Y teniendo aprobadas legalmente y a
disposición todas esas prebendas, sería bueno preguntarse cuántos españolitos,
ahora tan criticones, hubiéramos tomado la decisión de renunciar a ello.
Nuestros políticos no son extraterrestres venidos de otra galaxia ni tampoco
ciudadanos criados en un entorno cultural de transparencia, austeridad y
división entre lo público y lo privado como ocurre en otras latitudes.
Son unos de entre nosotros, no elegidos
porque entre todos pensemos que pueden ser los mejores, o los que mejor nos
representen, o los que más simpáticos nos caigan o, en general porque pensemos
que sus capacidades, cualidades y convicciones o formas de actuar van a hacer
que nos sintamos satisfechos de su elección.
A nuestros políticos nos los dan ya
elegidos, sólo tenemos la opción de ratificarlos, sí o sí. Por lo tanto debemos
pedir que se atengan al cumplimiento de la ley, pero difícilmente tenemos forma
alguna de exigirles un comportamiento más o menos ético, más o menos ejemplar.
Nosotros no, quienes los designan a dedo sí.
Quienes ahora, desde los grupúsculos que
mandan en los principales partidos, teatralizan el gesto de rasgarse las
vestiduras porque unos viajaran a ver a la novia y otras se fueran de compras,
incurren en una obscenidad mayor que la actuación que dicen criticar. Porque en
su mano sí que está modificar el sistema. Legislar en la dirección que todos
sabemos correcta.
Con ello tal vez cualquier ciudadano se
preocuparía de conocer el nombre de sus parlamentarios y de juzgar sus
comportamientos. Con ello no sería necesario ocultar a los ciudadanos que la
retribución real de un parlamentario se acerca al triple de la oficial y
podríamos empezar a pensar que no sólo lo ganan, sino que se lo ganan.
Los parlamentarios españoles son de los que
menos cobran, oficialmente, porque está mal visto que alguien gane mucho
dedicándose a la política. Pero como tampoco es asumible que ganen poco,
entonces lo complementan con ciento y un conceptos ocultos. España siempre
premió la hipocresía y castigó la transparencia.
Así, hay que ocultar lo que se gana y
parecer pobres. Dan risa las declaraciones de bienes que nuestros
parlamentarios cuelgan en la web de su institución. Ni una sola dice realmente
la verdad. Claro que cuando alguno se aproxima y declara un cierto patrimonio
labrado con una vida de esfuerzo y éxito, es la comidilla de los demás
políticos, periodistas y lectores. Así nos luce.