miércoles, 28 de abril de 2010

Política. Así, sí.

Jaime Mayor Oreja además de ex ministro y líder popular en el Parlamento Europeo, es la máxima figura en cuanto a la aportación del pensamiento humanista en el Partido Popular. Juan Fernando López Aguilar, además de ex ministro y líder de los socialistas en ese mismo parlamento, tiene una magnífica formación jurídica y es catedrático de universidad. Francisco Sosa Wagner, que representa en el Parlamento de Estrasburgo a Unión Progreso y Democracia es además, catedrático de la Universidad de León y uno de los administrativistas españoles con mayor prestigio académico.

Los tres han dicho en Benavente algunas de las cosas más interesantes y fuera de lo convencional que haya podido leer o escuchar en los últimos años provenientes de políticos en activo, con cargos importantes. Para quien sienta al menos cierta inquietud o curiosidad por acercarse al verdadero sentido del parlamentarismo y al que debería ser fin último de la democracia, recomiendo una lectura crítica y detenida de la información que ocupaba ayer las páginas trece y catorce de este periódico. Por momentos, incluso, me han llevado a pensar que quizás no sean tan raras las ideas y críticas vertidas en algunos de mis artículos.

Coincido menos con lo manifestado por López Aguilar, pues se le nota más sometido a los fuertes corsés, no siempre estrictamente democráticos, con que los aparatos de los partidos acostumbran a secuestrar la legitimidad de la representación parlamentaria y la soberanía popular. Acierta al denunciar el desproporcionado peso de los medios de comunicación en el debate político, frente al de los foros parlamentarios, pero se equivoca al culpar a éstos de marcar la agenda del debate político o por hacerse eco de los estrambotes y no a los partidos y a los políticos que utilizan a esos medios para ello, quizás porque es más fácil hacer política de imagen y escaparate que buscar soluciones reales a los problemas. Un ejemplo: Gobiernos y partidos se preocupan enormemente por dar imagen de unidad, no realmente por tener esa unidad, con base en principios, valores y debate interno.

De lo dicho por Mayor Oreja y Sosa Wagner, no puedo sino suscribirlo al ciento por ciento. Las convicciones, la defensa de los valores y la aplicación de los principios democráticos que postuló Mayor, son la única medicina preventiva que puede evitar que nuestra democracia, ya enferma, siga haciendo aguas por todas partes, como dictaminó Sosa. Si es cierto que “la vida política actual necesita una profunda regeneración en España y el mundo occidental” y que cuando un político es esclavo, no de unos valores, sino de las encuestas de opinión, “ese político ya es esclavo irremediable de la mentira” (Mayor), la única solución para evitar el alejamiento de los ciudadanos es “repensar el sistema político con el mismo espíritu crítico con el que Tocqueville se enfrentó hace casi dos siglos al sistema político americano” (Sosa).

Por último, en lo más cercano, muy interesante y cargado de sentido común el artículo de Antonio Plaza en el periódico del lunes.

domingo, 25 de abril de 2010

La conjura de las válvulas

Han descubierto que los problemas del motor del Ferrari de Fernando Alonso que traen de cabeza a los mecánicos, ingenieros y pilotos de la escudería desde principio de temporada y han provocado dos roturas en tan sólo cuatro carreras, tienen su causa en una válvula que pierde aire y provoca con ello un sobrecalentamiento que lleva a la rotura. También a Ignatius Reilly, el protagonista de “La Conjura de los Necios” una válvula lo trae a mal traer.

En Grecia, notan ya que a su economía le falta el aire necesario para respirar y ante la inminencia de la asfixia buscan oxígeno en la ayuda internacional. Grecia no era hace unos meses un país del tercer mundo, ni de los llamados en vías de desarrollo. Ni siquiera sufría como una más de las depauperadas economías de la órbita comunista en la Europa oriental. Sin embargo, en sólo unos meses se ha venido abajo como un castillo de naipes.

Si en los Ferrari de la Fórmula 1, descubrimos que un pequeño, imperceptible, fallo puede desencadenar la quiebra de una máquina casi perfecta, en Grecia constatamos una vez más la veracidad del axioma de la economía política que certifica que no hay países ricos y pobres, sino bien o mal administrados. Argentina era al final de la segunda guerra mundial una de las tres mayores potencias económicas del planeta. Hoy, tras decenas de malos gobernantes, se arrastra en el pelotón de cola mientras los Kirchner barren para casa lo que va quedando.

España vivió hace nada, ocho años de milagro económico. Se nos llegó a considerar por los organismos internacionales una de las locomotoras del crecimiento europeo. El paro bajó a la mitad, se redujeron los impuestos, se crearon más empresas que nunca y el capital exterior hallaba en nuestro país el lugar adecuado para invertir sin necesidad de que pagáramos por esa financiación más que los que menos pagan. Éramos un país serio con una economía solvente y un sistema jurídico estable y seguro. Lástima que el artífice de aquello fuera un tío bajito, con bigote y poco simpático cuyo legado había que borrar rápidamente del mapa. Había que volver al corazón de Europa, nos dijeron. Sólo seis años después, remontarse a aquella situación parece un ejercicio de ciencia ficción. Pero tranquilos, dicen los nuestros que España no tiene nada que ver con Grecia, aunque reconocen que ya no somos el Ferrari que había adelantado a Italia y asustaba a Sarkozy, como defendió el simpático Zapatero con estéril vanidad en su bobo discurso ante las Naciones Unidas.

Ya no estamos en el corazón de Europa, sino en el colon. En el Ferrari es una válvula, en nuestro gobierno el aire se nos va por todas sin remisión. Deberíamos cambiarlo antes de que el motor se rompa definitivamente. De lo contrario, y por mucho que nos insistan en que lo nuestro no es lo mismo, ya les auguro que terminan haciéndonos un griego.

miércoles, 21 de abril de 2010

Vuelta al bosque

Cientos, miles, millones de páginas escritas en la última década. Cientos de miles de segundos de radio, televisión y vídeo. Hasta un Premio Nobel concedido al efecto y por ello. Hablo del efecto de la acción del hombre sobre el clima en el planeta. De las emisiones de Dióxido de carbono a la atmósfera fruto del progreso y la civilización. Un enorme panel de expertos de Naciones Unidas. Muchas verdades incómodas y muchas mentiras también al respecto. Y resulta que por fin, durante casi una semana los aviones en Europa han dejado de contaminar. Se han suspendido miles de vuelos intracomunitarios y otros tantos con salida o llegada en el continente. Es como si todos los coches de cualquier gran ciudad hubieran parado por el común acuerdo de sus conductores. Como si las calefacciones de los edificios hubieran dejado de emitir humos nocivos por las chimeneas.

Pero no ha sido un gran paso adelante en la lucha de los hombres que se creen más importantes que nunca, más de lo que la propia naturaleza en su conjunto lo es. No ha sido ni siquiera una victoria pírrica frente al daño que, ahora creemos ser conscientes, causamos al medio ambiente. No, en realidad ha sido una flagrante derrota ante esa misma naturaleza. Toda la grandeza del hombre. Del hombre-dios que los avances, la tecnología, el conocimiento y la vanidad nos han hecho creer que somos. Toda esa convicción de superioridad y suficiencia ha quedado reducida a minúsculo tamaño, a ridícula parálisis con la erupción natural, imprevisible, incontenible, de un volcán de nombre impronunciable ubicado en Islandia, una isla alejada de casi todos los sitios.

Desde la semana pasada, este viejo habitante de la tierra al que al parecer nadie había invitado a la fiesta, lleva expulsando por su cráter, entre otras sustancias nocivas, dióxido de carbono, dióxido de azufre, sulfuro de hidrógeno, y flúor, tremendamente venenoso y que provoca el envenenamiento de plantas y animales. Y desde ese mismo instante, una parte del mundo se ha parado. ¿Será que somos alfeñiques frente a la fuerza desatada de la naturaleza precisamente cuando más pensamos que la dominamos? Es probable.

Está bien que nos ocupe y nos preocupe no causar más daño del que el progreso razonable (si es que el progreso se puede calificar de tal manera o su contraria) provoca. Pero mejor estaría que volviésemos a ser conscientes, como los pueblos primitivos que aún existen sobre la corteza terrestre de lo relativo de nuestra importancia. Es cierto que levantamos grandes construcciones, pero si un día todos los volcanes entraran en erupción y el planeta se volviera irrespirable, ¿cuánto tiempo tardaría en desaparecer el último vestigio de vida humana sobre él?

El sábado estuve en Valladolid en la primera representación teatral que escribe y dirige el joven zamorano, José María Esbec. Empezaba con rescoldos de fuego sobre una pantalla. Árboles retorcidos, transformados en brasas. La vida del hombre es corta y breve como el humo.

domingo, 18 de abril de 2010

Escaramuzas

Empieza la madre de todas las batallas. En dos meses se cumplirán tres años de mandato municipal. Tres cuartas partes del periodo total habrán transcurrido cuando lleguemos a las puertas del verano. Y, tras el paréntesis estival, nuestros munícipes se darán de hoz y coz con el campo de batalla electoral interno y externo.
En periodos políticos y de gestión cuatrienales, el primer año sirve para aterrizar, trazar las líneas maestras que guiarán la ejecutoria y poner los cimientos para el desarrollo de los programas de gobierno u oposición. Durante los dos años centrales se despliegan las herramientas y se ejecuta la parte mollar de los proyectos. Es en ese periodo cuando los políticos se ganan el respeto o pierden la credibilidad ante ciudadanos y medios de comunicación (ante el propio partido, los cauces suelen ser bien distintos). El último año es para rematar actuaciones, asentar en los ciudadanos la impresión general sobre lo realizado, ir pergeñando y anunciando las propuestas para el siguiente mandato, hacerse un hueco en las candidaturas y pedir la confianza en forma de votos. Esta al menos es la teoría, que suele coincidir con la práctica en la generalidad de las ocasiones y escenarios; aunque no hay regla sin excepción.

Así pues, prácticamente agotadas las dos fases más importantes, llega el momento de ir haciendo balance sobre la actuación de cada Corporación en su conjunto, de cada grupo político en particular, ya sea gobierno u oposición y también de cada concejal en el desempeño de sus responsabilidades individuales. En esas estaremos muy en breve (también en el “Espejo”); mientras tanto, cada día que pasa, las relaciones entre las fuerzas políticas adquieren una nueva dinámica y, también, un nuevo dinamismo.

Veamos si no, como pequeño aperitivo, qué ocurre con el sainete de la aprobación del presupuesto del año corriente. Mañana, si la alcaldesa no lo remedia o Mateos no modifica su posición, va a Pleno un proyecto condenado a no ser aprobado. No creo que el borrador de este año sea ni mucho mejor ni mucho peor que el de los ejercicios precedentes, aunque dos grupos no hayan querido ni mirarlo. No lo conozco con detalle, aunque me consta el empeño que el concejal de Hacienda ha puesto en que sea el mejor posible técnicamente. Tampoco el número de concejales de unos y otros ha variado. Lo que sí cambia es el momento político. Se acaban los plazos para el cumplimiento de los compromisos y se agudizan presiones y desconfianzas.

El presupuesto es un compromiso económico, pero no es menos, la clara representación de por dónde van los compromisos políticos. Y con las grandes decisiones como también lo son la aprobación del planeamiento urbanístico u otras, se aprecia no sólo la sintonía política existente o ausente, también la personal, que no es menos importante. Todos juegan y ahora, además, todos se la juegan. ¿El pleno de mañana? ¡Ufff! “Si hay que ir se va, pero ir pa’ ná…”

miércoles, 14 de abril de 2010

Nunca vi cosa igual

Como en aquella canción del grupo La Mandrágora de Sabina, Krahe y Alberto Pérez: “a su entierro de paisano asistió Napoleón, Torquemada y el caballo del noble Cid Campeador. Marcelino de cabeza marcándole a Rusia un gol, el coño de la Bernarda y un dentista de León…”. Algo así, pero sin funeral de dictador, semejaba el aquelarre vivido ayer en la Universidad Complutense de Madrid.

Claro que Garzón ha hecho grandes cosas por la democracia española. Fue un juez ejemplar y valiente en la persecución de los terroristas etarras. Cuentan, y me consta que es cierto, que durante años, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado esperaban a los días y momentos en que Garzón era el juez de guardia para plantear las más importantes acciones de lucha contra el terrorismo. Sabían que en él hallaban un aliado que apoyaba su trabajo con la máxima determinación. Su respuesta era siempre rápida, nunca dubitativa, imagino que sin menoscabo del rigor legal exigido.

Pero no es por eso por lo que Garzón se va a sentar en el banquillo, aunque todo ese ruido de fondo que no creo sinceramente que nuestra democracia deba agradecer, se empeñe en armar barullo y generar confusión. Tampoco se le juzga por los defectos de instrucción que se le han achacado en tantos sumarios. Ni por sus controvertidos saltos de ida y vuelta de la judicatura a la política partidista. No, Garzón está imputado como cualquier otro ciudadano por la presunta comisión de un delito tipificado como tal en nuestro ordenamiento. Y su inocencia o culpabilidad debe ser determinada como lo sería para cualquier otro ciudadano.

La justicia se representa desde tiempos inveterados con una venda en los ojos. Es ciega ante acusadores y acusados, porque sólo así la aplicación de la ley puede ser justa. Como ciudadano y más aún como jurista, no me produce ninguna satisfacción ver a un juez sentado en el banquillo de los acusados. Lo que siento en esos casos es una profunda desazón, pero así son las cosas. Llámese el juzgado Liaño, Garzón o Estivill (que no son iguales). Y si no debe impartirse justicia de manera diferente en función de quien es el acusado, tampoco en función de quién sea el acusador.

La cantilena más repetida en los últimos días es que no es tolerable que la ley se aplique en un caso en que uno de los denunciantes es la Falange. Es verdad que a estas alturas del siglo XXI, declararse falangista es absurdo y anacrónico, aunque no más que declararse comunista y sin embargo muchos siguen presumiendo de ello. Pero eso nada debe implicar para que el veredicto sea uno u otro.

Lo más triste es que a la orquesta que pide justicia a la carta, se sumen personas que han sido parte esencial del sistema judicial al que ahora tratan de coaccionar. Si usan palabras tan gruesas da pavor pensar cuáles podrían ser sus actuaciones.

domingo, 11 de abril de 2010

Colornieves y las, les, los

La inefable ministra Aído transfigurada en madrastra, bruja y hada malvada, ha decidido estrangular a Blancanieves, fumigar a los enanitos, incinerar a Cenicienta y enterrar viva a la Bella Durmiente del Bosque. No sé si es que a nuestra ministra de los cuentos, el espejito mágico le ha dicho que no es la más guay de este reino porque los niños (y sobre todo las niñas) admiran más a la que tiene encandilados a los enanos del bosque. Si es que tras comprarse unos trapitos fashion y unos “manolos” para los pies, ha llegado la tal Cenicienta y le ha birlado algún príncipe azul (o rojo) en el que había puesto sus ojos. O quizás es que habiéndose quedado traspuesta sobre la mesa del Consejo de Ministros, quien la despertó con un beso en sus sonrientes labios no fue el galán Zapatero sino el barbudo Caamaño o Rubalcaba, el de la etiqueta del anís.

Winston Smith, protagonista de 1984, la novela de Orwell, trabaja en el Ministerio de la Verdad. Allí, una y otra vez, “readapta” documentos históricos de forma que en todo momento las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia que en cada momento sostiene el gobierno. No es sólo que libros, periódicos o fotografías publicados a partir de un cambio de esa versión oficial deban recoger exclusiva y estrictamente la doctrina oficial, sino que en cada cambio, se reescriben y manipulan los anteriormente editados, eliminando cualquier vestigio que pueda indicar que existió un pasado diferente del oficialmente marcado.

Aído y sus policías del pensamiento quieren reescribir no sólo la historia sino también la ficción. No sólo pretenden que a partir de ahora la creación literaria infantil se encuadre escrupulosamente en la ortodoxia de lo políticamente correcto, la igualdad como ellos la entienden, o sea, como uniformidad absoluta entre los sexos, sino que todo lo escrito hasta ahora habrá de reeditarse con los “retoques” suficientes o está condenado a revivir la hoguera que antes aplicaron otros bárbaros, inquisidores y totalitarios.

Pérez Reverte, que anda últimamente con la vena crítica a flor de piel, advierte de que no se puede esperar gran cosa del único país donde los políticos no tienen que tener el bachillerato para ocupar un cargo y lamenta y denuncia que, cada vez más, estamos en manos de una clase política que no ha leído un libro.

Dice Aído que son cuentos sexistas (como ellos miles) por el papel que asignan al hombre y la mujer. Y tendrá razón, pero se le escapa que Blancanieves también es racista porque el “blanca” es sinónimo de pureza, limpieza y belleza en contraposición a la “negra” alma de la mala. Y qué decir de los enanos. Ofensa a los bajitos y a quienes padecen de enanismo. Y todos hombres. Hay que cambiarlos por estatura media y en blanco, negro y amarillo: un hombre y una mujer heteros, un gay, una lesbiana, un bisexual, una bisexual, un transexual… ¡Si en lugar de tanto hablar, leyeran!

miércoles, 7 de abril de 2010

El niño es lobezno

Fue el filósofo Thomas Hobbes quien popularizó la expresión “homo hominis lupus est”, el hombre es lobo para el hombre; tomándola de una cita de Plauto que se completaba: cuando desconoce quién es el otro.

Según Hobbes, la naturaleza humana se escinde en dos partes, la razón y las pasiones y con ello determina el funcionamiento de la sociedad civil. En el estado natural, todos los hombres han de estar en constante temor ante los demás porque es connatural al ser humano desear las cosas para él solo. Esto hace que las cosas que todos deseamos escaseen y como la naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en sus capacidades corporales y mentales, hasta el más débil tiene fuerza suficiente para matar al más fuerte, mediante la maquinación o uniéndose a otros.

En consecuencia, nos dice, el estado natural del hombre es la guerra de todos contra todos para imponer el dominio de unos sobre otros. Para tratar de corregirlo, es por lo que se articula la sociedad favoreciendo la convivencia. Y esto es lo que con el avance de la civilización hasta nuestros días, empezamos a olvidar como sociedad. Hasta que de vez en cuando, despertamos de manera truculenta, con acontecimientos como el de que una niña de 14 años, sí catorce, mate a otra de 13, a golpes, con premeditación, ensañamiento y ausencia total de arrepentimiento posterior.

Cabe preguntarse qué falla en la articulación de una sociedad civilizada, supuestamente educada y más informada que nunca, para que esto ocurra entre niños. Cuando la relación y las redes sociales hacen que cada vez se conozca más al otro. No es el único suceso. Un superficial repaso de hemeroteca arroja cientos de casos de muertes, violaciones, torturas, acosos insoportables, agresiones y abusos de todo tipo. Es la ley, que es muy blanda con los menores nos dicen unos. Y en casos como éste, se demuestra que es verdad. Pero cuál es el precio social a pagar por su endurecimiento generalizado, se preguntan otros, también con razón. Poco ayuda, sin duda, el clima de violencia generalizada de que “disfrutan” niños y adolescentes en los mundos paralelos de la televisión, el cine, Internet, las videoconsolas y hasta en los dibujos animados.

¿Qué falla? Seguramente todo eso y algo más que trasciende a elementos tan coyunturales. Tal vez, individualmente y como sociedad, debiéramos dedicar menos tiempo a ciertas memeces a las que se da trascendencia social y reflexionar con un mínimo de rigor sobre esta cuestión. También pararnos un poco a pensar si el reinado del relativismo, del todo el mundo es bueno y la consideración de que los principios establecidos por la ética, la moral o el hecho religioso son antiguos, excesivamente rígidos e inútiles en su aplicación, es el mejor camino para la convivencia.

Bandas, grupos cerrados, sectas, tribus urbanas, son el peor sustitutivo de la autoridad familiar, educativa y social. ¿Inevitable?

domingo, 4 de abril de 2010

Dos y pingada


Decimos adiós a la semana grande de Zamora. Una Semana Santa en la que, a pesar de todo, de la crisis y sobre todo del clima, Zamora volvió a llenarse. Los nuestros que están fuera volvieron y gentes de otras tierras llenaron hoteles y restaurantes. Adiós a una Semana Santa que en lo bueno destacó una vez más por la organización de los desfiles procesionales, por el sentimiento y entrega de cofrades y ciudadanos en general, por el ambiente vivo de la ciudad, por el orgullo de ser zamoranos. Una Semana Santa que en lo malo destacó por pocas cosas, pero muy notorias. Sobre todo, por la que empieza a generalizarse, incluso con apoyo institucional, como una de las nuevas costumbres más lamentables y reprobables, el botellón.

La noche del jueves al viernes Santo es desde tiempos inmemoriales, la noche más larga del año en Zamora. Noche iniciática para adolescentes y jóvenes bajo la luz de la luna llena. De Yacente, de amigos, de cinco de la mañana, de chocolate con churros o sopas de ajo. Y también de copas, a veces demasiadas copas en bares y pubs, en los Herreros y la Plaza Mayor, pero nunca como ahora, bolsas llenas de botellas en una moda a la que en otras ciudades se le va poniendo coto y aquí parece alentarse de manera incomprensible. Por un lado nos insisten en eso que nadie se cree de que el alcohol es una droga más y no menos peligrosa que las otras, sobre todo a ciertas edades, mientras que por otro, se permite con una impunidad rayana con la negligencia más absoluta ese espectáculo que convierte entornos como el de San Martín de Abajo en pocilgas donde exaltar la borrachera y el cannabis. Si no lo vieron, pregunten a los vecinos de la zona, a los policías municipales que para su propio bochorno tienen que acompañar con su presencia, o a los empleados del servicio municipal de limpieza. Yo lo he hecho y les aseguro que lo que dicen es lo único en ese tinglado que no tiene desperdicio. Todo, hasta que un día, Dios no lo quiera, haya una desgracia grave y un juez declare responsable último al Ayuntamiento.

Decimos adiós por último, a una Semana Santa en la que las vacaciones escolares vuelven a retrasarse a la semana que ya no lo es. Sé que protestar es batalla perdida frente a la inmensa mayoría de los docentes a los que les viene muy bien esa semana entera de vacaciones cuando todo el mundo trabaja y también a funcionarios y responsables educativos que con la cómoda excusa de unificar fechas en todo el distrito o la Comunidad se libran de un trabajo extra. Este nuevo centralismo autonómico es más duro que el anterior estatal, pero no entiendo que Zamora, su sociedad y sus dirigentes no hagamos valer el hecho diferencial de que ésta y no otra, es nuestra semana grande. Dos y pingada. Buen provecho.