domingo, 28 de agosto de 2016

De la necesidad virtud

Una de las virtudes de la democracia estriba en la exigencia de alcanzar determinados umbrales de consenso ciudadano para la toma de las decisiones políticas trascendentales. Cuando ese umbral mínimo no lo dan directamente las urnas con mayorías absolutas o lo suficientemente amplias como para permitir que la fuerza ganadora pueda hacer y deshacer a su conveniencia o libre criterio, es la negociación entre los partidos la que debe cumplir ese papel.

En el inédito escenario dibujado en la España de los últimos meses, pese a las resistencias de los oxidados dirigentes de los partidos mayoritarios, era evidente que no había otro camino que tratar de hacer de la necesidad virtud y de la ausencia de mayorías campo para el diálogo, el debate constructivo y la suma de opciones que permitan formar un gobierno que desbloquee la actual parálisis.

No es algo tan novedoso pese a lo que pareciera a juzgar por la falta de cintura que acreditan Rajoy y Sánchez. En otros comienzos de legislatura tanto PSOE como PP han tenido que negociar respaldos suficientes para alcanzar mayoría. La única diferencia radica en que lo que debería ser más fácil en esta ocasión, resulta sin embargo más complicado por los miopes intereses personales (más incluso que propiamente de partido)  que se dan en ambos casos.

En buena lógica política y “patriótica” debería ser más fácil negociar entre las dos grandes fuerzas nacionales justo cuando ha emergido una tercera con ese mismo carácter nacional y que defiende precisamente aquel territorio ideológico con el que ambas contactan. Sin embargo, esta variante está resultando mucho más complicada que cuando de lo que se trataba era de que unos pocos nacionalistas fueran al mercado con la cesta abierta para ir recogiendo prebendas y dineros para sus territorios o inmunidad, libres absoluciones y sueldos para sus partidos y políticos.

Aún así, el elemento bisagra en que ha devenido Ciudadanos, empieza a demostrar sus  beneficios para un sistema que tenía ya hastiada a buena parte del cuerpo electoral, sin que a esa bondad le reste un ápice el hecho de que por turnos, primero uno y luego el otro de los “dos grandes”, lo hayan convertido en diana favorita para sus torpedos. 

Marcar criterios base para la negociación centrados en la regeneración institucional y centrar las propuestas de negociación en las líneas troncales de actuación en política, economía y equilibrio social son la verdadera novedad frente a la acostumbrada imposición unilateral (incluso en contra del propio programa de Gobierno como en los años de Rajoy o en contra de la realidad y el sentido común como en los últimos años de Zapatero) o frente al crudo chantaje de los partidos nacionalistas.

Negociar consiste en sentarse, hablar, discutir y buscar las zonas grises de intersección entre intereses divergentes pero con un fin último común, el beneficio de la nación. Conseguirlo será un éxito para todos. El de haber hecho de la necesidad virtud.

lunes, 8 de agosto de 2016

Miguel de Unamuno

La estampa repetida de las últimas veces que vi a Miguel lo sitúa en un sillón, absorto en la plana superficie de las páginas del libro que en esos momentos sostenía en sus manos. La mirada ya perdida entre la tinta de los caracteres y el misterio recóndito de la mente humana que en un momento decide dejar de regir nuestra vida y se desliza, quién sabe hacia qué destino final, por los pliegues del tiempo y el espacio.

En esas ocasiones, al hablarle, levantaba la cabeza, dilataba las pupilas, estiraba la mirada y notabas como se ponía en disposición de escuchar con atención. Sus palabras habían quedado ya para siempre cautivas dentro de un laberinto de recuerdos. Encapsuladas en la infinita encrucijada de sinapsis con la que las neuronas nos convierten en dioses. Sin embargo leías en su mirada, en su aura y en su gesto, una perenne vocación de atenta escucha.

Años antes tuve mejor ocasión de conocerlo cuando aceptó el ofrecimiento de Antonio Vázquez para incorporarse al equipo municipal del que yo también formaba parte. Allí conocí a un Miguel sorprendente con el que no había tenido hasta entonces ocasión más que de cruzar algún saludo o breve conversación aislada.

Venía investido con el aura del gestor, vinculado a la mejor etapa de Caja Zamora y los primeros años de Caja España. También, es inevitable y siempre un orgullo para él, por llevar el nombre y apellido de su abuelo. El caso es que -por eso soy poco partidario de prejuzgar- esperaba una personalidad mucho menos cercana al suelo, menos humilde y proclive a integrarse dentro de un equipo cuyos miembros éramos bastante menos meritorios que él.

En cambio encontré al hombre deseoso de adaptarse a la dinámica del grupo ya existente. Dispuesto a aprender, a no desentonar y a aportar, con sencillez y generosidad, lo que de bueno pudiéramos entender el resto que él nos podía traer. Era un hombre culto, instruido, un humanista y un intelectual, lo cual, a priori, no conforma el perfil óptimo para acoplarse a la política de nuestros tiempos o a la gestión basada en decisiones permanentes y alcance directo de una corporación municipal.

Con ciertos problemas internos en la concejalía de Seguridad Ciudadana y sobre todo con la apuesta compartida por ganar el Casco Histórico de manera prevalente para los peatones, descubrí a ese compañero siempre abierto a la escucha atenta. A una persona reposada pero con criterios asentados. Huidizo de conflictos o enfrentamientos pero comprometido con su deber y convicciones.

Tienen mala prensa el intelecto y la reflexión. Son tiempos de acción y corto-plazo, pero agradezco al destino haber podido aprender de Miguel y de otros compañeros de aventura cosas que solo se hallan en el libro de la vida. Ese sobre el que el Miguel de los últimos tiempos volcaba su mirada, su atención y el plasma de sus recuerdos. Gracias compañero, nos vemos.