domingo, 26 de noviembre de 2017

El océano de silencio (remake)

Empecé a escribir esta columna sabiendo que el título sería el mismo que una bella canción de Franco Battiato. Apenas comencé a teclear creí recordar que ya había hecho una columna con ese título. Busqué en mi blog y allí estaba, sumergida en el plasma del tiempo, dormida, a la espera de que unos ojos la redescubrieran. Siete de abril de 2013. La releí, en tiempos y circunstancias tan distintos, para ratificar con no menos certeza que sorpresa que desde que nacemos y hasta que morimos somos básicamente los mismos. Variaciones sobre un mismo tema, alimentados de los estímulos e influencias que la vida nos va regalando o imponiendo a cada paso.

Somos un código genético completo y cerrado que va mucho más allá del mero agregado de genes. Un disco duro formateado, de una específica forma en cada caso, para que se vaya llenando de la información y sensaciones que cada día procesamos. Somos silencio que se va llenando del permanente ruido del entorno. Ruido acústico. Ruido visual. Ruido de comunicación. Ruido de relaciones. Ruido de confianzas y desconfianzas. De osadías y prudencias. Somos genes y ruido cósmico. 

Quizás por eso en ocasiones necesitamos del silencio en cualquiera de sus formas para adentrarnos en nosotros mismos. Para enlazar con el pasado, para proyectarnos al futuro. Silencio acústico cuando podemos oír el aire que nos rodea sin necesidad de que silbe el viento. Silencio visual cuando la quietud nos permite la contemplación de un paisaje, un alba o un crepúsculo, un cuadro o un rostro imposible ya. Silencio de contemplación. Silencio de meditación. Sumergirse en ese océano que suspende sobre nosotros el ruido último, el del tiempo y el espacio que en constante movimiento siguen reinando en el exterior de esa burbuja en que, como la placenta materna, se convierte el océano en que nos refugiamos.

Mi columna de hoy tenía la pretensión de hablar de cómo en este mundo de ruido permanente cometemos con frecuencia el error de tratar de combatir el ruido con más ruido, los desacoples con estridencia. Escribir en torno a la campaña del Ayuntamiento de Zamora contra la violencia de género que utiliza chistes machistas. Los juegos de contrastes funcionan en publicidad. Llamar la atención, escandalizar es buen reclamo. Pero no es este ruido el mejor camino para combatir el drama en el que día a día viven miles de mujeres. 

Grave traspiés del gobierno municipal que no se merecen las víctimas de ese otro océano de silencio que es el del terror, el de la complicidad de una sociedad que sigue mirando para otro lado ante la violencia de género. Que calla y tolera como ajenos episodios cercanos. El del más incomprensible dolor sin límites.

Parte de la letra de la canción del título es de la escritora Fleur Jaeggy, de ella una cita que  en catorce palabras dice, mejor que mis casi quinientas restantes, lo que yo, en todos los sentidos, quería expresar: “Y en el espejo sus ojos cristalinos, impregnados de fe, concisos como un epitafio”.

domingo, 19 de noviembre de 2017

La manada de hienas

El mal fija su atención en el bien para corromperlo. El bien se deja llevar con frecuencia por el atractivo transgresor del mal. Las hienas atacan en manada porque en solitario no tienen media torta. Las libertades como la dignidad y los derechos son personales, individuales e intransferibles. Tres premisas para un pensamiento.

Decía Bertolt Brecht que malos tiempos corren cuando hay que explicar lo obvio y  ahora vivimos malos tiempos amplificados por las redes sociales y los medios de comunicación. Una persona, una mujer esta vez -y casi siempre-, denuncia una violación en manada por parte de unas hienas que se hacen llamar a sí mismos “la manada”. Poco debería haber que explicar salvo dejar actuar a la justicia y esperar a su sentencia. Pero son malos tiempos para lo obvio.

¿Debe una mujer pedir perdón por ser mujer, o por ser joven, o por resultar atractiva? ¿Ha de pedir permiso a nadie una mujer para ejercer su libertad sexual cómo, cuándo y con quien le apetezca? ¿Qué derecho tiene nadie a restar una micra de valor a la libertad individual de elección y a la dignidad de una mujer, de una persona, por el hecho de que antes o después ejerza esa libertad cómo, cuándo y con quién le plazca? Tres preguntas para un escenario obvio que no es del teatro de Brecht sino la representación de una sociedad enferma.

Las hienas son depredadores que cazan grandes mamíferos, pero también son carroñeros cuando se presenta la ocasión. También el ser humano es biológicamente carroñero y, probablemente, buena parte de la obtención de las proteinas necesarias para el mantenimiento y evolución de la especie provenía en los primeros homínidos de la carroña que quedaba tras alimentarse otros carnívoros de mayor tamaño y fuerza. Quizás eso haya continuado transmitiéndose en nuestro ADN de generación en generación hasta llegar, de manera sublimada, hasta estos nuestros días en los que el instinto carroñero campa a sus anchas.

La prensa y las redes arden por el juicio contra la manada de hienas denunciada por violación en el último sanfermín. De un lado quienes se complacen en la carroña y en generar dudas sobre el hecho denunciado con cuestiones colaterales que en nada afectan a si hubo o no hubo violación. Del otro lado otras manadas que aprovechan este tipo de situaciones para hablar de revoluciones, patriarcados y otras monsergas. Unos y otros deberían hacérselo mirar. 

Lo peor es que también abundan quienes aluden con ignorancia o desvergüenza a la presunción de inocencia para los acusados. Olvidan que hay situaciones en las que aplicar la presunción de inocencia en términos absolutos al denunciado implica restársela al denunciante. En los delitos sexuales ocurre esto y por eso muchas veces no se denuncian. Dejemos que se juzgue si hubo o no violación en manada. Mientras no se pruebe lo contrario ellos son los presuntos violadores, ella la víctima. No hay más. 


domingo, 12 de noviembre de 2017

Es todo tan relativo

Recientemente en Tokio se han subastado dos breves notas manuscritas que Albert Einstein entregó a un mensajero en 1922 cuando éste le llevó un mensaje al Hotel Imperial, donde el genio, al que acababan de conceder el Nobel, se alojaba.

Según publican las agencias, se desconoce si el físico las entregó por no tener unas monedas para darlas de propina o si fue el mensajero quien no quiso aceptarla, que los japoneses son muy especiales para esos detalles. Matiz sin demasiada importancia, como tampoco la tiene (salvo para el patrimonio del penúltimo propietario de las notas) el hecho de que la puja haya superado el millón y medio de dólares.

En el primero de los manuscritos Einstein dice que “la calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante. Noviembre 1922, Tokio”, en el segundo sintetiza “donde hay voluntad, hay un camino”. Sin discutir la profundidad del pensamiento que encierran ni el exitoso ejercicio de síntesis, que recuerda la bella aparente sencillez de algunos sublimes poemas “haiku” o de los jardines al estilo japonés, no son precisamente un completo tratado de filosofía. 

Así que por mucho que en estos tiempos de barroquismo mediático en que vivimos, algunos titulares hablen, con fácil juego de palabras, de la “Teoría de la felicidad de Einstein”, todo se hubiera quedado como una simple anécdota perdida en la memoria de aquel mensajero de no ser porque hasta un siglo después sus herederos han sabido conservar algo que en puridad no dejaba de ser insignificante. 

La primera de las citas es pura paradoja en la mente y la mano de quien justo en ese momento se encontraba en el punto más alto de reconocimiento mundial a su trabajo y éxito. La segunda, por su certeza absoluta, podría ser tildada de obviedad. Y sin embargo, suenan bien, huelen bien. Son como esos aromas esenciales que se encierran en pequeño frasco y se destapan con cuidado para que su magia nos llene pero no se nos escape. Los detalles más pequeños no tienen menor importancia que las grandes declaraciones. Igual que un verso hace a un poema y pequeñas pinceladas dan la fuerza al mejor cuadro. 

La anécdota de Einstein me trae a la memoria la imagen de “Noche estrellada”, la pintura de Van Gogh que sin ser ni pretender ser un tratado ni un estudio profundo de astronomía, transmite como ninguna fotografía de súper telescopio electrónico la inmensidad, la diversidad, la fuerza y el misterio del universo que habitamos. 

No hace falta un gran formato, bastan pequeñas pinceladas., cortos poemas o breves pensamientos. Tampoco para la felicidad  hacen falta grandes teorías o tratados, bastan pequeños detalles y belleza. Quién sabe dónde está el mucho o el poco, si como en el precio de la subasta, ¡es todo tan relativo!.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Nihilismo

Me preguntaba qué escribir sobre la crisis catalana que no estuviera dicho. Cómo describirla de manera original o por dónde aventurar que irá la salida del conflicto, primero político y ahora ciudadano, que toma tales tintes surrealistas que merecería el toque final del genio (españolista) de Dalí. Tras unas cuantas vueltas, no demasiadas que no está uno para quemar neuronas en algo estéril, mi única respuesta es “nada”. 

Nada es la superioridad de clase, cultural, de modernidad y hasta moral que estos  únicos catalanes oficiales ven en sí mismos cuando se miran al espejo y hablan en televisión de los “casposos” del resto de España a los que nos perdonan la vida dejándonos respirar. Nada lo que el gobierno Rajoy-Soraya ha hecho cuando aún estaba a tiempo para circunscribir el conflicto a un enfrentamiento entre el gobierno de la nación y el de una comunidad autónoma y no desembocara en un enfrentamiento de ciudadanos contra ciudadanos, en guerras de banderas y canciones de Manolo Escobar contra caceroladas.

Nada lo que los gobiernos actual y anteriores han hecho para evitar el adoctrinamiento en las aulas durante casi cuarenta años y que ha conducido a que dos de cada tres incorporados a la mayoría de edad vayan siendo nacionalistas y por lo tanto independentistas ocupando la mayoría social y la plenitud institucional. Nada para garantizar a las familias que sus hijos puedan estudiar en su lengua materna cuando ésta es el español o para evitar el acoso incluso en los recreos a aquellos alumnos que se expresan normalmente en el idioma oficial común. Nada para hacer cumplir la Constitución y las reiteradas sentencias del Tribunal Supremo en materia educativa y lingüística.

Nada para limitar el influjo permanente de los medios de comunicación públicos en Cataluña, financiados con dinero de todos los españoles y que han generado esa imagen de uniformidad catalana en una sociedad aún hoy dividida por mitades. Nada para poner coto al reguero incesante de dineros y privilegios para alimentar unas pretensiones que han permitido vivir a sus burgueses muy por encima de sus posibilidades reales desde hace más de un siglo, en detrimento de la industria del resto de España. Nada lo que va a resolver una precipitada cita con las urnas -patada hacia adelante-, en la que, en el menos malo de los casos, el fiel de la balanza va a estar en manos de Podemos. 

Nada lo que en el fondo nos va en este juego de estrategias de alta escala a los que vivimos en esta otra España, deprimida y profunda, en la que las empresas no se van porque mueren antes, los autónomos caen como moscas o malviven y cuando el paro disminuye es solo porque baja la población activa por la emigración y el envejecimiento. Nos queda el consuelo de pensar que en el principio de los tiempos, de la nada surgió todo, pero quizás el “Big Bang” fuera también catalán.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Reconstruir Hiroshima

Iba a escribir "buenos días, amigos" pero permitidme que lo deje simplemente en un: "Hola, amigos", vuelvo, tres meses (y toda una Vida) después a publicar mi columna en La Opinión El Correo de Zamora. En este tiempo de silencio, El Espejo de Tinta ha cumplido sus diez años, más de 700 columnas desde aquella primera de septiembre de 2007. 

Disculpad el desahogo personal, hoy os dejo la más dura y sin embargo para mí la más bella aunque dEVAstadora. Los que me conocéis personalmente sabéis de qué os hablo, el resto al menos lo intuiréis. Salvo para los que sE VAn definitivamente, la vida sigue su curso como el río de Heráclito y la desolación debe dar paso, sin solución de continuidad, a la reconstrucción. RECONSTRUIREMOS.

Hiroshima como metáfora es algo que ha rondado mi cabeza durante este tiempo en el que también coincidió la conmemoración del aniversario del día (6 de agosto) en que "Little Boy" la borró del mapa en apenas un segundo igual que hiciera "Fat Man" con Nagasaki tres días después (9 de agosto). 105.000 muertos en un segundo y un suelo completamente arrasado sobre el que solo se mantuvo en pie el esqueleto de la "Cúpula de Gembaku" que es hoy, más de 70 años después, el símbolo de su reconstrucción.

Un último apunte en el mismo plano íntimo y personal que hoy comparto, profeso la creencia de que sin dejar que secuestren el presente o anulen el futuro, los recuerdos amados hay que mantenerlos vivos, porque lo vivido forma parte inescindible y eterna de lo que somos hoy y de lo que seremos mañana hasta que esta vida que nos trae, nos maneja a su antojo y nos lleva cuando quiere, decida que también nosotros hemos de decir "hasta Siempre". Profeso así mismo la fe de que hay que conmemorar la Vida y no la muerte. En estas dos claves mi mente, mi corazón y mi piel -mi alma en suma-, han querido jugar con su nombre -el de mi compañera durante 21 años, quien dio Vida a nuestras dos hijas que son nuestra particular cúpula de Gembaku y que por sí mismas justifican y dan razón a su existencia y la mía-. De las palabras que insuflan la vida a esta columna, veintitrés llevan en su seno el nombre EVA, una, "nAVEgando", lo lleva como en el reflejo de ese Espejo que da título a mis columnas y en otros dos casos su nombre se completa con la unión de dos palabras: "de quÉ VAlieron las ganas" y sobre todo en "Cómo no ser sombra longeva de la sombra que sE VA". Veintiséis veces en total. Un 26 de octubre nació quien tanta luz nos ha dado y, aún siendo EVAnescente hoy, tanta luz ha de seguir dándonos. Tanta como brillo irradia su eterna Sonrisa eterna ya.
TE QUIERO, EVA, for Ever.

Poema 5
Para que tú me oigas 
mis palabras 
se adelgazan a veces 
como las huellas de las gaviotas en las playas. 

Collar, cascabel ebrio 
para tus manos suaves como las uvas. 

Y las miro lejanas mis palabras. 
Más que mías son tuyas. 
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras. 

Ellas trepan así por las paredes húmedas. 
Eres tú la culpable de este juego sangriento. 

Ellas están huyendo de mi guarida oscura. 
Todo lo llenas tú, todo lo llenas. 

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, 
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. 

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte 
para que tú las oigas como quiero que me oigas. 

El viento de la angustia aún las suele arrastrar. 
Huracanes de sueños aún a veces las tumban 

Escuchas otras voces en mi voz dolorida. 
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. 
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. 
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia. 

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. 
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. 

Voy haciendo de todas un collar infinito 
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
Pablo Neruda, “Veinte poemas de amor”



Reconstruir Hiroshima

Cómo reconstruir la devastada Hiroshima. Cómo soportar la destrucción. Cómo levantar vida nueva allí donde la muerte toda vida se ha llevado. Cómo elevar de nuevo la mirada al azul sangriento de donde llegó el destino. Cómo trocear el dolor para hacerlo digerible. Cómo abarcar lo inabarcable. Cómo asumir lo impensable. Cómo evaluar los daños. Cómo levar anclas y seguir navegando. Cómo encontrar sentido a algo cuyo sentido no puede ser tan siquiera buscado.

Cómo llenar de carne, piel y huesos las siluetas evanescentes que, en cada rincón, la explosión ha dejado convertidas en recuerdo. Evasivas sombras, hologramas. Cómo devolver al árbol la hoja muerta sin otoño. Cómo huir del eco de los silencios rebotando en las paredes. Cómo llenar los huecos de un futuro por devaluado tan huero. Cómo respirar un aire infectado de azufre. Cómo beber un agua de azufre contaminada. Cómo tomar un alimento cuya levadura se ha transformado en azufre. Cómo retornar de la quietud al bullicio. Cómo revivir el millón de hormigas que pululan por las venas sin esperar cada segundo al pie que ha de aplastarlas. Cómo hablar de mañana, qué palabra, tan cotidiana ayer como cruel hoy. 

Cómo reconstruir Hiroshima devastada. Sin techo ni paredes, sin sillones ni colchón. De qué sirvieron las fuerzas, de qué valieron las ganas, de qué las armas, de qué brazos y piernas y el devanar de cabezas. De qué las defensas en guardia. De qué los radares activos, si el viento de la mala sombra todo lo barre a su paso, inmisericorde y cruento sin que nada lo conmueva.

Cómo metabolizar la ira medieval y transformarla en la fuerza creadora que construyó catedrales. Cómo volver armónicas sístole y diástole y nutrirlas de oxígeno. Cómo mantener en marcha las levas del mecanismo del movimiento continuo. Respirar. Inspirar, expirar. Latir. Bombear. Insuflar. Extraer.  Y dónde protegerse del fuego. En qué cueva resguardarse del frío cuando nieva. Dónde guardar los sueños evaporados, dónde los anhelos, los pronósticos, los augurios. Dónde poner los pies a cada paso y que la suela no se quede pegada al suelo, fundida en el bulevar, cauterizada. Dónde no pisar excrecencias o llenar las vestiduras con el polvo de la destrucción. Dónde ubicar cada pieza del puzzle que la bomba hizo saltar por los aires. Millones de fragmentos en apenas un instante. Objetos sin sentido si su nombre se despoja del nombre de su dueño.

Reconstruir Hiroshima alrededor de la cúpula de Gembaku por mucho que llueva ácido. Duro hormigón sobre los cascotes. Negro asfalto sobre el lodo y el barro. Germinal simiente sobre la tierra yerma. Cómo no ser sombra longeva de la sombra que se va. En qué evangelio (en griego buena noticia) creer. “¿Cómo estás?”, es la pregunta que cada día más se repite. Reconstruyendo Hiroshima es, a pesar de la reiteración, mi nada mecánica respuesta.