domingo, 30 de junio de 2013

De Montoros y adoquines

Dicen las buenas lenguas que tratan de salvar al líder de la quema, que
empieza Rajoy a estar harto del comportamiento político del ministro de
Hacienda. Dicen por la Corte que, ante la desastrosa política fiscal del
Gobierno, el ministro de Economía Luis de Guindos quiere poner pies en
polvorosa y escapar cuanto antes. Suena entre quienes habitualmente hacen la
corte que Montoro tiene los días contados.

Aunque sea el verano época propicia para tales cambios. Aunque buena parte
del gobierno esté achicharrado y el resto desaparecido, salvo Sáinz de
Santamaría, ni lo uno ni lo otro tengo yo nada claro, a juzgar por la
habitual forma de actuar del presidente quien hace mucho dejó de defender el
ideario y el programa electoral que lo llevó al gobierno entre propuestas de
corte liberal para pasar a defender que sí cumple, pues "hace lo que cree
que debe hacer".

Tras cuarenta subidas de impuestos, sus genuinamente chulescas
manifestaciones y con el colofón de sus peregrinas justificaciones por el
esperpento de las propiedades-no propiedades de Cristina de Urdangarín, ya
nadie defiende, salvo con servil hipocresía, que lo de Montoro no sea un
desastre sin paliativos y una pesada losa para España y el PP.

Sobre otra polémica, esta local, la anunciada eliminación del adoquinado en
las Tres Cruces, doy mi opinión personal recuperando un fragmento de otro
"Espejo" publicado en marzo de 2009, sobre idéntico asunto:

"Pensarán que la de los adoquines, con la que está cayendo en otros ámbitos,
es una cuestión baladí, meramente anecdótica. Pero hay elementos urbanos con
especial simbolismo, que conviene preservar. El asfalto iguala todo cuanto
rodea con su manto negro. Dicen que es más cómodo porque los coches pueden
ir más deprisa sin traqueteo y los peatones que lo cruzan no se resbalan y
sienten su tacto más acolchado. Dicen, desconozco bajo qué estadísticas, que
evita accidentes. Pero los adoquines del ensanche son el tapiz en el que se
tejió el crecimiento de una ciudad histórica y de valiosa arquitectura que,
a pesar de ciertas aberraciones, quería ser moderna sin renunciar a su
propia personalidad. No son más incómodas aquellas ciudades europeas que
alfombran con adoquines los rincones más románticos de su alma. Y los mismos
que en el París del 68 los levantaban buscando bajo ellos la playa,
volvieron después a colocarlos con mimo. Como la actuación es reversible,
dentro de algún tiempo alguien volverá a sacarlos a la luz. Otras veces ya
ocurrió. Mientras tanto, me conformo con que junto al alquitrán a la puerta
de la estación del ferrocarril, no nos coloquen señales como las que en la
de Warrington Bank Quay en Inglaterra prohíben besarse con el argumento de
que se obstaculiza el acceso de otros viajeros y se causan incómodas
aglomeraciones. Sepan los munícipes que sólo cuando la poesía es arrinconada
por la mala prosa, puede ser una ciudad sin sus adoquines o una estación sin
su beso".

domingo, 23 de junio de 2013

El placer de lo inútil

Pasan tantas cosas y a tal velocidad a cada instante y en cualquier lugar
del mundo que es difícil escabullirse de la idea de que estamos en plena
revolución. Desde dentro es difícil auscultarlo, y quizás aún sea un proceso
demasiado incipiente como para poder analizar y valorar en su justa medida
si estamos ante un cambio de paradigma o sólo es un espejismo basado en la
imagen y en su rápida divulgación merced a los nuevos modos de comunicación.

Televisión, radio, Internet, redes sociales virtuales... Transmiten
realidades o las  construyen esa es la gran incógnita. La duda existencial
en la segunda década del siglo XXI. Cuando todo puede volver a desmoronarse
cuando una vez más pensábamos que todo era ya inamovible. Una era en la que
puede que todo esté por descubrir, cuando anidaba en nosotros la convicción
de que ya lo sabíamos casi todo y el resto estaba a punto de revelársenos.

Siempre dudé si el tiempo es cíclico o lineal, aunque por ser mucho más
literario, deseé decantarme por la primera de las opciones. Así, lo que va
termina, las más de las veces, volviendo. Como en los cuentos de Borges
conviene no tomar precipitación sino esperar a que en el transcurso de los
aconteceres, las cosas tomen por sí solas el ineludible camino al que las
condenan las leyes de la física, que es como los científicos llaman ahora a
lo que los poetas siempre llamaron el sino o el destino.

En éstas, mejor que ver los informativos o atiborrarse con periódicos, tal
vez sea reposar el ánimo y compartir tertulia y sobremesa hablando de
escritores. Vivos o preferiblemente muertos. Mejor novelistas que ensayistas
que mejor es partir de la ficción y desde ella tratar de deducir las grandes
verdades que hacerlo desde la aparente realidad para intentar inducir
aquello que porque no lo vemos nos empeñamos en no creer.

Decía Borges también, que para otros dejaba el vanagloriarse de lo que
habían escrito, él lo hacía de lo que había leído. Poder hablar de los
clásicos con sosiego, dejar correr ideas reflexionadas y otras improvisadas
es de un placer sanador en unos tiempos en que pareciera que cada uno ha de
defender su particular dogma.

Hemingway y Capote, aderezados con apuntes del Villorrio de Faulkner, el
Macondo de García Márquez o la Rayuela de Cortázar y algo de Vargas Llosa;
en el trasfondo quizás Valle Inclán o Dante o Baudelaire... En la antigua
casa de un escultor, ahora casa Civantos, sin pretensiones de brillo ni de
obtener conclusión alguna ni extraer aprendizajes. Sólo el simple, llano y
raro placer de divagar sobre lo inútil.

Recuerdo en el bachillerato cuando alguien preguntó al profesor Juanma
Rodríguez Tobal "por qué el latín" que él impartía, como antes lo había
hecho Inmaculada Villalobos a quien también esta semana me encontré,
-caprichos del destino-. Por el mero placer que supone estudiar cosas
inútiles y alguien tiene que hacerlo, respondió. Por el bien de todos, añado
yo.

domingo, 16 de junio de 2013

Encarecer el crédito. ¿Mande?

De mayor quiero ser banco, decía hace poco un empresario. No se refería a
esos en los que se te sientan encima a la menor, sino a esos otros que son
ellos los que asientan sus posaderas sobre cualquiera que se les acerque.

Sólo de vez en cuando los tribunales dan una alegría a los usuarios y
consumidores de los servicios de bancos y cajas de ahorro. Claro que,
siempre de manera automática, la mayoría si no la totalidad de las
entidades, se apresuran a salir en defensa de su práctica habitual y
generalizada para decir que tal o cual sentencia contraria a sus intereses
sólo es válidamente aplicable a aquellos que previamente presentaron la
demanda ante los tribunales y no extensiva al conjunto de sus clientes.

Lo mejor de todo es que lo hacen y manifiestan todo con apariencia digna y
justificación poco menos que de servicio social. El argumento suele ser que
eso que favorece de entrada a unos clientes, en realidad es gravemente
perjudicial para el conjunto de los clientes y usuarios.

No hace falta llegar a la absolutamente lógica y jurídicamente razonable,
aunque según ellos poco menos que criminal, defensa de la dación en pago
como forma de saldar las deudas con garantía hipotecaria. Basta con hablar
de la nulidad absoluta del 90% de los contratos de "warrants", suscritos a
mansalva por las entidades con clientes cuyo perfil financiero e inversor
nada tiene que ver con la complejidad de unos instrumentos nacidos para
otros usos en el tráfico mercantil que nada tienen que ver con aquellos a
los que en los últimos años se han aplicado; además con fórmulas
completamente desequilibradas en perjuicio del cliente.

Lo mismo se puede decir de la estafa, pura y dura, de las preferentes y
otros productos vendidos como si de depósitos a plazo se tratase, no siendo
ni depósitos ni a plazo, sino una forma bastarda de reforzar los recursos
propios de las entidades para tapar los agujeros generados en su errada
gestión. O ahora, con la eliminación de las abusivas cláusulas suelo de los
créditos. Cláusulas por las que aunque tengas firmado un tipo de interés
"x", en función de un diferencial sobre el Euribor, te dicen que en todo
caso no pagarás nunca por debajo de, por ejemplo, el 6%, por mucho que esto
sea más del triple de lo que correspondería según la anterior condición.

Pues bien, la respuesta unánime, general e indubitada de bancos, cajas y su
coro de defensores (pagados en su inmensa mayoría) es que esas decisiones
judiciales o esas propuestas legislativas que laminan algunos de sus
injustos privilegios finalmente van a suponer un encarecimiento del crédito
para el conjunto de los clientes. Claro que nunca explican el cómo ni el por
qué. Además, ahora que no hay crédito, ni barato ni caro, más que para la
deuda pública, ya me dirán ustedes. 

domingo, 2 de junio de 2013

"Sinconciencias"

¿Está en los locos la razón y en los cuerdos la manipulación? La pregunta no
es nueva. Desde las más antiguas obras escritas por el hombre, aún antes,
desde las narraciones de transmisión oral con las que los más antiguos
pueblos inventaron la mitología, la literatura, la épica y la poesía, hemos
sabido que son los locos quienes suelen siempre decir la verdad. De manera
desnuda, dura, ruda y despiadada, así como es la verdad.

Desde esos mismos tiempos y tradiciones conocemos cómo el resto de
artificios, vestimentas, convenciones y cortesías, no son sino máscaras con
las que si no ocultar la verdad sí, al menos, difuminarla, suavizar sus
contornos, limar las aristas, tornar en romo su mortal filo.

Antes que García Calvo -que también- Cervantes y Shakespeare encontraron, en
un mismo tiempo, la piedra filosofal de las más grandes obras, en sus
personajes adornados por la meta-lucidez que sólo la locura otorga. Sin don
Quijote y Hamlet, o con ellos plenos de cordura y no sublimados por la
locura, serían otras distintas la literatura y la humanidad.

En "Historia del Loco Cardenio", que bajo dirección de José María Esbec
pudimos ver en Zamora el viernes, con magnífica escenografía, confluyen
Shakespeare y Cervantes, en uno de esos episodios que no termina de saberse
si son verdad o invención, historia o mito, pero en los que lo mejor de todo
es que da lo mismo cuál sea su grado de certidumbre.

Viene bien, bajo el imperio de las cosas que consideramos importantes,
escuchar de vez en cuando la sabia voz de alguien al que para defenderse,
quienes reparten las credenciales de cordura, tildarán con mayor o menor
gravedad de loco. O no es un loco, para la humana forma del poder
establecido, Segismundo en su monólogo de "La Vida es Sueño". O
Solzhenitsin, cuando se enfrenta y vence al criminal poder establecido
escribiendo "Archipiélago Gulag" o "Un día en la vida de Ivan Desinovich". O
Ana Frank, cuando escribe para huir de la otra gran y criminal "cordura" con
que quisieron educarnos en el tan memorable como fatídico siglo XX.

En algo mucho más prosaico y de andar por casa como la aparición, dicen los
cuerdos, extemporánea o decimos algunos locos, oportuna y atinada, de Aznar
para recordarle al Gobierno y al partido que lo sustenta que su primera
obligación es cumplir sus compromisos y principios para, entre otras cosas,
bajar los impuestos y no subirlos, han llovido las descalificaciones de
quienes están bien asentados en el particular "establishment" que la
democracia permite en los partidos de funcionamiento interno no democrático.

Los más serviles cuando él mandaba, son la vanguardia de los que ahora lo
tachan de loco y apestado. Paradojas de este mundo de los sensatos. Quizás
la locura sea cordura en un universo paralelo. Escuché en la obra de
Cardenio una cuerda y pragmática invitación para quienes quieren vivir
tranquilos: "Sed como yo, un sinconciencia".