transformador, no se necesita para administrar los acontecimientos según van viniendo. Para eso están los contables, los funcionarios y los técnicos. La política tiene otra vocación y quienes están en ella sin tener esa vocación transformadora no están en el lugar adecuado aunque,  cada vez más, son éstos los que se han ido haciendo con las posiciones más destacadas en nuestro ecosistema político patrio.

Pablo Iglesias y su troupe académica, quizás por su frescura de recién llegados, aún no contaminada  por la permanencia en estas lides van, una vez más, ganando la partida a todos los demás. Ya lo hicieron durante una campaña electoral en la que fueron la única fuerza que aprovechó los quince días para mejorar notablemente sus resultados y lo vuelven a hacer ahora en el delicado momento de la negociación. Mientras otros siguen dejando pasar los días y sólo reaccionan cuando les tocan su posible pervivencia individual o van dando bandazos en función del viento mediático de cada día o esperan a que le traigan la pieza cazada a casa, Podemos han roto los esquemas a Sánchez y a Rajoy y en solo un movimiento se han cargado las líneas rojas y colocado en la mejor de las posiciones. Saben lo que quieren, lo dicen y van a por ello.

Curiosamente han esperado al momento institucional justo -ellos, tan “contra-institucionales”-, cuando el Rey concluye el trámite de consultas a los candidatos, para acabar con las especulaciones y decir eso de aquí estamos para gobernar, admitimos la jerarquía que -por poco- han dado los votos a Sánchez para que él encabece, pero justo detrás vamos nosotros y con presencia proporcional.

Saben Iglesias y los suyos que el máximo deseo de las bases electorales socialistas se circunscribe a aquello de echar al PP y que esa es además la única baza para la supervivencia política de Sánchez, por eso han abierto jugada subiendo la apuesta. Si el PSOE la cubre entrarán en el gobierno para mandar y hacer sus políticas. Si Sánchez no consigue imponerse entre los suyos y se repiten las elecciones los votantes de izquierdas tendrán claro que es el PSOE el culpable y que el voto útil de la izquierda es a los del extremo. 

Que uno piense que las políticas propugnadas por Podemos, hijas de la demagogia y el totalitarismo, serían nefastas para España o para cualquier otra nación, no empece para que desde la atalaya del observador no perciba las jugadas maestras. Ésta lo es, por sí misma y por la falta de capacidad y reflejos de los demás. Y a algunos aún les sorprenden las cosas que pasan.

domingo, 10 de enero de 2016

Choque con la civilización

Las balas hacen más ruido y la sangre genera más espanto, pero casi cualquier atentado terrorista es alcanzado en gravedad y trascendencia simbólica por los acontecimientos de la Nochevieja de esta vieja Europa culta, civilizada y adormecida. Empezamos a conocer lo ocurrido en Colonia pero rápidamente se ha extendido por el resto de Alemania y por otros países del centro y norte de Europa un reguero de denuncias.

Europa entera se escandalizó con toda la razón con la patada de la periodista al refugiado que llevando a su hijo de la mano corría hacia la paz y la libertad huyendo de la barbarie y el genocidio del Estado Islámico sirio. Todos deberíamos habernos escandalizado y haber llorado más aún ante la fotografía del cuerpo del pequeño Aylan, ya inerte a sus tres años, con la cara semienterrada en un rincón de la costa turca que no fue playa sino sepultura para él y demasiados otros.

Ser civilizados supone disfrutar de aquello por lo que otros a lo largo de los siglos han luchado y han construido. También supone ser conscientes del privilegio que supone vivir sin hambre, sin violencia generalizada, con lujos y comodidades, con alimento para el espíritu en forma de cultura, ocio o deporte. 

Debemos trabajar para que otros también puedan alcanzar estas cotas de civilización en sus sociedades, ayudarles a luchar contra las tiranías y también abrir los brazos para acoger a quienes no tienen otra posibilidad de supervivencia o libertad. Pero también ser inflexibles para que nadie a quien acojamos convierta la agresión a nuestro modelo de convivencia o a nuestros ciudadanos en su modo de actuación.

La actuación no ha sido aislada sino coordinada por cientos -se habla de miles- de individuos y se ha centrado en un objetivo concreto, la mujer, con agresiones fundamentalmente de índole sexual, precisamente el campo en el que la enferma mentalidad del radicalismo islámico más frontalmente choca con nuestra civilización. 

Conviene que Europa aplique con máxima dureza la ley y que sepan los inductores y los ejecutores de estos actos que no caben entre nosotros si no se adaptan rápida y sinceramente a nuestro modo de vida. Que aquí cada mujer vale lo mismo que cada hombre y quien no acepte eso está sobrando dentro de nuestras fronteras. A la vez, sorprende que en línea con cierta absurda corrección política, las autoridades alemanas hayan tardado varios días en facilitar el significativo dato de que los agresores denunciados responden todos a un mismo perfil.

La agresión producida contiene no pocos elementos identificativos del peor terrorismo y obliga a que los estados europeos se pongan en guardia y los ciudadanos elevemos nuestro nivel de exigencia ética sin caer en los riesgos de la intolerancia. Reforcemos a la vez nuestro compromiso de convivencia amparado por la defensa sin fisuras del avance que nuestra civilización ha consolidado tras no pocos esfuerzos, convulsiones sociales y vidas y sufrimientos.