domingo, 25 de julio de 2021

El espejo del alma

Desde niños atraen nuestra mirada los rostros que habitan en las nubes mecidas por el viento o en la luna que, coqueta y divertida, nos provoca. Los vemos en las hojas caídas de los árboles a nuestros pies, en las verdes laderas de los montes que como giocondas siguen nuestro paso o en las inamovibles rocas, duras y duraderas. Son caras que nos buscan desde tapas de alcantarilla, el “morro” de los coches o las fachadas de las casas. 


La cara es el espejo del alma y los ojos confiesan en silencio los secretos del corazón dejó dicho San Jerónimo. Tal vez, aún sin ser conscientes de ello, nuestro deambular por la vida solo persiga un fin último, encontrar los espejos en los que reflejar nuestro propio rostro; mirar a la cara, frente a frente, el alma que llevamos dentro o la que nos envuelve y nos acoge. 


Un reciente estudio científico de la Universidad de Sydney ha puesto de manifiesto que nuestro cerebro está especialmente predispuesto para identificar y analizar los rostros humanos y las emociones y gestos que en ellos se representan. Por eso recordamos las caras más que ninguna otra imagen que hayamos tenido ante nuestros ojos. Los neurocientíficos que lo han llevado a cabo han concluido significativamente que nuestro cerebro realiza ese proceso cognitivo del mismo modo y en milisegundos cuando no se trata de rostros reales, sino rostros ilusorios. "Sabemos que estos objetos no son realmente rostros, y sin embargo la percepción de una cara persiste. Acabamos teniendo algo extraño: una experiencia paralela de que es a la vez una cara convincente y un objeto. 


Pareidolia facial es el nombre de este proceso de detección en el que según ya sabíamos, no solo detectamos rostros en objetos inanimados sino que les adjudicamos “atributos emocionales”. Jugamos a detectar qué hay detrás emocionalmente. “Para el cerebro, las caras, falsas o reales, se procesan de la misma manera […] Necesitamos leer la identidad de la cara y discernir su expresión”, dicen los autores. Qué es esto sino tratar de descubrir qué alma se esconde tras ese semblante, ese gesto o movimiento. Es seguro que efectuar ese proceso sobre objetos inanimados tiene menos riesgo de error. La equivocación menores consecuencias, que cuando lo llevamos a cabo ante una cara humana. También que la recompensa es infinitamente menor. 


Necesitamos el racionalismo científico que nos permite ir cruzando las fronteras del conocimiento y la evolución aunque habitualmente, cuando el científico asienta un paradigma, descubre que el filósofo o el poeta llegaron antes a esa cima. Será por eso que hace cien años Chesterton escribió que hay un camino entre los ojos y el corazón que no pasa por el intelecto. Será por eso que Bécquer anticipó a mediados del XIX que “el alma que hablar puede por los ojos, también puede besar con la mirada”. Será por eso que mientras el universo se expande y mundo gira, creando el tiempo que trae nuevos rostros y almas, algunos, evanescentes, siguen mostrándose para siempre alegres y vivos en cualquier momento o lugar; o acarician, en la clara oscuridad del parpadeo.


domingo, 18 de julio de 2021

¿Prevaricación al descubierto?

Se supone que aceptamos que las leyes están para cumplirse y los tribunales para interpretarlas y aplicarlas cuando existe conflicto o discrepancia. Se supone que admitimos que el Tribunal Constitucional, con sus mejores aciertos y sus peores errores, es el encargado de decirnos -por su tardanza en tomar las decisiones, más hacia el futuro que hacia el presente-, cuándo una norma adoptada por el legislativo o el ejecutivo, es acorde o discordante con el texto y el espíritu de nuestra Constitución.

Se supone que todos sabemos que en nuestro régimen democrático es el acuerdo constitucional vigente el que establece el marco en el cual se desarrolla nuestra convivencia. Y se supone que aunque discrepemos en aspectos puntuales, todos entendemos que la Constitución es barrera infranqueable a la hora de la actuación de los poderes del Estado. Se llama Estado de derecho y seguridad jurídica frente a la arbitrariedad del gobernante que rige en los regímenes totalitarios. 

Da una tremenda pereza tener que reiterar estas obviedades y más en una nación en la que antes de la Constitución vigente lo que había era dictadura y no democracia. Pero hete aquí que ahora hay quienes, desde insospechadas tribunas políticas, gubernamentales y mediáticas, letrados acomodaticios unos y legión de iletrados otros, nos dicen que por una emergencia sanitaria -ante la que, por otro lado, no es que se actuara con la emergencia que ahora reclaman-, el Tribunal Constitucional y el conjunto de los ciudadanos debemos comulgar con ruedas de molino y tolerar una inadecuada e injusta privación de uno de nuestros derechos fundamentales básicos, el derecho a movernos libremente por el territorio nacional del que somos soberanos.

El gobierno de la nación lo sabía desde el primer día -exactamente igual que el gobierno de Castilla y León lo sabía cuando ilegalmente nos restringió hace unos meses más allá incluso de lo que aquél había permitido con su norma-. Existían informes y advertencias jurídicas suficientes que acreditaban que lo que se pretendía decretar cabía en un estado de excepción y no en el de alarma. Dos figuras que contempla el mismo artículo 116 de la Constitución, pero con características diferentes. Básicamente mucha más libertad de acción para el gobierno en el estado de alarma, con ausencia en la práctica de control parlamentario por preverse para emergencias limitadas a partes concretas del territorio y durante un periodo de tiempo muy corto, frente al permanente control del parlamento en el caso del estado de excepción que, por preverse para emergencias que afecten al conjunto del territorio, más duraderas en el tiempo o de especial gravedad, exigen que el control parlamentario, es decir, de la representación de la soberanía nacional sea permanente sobre la acción del gobierno.

Hay otra diferencia, esta no jurídica pero de peso en este país que algunos tratan de idiotizar más cada vez. Sánchez y los independentistas querían que alarma nos sonara a bomberos, ambulancias y aplausos desde el balcón mientras que excepción a ellos y a sus votantes más montaraces les sonaba a franquismo. Así que, la manta a la cabeza y a prevaricar contra tus derechos y los míos, españolito de a pie. Y no dimiten, claro.

domingo, 4 de julio de 2021

Buscan el choque social

Buscan el enfrentamiento social, la ruptura de los nexos que garantizan la convivencia en paz y en libertad, esto es, en democracia. Palabra esta en la que se envuelven, adjetivándola siempre como real, popular, verdadera… Síntoma inequívoco de que la detestan, la temen y tratarán de eliminarla si el destino deja en sus manos tal posibilidad. Son los pregoneros de la nueva izquierda, que ya no es como hace unos años, la izquierda moderada, la socialdemocracia protectora y defensora de la ampliación del “Estado del bienestar”, esa forma de organización social surgida en las sociedades liberales occidentales como desarrollo natural del modelo capitalista en una civilización inspirada por la ilustración, el conocimiento y el humanismo.

La nueva izquierda actual es la de los apologetas del viejo y rancio comunismo, fracasado siempre que se ha puesto en práctica, derrotado por el deseo, connatural a la especie humana, de libertad. Expulsado como modo de organización social por el derecho, consustancial a nuestra inteligencia, a hacer valer el libre albedrío siempre que ello no atente contra el derecho de los demás. La nueva izquierda es tan vieja y está moralmente tan carcomida que sabe, sin ninguna duda, que nunca por la vía del devenir ordinario podrán obtener el respaldo suficientemente mayoritario en las urnas, salvo en situaciones tan convulsas como las que llevaron al socialista (luego fascista) Mussolini y al nacionalsocialista Hitler al poder hace casi cien años.

La nueva izquierda bebe en las fuentes iniciales de Lenin y los bolcheviques, que no se levantaron contra el zar de Rusia sino contra la Duma, la asamblea democrática con representación ideológica amplia y diversa que debía conducir a la Rusia de 1917 de la tiranía zarista a un régimen económica y democráticamente homologable con el resto de Europa. Los bolcheviques, entre los cuales era prácticamente imposible encontrar  -como un obrero e Podemos o Izquierda Unida- un proletario, ese “lumpen” al que se refería con profundo desprecio el acomodado Lenin, eran minoría.

La izquierda actual ideológicamente dominante en España y que arrastra al resto, incluida a la oficialidad socialista manejada por Pedro Sánchez, sabe que ha llegado al máximo que las urnas le van a otorgar en un sistema democrático moderno. Son malos, no idiotas, y como hicieron en Venezuela, como están intentando en Perú, en Colombia, Chile, Bolivia y otros países de la mano del Foro de Sao Paulo y con la colaboración infame de gente como el ex-presidente Zapatero, son conscientes de que el poder absoluto que necesitan para imponerse puede venir solo de la ruptura social mediante el enfrentamiento bipolar entre “pobres y ricos”, “inmigrantes y nacionales”, “hombres y mujeres”, “feministas clásicas y movimientos trans”. De la quiebra de las instituciones sociales que dan estabilidad y sustento ante la crisis económica como la familia y las relaciones paterno-filiales. De la presión hasta la deformación de las instituciones políticas y judiciales.  Del hambre y del caos.

Hace muy poco tiempo era impensable escribir en estos términos. Hoy no. Me enfada y solo con el enfado ya me doy cuenta de que están consiguiendo sus bastardos objetivos. Afortunadamente aún está en nuestra mano pararlos democráticamente.