domingo, 24 de noviembre de 2013

Dos años y una semana

He de reconocer que mi confianza en la labor política del conjunto del Gobierno Rajoy era ya de inicio muy superior a mi expectativa sobre la gestión del nombrado por éste, ministro de Justicia. Pero he de reconocer también que confiaba al menos en su capacidad y experiencia para interpretar las corrientes de opinión ciudadanas y sin convertirse en un gran reformador de la Justicia, al menos sí sería capaz de insuflar un cierto aire fresco e independiente en algunas cuestiones de fondo.

Si en lo primero acerté aunque por poco, me equivoqué de plano en lo segundo, en lo que es una traición sin paliativos al programa y los principios inspiradores, quizás ya definitivamente abandonados, del Partido Popular. Ya sin entrar a valorar, una vez más la vergüenza por la forma de ejecutar y no evitar la sentencia de Estrasburgo sobre la Doctrina Parot que está llevando a las calles de nuestras ciudades a algunas de las mayores excrecencias de esta sociedad.

En dos años no sólo no hemos visto ni una sola medida renovadora y regeneradora en el ámbito de la Justicia sino que, como se ha consagrado esta semana con la nueva designación de los vocales del Poder Judicial, el control político sigue férreamente incrustado en los tuétanos de aquel Poder del Estado que paradójicamente ha pasado de ser el que tenía que controlar a los otros dos, Legislativo y Ejecutivo, a ser el controlado por ellos. 

Esta semana, con la única excepción de UPyD, todas las demás fuerzas políticas se han metido de hoz y coz en el obsceno reparto de los puestos del órgano que rige y vela por nuestra Justicia y sus impartidores. Escudándose en una supuesta necesidad de trasladar el pluralismo parlamentario a este otro campo, seguimos manteniendo el sistema implantado por el gobierno de Felipe González y que torcía y tuerce el brazo a la Constitución al retirar a los jueces su prerrogativa de ser ellos quienes eligieran a los máximos representantes y pasándola a las sedes de los partidos políticos.

También cumplimos un año de la consumación del mayor atentado al que se suponía hasta entonces inalienable derecho al acceso a la Justicia en condiciones de igualdad. La aprobación de la Ley de Tasas es tan injusta para el administrado, sea éste persona física o jurídica, tan discriminatoria por razones económicas, tan arbitraria en defensa de la Administración frente al ciudadano, como injustificable desde el punto de vista de la acción política. 


Lo próximo, en lo que ya anda metido el ministro, es acabar con la labor de los Procuradores de los Tribunales, bajo el argumento falaz de favorecer la competencia y reducir los costes de acceso a la Justicia. Dos años malos y una semana fatal. Mal balance y malos augurios para un partido que siempre prometió lo contrario a lo que ahora está haciendo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La carrera de la vergüenza

Viví años en el mundo de la política. Habito en el ecosistema del Derecho y no soy capaz de entenderlo, así que puedo imaginar lo incomprensible que para otros, más ajenos a esos mundos, resulta la veloz carrera política y judicial por aplicar el pronunciamiento contrario a la “doctrina Parot” del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Nunca vimos una actuación tan rápida de los órganos judiciales en un país en el que se cuentan por años, los retrasos en la impartición de la justicia. Nunca pasividad tan cobarde de los responsables políticos al escudarse en una resolución judicial cuando hay múltiples fallos del Tribunal Constitucional que ni se han cumplido ni se cumplirán nunca. Sentencias que la administración no cumple o que no hacen que modifique sus criterios interpretativos frente al ciudadano (en asuntos tributarios podríamos dar miles de ejemplos), o de las que los partidos políticos no se dan por aludidos más que para cargar contra los jueces. Nunca sumisión tan activa ante el pronunciamiento de un Tribunal Internacional cuyas sentencias España ha obviado en otras ocasiones y de las que otros países europeos no menos garantistas que el nuestro, pasan con asiduidad.

Para dar una pátina de legitimidad a la suelta de los asesinos etarras, vuelven a la calle violadores, asesinos, pedófilos y una buena tanda de los elementos más execrables y peligrosos de nuestra sociedad, en plenitud de facultades y edad para, como nos demuestran la ciencia y la experiencia, repetir los mismos actos que los llevaron entre rejas. Derechos Humanos, lo llaman. Muy pronto, por desgracia, veremos como cualquiera de los amnistiados por obra y gracia de la estupidez oficializada de nuestro país, vuelve a violar y a asesinar. Para entonces sólo nos quedará vomitar ante la retahíla de representantes de la alta política y la alta magistratura que aparecerán en nuestras pantallas diciendo lamentar lo ocurrido y lavándose las manos en la palangana de sangre inocente.

Mal me parece que el Gobierno de Zapatero pactara este camino con ETA. Peor que el Gobierno Rajoy mantenga los secretos acuerdos alcanzados sin una triste explicación a quienes le votamos precisamente para lo contrario. Pero lo peor es la burda mentira de que aquí no pasa nada, con la que nos señalan por idiotas. Si se quiere dar una amnistía, que se apruebe formalmente y con transparencia. Dice el presidente de la Audiencia Nacional que espera que no se genere alarma social porque vuelva a la calle lo más granado de nuestra criminalidad. Veremos qué dice cuando llegue la primera nueva víctima. O cuando alguna de las que ya lo son no pueda soportar más el insulto de este torcido Estado de Derecho y le de por actuar de por libre.

No, la alarma social no viene sólo de quienes volvemos a tener en la calle sin haberse corregido ni arrepentido, sino ver a quiénes tenemos en las máximas instituciones.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Servidumbre o éxodo

Hay quien dice que la política es una actividad mezquina. No estoy de acuerdo, la política es una de las actividades más nobles a las que el hombre puede dedicarse. Los mezquinos son los comportamientos de algunos políticos. Comportamientos que se ven retroalimentados por la propia estructura del sistema que se va configurando.

Esta semana José María Aznar presentaba un nuevo tomo de sus memorias. Dicen que los libros de memorias suelen ser los más desmemoriados de los libros pues dado que el contenido está escrito, dictado o al menos ampliamente inspirado por el protagonista, es inevitable que se centre en recordar y destacar ciertos episodios y obvie, oculte o al menos minore la importancia de otros en función de su percepción subjetiva, cuando no de su propio interés en dibujar la historia con benevolencia hacia su autor. Eso es el último derecho inalienable de quien escribe un libro, pues a partir de ese momento ya serán todos los demás los que adquieran el derecho a interpretarlo, cuestionarlo y criticarlo.

En el acto de Aznar destacó una cosa por encima de todo lo demás. El otrora todopoderoso presidente del Gobierno estaba sólo. No porque la sala no estuviera llena, que lo estaba, sino porque por ella no apareció ni un solo miembro del actual Gobierno de la nación como ninguno de los más destacados dirigentes del Partido Popular.

Si algo sabemos del mundo de la política es que en ella hay muy poco espacio para las casualidades por lo que no siendo una de ellas la ausencia generalizada y notoria de quienes tanto –algunos todo- le deben al refundador de AP para convertirla en el PP, sólo caben dos posibilidades y las dos lamentables. O bien hubo una consigna política desde la presidencia del Gobierno y del partido para que nadie acudiera o bien ni siquiera hizo falta consigna para que todos interpretaran que su presencia no iba a ser del agrado de los mandamases de turno en un momento en que Aznar se sale cada vez con más frecuencia del guión oficial ante la gravedad de los acontecimientos que se están produciendo en España.

Si a Aznar que fue el mejor presidente del Gobierno de España en siglos, que llevó al PP a unos increíbles resultados electorales y que generó un entusiasmo en su militancia desconocido antes y nunca repetido después, le pagan con esta moneda, con qué fe podemos creer y esperar de la preservación de los principios que convirtieron al popular en el partido referencia para la mayoría de los españoles.

De las dos posibilidades citadas, la primera de las circunstancias sería un síntoma de totalitarismo intolerable en un partido que en algún momento se dijo liberal. La segunda, en mi apuesta la real, es muestra del servilismo apesebrado que caracteriza la actual vida interna de los grandes partidos, un camino que sólo puede ser de servidumbre o éxodo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Ojos nos ven

Miles de ojos nos ven, miles de oídos nos oyen. El espía que surgió del frío por su apellido de nieve, Snowden, pone patas arriba el mapa de las relaciones internacionales con sus revelaciones sobre unas escuchas que son mucho más que escuchas.

Snowden no ha dicho nada que no se supiera o se intuyera, pero en el mundo de los servicios secretos, como en el de la alta política internacional y la diplomacia nada es lo que parece y cuando lo es ha de no parecerlo.

Lo sustancial del espionaje como de la guerra, ya no se juega en el plano corto, el cara a cara, el cuerpo a cuerpo. Las novelas de Le Carré o de Graham Green con las que pasamos no pocas tardes de zozobra berlinesa, moscovita o londinense han pasado de la realidad a la literatura y de ésta a la historia. La niebla fría, densa y oscura que cubre esos relatos de espera, de tramas en las que sólo muy lentamente se va desenredando el hilo de Ariadna y en las que la condición humana juega en primer plano han dejado paso a la gélida claridad de satélites y computadoras.

Hoy los espías no necesitan gabardina ni sombrero. Hoy los confidentes ya no consumen cartones de cigarrillos entre sus temblorosas manos. Hoy todos somos confidentes y a todos nos vigilan desde otro plano. Desde despachos y salas de interceptación. Hoy cualquiera somos espiado, al azar o ex profeso. Tan es así que en el imaginario colectivo empieza a considerarse que lo humillante para un país es que no merezca un especial seguimiento por los ojos que todo lo ven, por los oídos que todo lo escuchan.

Con Snowden los hay que ponen el grito en el cielo, allí desde donde los satélites nos vigilan. Satélites que todo lo ven y que hubieran sido testigos para que Cela nos lo contara en su Mazurca para dos muertos de cómo “a Lázaro Codesal lo mató un moro a traición mientras se la meneaba debajo de una higuera”. Pero gritan poco porque el Gran Hermano es Obama, al que antes casi de sentarse en el Salón Oval la comunidad internacional le entregó el Nobel de la Paz. De no ser él sino un presidente republicano, las embajadas de Estados Unidos en la incongruente Europa estarían rodeadas por gentes acampadas con pancartas y tiendas de campaña.

Y sin embargo da igual el nombre del inquilino e incluso la ubicación del despacho. No es sólo Obama. Se va haciendo público que los servicios secretos de los diferentes Estados han espiado a ajenos y también a propios y han mezclado entre ellos los datos. Alemanes, británicos, franceses, suecos o españoles da lo mismo. Eso es lo que asusta. No que un americano para quien soy un anónimo habitante del planeta sepa lo que hago, sino que me siga mi Estado. El monstruo Leviatán acecha y amenaza más que nunca antes.