También la Reina Madre
inglesa atribuía el secreto de su buena salud y longevidad que la llevó hasta
los 102 años, a una costumbre inamovible. Su gin-tonic como aperitivo justo
antes de la comida. Si el de Millás puede ser licencia literaria, el de la
reina era real y con el toque brittish en su intrahistoria. El rito, mecánico
pero consciente exigía preparación al estilo Dry Martini: en vaso corto,
primero mojando bien los hielos con ginebra; luego, con los hielos bien
perfumados del alcohol, quitando esa ginebra y sirviendo más. Al final, la
tónica, pero en dosis pequeña.
Cuando falleció, sus
admiradores llevaron al palacio de Buckingham flores y botellas de Beefeater
vacías. Nadie pudo decir que no fuera un magnífico y flemático modo de rendir
homenaje.
En las horas de la reina,
mucho antes de la de Millás. Sólo bajo los efectos del relajado café del sábado.
Con el trino de gorriones colándose por la ventana, mezclados arrítmicamente
con las notas jazz de Ellington y Coltrane. Sonando juntos en mi salón como
hielos enfriando el cristal de las paredes de una copa balón. Leo en nuestro
periódico que los padres de los niños que frecuentan la zona de juegos
infantiles más disfrutada de la ciudad piden, apenas vallada para sustitución
de elementos dañados, que el arreglo y el tiempo de cierre se demoren poco.
Uno no tiene vida y
aconteceres suficientes como para unas memorias, pero de vez en cuando surgen como
pinceladas, hechos de los que sí conserva, en el baúl de la memoria, las claves
por las que surgieron. En ese momento el ego se satisface con unos breves
sorbos de autocomplacencia –también llamada vanidad-.
Así les cuento hoy el
porqué de ese parque de la plaza de Castilla y León “el de Hacienda”, y el de
la plaza del Maestro Haedo “el de San Gil o el del Serafín”. Dos actuaciones
que chocaros y fueron criticadas pero enlazaban con el espíritu
clásico-innovador que presidía nuestra idea de la Zamora del siglo XXI. El
encaje de los mismos y su diseño concreto se deben al equipo de arquitectos,
encabezado por Joaquín Hernández, que diseñó la nueva Santa Clara. La idea, el
lugar y el estilo que debían tener, fueron míos en aquellos momentos en que me
dedicaba a la gestión pública.
Idea original no. Casi todo
está ya inventado. Viajar, mirar con los ojos abiertos y querer para tu ciudad
cosas que la mejoren. Inspiración: un parquecito urbano en Madrid, Calle de
Serrano. Faltó un carrusel clásico con caballitos pero es que había que
ajustarse al presupuesto. Allí mismo, el buen gin-tonic de Jose Alcina. Sigan
disfrutándolo.