domingo, 16 de febrero de 2020

El campo de batalla

De Santa Bárbara cuando truena. Del campo nos acordamos cuando ruge el sonido de los tractores en nuestras avenidas. Entonces buscamos, incluso donde no los hay, los grandes agravios que sufren nuestros agricultores y ganaderos. Se nos llena la boca hablando de la diferencia entre el precio a los que venden sus productos en origen y el precio al que los compramos en la tienda de la esquina o el supermercado de cadena. 

Nos llevamos las manos a la cabeza como si no en todos los sectores productivos el tránsito de origen a destino generara un gran diferencial. Ése que configura la “cadena de valor” por la cual los diferentes eslabones van incorporando su “valor añadido”. La selección, la limpieza, la preparación, el empaquetado, el transporte, la publicidad y todo el “marketing”, “merchandising” o mercadeo, llámenlo como quieran. El coste del almacenaje, las mermas durante el proceso, la caducidad. Todo ello son costes que han de incorporarse a los iniciales de producción propiamente dichos. Muy concretos, nada abstractos, que permiten que el producto inicial sea vendido y por lo tanto tenga un valor económico. 

A esos costes aún quedan otros por incorporar, que no aportan valor al producto sino que de él lo extraen, los costes fiscales en cada uno de esos pasos del primero al último, en ocasiones impuestos que recaen sobre el importe de otros impuestos previos. Así pues, en contra de lo que la demagogia triunfante proclama, no existe un vacío desde la tierra hasta el consumidor en el cual un intermediario se forra. Lo lamento por quienes basan su éxito en el señalamiento de un enemigo fácil, simple, sobre el que las masas puedan poner la diana como el revolucionario busca.

Dicho lo cual vamos por muy mal camino si no recordamos que, en provincias como la nuestra, se debe prácticamente todo, incluida la propia supervivencia, al sector primario. A la agricultura y la ganadería. Y ya que como liberal prefiero hablar de los individuos concretos y no de las informes generalidades, se lo debemos a cada uno de nuestros ganaderos y agricultores. Por esta razón no solo debemos tolerar que en ciertos actos de reivindicación se generen molestias, sino que haríamos bien en apoyar un mejor trato de las administraciones al hecho diferencial que conlleva el “ser rurales”. No quiere decir apoyar privilegios, pero sí políticas que permitan equilibrar las cargas negativas que el campo soporta.

Los gobiernos, en todos y cada uno de los niveles administrativos, deben virar su acción en favor del campo, de los pueblos y de quienes en ellos viven y trabajan. Los que deben favorecer los servicios aunque en tiempo presente garantizarlos resulte antieconómico. Los que promuevan la competitividad, la formación, la implantación de nuevos cultivos y, en definitiva, la dignificación del trabajo y la vida en el mundo rural. Pero también cada uno de nosotros, cuando por unos céntimos de diferencia compramos leche de marca blanca o miel de multinacional, teniendo en el estante de al lado las que aquí producen nuestros convecinos. 

domingo, 9 de febrero de 2020

Razones para Zamora

Malos tiempos corren para una provincia cuando es necesario organizar encuentros en los que explicitar las “razones para quedarse”, pero mucho mejor es dedicar jornadas a recordarnos el gran drama que vive esta tierra que mirar para otro lado y dejar que las cosas caigan por su propio peso y aceleradamente.

Bien está que los representantes políticos de todas las Administraciones, con la excepción injustificable -una vez más- del alcalde Guarido que brilló sólo por su ausencia, reconozcan la gravedad del problema. Por mucho que aún les cueste esfuerzo asumir que es en el ámbito de la actuación y competitividad públicas en el que se deben cambiar las primeras piezas. Por mucho que aún todo consista en que cada político defienda que la solución está en el despacho de los otros y no en el suyo propio. Por mucho que todo quede en meros puntos comunes, declaraciones de supuestas intenciones más o menos genéricas, abstractas y no comprometidas. Por mucho que llegaran, soltaran su intervención preparada y no aportaran nada nuevo ni esperanzador. Por mucho que todo haya sido así, mejor es esto que el ominoso silencio al que estamos acostumbrados.

Dicho lo cual y afirmando con rotundidad la existencia de múltiples razones para quedarse en Zamora, no debemos ser menos rotundos al recordar que lo que apenas hay es posibilidades, sobre todo para los más jóvenes y los mejor preparados profesionalmente. Eso es lo que hay que asumir y con lo que hay que romper. Este es el más grave problema de España y en el que nuestros políticos no se meten de tomo y lomo, pues es más cómodo, y también más exasperante a corto plazo, centrarse en las cuestiones de la gran política, ya sea Cataluña, ya los nuevos-viejos debates ideológicos, ya el rollo que nos van a servir de manera inmediata de si república o monarquía.

Por otro lado, Zamora no se salva sólo con razones para quedarse. Somos tan pocos, tan poco brillantes como sociedad y estamos tan envejecidos, que con la misma urgencia necesitamos generar “razones para volver” aquellos que se han ido a lo largo de los últimos lustros y -también aunque no vaya con la filosofía del zamorano creer que ello es posible- generar razones para que vengan nuevos repobladores, en un momento en que por ser más global que nunca, el mundo ofrece las mejores oportunidades para ello.

Pero tan importante como el cambio en la acción política es la ruptura con la mentalidad social de Zamora. Nada se va a conseguir si no sustituimos resignación por exigencia, lamentos por propuestas valientes, fatalismo por confianza en los resultados de hacer las cosas de distinta manera. Y sí, también tradición por innovación. De todas las intervenciones del miércoles sólo una fue atrevida y diferencial. Sólo la del Director General de Caja Rural aportó verdadero valor añadido. No es la primera vez que marca el camino a seguir. El único camino a seguir si los zamoranos buscamos razones para quedarnos, razones para volver y razones para que otros vengan.

domingo, 2 de febrero de 2020

Lobo. Talante y voluntad política

Hablan estos días algunos de nueva polémica en torno al Centro de Arte para la obra de Baltasar Lobo. No es nueva esta polémica, sino la misma de los últimos cinco años. El alcalde de Zamora lo ha dicho muy claro, ni contempla ni va a contemplar ninguna otra alternativa distinta al mini edificio del ayuntamiento viejo. Da igual de dónde vengan otras opiniones, ya de expertos, ya de otros representantes ciudadanos. Lo mismo da que sea Zamora 10 -poco simpática para los regidores municipales- o la Asociación de Amigos de Baltasar Lobo, a la que pertenezco y a la que no podrán acusar de no ser empática con el equipo de gobierno, prudente en la exposición de sus planteamientos y abierta y “bienpensante” en la valoración de la voluntad manifestada en todo momento por el alcalde y su grupo político.

Como han dicho esta semana, Lobo merece que la ciudad y sus instituciones dejen de darle la espalda. Así es, Lobo se merece el apoyo inequívoco de la ciudad. También Zamora se merece a Lobo, en primer lugar porque el escultor así lo quiso aunque se frustrara inicialmente. En segundo lugar porque en su día el Ayuntamiento sí hizo un importante esfuerzo económico y de negociación con la familia del escultor y con el fisco francés. Esfuerzo en el que participé como teniente de alcalde y que concluyó en éxito y la consecución de casi 700 piezas escultóricas además de otros valiosos materiales y documentos que conforman el corpus fundamental de la vida, obra y sentimiento de Baltasar Lobo.

Esta obra, de Zamora y de Lobo, merece el trato digno de un espacio expositivo, de trabajo y divulgación a la altura de su valor y significación artística. También a la altura de su indiscutible potencial de atractivo turístico y transformador para una ciudad que se debate entre la decadencia y el anquilosamiento bajo los designios de aquellos que ya ni hablan de progreso ni lo promueven en la placidez de su “dolce far niente”. 

En la última asamblea de los Amigos de Lobo se aprobó plantear para el diálogo y el debate tres opciones razonables y válidas. En orden inverso al respaldo allí manifestado, el antiguo palacio de la Diputación, en Ramos Carrión. Buen edificio para Lobo aunque no en la mejor ubicación para impulsar Zamora. El edificio del Consejo Consultivo con arquitectura y enclave adecuados, aunque con la dificultad de ser un edificio construido “ad hoc” para sede de esa institución de ámbito autonómico. Y, la que algunos hemos defendido siempre, la construcción del Centro de Arte en el Castillo, técnicamente plausible, económicamente asumible y la mejor opción para el impulso turístico, transformador y revitalizador de la ciudad y su Casco Histórico.

Que la única fuerza política que respaldara la propuesta del Castillo en su programa electoral fuera Por Zamora sin éxito en las urnas no debería hacer olvidar que Zamora y Lobo deben de trascender a la mera coyuntura política. Aún está a tiempo el alcalde de rectificar su menosprecio a Lobo y a Zamora.