domingo, 13 de julio de 2014

Intrahistoria

Es el verano tiempo óptimo para lo ligero y poco apropiado para lo trascendente. Es tiempo de ensaladas con cerveza o tinto de verano. De terracitas con tertulia y gin-tonic vespertino -real o imaginario- como al que Millás atribuye buena parte del acierto en sus columnas.

También la Reina Madre inglesa atribuía el secreto de su buena salud y longevidad que la llevó hasta los 102 años, a una costumbre inamovible. Su gin-tonic como aperitivo justo antes de la comida. Si el de Millás puede ser licencia literaria, el de la reina era real y con el toque brittish en su intrahistoria. El rito, mecánico pero consciente exigía preparación al estilo Dry Martini: en vaso corto, primero mojando bien los hielos con ginebra; luego, con los hielos bien perfumados del alcohol, quitando esa ginebra y sirviendo más. Al final, la tónica, pero en dosis pequeña.
Cuando falleció, sus admiradores llevaron al palacio de Buckingham flores y botellas de Beefeater vacías. Nadie pudo decir que no fuera un magnífico y flemático modo de rendir homenaje.

En las horas de la reina, mucho antes de la de Millás. Sólo bajo los efectos del relajado café del sábado. Con el trino de gorriones colándose por la ventana, mezclados arrítmicamente con las notas jazz de Ellington y Coltrane. Sonando juntos en mi salón como hielos enfriando el cristal de las paredes de una copa balón. Leo en nuestro periódico que los padres de los niños que frecuentan la zona de juegos infantiles más disfrutada de la ciudad piden, apenas vallada para sustitución de elementos dañados, que el arreglo y el tiempo de cierre se demoren poco.
Uno no tiene vida y aconteceres suficientes como para unas memorias, pero de vez en cuando surgen como pinceladas, hechos de los que sí conserva, en el baúl de la memoria, las claves por las que surgieron. En ese momento el ego se satisface con unos breves sorbos de autocomplacencia –también llamada vanidad-.

Así les cuento hoy el porqué de ese parque de la plaza de Castilla y León “el de Hacienda”, y el de la plaza del Maestro Haedo “el de San Gil o el del Serafín”. Dos actuaciones que chocaros y fueron criticadas pero enlazaban con el espíritu clásico-innovador que presidía nuestra idea de la Zamora del siglo XXI. El encaje de los mismos y su diseño concreto se deben al equipo de arquitectos, encabezado por Joaquín Hernández, que diseñó la nueva Santa Clara. La idea, el lugar y el estilo que debían tener, fueron míos en aquellos momentos en que me dedicaba a la gestión pública.
Idea original no. Casi todo está ya inventado. Viajar, mirar con los ojos abiertos y querer para tu ciudad cosas que la mejoren. Inspiración: un parquecito urbano en Madrid, Calle de Serrano. Faltó un carrusel clásico con caballitos pero es que había que ajustarse al presupuesto. Allí mismo, el buen gin-tonic de Jose Alcina. Sigan disfrutándolo.