domingo, 31 de diciembre de 2023

O tempora, o mores! (¡Oh, tiempos! ¡Oh, costumbres!

 “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo ese furor tuyo se burlará de nosotros? ¿Adónde irá a dar consigo esa osadía desenfrenada tuya? ¿Cómo no te mueven, para que desistas de tu locura, la nocturna guarda y vigilante guarnición del palacio? ¿Tampoco, los centinelas de la ciudad? ¿No, el temor del pueblo? ¿No, el consenso y la conformidad de todos los buenos? ¿No, el presente lugar, tan guarnecido de gente, donde suele juntarse ordinariamente el senado? ¿No, los rostros y las presencias de estos padres magníficos? ¿Qué es esto? ¿No sientes que tus consejos son del todo ya descubiertos y que tu conjuración está ya convencida y como tomada a manos por el perspicaz conocimiento y juicio de todos estos? ¿Cuál de nosotros piensas que ignora lo que hiciste la noche pasada y la precedente, en qué lugar estuviste, con quiénes te juntaste, y qué es lo que se resolvió en aquel santo consejo tuyo?¡Oh, tiempos! ¡Oh, costumbres!”.

El fragmento, como sabemos casi todos los que cursamos bachillerato hace ya algunos años e ignoran casi todos los que lo han cursado tras las últimas y perjudiciales (todas) reformas educativas, se corresponde con el comienzo de la primera de las cuatro catilinarias recogidas por Salustio en La Conjuración de Catilina. Cuatro discursos de Cicerón frente al conspirador Catilina que promovía un golpe de Estado y pretendía asesinar a todos cuantos, desde el Senado, podían poner freno a su plan de hacerse con el poder a toda costa pese a haber perdido la elección a cónsul, puesto al que aspiraba.

¿Por qué cerrar 2023 remontándonos al 63 antes de Cristo? Porque una mirada a los clásicos nos descubre siempre que las situaciones y pensamientos humanos, individuales y sociales que nos parecen más novedosas hoy, ya los tuvieron y vivieron otros antes. Cambiemos el nombre propio del texto por uno de mayor actualidad y releamos con gusto y no sin desasosiego y cierta desesperación las palabras de Cicerón que era ligeramente más sabio que todos nosotros. Con gusto porque aún traducidas son palabras de un discurso hermoso, armónico, bello y demoledor. Con desasosiego, hoy como entonces, vivimos tiempos turbulentos en los que por espurio interés se pone en riesgo la institucionalidad constitucional demoliendo los principios rectores del régimen democrático y sin pilares o muros de carga no hay edificio que se sostenga. Con cierta desesperación porque sabiendo que entre los 350 diputados no hay un Cicerón, dudamos de si alguien tendrá la fuerza de ánimo suficiente y la habilidad política y dialéctica para hacer frente a la amenaza y a la vez despertar al pueblo y al conjunto de los estamentos sociales y alejarlos del sectarismo.

Confiemos, no obstante. España ha dado lecciones sorprendentes a lo largo de la historia, también en la más reciente con una transición ejemplar de la dictadura a la democracia. Confiemos en que como dice el refrán, quien hace un cesto hace un ciento; quien es capaz de todo por alcanzar el poder lo mismo traiciona a unos como a otros y, una vez conseguido, intentará no pagar aquellas deudas que no le favorezcan para perpetuarse en él.

Que 2024 sea un buen año para todos. Mi homenaje hoy a mi profesora de latín en los ochenta, Inma Villalobos, de cuya gran sabiduría tan poco aprovechamiento supe obtener.

 

domingo, 24 de diciembre de 2023

España en una Navidad inquietante

 Con el paso del tiempo, tenemos la perspectiva de que los momentos históricos en los cuales la degeneración de la convivencia ha desembocado en trágicos acontecimientos, convulsiones sociales graves o enfrentamientos civiles, son instantes concretos acotados en unas fechas del calendario. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Igual que las termitas no realizan su devoradora tarea de la noche a la mañana, los episodios de división, enfrentamiento y ruptura conllevan un tránsito temporal mucho más largo de lo que luego los libros de historia o la memoria de las gentes recuerdan.

El proceso suele ser, en su esqueleto, básicamente siempre el mismo. Comienza con una serie de acontecimientos dispersos, no necesariamente interrelacionados, aleatorios pero que entre sí van tejiendo una tela de araña invisible de crispación y subida de la temperatura anímica individual y colectiva. Una espiral hacia la intolerancia que, a menudo, termina alcanzando cotas insospechadas de enfrentamiento, ira y sectarismo.

Sin pretender ser catastrofista y desde una tendencia cómoda pero no demasiado justificada por la trayectoria histórica hacia el optimismo y la confianza en la sociedad española, ese es el ambiente de fondo que se empieza a palpar en España por mucho que sepamos que es Navidad. El protagonismo de los extremos ideológicos, el posicionamiento en bandos que presumen de irreconciliables sustentado en vetos recíprocos. La apuesta por el rápido desmantelamiento de las estructuras institucionales y sociales que ha costado décadas construir o que llevan esas mismas décadas funcionando razonablemente bien para llevarnos hacia posturas maximalistas de un determinado espectro ideológico, son la corriente sobre la que parecen desplazarse cada vez más el presente y el futuro más próximo de nuestro país.

Un político al que solo por un azar del destino no se consigue asesinar en una calle del centro de Madrid. Otros políticos que pasan del debate parlamentario al insulto personal y el enfrentamiento cara a cara. La intromisión en la esfera privada del rival incluso físicamente en cualquier ámbito, inclusive en el seno de un órgano de representación. Los “cinturones sanitarios” en torno a aquellos que se salen del discurso estándar del bando propio mientras se abren las puertas de par en par a quienes quieren destruir la convivencia y llevan años ejerciendo para ello. O rechazar el equilibrio institucional vigente basándose en que hay parte de la sociedad que no lo comparte pero sin que para cambiarlo se busque ni se intente siquiera lograr un grado de consenso para el nuevo modelo al menos cercano al que obtuvo el actual.

Ejemplos reales y contemporáneos de esa escalada que, jaleada por no pocos periodistas -cada vez más divulgadores y menos creadores de opinión- y representantes de otros estamentos sociales. Como si la militancia en unas ideologías, partidos o banderías fuera más importante, más urgente y más excluyente que la militancia en una sociedad diversa geográfica y socialmente, en una nación, en un proyecto histórico y colectivo que transciende a las generaciones actuales, que es fruto de una transición ejemplar y generosa por todas las partes, de la dictadura a la democracia. En todo caso, Feliz Navidad para todos, amigos.

domingo, 17 de diciembre de 2023

La polarización como enfermedad social

 Nunca antes hemos vivido unos tiempos en los que tan rápido y tan profundamente se perciba el especial empeño en llevar a la sociedad hacia el enfrentamiento. A la polarización de las posturas ideológicas. Al choque entre territorios y entre personas, en función del estatus y el origen social, de la generación a la que se pertenece, de la forma de pensar o de ver y vivir la vida, de las costumbres y hábitos. Anticipando debates a veces pueriles, otras demasiado profundos como para tratarlos con la ligereza habitual.

Esa especie de pulsión destructiva que cada cierto tiempo ha puesto en riesgo la convivencia entre los españoles históricamente parece vivir en este uno de sus momentos destacados. Ya no es solo la política, con mensajes llevados hacia los extremos para buscar en ellos el refuerzo de los más vehementes, los más forofos, los más irracionales y sectarios de los apoyos.

Es también en muchos medios de comunicación y creadores de opinión que actúan como extensiones de ideologías y fuerzas políticas, dejando a un lado los que se suponen son los principios del periodismo. Principios que no deben suponer ausencia de línea editorial pero que obligan a ser fieles a la objetividad aunque la realidad sea vista desde una determinada perspectiva. La España de los bandos está pletórica. Todo el que no piensa como se supone que debe pensar pasa a ser descalificado instantáneamente y enviado a la otra punta del espectro ideológico.

Quizás desde los años veinte y treinta del pasado siglo, no se vivía en nuestro país una situación similar y eso es lo que debería preocuparnos. Sabemos cómo acabó aquello, pero lo que hasta hace poco tiempo resultaba inimaginable, pasa a ser ahora un temor, que, aún lejano, muchos empiezan a percibir como no imposible. Las urgencias históricas nunca son buenas. La Transición española fue ejemplar, entre otras muchas cosas, precisamente por ser capaz de enfriar los ánimos, de calmar las urgencias, de ralentizar los anhelos. De buscar y fortalecer los puntos de conexión y limar las aristas que podían llevar a cortar los hilos que nos mantenían, a la muerte de Franco, en un complicado equilibrio como sociedad.

Que por egocentrismo, por necesidad de mantenerse en el poder o de hacerse con él, por delirios de grandeza o por hemiplejía ideológica enfermiza, pongamos en riesgo nuestro presente y futuro es algo que ni deberíamos permitirnos ni deberían perdonarnos las generaciones venideras si caemos en ello. Hora parece, de que cada uno desde nuestras responsabilidades y posibilidades, especialmente políticos, líderes sociales y medios de comunicación, empecemos a cambiar el pensamiento y también el lenguaje. Nunca como ahora predominan las hipérboles a la hora de definir a los otros. Nunca como ahora hemos oído hablar tanto de “extremo” o “ultra” para referirse a quienes por pensar o defender posturas distintas no han pasado, de la noche a la mañana, de ser rivales o adversarios a enemigos execrables. El daño a la convivencia aún no está hecho pero estamos en camino, aunque a tiempo de pararlo.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Dicen que, pero resulta que

Dos meses después de los criminales, salvajes, inhumanos, actos terroristas de Hamás en Israel del 7 de octubre, una parte de lo que llaman la comunidad internacional reclama a Israel un “alto el fuego” en Gaza para proteger, dicen, a la población civil e inocente de Palestina frente a los daños causados por los bombardeos israelíes. Para evitar la muerte de más niños, dicen. Para que los palestinos que así lo quieran puedan abandonar las zonas de conflicto, dicen. Para que la ONU y sus distintas organizaciones puedan proceder, dicen, con la ayuda humanitaria.

Pero resulta que no se empieza pidiendo que los terroristas de Hamás liberen a todos y cada uno de los secuestrados aquel día. Que se habla poco de que la barbarie organizada y ejecutada por quienes controlan el gobierno de Gaza se ensañó con la población civil, en un festival por la paz y en sus kibutz, casa por casa, habitación por habitación. Aniquilando metódicamente a padres, madres, hijos, bebés y mascotas. Violando a madres e hijas unas delante de otras, de sus maridos, padres, hermanos. Amputando partes del cuerpo a sus víctimas con un sadismo que la sociedad occidental no solo no puede concebir sino que no se atrevería siquiera a contemplar si los vídeos les fueran proyectados. Atados en grupo, desnudos unos con otros, quemándolos vivos. Una orgía de sangre y crueldad solo digna del peor infierno. El peor de los infiernos.

Israel responde de manera desproporcionada, dicen, como si siquiera llegara a aplicar la ley del Talión. Pero resulta que, afortunadamente para la esperanza en la humanidad y la civilización, el gobierno hebreo es infinitamente más selectivo, cuidadoso y humano de lo que lo seríamos muchos de nosotros, occidentales cómodos de sofá y seguridad, si hubiéramos sufrido lo que ellos han sufrido y tuviéramos el potencial militar que ellos poseen. Que la causa es la invasión israelí, dicen, pero resulta que no hay asentamientos de colonos ni bases militares israelíes en Gaza desde la plena autonomía en septiembre de 2005, dieciocho años hace. En la pobreza fruto de ese dominio, dicen, pero resulta que Palestina viene recibiendo en ese tiempo dos mil millones de Euros de ayuda anual (para los nostálgicos, 330.000 millones de pesetas al año) para una población de cinco millones de habitantes y resulta que los terroristas que son apresados están gordos como trullos y sus dirigentes son mil millonarios como sólo los mayores sátrapas pueden llegar a serlo.

Que Israel no deja actuar a las organizaciones humanitarias, dicen, pero no cuentan cómo es posible que durante 18 años esas mismas organizaciones no han denunciado que la mayor parte de los fondos destinados a infraestructuras y desarrollo se han ido a construir una red de 500 kilómetros de túneles (dato oficial dado por Hamás en 2021) a 20 metros de profundidad solo para protección terrorista. Que no se deja salir a la población civil, dicen, pero resulta que los únicos corredores humanitarios los va abriendo y protegiendo el ejército israelí mientras Hamás utiliza a civiles, niños y hospitales como escudos humanos y los ataca si se van. Y dicen que los acojamos en Europa cuando ningún país vecino árabe abre las puertas a acogerlos ni siquiera mientras Israel limpia de terroristas el territorio.

La esperanza de paz y progreso para los palestinos de bien, que los hay, aunque no los hemos visto levantarse contra la barbarie, es la eliminación de Hamás aunque España se quede sin la vergüenza de recibir el agradecimiento de esos terroristas y la progresía no pueda arremeter contra EEUU (de Biden, no Trump) por vetar la resolución del alto el fuego en la ONU.


domingo, 3 de diciembre de 2023

Guarido agotado, Zamora sin proyecto

 Pues ni en los cuatro primeros años de gobierno en coalición con el PSOE de Antidio Fagúndez, ni en el segundo mandato con mayoría absolutísima de Izquierda Unida, ni se atisba en el tercero, cerca ya del primer semestre, de nuevo en coalición con el PSOE, esta vez con David Gago. La acción del gobierno municipal parece más destinada a hacer más evidente el languidecer de esta ciudad que a intentar generar ideas, proyectos, gestión o líneas de actuación que transformen el futuro de Zamora o al menos palien los efectos de una realidad tenebrosa.

El agotamiento de la figura del alcalde Guarido parece evidente incluso para quienes -y fueron muchos- creyeron que era cierta la imagen que se había construido en torno a sí de trabajo, honestidad y ganas de luchar por Zamora. A quienes lo conocíamos bien y desde hacía mucho tiempo nada de su inacción y ausencia de resultados nos puede sorprender, salvo su capacidad para enraizar con lo más conservador e inmovilista del sentir zamorano. Así Guarido ha renovado por dos veces la mayoría en el pleno municipal seguramente por presentar y representar la propuesta más conservadora y menos transformadora de cuantas concurrían a las elecciones.

Que esta última vez hiciera patente que además de no tener más proyecto para la ciudad que ir gestionando aquello que se presentara en el día a día, tampoco tenía ya ganas, como expresó meses antes de la cita electoral, debería haberlo llevado a tratar de contrarrestar su decadencia con un fortalecimiento de su equipo de concejales. Tampoco esto hizo, ya sea por no atreverse a dejar en la estacada a los anteriores, ya por apatía hasta para ponerse a buscar relevos o bien porque aquellos a los que se dirigiera le hayan dado la espalda previendo lo que podía ser un tercer mandato.

Así llegamos a un punto en el que con un alcalde agotado, unos concejales de IU que ni están ni se les espera y una coalición en la que el PSOE nada aporta por el momento salvo tratar de desmarcarse de todo lo que hasta ahora ha hecho el gobierno municipal, y de lo que no ha hecho también. Y los proyectos que Zamora necesita se eternizan o directamente no nacen. El comercio se hunde cada día más de lo que ya está. El impulso institucional brilla por su ausencia. Ninguna idea estimulante para la ciudad, ningún proyecto revitalizador, ninguna estrategia que, partiendo del análisis de la situación local y del contexto económico general, nacional e internacional, pueda contribuir a quebrar dinámicas y a generar expectativas positivas.

Presumir de que el coche oficial no hace kilómetros, no porque el alcalde viaje en tren a pelear financiación y proyectos, sino porque prefiere quedarse sentado en el sillón de la Casa de las Panaderas; alardear de que las cuentas municipales en los bancos están rebosantes de millones, eso dice, mientras la ciudad muere económicamente, se vacía en población y está sucia, oscura y triste como hacía décadas que no estaba; son muestras de una política demasiado paleta, demasiado rancia, demasiado desesperanzadora para una Zamora que debería estar trabajando precisamente en la dirección contraria.