domingo, 28 de enero de 2018

Estética ortográfica

No menos que en las grandes cosas, se percibe lo importante en pequeños detalles. En los aconteceres que de común se consideran trascendentes es donde más se aplica el celo para que el resultado sea el esperado. Sin embargo en lo que se considera más intrascendente es donde mejor se refleja la esencia del actuante. En ocasiones, resulta que en lo grande la intervención de unas u otras personas es plenamente intercambiable, con pequeñas diferencias de matiz. Son, por así decirlo, cuestiones que se sustancian en el ámbito de lo técnico, lo catalogado, lo establecido. En lo pequeño, por el contrario, entra en acción no solo la consciencia de quien actúa, sino lo más profundo de su naturaleza, el elemento inconsciente.

Dentro de lo pequeño para muchos entra la ortografía, entendida poco más que como estética, a la que, además, se le da poca importancia, cuando, sin necesidad de llegar a afirmar como el filósofo Wittgenstein que ética y estética son lo mismo (“son Uno”), es indiscutible que están interrelacionadas. De igual modo, el contenido que queremos expresar por escrito no se manifiesta ni se recibe igual cuando responde a las normas de ese código que es la ortografía que cuando lo vulnera. 

Escribe Umberto Eco en el prólogo a su Historia de la Belleza que “parece que ser bello equivale a ser bueno y, de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido un estrecho vínculo entre lo Bello y lo Bueno”. En el ámbito de la escritura, la corrección ortográfica, como la gramatical, la sintáctica o la semántica, hacen que lo escrito resulte más bello y más armónico. Más estético.

¿Una antigualla? Puede entenderse así en los tiempos de las redes sociales, de la instantaneidad vaporosa de Internet, en los que lo escrito, escrito queda, pero menos que cuando todo iba impreso sobre papel. Vivimos en la era de la economía en el número de letras y palabras para la transmisión de los mensajes. En la que, incluso para el propio presidente de la primera potencia mundial, y pese a sus miles de asesores, importa más decir algo cada día en menos de doscientos caracteres que el qué es lo que dice o cómo lo dice.

En la cadena americana de cafeterías “Starbucks”, cuando pides un café te preguntan tu nombre y el camarero lo rotula sobre el que será tu vaso. En Estados Unidos (lo he comprobado en Madrid en alguna ocasión) tienen fama de escribir sistemáticamente mal los nombres. Eso ha dado lugar a que muchos clientes fotografíen y difundan en sus redes sociales los vasos con la marca y sus “nuevos” nombres. Esto ha hecho que algunos, y no solo humoristas, vean que detrás de ello no existen equivocaciones sino una auténtica estrategia de márketing (nadie enviaría una foto del vaso con su nombre correcto). La cuestión en todo caso consiste en saber si estamos ante algo pasajero, episódico, o un cambio de paradigma en el modo de comunicarnos.

domingo, 21 de enero de 2018

El espejo de Tabarnia

Para defendernos del absurdo, cuando no directamente de la imbecilidad las mejores armas nos las presta el sentido del humor. Pocas cosas descolocan más al adversario dialéctico que un cambio de tercio humorístico en el momento en que defiende con más fuerza y afectación un argumento insustancial.

El juego de la paradoja, la fina ironía, el afilado corte del sarcasmo, o un acertado toque cáustico en el momento oportuno, sirven para desmontar los más gruesos argumentos si están asentados sobre bases falaces. Es verdad que como contrapartida, no pocas veces es el necio el que trata de desmontar un buen y veraz argumento del rival soltando un comentario chistoso, pero qué se le va a hacer, todas las monedas tienen dos caras y el mundo responde en buena medida a un universal código binario.

Lo de Tabarnia -la suma de las zonas costeras de las provincias de Tarragona, y Barcelona, es decir, las más pobladas, las que tienen un mayor desarrollo industrial y, con mucha diferencia, la mayor renta de Cataluña-, como contrapropuesta frente al reclamo independentista de la mayoría de la clase política catalana, es el hallazgo más lúcido y brillante que se haya visto desde que los catalanes “puros” empezaran con su pesada matraca a favor de esa independencia que promueven con voz ahuecada, vestimenta uniformada al estilo del traje Mao y el cóctel de desprecio, vanidad y superioridad con el que envuelven sus exposiciones. 

Decía Horacio que el humor es una lógica sutil. Por eso hace tanto daño a quienes tratan de imponer a mamporrazos su lógica parda. La daga más fina puede acabar con la vida de quien empuña un gran sable si aquella es manejada con astucia y habilidad suficientes. Albert Boadella, que es el más genial de nuestros cómicos en activo, o como él mismo se define, un payaso, ha interpretado la mejor oposición al surrealista espectáculo del Puigdemont “exiliado. que defiende un reino que no es de este mundo. La mera formulación de Tabarnia como concepto, -absurdo pero no menos verosímil que la pretensión de una Cataluña intemporal e independiente- ha bastado para someter a los portavoces del independentismo a una presión superior que la generada por la pseudo-aplicación del famoso 155.

Tan es así que ha colocado a los independentistas en la tesitura de tener que defenderse en lugar de seguir atacando. Uno de los momentos más satisfactorios de la semana, políticamente hablando, ha sido escuchar a Ada Colau criticando con dureza y enfado la posibilidad de una Tabarnia escindida de Cataluña a imagen de la pretendida escisión de Cataluña de España. Totalmente en serio la tildaba de payasada sin darse cuenta de que con eso se colocaba a sí misma y a los argumentos independentistas ante el espejo del absurdo. 

Leí en el escritor israelí Amos Oz: “Nunca he visto a un fanático con sentido del humor, ni a nadie con sentido del humor que sea un fanático”. Pues eso.

domingo, 14 de enero de 2018

De los empresarios

Vienen a decir desde Comisiones Obreras que la culpa de los problemas económicos de Zamora es de los empresarios. Por dos razones: Los acusan de no invertir y a la vez de no incrementar los salarios de manera generalizada. 

De la segunda razón entienden que con mayor esfuerzo retributivo se lograría un mayor nivel de renta del conjunto de los trabajadores y, por ende, la mejora del consumo. Tienen razón, a mayor renta mayor consumo, a mayor consumo mayores ventas y beneficios y con ello más posibilidad de inversión. Además con mejores salarios y más empleo mayor atractivo de Zamora para retener y atraer población.

El razonamiento parece inatacable y la conclusión lógica. Lástima que se olviden de que para llegar a una conclusión válida se requiere partir de premisas válidas, no falaces o parciales. En este caso, que “los empresarios”, o como sería mucho más correcto decir, cada empresario individualmente considerado, tenga la capacidad económica para poder hacer frente al pago de ese incremento de los salarios de sus trabajadores e, incluso, para mantener los actuales puestos de trabajo y salarios, además de las cotizaciones sociales y la multitud de tributos que le caen automáticamente a cualquiera que cometa la osadía de tratar de emprender. 

¿Qué fue antes el huevo o la gallina? ¿Ha de invertir cada empresario aún más recursos de los que ya ha invertido, subiendo “generalizadamente” los salarios a la espera de que eso, al cabo de un tiempo, le permita recuperarlo vía beneficios o, por el contrario, ha de acumular primero un cierto volumen de beneficios con el que poder garantizar la continuidad de los empleos y las mejoras salariales? 

Respecto de la primera acusación, decir que los empresarios no invierten es obviar que “los empresarios” (incluidos los autónomos) son los únicos que invierten o, al menos, que invierten lo suyo y lo que con riesgo -alto riesgo en momentos de crisis- piden a otros para invertir. Ya sabemos que las administraciones también invierten en muchos casos, gastan en otros y despilfarran en algunos, pero no sus recursos sino los nuestros; lo de empresarios y asalariados. Aquello que nos han detraído por vía fiscal y aquello que logran mediante endeudamiento y que con posterioridad nos detraerán por la misma vía fiscal. Es obviar también que cualquiera puede ser empresario y, casi todos lo seríamos, si tenemos la convicción de que emprendiendo vamos a obtener un mejor resultado económico y de calidad de vida que siendo asalariados, funcionarios público s o liberados sindicales.

Me temo, pues, que pese a su buena voluntad, yerran poniendo en la diana a los empresarios en lugar de hacer frente común con ellos para exigir que aquellos que gestionan el porcentaje mayoritario de nuestra renta, políticos en Zamora y, sobre todo, políticos fuera de Zamora, alteren sus prioridades y en lugar de hacerlo en exclusiva a Madrid, a Cataluña o a su propia preservación, dediquen al menos parte de su esfuerzo a cambiar la dinámica mortal de nuestra tierra. 


domingo, 7 de enero de 2018

El último de la fila

Investigadores de la Universidad de Harvard han realizado un estudio que concluye que no es buena idea cambiarse de fila en el supermercado por mucho que tengamos la impresión de que la nuestra es la que más lentamente avanza, por mucho que los carritos que van delante nos parezcan más livianos que los de las filas alternativas.

Como todas las reglas mantiene sus excepciones, las muestras estadísticas al cien por cien son desconocidas por infrecuentes -salvo en la vida interna de los partidos políticos-, pero en la mayor parte de las ocasiones la mejor decisión es continuar en la fila por la que se ha optado en primera instancia. La razón, la primera decisión se toma de forma cerebral, con un rápido análisis del número de personas que hay delante, el conjunto y diversidad de artículos que hay en cada carrito y hasta la apariencia de mayor o menor dinamismo de los clientes y hasta del operario de caja.

Dicen los profesores de Harvard que esa primera decisión racional suele obtener la recompensa del éxito con mucha más frecuencia que la decisión más intuitiva e impulsiva que se toma cuando, una vez en la fila, nos impacientamos, ya no digamos cuando la mudanza de fila se produce en dos o más ocasiones. Una de las enseñanzas  fundamentales de los cursos de postgrado en cualquier escuela de negocios del mundo consiste en consolidar el hábito y las habilidades para parametrizar cualquier elemento en la gestión de las organizaciones y la toma de decisiones estratégicas. A quienes llegamos a ellas provenientes de una formación más humanística que técnico-científica, ese cartesianismo que todo lo enjaula en hojas de cálculo y matrices de decisión nos genera una sutil desconfianza, más acostumbrados al ingenio que a la pura aritmética, al bosque que al árbol; pasado un tiempo y avanzando en la materia, comprobamos que en la mayor parte de las ocasiones la decisión exitosa es la que parte de la racionalidad y no de la intuición.

Hace ya algunos lustros, casi por azar, compré un libro del filósofo Antonio Escohotado que había sido ese año premio Espasa de ensayo: “Caos y orden”. Descubrirlo fue reabrir la puerta a la Física, que en mi caso llevaba cerrada desde segundo de bachillerato. Empieza fuerte, por los fractales de Mandelbrot y termina demostrando que, en buena medida, lo que vemos como libre albedrío en la toma de decisiones personales y sobre todo agregadas y colectivas en ámbitos financieros, de consumo, sociales e incluso electorales, responden en el fondo a reglas físicas y matemáticas  como la física de fluidos. No es que seamos robots pre-programados, pero como parte de la naturaleza respondemos, aún sin ser conscientes, a normas inmutables. 

Quienes sí lo saben lo utilizan en ámbitos tan domésticos como el diseño de centros comerciales e hipermercados (ténganlo en cuenta, es época de rebajas). Los trazados de los pasillos, la ubicación de las cajas, la colocación en las estanterías deciden por nosotros, en no pocas ocasiones lo que vamos a comprar. Da igual que seamos el primero o el último de la fila.