La vida en los despachos es cómoda para los cargos públicos siempre que no decidan ponerse a trabajar para intentar avanzar los proyectos que otros hayan dejado iniciados, proyectados o ni siquiera pensados, hasta su ejecución total o hasta un punto en el cual el siguiente ocupante del puesto deba, indefectiblemente, continuar con ello. Es cómoda, tranquila y satisfactoria siempre que se esté dispuesto a no pelear cada día por aquello en lo que se cree o por aquello que necesita la sociedad a la que ese puesto debe representar, defender y ayudar a hacer prosperar. Sea la política o la representación social sectorial, empresarial o sindical.
Porque es siempre en otros despachos donde se toman las decisiones transcendentales para cualquier sociedad. El que una norma diga una u otra cosa, que una partida presupuestaria se dirija a uno u otro fin o territorio no es algo establecido de antemano sino que depende de las decisiones, muchas veces individuales y a veces colegiadas, de aquellos que tienen las competencias, la influencia o el mando en cada campo.
Todo esto, que no deja de ser una verdad de perogrullo, conviene recordarlo de vez en cuando, porque al final si en lo individual nuestro destino vital es esencialmente fruto de nuestras propias decisiones y trabajo, en lo colectivo ocurre lo mismo. Sin trabajo puede haber premio de lotería pero difícilmente logro de objetivos para el conjunto.
El de la política -en su más amplio sentido, que abarca a todo tipo de representación no solo partidista o institucional sino también de organizaciones de ámbito social- es de siempre un campo abonado, atractivo y atrayente para todo aquel que tiene vocación reivindicativa pero parece que cada vez se nutre más de aquellos que la conciben antes que como un campo de trabajo para la sociedad de la que emana y a la que debería servir, como un escenario teatral en el que representar unos determinados papeles. Pesa más que salga la foto en un determinado evento que el fondo o el trasfondo que lo motiva. Pesan más las palabras huecas con mera corteza ideológica que el contenido de lo que se supone que se quiere denunciar, reclamar o promocionar.
En ese entorno, aunque con frecuencia solo se perciba pasado el tiempo, progresan las sociedades cuyos líderes de todo tipo brillan por su trabajo, por su dedicación, profundidad de miras, capacidad de generar proyectos y actuaciones y, sobre todo, ausencia de complejos a la hora de trabajar más y antes que otros en el propio despacho para obtener en esos otros despachos aquello que se necesita, quieren o en lo que creen para la sociedad a la que representan. Así, por ejemplo, hace dos décadas, la ciudad de Zamora se transformó gracias a conseguir ser, junto con Cartagena, la ciudad de España que más fondos europeos per cápita gestionó e invirtió. Así, por ejemplo, tras varios años de estudio, trabajo y propuestas concretas y bien armadas, Soria, Teruel y Cuenca, trabajando en conjunto, han conseguido un estatus de fiscalidad diferenciada, muy escaso aún pero envidiable para provincias como Zamora. Claro que todo esto rechina en un tiempo de redes e imagen, en el que tantos parecen quedarse con aquello de que sin fotos no hay paraíso.