A este respecto, más de una vez he expuesto
mi opinión, tanto en mis colaboraciones periodísticas a lo largo de los últimos
cuatro años, como antes, durante mi actividad política. No se trata tanto de
buscar un culpable máximo o determinante, individual o institucional, interno o
externo -porque no lo hay- como de encontrar los caminos y los compromisos para
poder dar la vuelta a la peligrosa trayectoria en la que estamos inmersos en
nuestra provincia.
No hay un culpable exclusivo y sí muchas
responsabilidades compartidas, por lo que si queremos cambiar las tornas, más
vale dejar de mirar hacia atrás tratando de vislumbrar cómo hemos llegado aquí
a lo largo de los siglos y cambiar la perspectiva para tratar de salir de la
pendiente negativa y buscar eso que ahora se llama la convergencia con los que mejor
van y que los sigue habiendo, al menos en términos relativos, que es cierto que
con la situación de crisis, en términos absolutos no hay ninguna unidad
territorial cercana que se pueda decir que va bien.
Resulta imprescindible, y cada vez más, el
acuerdo y el compromiso institucional firme y decidido del Gobierno de España y
el de Castilla y León por impulsar en Zamora un tratamiento privilegiado como
el que en ocasiones se ha otorgado a otras zonas desfavorecidas y son
inexcusables el esfuerzo y la unión de los representantes políticos zamoranos
de todo signo, a pesar de las dificultades intrínsecas de un sistema en el que
la disciplina jerárquica de partido es, con frecuencia, el único requisito
político de obligado cumplimiento para perdurar.
Pero, aunque eso sería lo cómodo, no basta para salir del fango, si los que estamos en él, la sociedad zamorana en conjunto, no modificamos hábitos, comportamientos, actuaciones y hasta convicciones. Empresarios, trabajadores y ciudadano a ciudadano, debemos criticar menos y apoyar más a quienes arriesgan y emprenden, a quienes crean puestos de trabajo y generan riqueza.
Estimular esas actitudes y frenar el
derrotismo, la resignación histórica, el lamento permanente, siguen siendo
nuestra gran asignatura pendiente. Es más importante eso, que lo que pueden
hacer nuestras instituciones locales con sus ínfimas posibilidades económicas,
por mucho que, como en el canto del cisne, culparlos nos sirva de inútil
desahogo.