domingo, 16 de noviembre de 2014

Los Viajes

Que Diputados y Senadores viajen a costa del contribuyente en muchos de sus viajes personales escandalizará al ciudadano común pero no es ilegal. Es simplemente una prebenda que va unida al cargo. Por el hecho de ser Diputado o Senador en España se tiene a derecho a los billetes de tren o avión para los desplazamientos nacionales. O a no tener que pagar del propio bolsillo los peajes en las autopistas, o a disponer de conexión ADSL gratis total en casa.

Y teniendo aprobadas legalmente y a disposición todas esas prebendas, sería bueno preguntarse cuántos españolitos, ahora tan criticones, hubiéramos tomado la decisión de renunciar a ello. Nuestros políticos no son extraterrestres venidos de otra galaxia ni tampoco ciudadanos criados en un entorno cultural de transparencia, austeridad y división entre lo público y lo privado como ocurre en otras latitudes.

Son unos de entre nosotros, no elegidos porque entre todos pensemos que pueden ser los mejores, o los que mejor nos representen, o los que más simpáticos nos caigan o, en general porque pensemos que sus capacidades, cualidades y convicciones o formas de actuar van a hacer que nos sintamos satisfechos de su elección.

A nuestros políticos nos los dan ya elegidos, sólo tenemos la opción de ratificarlos, sí o sí. Por lo tanto debemos pedir que se atengan al cumplimiento de la ley, pero difícilmente tenemos forma alguna de exigirles un comportamiento más o menos ético, más o menos ejemplar. Nosotros no, quienes los designan a dedo sí.

Quienes ahora, desde los grupúsculos que mandan en los principales partidos, teatralizan el gesto de rasgarse las vestiduras porque unos viajaran a ver a la novia y otras se fueran de compras, incurren en una obscenidad mayor que la actuación que dicen criticar. Porque en su mano sí que está modificar el sistema. Legislar en la dirección que todos sabemos correcta.

Con ello tal vez cualquier ciudadano se preocuparía de conocer el nombre de sus parlamentarios y de juzgar sus comportamientos. Con ello no sería necesario ocultar a los ciudadanos que la retribución real de un parlamentario se acerca al triple de la oficial y podríamos empezar a pensar que no sólo lo ganan, sino que se lo ganan.

Los parlamentarios españoles son de los que menos cobran, oficialmente, porque está mal visto que alguien gane mucho dedicándose a la política. Pero como tampoco es asumible que ganen poco, entonces lo complementan con ciento y un conceptos ocultos. España siempre premió la hipocresía y castigó la transparencia.

Así, hay que ocultar lo que se gana y parecer pobres. Dan risa las declaraciones de bienes que nuestros parlamentarios cuelgan en la web de su institución. Ni una sola dice realmente la verdad. Claro que cuando alguno se aproxima y declara un cierto patrimonio labrado con una vida de esfuerzo y éxito, es la comidilla de los demás políticos, periodistas y lectores. Así nos luce.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Libres e Iguales

Ayer a las 12 del mediodía en todas las capitales de provincia de España, la plataforma Libres e Iguales había convocado a los ciudadanos a la lectura del manifiesto que han respaldado numerosas personalidades políticas y sociales, entre ellas Cayetana Álvarez de Toledo, Mario Vargas Llosa, Antonio Fidalgo o quien hizo la lectura en Zamora, el fermosellano de nacimiento, catalán de adopción desde hace varias décadas, Antonio Robles, referente histórico de la resistencia a la inmersión independentista.
 
Ni en Zamora ni en el resto de ciudades la afluencia fue multitudinaria. Tampoco la divulgación por parte de los medios de comunicación fue intensa. La normalidad no es noticia, ni moviliza a las masas. Eso no es necesariamente malo, demuestra que la democracia está asentada y la sociedad no se siente amenazada.

Sin embargo, no es precisamente el momento actual el más estable para nuestra convivencia en democracia. No son pocas las amenazas que se ciernen sobre nuestro régimen constitucional y para la pervivencia en paz y libertad de la nación más antigua de Europa y que aún se llama España. Ayer tocaba hablar de una de ellas, el desafío de los independentistas catalanes al proyecto común de los españoles, catalanes incluidos. Tocaba decir basta ya a que unos cuantos decidan por todos. A la expropiación de la soberanía nacional. A que artificiosas y supuestas libertades supongan la imposición a todos los españoles.

Después de la lectura tuve oportunidad de charlar un rato con Antonio Robles y con su introductor en Zamora, Isaac Macías, mi amigo Sasi, otro luchador en mil causas. Robles tiene libro recién publicado y de obligada lectura. Un repaso completo, exhaustivo y documentado del camino por el que se ha podido llegar a tener que difundir a estas alturas el manifiesto de ayer y que aquí reproduzco: 

Ciudadanos: Todos nosotros tenemos la suerte de vivir en un Estado de derecho. En España. Compartimos una Constitución que ampara nuestros derechos y fija nuestros deberes. Dentro de sus límites, podemos diseñar nuestro perfil político: compartirlo con otros muchos o elegir ser distintos a todos los demás. Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o vivimos, ni por nuestro origen familiar, ni por nuestros gustos culturales o ideológicos. Somos ciudadanos, es decir gobernantes, del territorio plural que gestiona nuestro Estado. Mañana, en una de las regiones españolas, tan nuestra como el resto, se va a proceder a un acto simulado de democracia con la intención de privarnos de una parte de nuestra soberanía ciudadana y de mutilar nuestros derechos políticos. Queremos denunciar alto y claro este atropello. Queremos seguir compartiendo con todos los ciudadanos españoles nuestra soberanía. Queremos defender este país unido ante los que pretenden su mutilación sectaria. No reconocemos legitimidad alguna a los intentos de fragmentar nuestra ciudadanía apelando a supuestos derechos preconstitucionales. Y, por tanto, exigimos del gobierno del Estado español que defienda con firmeza nuestra ciudadanía común.

lunes, 3 de noviembre de 2014

No basta la cosmética

En la primera mitad de los 90, la sucesión de escándalos con los que cada semana y a veces cada día nos iban sorprendiendo los medios de comunicación -algunos medios de comunicación sería más correcto decir- permitía atisbar a cualquiera que era inevitable un cambio de gobierno, que las fuerzas del cambio dominaban ya las inercias electorales y que el socialismo de Felipe González se descomponía camino de década y media de poder omnímodo.

El cambio suponía un giro radical en busca de aire limpio para las instituciones públicas. Ninguna había quedado a salvo del bandolerismo y la corrupción. Del expolio y la cutrez. La enumeración de asuntos truculentos, bastaría sin necesidad de añadir adjetivos, para completar hasta la última línea de esta columna. Aún así y contra todo pronóstico González fue capaz de mantener el predominio electoral en las urnas de 1993, para caer ya en el 96.
Había entonces en el horizonte una promesa regeneracionista en el horizonte, sin necesidad de cambiar nada más allá del gobierno y las actitudes de los gobernantes. No era el régimen el que estaba en peligro. El sistema estaba cojo, pero no se apreciaba corrompido hasta los tuétanos.

El cambio de gobierno llegó en 2006. La prometida regeneración también, pero sólo en parte. La corrupción desapareció del primer plano de la vida pública, pero, como ahora se demuestra, el humus sobre la que la misma había echado sus raíces, siguió manteniéndose como sustrato inherente a la condición de lo español.
En más columnas lo he escrito, somos legatarios de todo nuestro pasado y como tales nuestro ADN colectivo acoge y mantiene la semilla del pícaro de nuestro Siglo de Oro. Somos Lazarillo de Tormes, somos El Buscón, Rinconete y Cortadillo y el Patio de Monipodio. Sí, varios siglos después “agiornados” a la Unión Europea, a las formas democráticas, a las nuevas leyes y a la sociedad del conocimiento, pero en nuestros genes siguen anidando los recuerdos de aquéllos.

La diferencia entre los primeros 90 y los días que ahora vivimos está en que lo que entonces afectaba a uno de los dos grandes partidos, abarca ahora a los dos y, sin solución de continuidad, también a los nacionalistas que dominan sus territorios. El gran drama actual es que no cabe un relevo ordinario de fuerzas que permita la regeneración, al menos formal.
Con este panorama sólo hay dos soluciones a la vista. Una llama a la puerta utilizando el sistema para ir contra el sistema camino del precipicio. Aunque muchos españoles piensan que ya están en el precipicio y peor no les puede ir. La otra pasa por una reacción de fondo de quienes habiendo provocado el actual estatus siguen cómodos en él. En todo caso, lo que no hay es espacio para la mera cosmética. O es profunda e inmediata la transformación o los españoles dirán que no es de gobierno, sino de régimen el cambio que quieren.