miércoles, 31 de marzo de 2010

Caudillos

No me gusta Silvio Berlusconi. Ni empresario, ni político, aunque en ambas facetas tenga éxito. Tampoco les gusta a la mayoría de los europeos, excepción hecha de los italianos, por cierto, los únicos a los que tiene que gustarles. La gente en España, o mejor dicho, los medios de comunicación y los políticos, se asombran del éxito electoral reiterado del líder europeo más vituperado fuera de sus fronteras nacionales.

Acaban de celebrarse elecciones regionales en Italia. Se dilucidaba el gobierno de trece de ellas. La izquierda gobernaba once. Berlusconi y asociados sólo dos. Los primeros quedan ahora con siete y el Cavaliere con seis. Un buen vuelco. Va a resultar que cuando la crisis golpea a todos los gobernantes, sean del signo que sean, en la intención de voto de sus ciudadanos, sólo él sigue obteniendo ventaja.

Sarkozy, haciendo políticas de izquierda desde la derecha (aunque en Francia la derecha siempre ha sido bastante socialdemócrata) acaba de recibir un fuerte varapalo en las urnas. Gordon Brown en el Reino Unido, desde la izquierda pero tratando de implantar políticas económicas de corte liberal aparece seriamente amenazado por el Conservador Cameron. Merkel, que completa la tríada de líderes europeos de referencia, también pierde enteros en la valoración de la opinión pública germana.

Sólo Berlusconi sigue rampante. Con polémicas o sin ellas, sigue fiel a sí mismo y a su modo de hacer las cosas. No le importa lo más mínimo ser antipático a los contrarios en el desarrollo de su ideario. Él es un condotiero que se eleva por encima de la sociedad a la que dirige. No es un político al uso, ni su partido, El Pueblo de la Libertad, un partido al uso. Pero quizás sea que los italianos estaban demasiado escaldados de políticos y partidos al uso.

Italia vivió la segunda mitad del siglo XX con una media de un gobierno distinto cada menos de dos años. Con un círculo vicioso de líderes corruptos de la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Comunista que iban rotando en el poder y el nepotismo institucionalizado. Y la bola fue creciendo y creciendo, hasta que arriesgándose a todo, los jueces de la operación “manos limpias” hicieron saltar por los aires el esquema que se había adueñado de la República.

De ese caldo surgió el Berlusconi líder de masas. Casi como un Duce, de figura inquietante. Franceses, ingleses y alemanes son de sangre muy distinta de la de los italianos. Los españoles no. Los partidos en España deberían tomar nota y en lugar de favorecer con su estructura piramidal y estrictamente jerarquizada, el poder absoluto de líderes y lidercillos nacionales, regionales y provinciales, abrir puertas a la democracia y el control por los afiliados. Acabar con el derecho de pernada limitaría mucho los episodios de corrupción personal e institucional.

Claro que es difícil para los aparatos instaurados. Pero si no lo hacen, en un país caudillista como el nuestro, puede que un día, en el pecado llevemos todos, la penitencia.

domingo, 28 de marzo de 2010

El flambeado

El flambeado, término que proviene del francés flamber (arder), es una técnica para cocinar con alcohol. Con ésta se busca que la comida logre una textura más crujiente o que su presentación genere un efecto dramático ante los comensales. Se implantó por primera vez en la ciudad de Monte Carlo en el siglo XIX, cuando Henri Carpentier, un camarero, prendió fuego a una pila de crepes que estaban destinadas para el rey inglés Eduardo VII. Con el accidente se descubrió que al quemar una salsa se intensificaba su aroma y sabor.

Ser cocinero antes que fraile. Tengo un conocido que no era cocinero, sino conserje, ujier u ordenanza, antes de dedicarse al ejercicio de la actividad política y tal vez eso se note en su manera de utilizar el lanzallamas, no por su profesión anterior, sino por no haber sido cocinero. De haberlo sido, fuera mayor o menor su habilidad en los fogones, y ya hubiera merecido estrella o pinchazo de la Guía Michelín, es seguro que habría ensayado en privado la técnica del flambeado antes de ejecutarla cara al público. De ese modo, el resultado tendría más posibilidades de ser exitoso y sobre todo, con mucho menor riesgo de terminar él mismo chamuscado o achicharrado por su propia y negligente imprudencia o, con expresión francesa, mucho más apropiada que las que él acostumbra a utilizar: “flambé”.

Porque para flambear tan exquisitamente como lo hacen en sus sartenes Chema con el solomillo, Andrés con el foie o Antonio con los postres, no basta con rociar el coñac, el whisky o el vodka (que imagino será el favorito del conocido edil) sobre lo primero que encuentren en su deambular entre pucheros. Como cocineros vocacionales, sabios y experimentados, saben que tampoco en el plato vale todo y que en gastronomía el fin no justifica los medios como creía Marx (no, Groucho no, el otro), sino que son precisamente los medios, es decir, la calidad del producto y la correcta elaboración, los que garantizan el buen fin.

Es cierto que es un artificio de lo más llamativo hacer como un mago que parezca que es el alimento cocinado el que desprende las llamas y arde envuelto en ellas. Espectacular trampantojo, que oculta que lo único que arde es el alcohol caliente esparcido en el aire desde la cuchara del cocinero hasta que el fuego, rápidamente se consume como en cervantino (y con mensaje) soneto: “Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.

Me cuentan, no obstante, que el flambeado es una técnica que debe tomarse con mucha precaución por los riesgos que implica. Por eso es fundamental estar bien informado antes de intentarlo. Es bien sabido que jugar con fuego puede provocar serios inconvenientes si en el control de la intensidad y extensión de la llama, uno se pasa tres pueblos y no se echa atrás a tiempo. De poco sirve después, llamar a los bomberos. Feliz Semana Santa, amigos.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Ídolos en la onda

Esta sociedad acelerada que nos fabricamos cada mañana, en la que los referentes clásicos son considerados vetustos y las novedades quedan obsoletas a la velocidad de la luz, tiene hambre de ídolos. Quizás por eso, en todos los ámbitos, se multiplica la ansiedad para generarlos y encumbrarlos, aunque también la voracidad inmisericorde para triturarlos y sustituirlos rápidamente por otros.

Un futbolista, Leonel Messi, es el nuevo dios laico que reina en la galaxia mediática. Las primeras páginas de todos los rotativos, los titulares de los informativos, la mejor sonrisa de las presentadoras televisivas son para sus últimas actuaciones. Maradona, Pelé, Di Stéfano, son nombres que después de toda una vida de triunfos deportivos, (pónganle acento de comentarista deportivo argentino) parecen quedarse pequeños ante este pibe que vino acá de chico porque maravillaba con su toque de balón y precisaba de un caro tratamiento hormonal para crecer.

El fútbol, opio del pueblo y trono de poderosos, es el espejo donde se exhiben exacerbados los vicios sociales. Igual que una piedra lanzada al centro de un estanque hace que las ondas recorran hasta sus límites la líquida superficie, así, un acontecimiento grande o pequeño, bueno o malo, en el mundo del fútbol, se propaga con inmediatez a todos los rincones del día a día y hace que, salvo de la metralla que alimenta las revistas del corazón, apenas se hable de nada más.

Sin embargo, a diferencia de las ondas del estanque en las que, aunque la apariencia es de lo contrario, sólo se desplaza la vibración, y cada gota de agua tras su paso, vuelve al mismo sitio en el que estaba, en estas eclosiones sociales, sucede muy a menudo que de la cumbre se pasa al olvido o lo que es peor, a la máquina de picar carne. Hace no más de un mes, valga el juego de palabras, dios era Cristiano, sólo unos días después había dejado de serlo. Nada impide que en unas semanas vuelva a serlo. Nada tiene que ver febrero con abril, tan faltos de memoria y volátiles somos a la hora de juzgar a los demás, sobre todo si éstos son ídolos de masas.

Nuestra sociedad es dual en su conjunto, no menos ingenua que un niño creyendo en sus superhéroes, no más bella que el Saturno de Goya devorando a sus hijos. Messi que es un ejemplo de soberbia en su juego, lo es de humildad en sus palabras, su gesto y su comportamiento. Esa es su mayor diferencia con Ronaldo. “He tenido la suerte de ganar muchas cosas”, ha dicho. Un caso extraño de templanza y ánimo reposado en un mundo en el que la fama llega antes que la madurez para asimilarla y la riqueza antecede a la conformación de la capacidad para medirla.

De momento no necesita que como los milites romanos, cuando desfilaban triunfantes delante del Senado, que alguien camine detrás recitándole aquello de “recuerda que eres mortal”.

domingo, 21 de marzo de 2010

Noches de tahúres

Algunos nos hemos enterado esta semana después de varios meses de aciaga temporada, de que hay unos cuantos jugadores del Zamora que dominan el terreno de juego con maestría, se mueven con gran soltura sobre el tapiz verde y con una calidad de regate, visión de juego y desempeño en corto dignos de una categoría superior. Dicen que se desenvuelven con suficiencia, astucia, habilidad, cabeza fría y corazón caliente. Y que su preparación física envidiable los convierte en resistentes máquinas que fulminan a sus rivales, dure lo que dure cada encuentro y eso que no disputan uno a la semana, sino como mínimo dos.

¡Ah! ¿Qué no se refieren al estadio sino al casino, al césped sino al tapete, al fútbol sino al póker? Ya era extraño que con esas aptitudes y disposición, no estemos a estas alturas cómodamente asentados en los puestos que dan derecho a soñar con el ascenso, sino que lucimos al cuello la soga que anuncia el descenso al pozo de la Tercera División.

En el siglo XVI nació el lenguaje de germanías, que significa de hermandades, con el que se denominaba a la jerga o manera de hablar de ladrones, rufianes y fulleros, que usaban sólo los iniciados, especialmente en los campos del puterío, el juego y las actividades delictivas. En ella, entre otros nombres, al jugador se le llama pillador, al tramposo florero y a los naipes bueyes. También el póker tiene su jerga, pero me dirán si no es mejor ésta.

Vista la rentabilidad de la segunda actividad de los de esta hermandad, es hora de crear en el club una nueva sección deportiva, de póker Texas hold’em y así compartir los beneficios del naipe. Ya me veo a Casas examinando a los candidatos a jugar en el Zamora con preguntas como la que Monipodio, el jefe de los rufianes de Sevilla en la cervantina Rinconete y Cortadillo, hace a sus aspirantes: “Volviendo, pues, a nuestro propósito, querría saber, hijos, lo que sabéis para daros el oficio y ejercicio conforme a vuestra inclinación y habilidad”. Rinconete era un tahúr. Nos dice Cervantes que sus naipes: “usan de una maravillosa virtud con quien los entiende”.

Así los aficionados sabríamos a quiénes pagamos para jugar al fútbol, lo hagan con mayor o menor acierto y suerte y quiénes nos toman a los zamoranos por palomos, nos birlan cada domingo la ilusión y, como los tahúres del viejo oeste, lo que merecen es un buen baño de plumas y alquitrán. Pero eso ha de quedar para la próxima temporada, en esta hay que arar con los bueyes que tenemos. A ver si sumando esfuerzos, afición, directiva, nuevo entrenador y jugadores encontramos un buen “flop” y salvamos la categoría. Eso sí, en lugar de primas, que el presi les haga pagar una buena “ciega” y si luego remontan se la juegue con ellos al gilé para que sepan lo que es enfrentarse a un rival duro de verdad.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Tacto de papel

Tinta sobre papel, la letra impresa, permite seguir manteniendo aquello tan viejo de que lo escrito, escrito queda. Pero el periódico, que por la mañana es fresco, envejece vertiginosamente a medida que las horas trascurren. Las mismas noticias, comentarios o análisis no suenan igual ni dicen lo mismo, leídos con el sol en levante que cuando cae sobre poniente y menos aún cuando la noche es la única barrera que separa del día siguiente en que las hojas que los acogen serán ya pasto del olvido.

El periodismo digital tiene como ventaja que permite ver, bajo la misma cabecera, distintos periódicos a lo largo del día y a la vez, el mismo periódico en distintos días. El periódico en Internet deja de ser lineal, con páginas que pasar de la primera a la última o de la última a la primera; que es otra atractiva forma de recorrer un diario. Es como un rodillo en el que puedes acceder a cualquier parte sin necesidad de orden y concierto con tan solo hacer un click sobre la pestaña adecuada. Un rodillo que gira y al hacerlo incorpora nuevas noticias mientras deja en segundo plano otras que eran nuevas sólo unos minutos antes.

Ayer –hoy, cuando escribo esta columna que tú leerás mañana- entré en momentos puntuales a lo largo de la jornada en las páginas web de diferentes medios. Era un día tranquilo en lo local y en lo foráneo, sin grandes convulsiones motivadas por una catástrofe, un evento imprevisto y sorprendente o un acontecimiento de ésos que hacen correr ríos de tinta. Y sin embargo, cuando terminaba el artículo, minutos antes de ir a animar a nuestro equipo de futbol sala, haciendo un repaso consciente a las diferentes instantáneas percibidas, conté varias decenas de apariciones, muchas de las cuales ni siquiera habrán llegado con vida a las páginas de papel que hoy han salido a la calle. Reconozco que para el trabajo, soy de los adictos a la tecnología y que mi caligrafía, ya de antiguo mala, va empeorando por la sustitución de pluma o bolígrafo por el teclado de un ordenador. Que por culpa de mi Blackberry puedo leer al instante, casi esté donde esté, cualquier correo electrónico recibido y lo que es peor, contestarlo y pienso que en Internet, sabiéndolo buscar, se encuentra casi todo.

Ya tengo conocidos que sólo leen la prensa en soporte digital y, por si algo faltaba, una de las noticias de ayer era que la sex symbol Megan Fox siente fobia al papel. En un mundo informado en tiempo real con flashes permanentes aflorando a las pantallas, el tacto del papel entre los dedos sigue aportando el sosiego, el reposo y el análisis del que cada vez adolecemos más en nuestro tiempo. Por ese tacto, sonido y aroma, yo lo prefiero (a la pantalla, no tanto frente a Megan Fox).

domingo, 14 de marzo de 2010

Mantenella

Hoy es día de escribir sobre Delibes; la empresa es arriesgada. Está siendo tal el torrente de valoraciones y despedidas que difícilmente podría escribir nada mínimamente justo sobre él que no se haya dicho y publicado en las últimas 48 horas por plumas mucho más autorizadas, prestigiosas y conocedoras de su obra y peripecia vital que la mía. También, es inevitable, por otros que habiendo leído no más de una media docena de libros en su vida y por lo tanto, más que probablemente entre ellos ninguno del escritor castellano, resulta que ahora sitúan su obra como paradigma, ejemplo vital y “lectura de cabecera”. No creo que Delibes buscara o esperara tanto reconocimiento, pero allá donde esté, tampoco éste le abrumará. La misma sosegada sencillez con la que escribió y vivió lo acompañó cuando de recibir premios y reconocimientos se trataba.

Entre tanto homenaje social y político, entre tantas palabras llenas y también entre tantas huecas, ahora que unánimemente se le otorga el trono de la lengua castellana, no estaría de más que se procediera a revisar un absurdo acuerdo de las Cortes de Castilla y León del año 99 y ratificado en 2006 por el que, mantenella y no enmedalla, contraviniendo la expresa recomendación de la RAE -con Delibes en su sillón e minúscula-, a los que habitamos en esta Comunidad (legalmente una, no dos), se nos denomina “castellanos y leoneses” y no, como sería lingüísticamente correcto, “castellanoleoneses”.

En este absurdo sí hubo pleno consenso entre PP y PSOE. El propio Presidente Herrera, en otras cuestiones tan académicamente correcto, expresó en ese momento que los habitantes de Castilla y León son castellanos y leoneses, lo diga la Real Academia o no. En parecidos términos se pronunciaron el resto de líderes políticos regionales con el silencio en unos casos y el aplauso en la mayoría de los medios de comunicación y los creadores de opinión. En todos los sitios cuecen habas y es que es bien sabido que la lengua es un instrumento político de primera magnitud.

Para Delibes no. Él fue un purista de la lengua verdadera, la del pueblo, la rústica, la profunda de nuestro campo, la de las palabras viejas, no por obsoletas sino por desusadas. Las que no suelen salir en los periódicos ni en la televisión donde cada día el lenguaje es más pobre e inadecuado. Queda en España poco espacio para el buen castellano; sólo en la literatura y en algunas pequeñas reservas artísticas o periodísticas se hacen esfuerzos por mantenerlo. Por mucho que el día que Delibes nos decía hasta pronto, una joven filóloga ganara una gran cifra en un concurso televisivo en el que el instrumento de juego son las palabras.

La vida sigue sin los grandes genios pero sus creaciones permanecen. Dicen que el único verdadero éxito de un creador consiste en derrotar al olvido y ser lo contrario de una moda. El Delibes hombre pasa palabra. La palabra del Delibes escritor permanece.

miércoles, 10 de marzo de 2010

El cisne negro

Recuerdo el día en que el bueno de Emilio Ufano, bachillerato en la Laboral, nos explicó en su clase de Filosofía el tránsito del pensamiento de la Edad Media a la Razón con la llegada de Descartes. El momento a partir del cual el silogismo como forma de razonamiento (deducción a partir de principios generales universalmente aceptados, alcanzados por la fe o sostenidos en la autoridad de Aristóteles o algún otro gran pensador) estalló por los aires con un suceso a priori sin ninguna importancia. Una de esas verdades absolutas que servían de premisa para el silogismo era: todos los cisnes son blancos. No podía ser negada esa certeza pues a lo largo de los siglos nadie en Europa había visto, entre miles y miles de cisnes observados, uno que no fuera blanco. Hasta que tras el descubrimiento de Australia, allí apareció un cisne negro y la perplejidad instauró la duda sobre todos los principios creídos verdaderos hasta entonces.

No son Sayago ni Zamora tierras de cisnes. Ni blancos ni mucho menos negros, pero hete aquí, que ayer la primera página del periódico la llenaba majestuoso, un elegante cisne negro. No sé si habrá escapado de un zoo como se especula o está recorriendo mundo, pero mientras escribo este artículo en un día en el que por fin ha lucido el sol, para mí que lo del Cisne es un buen augurio. Porque si no, ¿qué hace aquí un cisne negro?

En las escuelas de gestión, también se habla de los cisnes negros, con este nombre se denomina a hechos improbables, impredecibles y de consecuencias imprevisibles. Acontecimientos como el descubrimiento de la penicilina, la primera guerra mundial o Internet eran hechos impredecibles de antemano y que sin embargo después, de manera retrospectiva, parecen claramente predecibles tanto en sus causas como en sus consecuencias.

La teoría de los cisnes negros nos dice que no nos gusta aceptar que vivimos en un mundo que no entendemos y con acontecimientos que ocurren constantemente fuera de lo imaginable y, por lo tanto, de nuestro control. No queremos aceptarlo porque es más cómodo creer que las cosas siguen un sentido “lógico” y lineal. Como en los años, en que indefectiblemente a marzo siempre lo sigue abril.

Pero son tantas las ocasiones en que el cisne negro aparece, que quién nos dice si su aparición, imprevisible e inverosímil, en Sayago no se deberá a que por fin, verdades que en Zamora damos por absolutas puedan dejar de serlo. Nuestra ausencia de espíritu emprendedor. El victimismo. La resignación quejicosa ante lo que no conseguimos… Estaría bien, ¿no?

Claro que también puede tratarse de algo más sencillo. Teniendo en cuenta que apareció el día de la mujer trabajadora, quizás sea idea de la ministra Aido. Dicen los manuales que la incubación de los cinco huevos que de media pone doña Cisne dura más de un mes, pero en ella, rara avis, también participa el macho. Sea lo que sea, sigan al cisne.

domingo, 7 de marzo de 2010

Universidad líquida

¿Qué tienen en común la diputada vasca Rosa Díez, el zamorano Antonio Robles, los ex ministros socialistas Narcís Serra y Jordi Solé Tura, los políticos populares Vidal Quadras y Dolors Nadal, el ex presidente Aznar, el escritor Pío Moa, el líder de Ciudadanos Albert Rivera y María San Gil o Gotzone Mora? ¿Cuál es, probablemente, el único aspecto en el que todos ellos son iguales? La Universidad.

En sede universitaria han sido boicoteados, insultados y acusados de fascistas. Todos han recibido en la nacida casa del saber, de la cultura y de la crítica rigurosa, la amenaza y el berrido que ahoga cualquier manifestación de la inteligencia, antes siquiera de pronunciar una sola palabra. En el foro donde, como privilegio fundacional, se consagra la libertad de cátedra y en cuyos recintos no puede intervenir la policía.

En plena democracia, han recibido el “¡Fuera fascistas de la Universidad!”, lanzado por las hordas de imbéciles fanáticos de la Autónoma de Barcelona, la Complutense de Madrid, la Pompeu Fabra, la de Oviedo, la de Santiago de Compostela, la Carlos III de Madrid. Igual que en el 36, en la de Salamanca, fuera su rector, Miguel de Unamuno, golpeado por el “¡Muera la inteligencia!” de Millán Astray. Qué lejos del deseo de Ortega y Gasset de que la Universidad se impusiera como un poder espiritual representando la serenidad frente al frenesí, la seria agudeza frente a la frivolidad, a la franca estupidez.

Dicen sociólogos y psicólogos que se está produciendo una absurda prolongación de la adolescencia. Empieza antes y se prolonga sin límite con la anuencia paternalista y bobalicona de la sociedad. Hace 23 años, en mi primer día de Universidad, el profesor nos llamó de Usted. Nos miramos impactados, ¡Joder, éramos adultos!

El jueves tuvo lugar junto a las más concurridas instalaciones deportivas de Zamora, la “celebración” del acto universitario más importante del año: la exaltación del botellón y el cannabis. Al llevar tantos siglos de retraso como ciudad universitaria tenemos que recuperar el tiempo perdido y lo que en el recinto del propio Campus no se autoriza y en Salamanca ya no se permite, hemos de aguantarlo, contemplarlo, olerlo y pisarlo los zamoranos y además sufragar con nuestros impuestos la limpieza, los servicios médicos y la presencia todo el día de la práctica totalidad de la plantilla de la policía local, que hizo un excelente trabajo sin entender nada de lo que estaba pasando. Y no exagero ni un ápice porque lo vi y lo hablé con policías, asistencias y trabajadores municipales, entre otros.

A las tres de la tarde, a la puerta de los supermercados se mezclaban, en garrafas de cinco litros, Don Simón y Coca Cola. Calimocho pronto transformado, con alambique oficial, en miles de meadas, cientos de borracheras y decenas de vomitonas por el entorno. Ciudad líquida, anunciaba, genial, la viñeta de Tostón del domingo pasado. Quod natura non dat Salmantica non praestat, y el resto ni lo intenta.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El proveedor de iniquidades

Me gusta como ninguna, la vasta obra literaria de Borges. Menos su poesía, más el conjunto de su prosa que es literatura pura hasta cuando toma la forma de comentario a un libro o a una película o de breve ensayo. Pero sobre todo en Borges, con quien tropecé de adolescente al descubrir, tal vez por casualidad, quizás porque estaba allí esperándome, “El Aleph”, en un estante de la biblioteca pública, me cautivaron sus cuentos. Uno de ellos da título desde hace ya dos años y medio a este espacio en el periódico. Algunos los he leído una, dos, tres, cuatro veces y cada vez, como haciendo girar un icosaedro, descubro nuevas caras, facetas, detalles, ángulos y perspectivas. A veces, como un personaje más, sometido a su particular código narrativo, observo que parece que los relatos tuvieran vida propia, independiente y variaran de manera caprichosa en pequeños detalles casi imperceptibles pero a la vez esenciales de una lectura a otra.

Con gran frecuencia, como un prestidigitador, el autor juega en ellos a desviar nuestra atención del elemento fundamental de la historia y nos lleva por intrincados senderos en los que nada es lo que parece; hasta que el desenlace nos sorprende descubriendo que todo era mucho más simple de lo que nos habíamos creído y los senderos rectos y despejados. Ahí el lector se da cuenta de que era la perspectiva desde la que miraba la narración la que hacía difícil de comprender lo que hubiera sido cristalino observando desde el punto correcto. Pero, ahí está la magia, éste sólo nos es desvelado al final.

Una situación similar es con la que se juega en “El Sexto Sentido”, la magnífica película protagonizada por Bruce Willis y en la que en su papel de psicólogo infantil trata de ayudar a Cole, un niño de 9 años que tiene un sexto sentido: puede hablar con los muertos. Sólo con un magistral efecto final toma sentido toda la película, precisamente cuando se desmorona todo lo que hasta ese momento el espectador creía que había ocurrido.

Sé que hay muchos zamoranos, porque así me lo expresan, esperando aclaración a un asunto al que la necedad de los que tendrían la obligación de ser los más sensatos y la iniquidad de un francotirador de la política local, burdo y grosero, pero efectista, buscan dar apariencia de lo que no es. ¿Por qué no le contestas? Me interpelan unos. Lo haré de la forma en que puedo, porque ya no estoy en política, y en el momento oportuno, les digo. ¿Has leído esto o aquello que ha dicho o escrito? Claro, les contesto, el mismo refrito de falsedades que hace un mes, sólo que ahora es bazofia endulzada con chicas ligeras de ropa. ¿Qué progre, no? Y en esto, se me vino a la mente el título de otro relato que Borges incluyó en su “Historia universal de la infamia”, “El proveedor de iniquidades…”.