Las elecciones europeas
van a suponer un escenario político completamente novedoso en la historia
reciente de nuestra democracia. Está por verse si todo supondrá una simple
marejada o bien una tormenta perfecta. Estamos a cinco meses de saberlo. En el
primer caso, todo seguirá más o menos igual el día después. En el segundo serán
muchas las cosas que empezarán a cambiar y a gran velocidad, tan solo a un año
de las próximas municipales y autonómicas y a un máximo de año y medio de las
elecciones generales.
En este previo, a la peor
valoración de la política –representada por los errores de los grandes partidos
y el chantaje de los nacionalistas- por parte de los ciudadanos, se une la
pujanza emergente de otras fuerzas políticas que especializándose en ciertos
nichos de la acción política empiezan a llamar a las cosas por su nombre.
Todo ello debidamente
aderezado con una crisis económica de cuyos estragos la sociedad percibe cada
vez más la causa en la crisis moral e institucional de los estamentos
dominantes. El asco frente a la impresión de latrocinio generalizado e impune y
al hoy vale una cosa y mañana la contraria y a la abdicación de los principios
en beneficio de la táctica del corto plazo, hacen que la sociedad y más la
sociedad políticamente participativa se revolucione y rompa determinadas
ligaduras.
Así a la irrupción de UPyD
y de Ciudadanos, se unen ahora la rotura del PSC en Cataluña y VOX, con Ortega
Lara a la cabeza y un amplio grupo de militantes del PP provenientes en su
mayoría de los ámbitos centristas y liberales, con postulados muy claros en
materia de fiscalidad, lucha contra el terrorismo y regeneración política cuyos
efectos sobre el PP aún están por verse.
En este contexto, las
elecciones europeas serán un buen campo de pruebas de esos cambios que se
atisban en nuestra madurez democrática y es llegado ya el momento de que lo
inevitable vaya haciéndose ya real o tiene que esperar un tiempo más.
Cuando dentro de los
partidos se silencia con sordinas totalitarias cualquier voz que no sea la del oficialismo
dominante de turno. Cuando se confunde la capacidad de discrepancia interna con
la división. Cuando se anula el debate porque éste hace que los más válidos
venzan y eso no interesa a los mediocres que con frecuencia controlan el
aparato de los grandes partidos. Cuando todo el argumento es que es necesaria
la obediencia ciega y silente, amparándose en que la discrepancia interna es
castigada por el electorado. Entonces, más tarde o más temprano, ocurre que si
la voz libre no puede sonar dentro, huirá y sonará desde fuera.
Con UPyD, Ciudadanos, Vox
y quizás con alguna formación más en el futuro, eso es lo que está ocurriendo.
Con ellos en escena creo que seremos un poco más libres. Los otros partidos habrán
de modernizarse y democratizarse y nuestra democracia será más sana y fuerte.
Veremos.