Tengo para mí que muchos dirigentes del Partido Popular no entienden que las preferencias de los ciudadanos se estén yendo a otras opciones políticas según indican todas las encuestas y según se respira en la calle, cosa que sin problema apreciarían a poco que salieran de su torre de marfil, retiraran de la nariz el pañuelo perfumado con azahar que algunos se han acostumbrado a llevar o cesaran en el impulso de expandir, con más obcecación que reflexión, como si del botafumeiro de la catedral de Santiago de Compostela se tratara, el intenso aroma a incienso que enmascare los malos olores que, en lo político, fluyen por doquier.
Tengo para mí que en sus procesos cerebrales, más o menos engrasados -hay que reconocer que no es lo mismo Sáinz de Santamaría que Villalobos, por poner un simple ejemplo- no conciben que la España que ellos ven no sea la que ven casi con unanimidad el conjunto de los españoles. Que los ciudadanos se tomen como una “chuche" de las que Rajoy hizo famosas en la anterior campaña, la evidente mejora de la economía y de la percepción internacional de España, los datos de reducción del desempleo, la bajada de la prima de riesgo y con ella de los tipos de interés o la incipiente recuperación del crédito financiero en favor de empresas y particulares.
El PP no sólo es el partido que más candidatos presenta en toda España a las elecciones municipales, sino que en sus filas tiene a algunos de los mejores alcaldes, concejales, muchos de ellos avalados por una buena gestión al frente de sus instituciones. Y sin embargo se desangra y lo hace cada vez más por donde más le duele, por parte de sus bases más históricas y más cualificadas. Por aquellos capaces de articular un pensamiento crítico, que sólo por recordarlo, es el que hace a las fuerzas políticas avanzar al ritmo de la sociedad y no quedarse desfasadas, ancladas al halago simplón al líder de turno y al estatus del momento.
Cuando en 1990 Aznar refunda el PP en el Congreso de Sevilla, convirtiéndolo en la casa común del centro-derecha español pone las bases para configurar un partido de gobierno desde el centro ideológico como no lo había habido nunca. Sólo la CEDA en la Segunda República, que no era un partido, sino una confederación y la UCD amalgamada ya para lo institucional y el Gobierno, no para el concurso en las urnas, se habían acercado a lo que pretendía y consiguió la refundación del PP. Y así, en esta España que pese al profundo conservadurismo que radica con carácter general en el ADN de los españoles (sea cual sea su posición ideológica), se manifiesta sociológicamente de izquierdas, el partido popular ha conquistado dos periodos de poder casi homogéneo. Una duró los ocho años de Aznar. Otra, la actual, con tres años en los que gobierno central, prácticamente todas las comunidades autónomas y la inmensa mayoría de las provincias fueron vestidas de azul por los votantes.
La primera se truncó abruptamente por la marcha de Aznar, una campaña electoral muy mal llevada y el salvaje atentado del 11-M. La actual, por el divorcio entre Gobierno y sociedad y muy especialmente por -en palabra de moda- la desafección de las bases ideológicas y electorales frente al rumbo de la acción de gobierno y a la falta de democracia interna y participación. En una semana, en provincias y comunidades autónomas, unos con más culpa que otros, los candidatos populares van a empezar a pagar el pato.
Sí, ya sé que buena parte de los dirigentes dirán que no, pero Aguirre que de tonta no tiene un pelo, no sólo lo sabe, sino que combatir la indiferencia, el desencanto y hasta el rechazo por una parte de la militancia y los votantes más fieles del PP se ha convertido en el verdadero “leit motiv” de su campaña, golpe a golpe, chéster a chéster. Lo mismo ocurre con Aznar, al que la distancia con la que puede observar le garantiza olfato y objetividad. Así, tanto él como su “think tank” la fundación FAES, han aparecido esta semana en la primera línea de fuego.
FAES para tratar de taponar la herida diciendo que el fin último de “Ciudadanos” es la destrucción del PP. Notoria exageración pero que sirve para acreditar el temor de saber que el partido naranja crece y crece bebiendo en los manantiales que fueron del PP hasta no hace demasiado tiempo. Aznar haciendo un llamamiento con fondo de alarma a la vuelta de aquellos que por la razón que sea se han alejado del Partido Popular en los últimos tiempos. En un sólo párrafo hace el diagnóstico y receta la solución. Cuestión distinta es que en la farmacia queden dosis del medicamento prescrito. Reconoce que el problema existe. Otros lo niegan. Asume que hay razones para el distanciamiento. Subidas reiteradas de impuestos, abdicación en política antiterrorista y frente a las víctimas y pide política y no sólo esperar a que la economía mejore. Finalmente ofrece el remedio., que los que se han alejado, vuelvan.
Si las cosas fueran como antes lo tendrían fácil. Habría más abstención, PP y PSOE, cómplices en lo que les interesa, subirían o bajarían un poco en beneficio o perjuicio del otro y a esperar a la siguiente. Pero, afortunadamente, eso no es lo que está ocurriendo en la sociedad. Ahora en el balancín hay otros. Los tiempos han cambiado y los ciudadanos han pasado del hastío frente a la partitocracia, la corrupción y la ausencia de participación a buscar el voto de castigo, las ideas frescas y las caras rebeldes. Ciudadanos y Podemos son las novedades en las encuestas. El PP el gran damnificado si se confirman en las urnas. A esos dirigentes no les gusta que esto ocurra o que se diga.
Sólo hay dos caminos para el PP, que se empiecen a escuchar voces asumiendo los errores, pidiendo disculpas por muchas cosas, haciendo propósito de enmienda, cambiando liderazgos y refundando en una nueva casa común o enrocarse ante los problemas, reforzar el caparazón y esconderse en él. En este segundo caso, el más probable, sólo quedaría a los militantes y votantes, buscar en otras filas lo que sienten traicionado en las propias.