domingo, 29 de septiembre de 2013

Abdicar o no abdicar

En pleno siglo XXI y en occidente, no creo que ya nadie pueda proclamarse monárquico por principios o convicción. Los regímenes dinásticos, las sucesiones hereditarias aunque ya no sean de corte absolutista sino parlamentario son rescoldos de la historia, instituciones anacrónicas que difícilmente pueden encajar en el contexto contemporáneo si las analizamos mínimamente.

Sin embargo, no quiere ello decir que lo mejor que pueda ocurrir es que la monarquía deba ser eliminada para dejar paso a un régimen republicano, por mucho que resulte paradójico defender una cosa y la contraria, aparentemente. El mantenimiento de la monarquía no se puede justificar a estas alturas por razones vinculadas al pasado, sino porque sea la mejor y más práctica vía para ordenar el presente y avanzar hacia el futuro.

El debate de la abdicación o no abdicación del Rey Juan Carlos se generaliza a raíz de su enésima operación y su innegable deterioro no sólo físico, aunque como suele ocurrir en España con frecuencia, algunos debates llegan demasiado tarde y cuando ya no es posible saber si es mejor el remedio o la enfermedad.

Con España en la situación en que se encuentra, donde lo económico empieza a ser lo menos importante sin haber dejado de ser dantesco. Donde el desmantelamiento de la estructura industrial, la voracidad recaudatoria para mantener una administración pública sobredimensionada a mayor gloria y comodidad del poder político y la falta de estímulo al emprendimiento compiten en gravedad con el desmoronamiento de la estructura territorial, el reto y el permanente insulto independentista y la reducción a mínimos de la percepción de la decencia en el comportamiento partidista, quizás ya sea demasiado tarde para que un Príncipe –del que ya hace años se decía que era el más preparado de la historia- suceda a un Rey frente al que se abrió la veda casi con tanta virulencia como blindaje y protección informativos tuvo antes.

Pienso que la sucesión lleva al menos un quinquenio de retraso y que los cambios han de hacerse cuando las cosas van bien. Si no, ocurre lo de ahora. Si el monarca sigue nadie ve en él ni la fuerza ni la representatividad que su prestigio, bien ganado al liderar el tránsito –desde dentro- de la dictadura a la democracia, le daba hasta hace no demasiado tiempo. Si no sigue y cede ahora el testigo, dicen algunos que la patata caliente que deja en manos del Príncipe puede abrasarle las manos apenas sea investido.

No es fácil la solución del dilema en el país de la muerte del toro o el torero, de Caín o Abel, del azul o el rojo. A día de hoy es claro que la monarquía es necesaria para España. A partir de ahí, mejor un Rey con fuerza y mirada puesta en el futuro. El Juan Carlos del 75 tenía treinta y siete años. El Felipe de 2013, ya cuarenta y cinco. Para otra vez, mejor anticipar los problemas que esperar a que nos arrastren.


domingo, 22 de septiembre de 2013

O los jóvenes o nadie

Es normal que los cambios vengan de lo más jóvenes. Aún es pronto para saber si esta vez será la definitiva o sólo un intento más que se apagará esperando a que dentro de un tiempo vuelva a surgir con más fuerza el afán renovador en la política española.

Es cierto que los tiempos ayudan a que el inmovilismo interesado de quienes manejan los instrumentos de nuestra cercenada democracia vaya viéndose debilitado y dejando sus flancos al descubierto. La seguridad, a veces chulesca, de algunos representantes públicos va dejando paso a un intento de pasar desapercibidos o de “caer en gracia” inusitado hasta hace bien poco. No es buena ninguna generalización y siempre ha habido políticos buenos, regulares y malos. Honrados y golfos. De los que piensan en el bien común y los que sólo se conducen por el interés propio. Aquellos para los que el ciudadano es su objetivo de servicio y los que sólo ven en él el instrumento propicio para su ambición o vanidad. De todo hay, como en cualquier otro orden de la vida y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Pero lo que sí es cierto es el general empeño por mantenerse al frente de las estructuras de poder, institucional o de partido, en muchos casos al precio que sea y el blindaje que se realiza para evitar que otros puedan llegar a desbancar a aquel que ocupa determinada privilegiada posición.
No es una buena noticia que nuestros políticos empiecen a verse acosados y que, vayan donde vayan, se convierta en uso el que sean silbados o abucheados con la fuerza que da a muchos ciudadanos sentirse protegidos por su integración en masa. Si abucheamos a nuestros representantes institucionales en bloque y sin hacer distinción, nos abucheamos a nosotros mismos, si los insultamos de forma generalizada, nos insultamos.

Sin embargo, deberían tomar nota esos mismos políticos, al menos los que responden a los buenos principios de la política y no a los intereses propios en exclusiva, de que lo que empieza por catarro puede terminar en neumonía. La pérdida de respeto del ciudadano está impulsada por la crisis económica que hace que todo el mundo se vea en apuros menos el “establishment” político (no basta con que desaparezcan 50 organismos donde hay 5.000), pero tiene su raíz más profunda en la ausencia de representatividad real de unos políticos (los buenos y los malos) que son elegidos torticera y no democráticamente.


A las voces en el PP de los integrantes de la plataforma Reconversión -en la que me integré el mismo día de su fundación- con Vidal Quadras a la cabeza, de Bauzá y Carlos Delgado en Baleares o de Esperanza Aguirre, se suma y es en lo que más confío la de muchos miembros de Nuevas Generaciones en diferentes puntos de España que piden primarias y democracia verdadera. En Madrid ya han planteado algo tan “anómalo” en nuestro sistema como “un afiliado, un voto”.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Unchained Melody

“Melodía desencadenada” es una de las canciones más versionadas de la historia. Su ya inicial éxito alcanzó su más alta cota de popularidad treinta y cinco años después de ser compuesta, cuando protagonizó la banda sonora de la película Ghost; ésa en la que Demi Moore hacía saltar las lágrimas de los espectadores en su fantasmal encuentro más allá de la muerte mientras sus manos convertían el barro en alfarería.

Desencadenada está la melodía independentista catalana, aunque más que melodiosa armonía aporta el ritmo cansino y repetitivo de la murga. Da igual lo que quiera que suene enfrente, ellos erre que erre. Y el problema es que enfrente sigue sin sonar nada suficientemente claro, contundente y definitivo con lo que paso a paso, los objetivos de los hasta no hace mucho considerados radicales independentistas son hoy el estándar de político, creador de opinión o ciudadano catalán correcto y moderno.

Ya no es que nadie en la política española verdaderamente representativa y mayoritaria se atreva a trazar y blindar la línea roja de imposible superación, de forma que todo el mundo tenga claro qué puede y qué no puede ser. Lo peor es que a base de la monserga de que hay que escuchar la voz de la calle (unas veces sí, otras no, claro está y todo ello en función de intereses meramente partidistas y que nada tienen que ver con el interés general de España y los españoles), nos tenemos que aguantar con lo que fue simple y llanamente un invento de políticos en su origen y no una demanda real de los ciudadanos de Cataluña, cuando no pocos de ellos provenían de cualquier punto de España fuera de aquella región atraídos por el desarrollo fabril de los años 60.

Hoy ya no. Hoy ya no es un simple invento político. Hoy es una demanda que por convicción realiza buena parte de la sociedad catalana. Tanto ha calado el mensaje que cada vez son más, porque no olvidemos que las sociedades nunca son estáticas -están en constante movimiento, los hoy niños mañana son ancianos- y en esa dinámica el control de la educación es clave. Los nacionalistas lo han sabido desde el principio y merced fundamentalmente a la abdicación de los sucesivos gobiernos españoles han conseguido construir una historia a la medida de sus pretensiones.

De poco sirve que los historiadores y un pequeño sector de ciudadanos sepan que se trata de historia manipulada cuando no conformada por episodios burdamente inventados. De poco sirve frente a generaciones enteras integradas por quienes no han estudiado otra cosa ni van a escuchar cosa distinta.


Como en Ghost, también aquí los diferentes mundos están muy relacionados y mucho podemos temernos que con una democracia pendiente de la corrupción que carcome nuestro sistema de partidos y nuestra sociedad civil será imposible que exista el pulso político necesario para evitar que la melodía nacionalista no desencadene en la ruptura de España.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Lecciones de un fuego

Como cada verano, volvió el terror de las llamas a desplegar sus alas por buena parte de las zonas naturales más valiosas de nuestra provincia. El fuego es terror y es terrorismo cuando es intencionado. Vital determinar bien sus causas, analizar sus efectos y profundizar en los efectos de sus efectos.

Hace unos días se producía en Los Arribes un gran incendio con daños para la naturaleza, la ganadería y el propio pueblo de Villardiegua fundamentalmente. Localidad que sólo por ver su magnífico verraco prerromano ya merece la pena visitar. En él han confluido varios aspectos que van más allá del fragor de las llamas, que me parecen especialmente reseñables y sobre los que no siempre nos paramos a reflexionar al ver las llamativas y dantescas fotos.

Uno. La importancia que en una provincia eminentemente rural como la nuestra, de población muy diseminada y altamente envejecida tiene la figura del alcalde. En este caso Silvestre Antonio Fernando, en otras ocasiones otros, vuelven a dar ejemplo de que aunque los “otros” políticos habitualmente los utilizan y luego ignoran (o desprecian), ellos son lo mejor de la política porque no se han olvidado ni pueden hacerlo de que son pueblo.

Dos. Escuché a un vecino decir “eso del Parque Natural es para la televisión y los periódicos, para nosotros nada”. Es un sentimiento generalizado en todas las zonas que se van protegiendo. Mucho lo hemos oído en Sanabria con el conflictivo PORN diseñado por la Junta. No puede haber protección del medio natural sin proteger a quienes viven en él. Hacer que quienes durante siglos han preservado el monte porque era algo suyo se sientan poco menos que expropiados por la burocracia administrativa es el peor de los caminos para su conservación.

Tres. Los medios de comunicación y también la Administración han de cuidar el catastrofismo excesivo. Ha sido una mínima parte del Parque la afectada y sin embargo en medio mundo se ha creído que los Arribes enteros habían quedado calcinados. Hasta tal punto que las reservas en los alojamientos rurales y los enclaves de actividades turísticas empezaron a cancelarse en masa. Buscar los hipotéticos beneficios futuros de una declaración de zona catastrófica es bueno, pero cuidando de no incrementar los perjuicios presentes. Los efectos de una mala transmisión de una catástrofe pueden ser más dañinos a veces que la propia tragedia.

Cuatro. Lo importante que es contar con políticos o representantes zamoranos con peso específico en los centros de toma de decisión y con una sociedad civil libre y activa. Algo que ni los políticos ni la sociedad zamorana apoyamos lo más mínimo, eso cuando directamente no se torpedea. El mejor tratamiento para los intereses de la zona vino de Televisión Española tras una rápida gestión de un grupo de pequeños empresarios y la receptividad e inmediata actuación del zamorano consejero de este ente público, José Manuel Peñalosa. ¿Otros? Esperemos que no todo quede en palabras.