miércoles, 31 de agosto de 2011

Equilibristas

En el alambre, imaginando que hay red debajo, funámbulos se desplazan con fingida despreocupada cautela. Más zombi que moribundo, el Gobierno socialista dice proponernos “motu proprio” el equilibrio presupuestario. No hubo, insisten aunque sí hubo, llamada, tampoco carta desde Alemania. En este caso, poco importa por qué camino lleguemos, lo importante es llegar, a una medida necesaria ya hace tiempo, aunque sólo en condiciones críticas se hayan prestado a ella quienes, anclados en teoremas del pasado, hasta hoy mismo han seguido defendiendo la bonanza intrínseca, casi la obligatoriedad del déficit público.
Nadie explicó nunca medianamente bien por qué incurrir en déficit era progresista, o sea, socialista antes y socialdemócrata después. Pero ese fue y aún hoy es el dogma. Que lo que es malo en lo personal, gastar más de lo que se ingresa, es bueno en lo colectivo. Sus teóricos defendían que en épocas prósperas es bueno para la economía que el Estado gaste más de lo que ingresa porque inmediatamente aumentará sus propios ingresos merced al crecimiento económico que su propia actuación ayuda a generar y que también en épocas de desaceleración, e incluso recesión, es bueno que el Estado gaste más de lo que ingresa porque de esa manera, al inyectar recursos en el sistema, contrarresta la menor actividad del sector privado.
Ya sé que este análisis, de tan escueto, es un tanto burdo, pero en absoluto alejado de la realidad. El resultado ya en circunstancias favorables, ya desfavorables, siempre es el mismo, más Estado, más sector público, más peso de lo público en la economía, siempre un paso más cerca de la ansiada tierra prometida del socialismo. Ni la caída del telón de acero y la desaparición del paraíso de los igualitaristas a causa del hundimiento económico y la universalización de la pobreza fueron suficientes para que dieran marcha atrás. El socialismo, la imposición de lo público, la abolición de lo privado, no ha funcionado porque aún no se ha sabido llevar bien a cabo, siguen diciéndonos lo Willys de turno, los Llamazares de nómina y muchos socialistas de los que manejan el cotarro. El capitalismo, la libertad individual, el control del crecimiento y de la acción, de vocación siempre desmesurada, de lo público, son intrínsecamente malos. Por definición.
Sin embargo, aunque sin límite concreto, ahora han de plegarse a incluir, nada menos que en la Constitución, la referencia liberal al sacrosanto temor al déficit. Sea bienvenida, hágase pronto su desarrollo normativo en la Ley Orgánica que se compromete y adelántense los plazos en lo posible. Por calles anchas o por estrechos alambres colgados sobre el abismo, caminar con equilibrio asegura que al siguiente paso lo siga otro más y luego otro. Después de un verano malo, se aproxima un otoño peor y un invierno cuya salida asusta imaginar. Hay muchas cosas por hacer de aquí a abril para que podamos ver los famosos brotes verdes. Impuesto o no, avanzar en el equilibrio presupuestario no es una de las menos importantes.

domingo, 28 de agosto de 2011

¿Diputaciones?

No es éste, a pesar del título, un artículo sobre las Diputaciones. Sobre su conveniencia o extemporaneidad. No lo es, sobre si en tiempos de crisis económica acuciante como los actuales y en los que, además, los medios telemáticos permiten a la administración estar en todo momento muy cerca del administrado, hay, por fin, que plantearse si seguimos manteniendo el lujo y el despilfarro derivados de la superposición de estructuras administrativas, antiguas y modernas, que conviven en nuestro sistema.
No es un artículo sobre todo ello, porque aun habiendo ido perfeccionando, creo, mi capacidad de síntesis, gracias al corsé de entre cuatrocientas y quinientas palabras que caben en mi Espejo, no he alcanzado la pericia necesaria para resumir en tan breve espacio mis conclusiones sobre este asunto o, al menos, hacerlo de forma inteligible y que transmita, con fidelidad, lo que al respecto pienso. O más apropiadamente, lo que al respecto mi pensamiento va construyendo cada día.

De esto último es de lo que trata hoy esta columna. De cómo, por mucho que sea llamativo, vistoso o estridente, no es posible resolver ciertas (muchas) cuestiones de un plumazo, con un par de frases en una comparecencia pública, con un titular de entrevista o, tan siquiera, con un discurso vehemente. Lo he escrito alguna vez más. Vivimos un tiempo y una sociedad en los que todo lo que no sea rápido y breve, es rechazado. Nuestra capacidad de escucha, lectura, conversación, análisis o estudio se ha ido debilitando de tal manera, que somos incapaces de mantenernos conectados a todo lo que profundice un poco más allá de la superficie, trate de abarcar un amplio espacio de tiempo o se extralimite del reduccionismo maniqueo bueno-malo, sí-no, on-off, in-out…

En beneficio de la rapidez y la inmediatez, hemos sacrificado el poso y el reposo imprescindibles para la resolución de ciertos (muchos) problemas. Poso y reposo que trazan la frontera entre la respuesta instintiva, natural, casi animal y la que es fruto de la inteligencia que fabrica nuestro privilegiado entramado de conexiones neuronales alimentado por la experiencia y el conocimiento. Paradójicamente, cuanto más vamos descubriendo y siendo conscientes de las complejidades que conforman el mundo en que vivimos, más adictos nos hacemos a la simpleza y la superficialidad para abordar cualquier asunto, cotidiano o trascendente.

También lo detecto en la vorágine desatada alrededor de la pervivencia de las diputaciones, de los ayuntamientos de muy reducida dimensión, de la interrelación entre las diferentes administraciones y, en definitiva, sobre la estructura administrativa apropiada para el Estado del siglo XXI. Ha estado bien De Santiago Juárez, portavoz de la Junta de Castilla y León, casi el único que saliéndose del marco simplista que encierra a la generalidad de nuestros políticos, advierte del necesario adelgazamiento de la Administración en su conjunto, pero tras un estudio profundo y no cortoplacista. No olvidemos que la Administración debe servir al ciudadano y no al revés.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Marear la perdiz

Lo peor que se puede hacer en los momentos en que más necesario es hacer cosas, es no hacer nada pero de forma que parezca que es algo lo que se está haciendo. A estas alturas, no creo que haya nadie medianamente formado e informado, que entienda por qué tenemos que esperar hasta el 20 de noviembre para que se celebren unas elecciones que ya están anunciadas; manteniendo, mientras tanto, una situación de interinidad en la que ya se sabe que el actual presidente, en ningún caso, va a ser el próximo presidente; en la que el partido gobernante, con toda seguridad, va a dejar de serlo y en la que cada día que pasa de no gobierno, se acrecienta la inestabilidad en la que llevamos sumidos desde hace ya demasiadas fechas.
De poco sirve que el presidente del Gobierno de España convoque Consejos de Ministros extraordinarios para aprobar medidas, que no pueden llegar a lo que se necesita para no perjudicar los intereses electorales del nuevo candidato. De prácticamente nada, que se reúnan las Cortes Generales para ratificar unas actuaciones en las que no cree ni quien las propone, que todos los expertos coinciden en que son insuficientes -cuando no extemporáneas- y que en el caso de las más trascendentes, no devienen de la voluntad de nuestro Gobierno, de nuestra convicción nacional, sino que son impuestas por quienes, para bien o para mal, han tenido que tomar por los cuernos el toro, y qué toro, de la pervivencia del euro, de la supervivencia de esa reciente pero imprescindible creación que es la Unión Europea.
En la situación actual, con lo que ya ha llovido y con lo que, según parece, aún resta por caer, la única conclusión clara es que ha llegado el momento de poner fin a un “stand-by” tan estéril como peligroso. Ya no es una cuestión de ansias de poder partidistas, más o menos legítimas, ni de un quítate tú, que me ponga yo. Lo que está en juego es un período de tiempo tan absolutamente valioso, que jugar con él casi hace incurrir en un delito de lesa patria. Es necesario un nuevo Gobierno -el que sea-, que ponga fin a la más catastrófica acción de gobierno de la que tengamos memoria. Que pueda transmitir a los españoles y también fuera de nuestras fronteras que el contador ha sido puesto a cero y que a partir de ahora comienza la nueva cuenta. Que pueda buscar los consensos imprescindibles en lo básico para salir del atolladero y para poner las bases de lo que debe ser la recuperación, y esto es, precisamente, lo imposible de conseguir a las puertas de unas elecciones.
Lo contrario, mantener la misma dinámica en la que estamos, retrasar la configuración del nuevo Gobierno hasta principios del nuevo año, dilatar aún más la adopción de las medidas que se consideren adecuadas, supone simple y llanamente, marear la perdiz.

domingo, 21 de agosto de 2011

Espectros

En Italia, en un famoso desfiladero llamado Horcas Caudinas, el año 321 antes de Cristo tuvo lugar una batalla que ganaron los samnitas a los romanos. Tras la batalla, los vencedores humillaron a los romanos haciéndoles pasar, despojados de sus atuendos militares e incautadas sus armas, bajo unas lanzas colocadas a modo de yugo. Allí nació la expresión "horcas caudinas" con el significado de la humillación que imponen los poderosos a aquellos que se han enfrentado a ellos y han sido derrotados.

Hace poco, en medio de una conversación intrascendente pero atractiva como sólo pueden llegar a serlo las buenas conversaciones entre amigos, alguien inquiría sobre cierto político en activo. La primera respuesta que se escuchó, lanzada con la inmediatez de un automatismo, de un resorte que salta en un lugar cuando se acciona una palanca en otro punto distinto fue, murió, hace mucho que sólo queda su espectro. Otros hubieran dicho, dejó de existir como tal cuando pasó bajo las horcas caudinas. Analizar tal afirmación, me llevó a pensar en la conveniencia cuasi científica de elaborar una clasificación de los perfiles más característicos de quienes se dedican o nos hemos dedicado a la noble actividad de la política -porque la política es noble, aunque no siempre lo sean quienes la ejecutan-.

En esa disección y categorización de los arquetipos, el de los espectros ocuparía un lugar destacado, casi diría de buje. Imprescindible para que los caudillos puedan reafirmar su poder, su esencia, la propia justificación de su existencia y superioridad. El caudillo sólo tiene dos fórmulas para probar, y que sea aceptada, su superioridad fáctica y moral (en un significado tan amplio de la expresión, que, en ocasiones, rompe las barreras aceptables de tal concepto). La una, lo eleva por encima de sus semejantes por su propia personalidad, el respeto que genera y se ha ganado por sus hechos o sus palabras y el liderazgo que le otorgan libre y voluntariamente sus seguidores. La otra, como frecuentemente refleja, de manera descarnada, Vargas Llosa, en tema recurrente de varias de sus novelas o, más sutilmente, Borges en unos cuantos de sus relatos, cuando sus virtudes no le alcanzan para la anterior vía, consiste en degradar (bajar de grado) a aquellos de los que están a su alrededor, que puedan competir, oponérsele, hacerle sombra, o poner en riesgo su preponderancia.

Para esto último, encuentra el caudillo que no es líder sino tirano, la colaboración de aquellos que son, de naturaleza, sumisos o piensan como un personaje de la vargasllosiana “Conversación en La Catedral”: “hace tiempo que no sé lo que es debido o indebido. Sólo lo que me conviene o no”. Pero además necesita exhibir el elemento ejemplarizante, la única sumisión verdaderamente valiosa, la de sus otrora enemigos, ahora despojados de armas y vestimentas, quienes tras humillarse bajo las horcas caudinas permanecen (palabra clave) como espectros al servicio de aquél. Otros no.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Ofende la JMJ


Los exorcistas de lo religioso están fundidos. No saben por donde les vienen los tiros. Se desgañitan repitiendo absurdos y por mucho eco que les den algunos medios, ven que no consiguen que su mensaje cale. Medio millón de jóvenes han llegado a España desde todos los lugares del planeta. A ellos se unirán el doble, aquí en España, de Madrid y de todos los puntos de la piel de toro. No vienen a protestar contra el sistema, ni a desafiar la convivencia ciudadana ni a la autoridad acampando sin permiso en calles y plazas, ni a convertir éstas mismas en inmensos contenedores de residuos. Tampoco a arrasar cuanto pillan a su paso ni a robar en las tiendas de ropa de marcas reconocidas o de electrodomésticos y aparatos de tecnología de vanguardia.

Cómo es eso posible. Serán jóvenes vendidos al sistema que han abdicado de la obligación juvenil del inconformismo, pensarán, quizás, algunos de aquellos a quienes de nada sirve repetirles que España, según nuestra Constitución, no es un Estado laico sino aconfesional, que se asienta en una nación donde el ochenta por ciento de sus habitantes se siguen declarando creyentes y muchos de ellos, además, practicantes. Da igual, a algunos, todo lo que suene a religión –católica, por supuesto- les ofende sobremanera y ya de entrada. Sin embargo, en estos tiempos que corren y con las costumbres y maneras al uso, qué mayor señal de inconformismo, de protesta, de manifestación nítida y comprometida de querer cambiar las cosas, que recorrerse medio mundo para venir a reunirse y a rezar pacíficamente y en comunidad con el más importante líder espiritual de la Tierra.

En palabra abundantemente utilizada en la literatura iberoamericana, que además es una región en la que el cristianismo se muestra pujante, los contrarios, están “fregados”. O sea, arruinados en sus planteamientos de boicot a la visita papal a Madrid. Sus ridículas pegas, amparadas en los costes económicos para el erario público, son la más viva demostración de lo descolocados que los deja este acontecimiento, justo cuando parecía que el único camino hacia la modernidad, hacia el enlace con los más jóvenes de cara a la lucha política y partidista era comulgar en el fondo y en la forma con el 15-M, un movimiento que comparado con la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, resulta ser como comparar la arena de la playa de los pelambres con la del desierto del Sáhara.

A algunos carcas, que con frecuencia animan a saltarse ciertas leyes, no les ha faltado ni exigir al Fiscal General del Estado que esté atento a las palabras del Papa por si en alguna de sus intervenciones frente a sus fieles se le ocurre criticar u oponerse a algunas normas vigentes. Me dirán que no somos un país para desternillarse de risa. Quedémonos con el ejemplar comportamiento cívico de los protagonistas del evento y con la lección de convivencia sin razas ni fronteras.

domingo, 14 de agosto de 2011

Muros

El mundo lleva milenios construyendo muros que separan. Desde que el hombre dejó de dedicarse a la caza y la recolección de frutos silvestres, para volverse sedentario; cuando conoció la agricultura y nació una nueva concepción del espacio y la propiedad, inició la larga e inacabada historia de los muros. Muros, fuertes, empalizadas, murallas, fosos, torres defensivas. Larga la carrera del hombre por defenderse del hombre, por separar a Caín de Abel, donde Abel siempre somos nosotros y Caín los otros.

Hace 50 años, en el corazón de Europa, en una ciudad que había sido estandarte del totalitarismo y cuyos habitantes habían aupado al poder unas décadas antes, al monstruo que provocó la segunda de las cruentas guerras mundiales, en una ciudad ya en aquel momento hendida por múltiples muros virtuales, la voluntad del otro totalitarismo, simétrico, gemelo por opuesto, al que ya había muerto, decidió levantar un muro de la noche a la mañana. Alambradas de espino, bloques de hormigón, torres de vigilancia, focos y ametralladoras cortaron calles por el eje, casas por la mitad, plazas y parques. Separaron familias, grupos de amigos, empleados de las mismas fábricas, alumnos de los mismos colegios. Rasgaron vidas en una esquizofrenia impuesta por la brutalidad de la bota y el frío contacto del cañón de las armas.

También en este caso, quienes lo promovieron, dijeron que era para protegerse de las posibles agresiones de fuera. También ellos aseguraban que Caín era el que estaba al otro lado. Francia, Inglaterra, Estados Unidos, que controlaban las otras tres cuartas partes de Berlín eran la amenaza fascista, decían quienes desde 1917 no conocían otra forma de hacer las cosas que con la aniquilación de cualquier atisbo de libertad en aras a construir su orden perfecto, que, sin embargo, si a algo se parecía era al perfecto orden que propugnaba el fascio. En ese momento se escenificó como nunca antes la división entre los tipos de muros en función de quién los construye y cuál es su finalidad real.

Las sociedades libres (o más o menos libres) construyen muros para impedir la entrada en su territorio a aquellos que puedan poner en riesgo a sus ciudadanos. Los regímenes totalitarios los construyen para que sus ciudadanos no puedan salir (en los quince años previos a la construcción del muro de Berlín, tres millones de alemanes habían marchado del Este al Oeste) y descubrir que sin un orden tan perfecto se vive mejor. Que a la igualdad se llega antes transitando el camino de la libertad que el del igualitarismo decretado.

Hay muros que crean fortalezas y muros que hacen cárceles. Y esos muros, no sólo son de alambrada, ladrillo y hormigón, ni éstos son peores que los construidos en las mentes con mortero de intolerancia, ladrillos de sectarismo y alambre de falsedad. La diferencia es que aquéllos suelen caer antes que éstos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Empuñando un tweet

Rugen las calles de Londres, crujen las bisagras sociales de Inglaterra, desvencijadas por la marabunta. Irracional tropel disfrazado de inconformismo, de rebeldía, de protesta, de manifestación, de frustración. No es el disfraz la esencia del problema. Hoy en el Reino Unido lo que ayer en las “banlieues” parisinas. Es vandalismo, delincuencia, terrorismo callejero. Masa informe agrupada en manadas que prestan cobertura a viles saqueadores. Rebaños de idiotas que arropados por la presencia de otros idiotas, se ven importantes, valientes, grandes, mientras lanza un ladrillo o un cóctel molotov, en mitad de una calle enajenada, envenenada de ridiculez y paroxismo.

Me niego a secundarlo, no son “los jóvenes” ingleses, no. Son un puñado de bárbaros, jóvenes en su mayoría, eso sí, pero no la mayoría de los jóvenes. Porque la mayoría de los jóvenes británicos, como los españoles, como los europeos, están trabajando, o estudiando, o de vacaciones, o buscándose un modo digno y decente de ganarse la vida. Individuos capaces de tal salvajismo han existido siempre, si es que no es cierto lo que los filósofos se han cansado de repetir, que todos podemos ser así en un momento dado de borrachera mental colectiva.

Sólo que antes, cuando la mecha de la revuelta recorría y sacudía amplios sectores sociales era porque durante largo tiempo había ido creciendo en el caldo de cultivo de la injusticia, del hambre o de la necesidad, hasta que un acontecimiento, no siempre trascendental, a veces pueril, se convertía en el detonante para la presión contenida. Eso era cuando las cosas se movían a otro ritmo, cuando la música eran largas óperas o complejas sinfonías. Por aquel entonces, todo el mundo sabía que una cosa eran las algaradas y otra las revoluciones.

Hoy, cuando ninguna canción es comercial si dura más de cuatro minutos y  salvo que sea ligero como una pluma nadie lee un libro medianamente grueso; cuando la información más vista, seguida y creída no es la que llena varias páginas, editoriales y columnas de opinión de un periódico, sino la que se contiene en una breve entrada de facebook o en los 140 caracteres de un “tweet” escrito bajo pseudónimo, las explosiones sociales no necesitan mayor tiempo de germinación ni especiales razones inflamables. Bastan un solo incidente, una pequeña llamarada y el grito en la red del nuevo macho alfa virtual, para que el fuego se propague con rapidez y aflore en los puntos más distantes e insospechados.

El viejo orden de la Inglaterra victoriana fue sepultado por la máquina de vapor y la Revolución Industrial. La edad de la inocencia en la vieja Europa se quebró con los totalitarismos deshumanizantes y dos guerras mundiales. La sociedad está otra vez en choque, aunque desde dentro los árboles no nos dejen ver el bosque. Internet es la nueva convulsión. El mundo ya es otro. Y si cuesta tanto analizarlo, cuanto más nos va a costar diagnosticarlo. Ya no digamos, intuir y afrontar su evolución.

domingo, 7 de agosto de 2011

A propósito de la economía

Nos dicen, y es verdad, que el problema fundamental por el que nuestra economía es tan vulnerable a los ataques especulativos, es decir a que los especuladores financieros internacionales apuesten porque a España le van a ir peor las cosas a corto y medio plazo, fundamentalmente son nuestro elevadísimo endeudamiento, tanto público como privado y nuestro déficit público, pero también lo son nuestra dispersión institucional y la ausencia de un poder central suficientemente fuerte residenciado en el gobierno de la nación, con lo que ello conlleva de dificultad para conocer con exactitud los números reales de nuestro sector público y la imposibilidad de tomar con agilidad y determinación medidas drásticas cuando se hacen imprescindibles.

Italia, un país gobernado poco ejemplarmente, más fuerte económicamente que nosotros y mucho menos descentralizado, aunque también se encuentra financieramente en la picota de los especuladores, acaba de suspender las vacaciones de sus parlamentarios, de anunciar un recorte del gasto de casi 80.000 millones de euros, la liberalización del sector empresarial para dar dinamismo a quienes crean la riqueza y la introducción en la Constitución de la obligación del equilibrio presupuestario, en contra de lo que las izquierdas han venido tradicionalmente defendiendo con consecuencias catastróficas, que el déficit no sólo era necesario, sino conveniente para la economía.

Aquí, en vísperas de las elecciones, probablemente nos van a ofrecer las medidas opuestas. Ya lo han hecho con la liberación del techo de gasto autonómico y parece que lo siguiente será subir impuestos a las empresas. Sería mejor, sin embargo, que nos fuéramos haciendo a la idea de que tendremos que hacer sacrificios, que habrá que dar prioridad a ciertos servicios que recibimos del Estado, entendido en su más amplia acepción y que incluye también a comunidades autónomas y entidades locales, y renunciar a otros, a los que nos hemos acostumbrado pero no son tan esenciales, o, al menos, no es tan esencial su recepción gratuita por todos, quienes de verdad no pueden pagarlos y quienes tienen ingresos o patrimonio más que sobrados para financiarlos.

Será mejor que vayamos pensando que habremos de sacrificarnos, pero al menos lo estaremos haciendo para que las cosas dejen de empeorar en esta ya prolongada agonía y empiecen a mejorar. Es cierto que no estamos acostumbrados a renunciar a nada, que allí hasta donde nuestra memoria alcanza, siempre nuestro nivel de vida ha ido mejorando año a año, que cada vez hemos ido recibiendo más servicios que (al menos individualmente) nos iban costando menos. Hoy, recibimos servicios y prestaciones públicas que no se habían ni siquiera soñado hace tan sólo veinte años. Nos encontramos en un punto de obligada inflexión. Que sea sólo el momento de dar un paso atrás para poder recuperar el rumbo y el ritmo, dependerá de nuestra determinación para aceptarlo, pero muy ciegos estaremos si pensamos que la situación puede solventarse sin duros sacrificios y renuncias.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Ni un día más

No era trece, pero sí martes. Y no es eso lo peor sino que antes de este martes, vino el lunes y atrás días, semanas, meses de debacle, de caída libre, de equilibrios en el estrecho alambre que cimbrea sobre el caos, tratando de mantener el equilibrio sólo amparados por la pértiga de la mentira, la inacción, la mirada desviada y la incompetencia más manifiesta. A España empieza a no bastarle con una convocatoria electoral a tres meses y medio vista. Quizás no sirva que unos y otros se vayan de vacaciones como si aquí no pasara nada. Como si las vacaciones fueran un derecho por encima de cualquier vicisitud. Quizás España, y no he leído ni escuchado aún que nadie lo diga, necesita la dimisión automática del Gobierno en pleno, la disolución inmediata de las cámaras, la convocatoria a las urnas, no para finales de noviembre, sino para el plazo mínimo legalmente establecido, es decir, para dentro de menos de dos meses.

Algunos datos de la terrorífica coyuntura en la que nos encontramos son ya tan sabidos, que suenan a pasados, antiguos incluso, a pesar de ser absolutamente presentes. Otros, aún tienen capacidad para sorprendernos, para alarmarnos a medida que se van produciendo, y esto, desgraciada e inexorablemente ya ocurre todos los días. Nunca, desde la entrada en el euro, la economía española estuvo tan contra las cuerdas. Nunca, quizás desde Felipe II, corrimos tanto riesgo de hundirnos como país, sin que nadie dé la cara, sin que nuestros gobernantes sean capaces de mover su faz, sobrepasada por los acontecimientos, paralizada por el miedo, endurecida por las mentiras reiteradas, mantenidas en el tiempo, cuajadas en el desparpajo y la desvergüenza.

400 puntos básicos de diferencial del bono español frente al alemán, suenan a fruslería en un país con cinco millones, reales, de parados, que superan el doble de la tasa media europea. Pero si éstos son el sepulcro en el que se entierran las posibilidades de una posible recuperación a medio plazo, aquéllos son la pesada losa bajo la que impedir cualquier atisbo de brotes verdes. Como suena a intangible, conviene recordarlo; cada euro que España adeuda –y son muchos-, le cuesta un cuatro por ciento más que a Alemania. Así, quién puede competir, es la pregunta. Qué sarcasmo supone, ahora, recordar tantos pasajes de nuestro más inmediato pasado político. Aquél debate del inane Solbes frente el ingenuo Pizarro, la impasibilidad con la que su sustituta en el ministerio ha reiterado una y otra vez que lo peor ya había pasado, hormigón armado cubierto de seda y etiqueta.

El 20 de noviembre es demasiado tarde. Que se vayan ya y que los españoles despertemos del sueño de la bonanza que hace mucho nos abandonó y votemos, octubre mejor que noviembre, por un Gobierno fuerte, capaz de tomar las medidas necesarias -aún así, ya veremos-. Pero no, de momento, silencio.