domingo, 27 de mayo de 2018

Equilibrio o ceguera

Le adjudican los suyos al presidente Rajoy la cualidad innata de saber gestionar como nadie los tiempos políticos. Tanto se lo han aplaudido en su entorno en las ocasiones menores en que el tiempo ha venido a respaldarlo, que ha convertido el inmovilismo en su divisa para mantenerse frente a todo problema, situación o circunstancia.

Dicen mis amigos ingenieros que los puentes no se caen porque su tendencia es a mantenerse firmes, si la tendencia fuera la contraria, ninguno quedaría en pie. Rajoy, pese a no ser ingeniero sino registrador de la propiedad, ha convertido ese pensamiento en la columna vertebral de su línea de actuación política. Los problemas -como aquel desfile de las Fuerzas Armadas de cuando aún no era presidente- son un “coñazo”. Él no está para esos rollos, por eso mira para otro lado,. No existe aquello a lo que no se le presta atención. Como los puentes, las cosas importantes en política tienden a salir bien, las incertidumbres a diluirse, las inflamaciones a reducirse y las gripes, como se suele decir, se curan en siete días con medicación y en una semana sin ella.

Hace ya bastante tiempo que Pedro J. Ramírez lo bautizó “el estafermo”, ese muñeco giratorio cuyo escudo golpeaban con su lanza los caballeros en los torneos medievales. Que gira sobre sí mismo pero no se mueve del sitio. Que para quien no lo toca es como si no existiera pero que a quien lo golpea y no huye a tiempo lo puede destrozar con las bolas que sostiene ciento ochenta grados al otro lado del brazo del escudo.

Pedro Sánchez es en esto lo contrario. Se mueve tanto que ya nadie sabe donde está. Quizás porque en realidad, como nos descubrió de los electrones la mecánica cuántica, no está en ningún sitio concreto y a la vez está en todos. Todo se reduce a una ecuación de probabilidad. Ahora ejerce de alquimista para extender a España su éxito en las primarias socialistas. Sabe que las variables son muchas más e infinitamente más complejas cuando está en juego la gobernanza de una nación que cuando la disputa es por el liderazgo de una fuerza política. Lo sabe, pero quizás, como Rajoy ante los problemas, prefiere ignorar ese abismo de diferencias y se apresta a saltar al vacío jaleado por Iglesias y ante la sibilina risa de hiena del independentismo.

Desde la muerte de Franco España no se encontraba en una situación de incertidumbre y riesgo latente similar a la actual, con el agravante de que la conciencia del riesgo al que nos enfrentamos es socialmente hoy menor que entonces y la capacidad intelectual, vocación de servicio al Estado y generosidad personal de nuestros políticos raquítica. España necesita equilibrio, templanza y un proyecto de preservación nacional y de pacto ciudadano ratificado por una amplia mayoría social. Toca ir a las urnas pero las urnas han de ser el principio. Verlas como la meta es caer, de nuevo, en la ceguera.

domingo, 20 de mayo de 2018

No es la casa, amigo

Amigo Pablo, no es el huevo, es el fuero, que dicen los clásicos; lo que viene a ser lo mismo que aquello de que somos dueños de nuestros silencios pero esclavos de nuestras palabras o, como solemos decir el pueblo llano, y ambos lo somos en similar medida, no escupas hacia arriba que termina cayéndote encima.

No sé, Pablo, si tú y tu pareja estaréis pensando en esta clave, pero sí muchos en vuestro entorno y todos los que te tienen ganas. Son los gajes del oficio, amigo, que una cosa es predicar -predicador eres un rato- y otra dar trigo a los tantos  que, como tú decías, tienen que comer de lo recogido en los contenedores de basura y, que aunque en verdad eso no lo hacen, sí que pasan muchos apuros para llegar a fin de mes, a fin de año y al día a día de su vida.

La demagogia, amigo, es un arma peligrosa porque mueve montañas como se dice de  la fe, a la que ha sustituido en el credo de las masas. Queda fetén escribir en Twitter que alguien que compra una vivienda por seiscientos mil del ala no puede a la vez ser ministro de Economía. Queda bien porque dicho con el suficiente grado de afectación parece una verdad absoluta para los dispuestos a comprar cualquier mensaje igualitarista, que como viene a decir nuestro comúnmente admirado Antonio Escohotado, es el disfraz que históricamente mejor han sabido adoptar los totalitarismos de cualquier signo. 

De Guindos, el aludido en aquel momento, podía permitirse aquella vivienda porque su salario era y venía siendo jugoso, lo cual no sirvió de escudo ante tus venablos. No diré que me has decepcionado al justificar tu compra argumentando que vuestros salarios os lo permiten. Suena el argumento a callejón sin salida, a gato encerrado, a boxeador que acaba de recibir un gancho inesperado que, al menos por unos instantes, amenaza con llevarlo al suelo. La decepción viene de que hasta el snob aristócrata, ministro portavoz del Gobierno, haya podido darte un “zasca” de dimensiones antológicas con estilo y humor, que es como más duelen las patadas en las espinillas.

En momentos así se aprecia la verdadera madera que conforma las personalidades, así que o te sacas de la manga un buen golpe de efecto o, como la esposa de Mao Tsé Tung, tendrás que hacer matar a los miles de gorriones cuyo canto impedirá tu reposo por muy parapetado que te encuentres tras los muros de tu casa.

Amigo Pablo, las cacerías que otras veces celebras, promueves y diriges son la misma que ahora te llega por la compra de una casa en la que asentar vuestro proyecto de familia y vida en común (te esperaba menos cursi). Personalmente te felicito por la compra, que puedas vivir en la casa de tus sueños y también porque has hecho una gran operación. Casa y parcela, por una vez, valen mucho más de lo que dicen que cuesta.

domingo, 13 de mayo de 2018

Ley versus justicia

Con la víctima siempre, nunca con el criminal. Esta sería la respuesta que automáticamente todos daríamos si alguien nos preguntara de qué lado nos pondríamos en un caso de asesinato, de violación, secuestro o tortura. Ante pregunta tan simple, la respuesta es obvia, pensaremos tomados tomados uno a uno. 

Cabe entonces preguntarse por qué con tanta frecuencia nos quejamos de la laxitud de las leyes cuando éstas han de aplicarse a los crímenes más atroces. Por qué, sistemáticamente, tenemos que escuchar el profundo lamento de los más cercanos a las víctimas. Lamentos que nos suenan a prédica en el desierto. Que movilizan las tripas de quien las escucha, que nos encienden y nos activan individual y socialmente como un soufflé pero que sabemos quedarán finalmente reducidas a mera espuma.

Lo oímos ahora en las palabras cargadas de sensatez y razón de David Alonso, pareja de Leticia Rosino, asesinada en Castrogonzalo que ayer recogía para nuestro periódico Susana Arízaga. Dice y tiene toda la puñetera razón que no puede ser que el asesino esté de nuevo en la calle con 24 años.  Diremos que se está anticipando al juicio y que hay que tener que confiar en la Justicia, pero sabiendo que la ley no permite otra cosa. 

Dirán algunos que son palabras marcadas y cargadas por el dolor. Como si eso le restara a David derecho a decirlas, como si el dolor fuera un narcótico que anula la razón y no, como resulta en muchas ocasiones, siendo incisivo, lacerante y casi mortal en sí mismo, un elemento que aporta la especial lucidez que solo se consigue al tomar distancia con el segundo a segundo, elevarse del duro suelo para, desde una visión cenital, tomar la perspectiva de lo vitalmente esencial, de lo verdaderamente importante, esto es, la vida misma. La independencia y valentía para decir lo que se piensa al margen de los condicionantes morales o sociales, de lo que está bien visto y lo que no. El estado de shock, como algunas drogas alucinógenas, tiene ese doble y contradictorio efecto. Puede nublar la razón u otorgar la más nítida lucidez.

Algo ocurre cuando a la pregunta del principio y en frío todos responderíamos igual y sin embargo en el momento en que rascamos un poco más descubrimos que hemos legislado tanto en favor de la protección del delincuente que las más dolorosas víctimas se han quedado desasistidas.

En los años más duros del plomo etarra, cuando Gregorio Ordoñez, Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica o Isaías Carrasco fueron asesinados, un periodista preguntó a un buen amigo mío, también concejal, qué pensaba de que le pudiera pasar a él. Su respuesta, no menos sencilla que polémica en su provincia, fue: “en ese caso espero que mis amigos me venguen”. Solo se dice eso cuando se entiende que la ley se ha desconectado de la justicia. Mal camino para todos, excepto para los peores criminales.

domingo, 6 de mayo de 2018

Crimen y criminal

En el siglo XVIII el italiano Beccaria publicó “De los Delitos y las Penas”, un revolucionario tratado que ponía el énfasis en la objetivación de los delitos y de los castigos que debían imponerse ante su comisión, independientemente de quién fuera el actor de los mismos. Rechazaba la arbitrariedad del juzgador, tradicional hasta entonces, y centraba la mirada en la diferenciación entre quien ha de legislar (el parlamento) y quien ha de interpretar las normas (los jueces).

Un siglo después, otro italiano, Lombroso, con peculiar método científico -basado en la observación de ciertos rasgos físionómicos como la forma del cráneo, comunes según él en muchos delincuentes habituales-, postuló la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético.  El arquetipo del “criminal lombrosiano” no ha triunfado en el tiempo pero estigmas similares a los empleados por él han servido a algunos de los más atroces criminales de la historia reciente.

Ahora hace cien años, Lenin, aún hoy ensalzado por mentes enfermas, no menos sanguinario que Stalin, transmitía su ideario vía el semanario del Ejército Rojo “Krasnaya Gazeta”: “Sin piedad ni excepción mataremos a nuestros enemigos por cientos, por miles, ahogándolos en su propia sangre. Que haya torrentes de sangre burguesa, tanta sangre como posible sea”.

En “A Sangre Fría” Truman Capote lleva a cabo, a partir del asesinato real de los cuatro miembros de una familia de granjeros, una metódica y detallada descripción del proceso mediante el que unos criminales piensan y ejecutan sus actos ante la absoluta indefensión de las víctimas. En “El Lobo Estepario, Herman Hesse introduce el bisturí en la difusa franja que separa la humanidad y la latente agresividad animal de su protagonista. Es el debate  universal e intemporal entre Caín y Abel que se sustancia en las conexiones neuronales de cada criminal.

Por el crimen, un pastor de ovejas puede resultar ser un perro salvaje para la desdichada víctima a la que el destino hace cruzar en su camino. Unos padres de almas convertirse en encubridores y cómplices de almas envenenadas que solo saben sembrar el terror y la muerte. Una sociedad entera en instigadora y jaleadora de los peores actos cometidos por mentes enfermas de maldad. 

Da igual que pongamos sobre el objetivo la lente del telescopio para abarcar a la humanidad entera o la del microscopio para analizar hasta la partícula más pequeña, tangible o intangible, de la naturaleza humana. En “Hombre de la Esquina Rosada”, Borges hace decir a “una del montón” tras el apuñalamiento de un hombre: “Para morir no se precisa más que estar vivo”. El crimen es y será omnipresente, con mayor o menor grado de atrocidad sólo dependiendo de lo de cerca o de lejos que nos alcance, de cómo queme nuestra ropa o el cristalino de nuestros ojos, de cómo de próximos lleguen a nuestros sentidos el férrico aroma de la sangre o el acre sabor de la muerte.