domingo, 21 de junio de 2020

Opaco Guarido

La transparencia no se pregona, se practica. La legalidad no es un mérito, sino una condición sine qua non. La eficacia no se presupone sino que se demuestra. El contrapeso entre las palabras y las acciones, entre los compromisos y los resultados forman siempre dos platillos de una misma balanza. Difícil equilibrio que en las viejas tiendas de ultramarinos solo veíamos como logro perfecto en instantes puntuales mientras el fiel oscilaba entre el lado de los pesos y el de la mercancía.

La oposición municipal, levemente espabilada tras cinco años de lisérgico cóctel de adormecimiento, miedo escénico y mirada siempre puesta más allá de los límites provinciales se despereza para venir a decirnos unánimemente esta semana que estamos ante el equipo de gobierno menos transparente -Opaco Guarido, nos hubieran dicho hace mucho de haber despertado antes-, más tramposo y probablemente más ineficaz del periodo democrático en la capital. 

Con los mismos juegos de manos con los que durante los pasados cuatro años fue distrayéndolos mientras dejaba pasar el tiempo sin sacar adelante ningún proyecto importante de los prometidos o necesarios para Zamora. Con los mismos cubiletes bajo los que durante este tiempo ha ido difiriendo la renovación de las adjudicaciones de los contratos de servicios públicos municipales hasta llegar a un momento -único en la historia de nuestro Ayuntamiento- en el que prácticamente todos los grandes contratos están fuera de plazo y por lo tanto en situación irregular, algunos desde hace más de los cinco años que lleva ya rigiendo la Casa de las Panaderas. Con esos mismos ardides, siguen él y su grupo tratando de salvar su ineficacia a los ojos de la prensa y del conjunto de los ciudadanos. Reconozco que, en ambos casos, con notable éxito.

Cuando ya se cumple un año de su segundo mandato, nos anuncia la licitación de esos grandes contratos. Eso ocurre en la misma semana en la que el Ayuntamiento decide dar marcha atrás por enésima vez en el imprescindible y más que urgente proyecto de remodelación y reacondicionamiento del mercado de abastos, el mismo que en vísperas de las pasadas elecciones obtenía primeras páginas dando a entender que habían licitado la obra y no simplemente la redacción del proyecto, ese que ahora, un año más tarde resulta que tampoco está adjudicado.

Hay nerviosismo en el grupo de gobierno porque parece que va a haber recursos contra el pliego de recogida de residuos y limpieza viaria por numerosas incongruencias administrativas y técnicas. También porque han querido saltarse a la oposición en la tramitación del de mantenimiento de zonas verdes pero esta vez no ha colado. Y porque la Junta de Castilla y León por un lado y el juzgado por otro le quitan la razón al alcalde Guarido en su “abusona” persecución contra el interventor municipal. Esta es otra de las características emblemáticas de su acción de gobierno. Trazar una línea nítida y cortante -tanto que en ocasiones lleva hasta la baja médica-, entre funcionarios “cómodos” e “incómodos”, curiosamente en los ámbitos más relacionados con algunos de esos contratos y con el control legal de fiscalización. 

domingo, 14 de junio de 2020

La revolución de la ignorancia

Veo turbas de enmascarados pintando y derribando estatuas a lo largo y ancho del planeta civilizado y democrático, con rabia y soberbia, como si no hubiera un mañana o como si eliminando las huellas del ayer fuera posible hacer un futuro mejor. No son idealistas, no son ejércitos de esclavos siguiendo al Espartaco o al Moisés que los libera. Son estúpidos. Bandas de genuinos imbéciles cuyas conexiones neuronales se alimentan de la aparente simpleza que reciben de la televisión, las redes sociales y el marketing pop que se han adueñado de las sociedades en las que habitan.


Lo visten de revolución en la época y el ecosistema en que las revoluciones son imposibles fuera de unas cuantas fotos porque dan tremenda pereza física y mental. Porque no hay revolución que no vaya precedida de un importante esfuerzo cerebral de generación de ideas. Sea científica, sea social, no hay revolución si no propone un nuevo paradigma que sustituya al preexistente. Nunca, salvo en la mente y actitud de los genios del romanticismo bajo los efluvios de la absenta o en la autodestrucción punk atiborrada de sustancias alucinógenas, ha existido revolución hacia el nihilismo. 


Como para que ahora vengan estos imbéciles, con siglos de retraso y culos anchos de estar tumbados en el sofá dándole a la consola, en los bancos de los parques fumando canutos o crack o en las aceras viendo pasar la vida de los otros ante sus ojos, a acabar con el racismo, la marginación, las desigualdades o la pobreza. No hay revolución en la que sus protagonistas no se jueguen el tipo al todo o nada. Es imposible que las selfies y la macarrada en pandilla conduzcan a un sitio mejor. Ni siquiera a un sitio distinto que el cubo de la basura de la historia.


Aquello a lo que algunos pretenden dar la consideración monolítica de memoria histórica, adaptándola al contexto actual, olvidan que ni es memoria ni es histórica si se separa del contexto en el que se produjo y de los antecedentes históricos que llevaron hasta allí. Empezar catalogando a Lincoln, Cristóbal Colón, Isabel la Católica o Winston Churchill como racistas conduce al absurdo de que por idénticos motivos esa mancha deba extenderse a todos los gobernantes, hombres ilustres y cada uno de los humanos que ha vivido en el mundo hasta ayer por la tarde y, aún hoy, a todos menos a los más ignorantes, aquellos que vociferan, acosan y destrozan en las sociedades de las que forman parte en igualdad legal de condiciones. 


Que desde algunos sectores ideológicos y mediáticos se les jalee y se les otorgue una impronta épica que para nada tienen, sólo contribuye a reconocer que en la era del mayor conocimiento humanístico, científico y tecnológico, tenemos también la mayor capacidad de divulgación y asentamiento de la estupidez. Algunos críticos, con excesiva buena voluntad, denominan al proceso que vivimos como revolución de la desmemoria. Se trata, sin embargo, de la revolución de la estupidez; la involución de la ignorancia.


domingo, 7 de junio de 2020

Horteras unidos

Horteras del mundo, uníos. En torno a las televisiones y las redes sociales donde todas las voces valen lo mismo. La del sabio y la del necio. Del bondadoso y del criminal. La del que se preocupa por recibir la información desde las diferentes caras del prisma ideológico y la del que sigue siendo monocanal. El ilustrado y el ignorante. El brillante y el zoquete.

Horteras del mundo, buscad una causa, a ser posible lejana de forma que la distancia impida ver los matices y elevadla a categoría de universal. A ser posible falsa o cuando menos sacada de contexto. Lo suficientemente ajena a vuestra circunstancia vital como para que no requiera una renuncia personal a nada; ningún sacrificio; ningún reconocimiento de culpa directa; ninguna exigencia de cambio en vosotros mismos. 

Horteras del mundo pintaos una sonrisa tristemente beatífica o unas lágrimas fingidas. Bienvenidas seáis, plañideras de la modernidad, que al modo de las antiguas cobráis, si no siempre en denarios, sí en la autocomplacencia que es vanidad propia de quienes se creen salvando el mundo desde su cómoda burbuja. 

Porque una cosa es desear, por legalidad y humanidad que la justicia caiga con fuerza sobre el policía homicida cuya rodilla acabó con la vida de George Floyd en Minneapolis y otra convertirlo en un espectáculo de fuegos artificiales, con actuación en Operación Triunfo incluida. Todo ello en un país donde nadie sabe situar en el mapa Minneapolis y no todos, Estados Unidos. En un país que escasa y tardíamente ha decretado un luto meramente formal que no real por cuarenta y cinco mil fallecidos en tres meses, de los que no solo nos niegan la imagen sino hasta el propio reconocimiento de su muerte en un macabro baile de números, estadísticas e indignidad política y de los medios de comunicación.

Porque al final, en esta sociedad de masas, manipulada y manipuladora, el efecto del aleteo de una mariposa genera huracanes solo cuando hay foto y el viento se desplaza por los extremos y normalmente desde la izquierda hacia la derecha. Que en EEUU gobierne Trump -democracia no es sinónimo de gobierno de los mejores ni las elecciones evitan que el macarra del barrio pueda ser el elegido- es propicio para desenterrar el fantasma de Malcolm X y la opresión racial, olvidando que el anterior presidente era de raza negra o que la alcaldía bajo cuyo mando está el policía homicida no es republicana sino demócrata.

Lo que no veremos son rodillas en tierra pidiendo perdón o besando los zapatos de las víctimas del terrorismo en España, o de aquellos niños perseguidos y marginados porque sus padres han querido que estudien en español en Cataluña o Baleares. Tampoco a los que ahora vuelven a presumir de ser comunistas, por el racismo y los crímenes en Venezuela, Cuba, China o la bota soviética. Así que como los horteras siguen a lo suyo, mientras escribo escucho grandes éxitos de la discográfica “negra” Motown y me tomo un buen café. “Frap-pé”, para estar al día, claro.

lunes, 1 de junio de 2020

Dos años para retroceder noventa

Se cumplen dos años desde la moción de censura con la que el PSOE volvía al poder y Sánchez, consumada la venganza contra su propio partido, se adueñaba del colchón en el que sesteaba Rajoy. Dos años en los que no se ha cumplido ni uno sólo de los compromisos ofrecidos por el investido. Dos años en los que pese a ello, ninguno de los barones socialistas que un día descabezaron a Sánchez  por mucho menos de lo que después ha hecho, se ha enfrentado a él o, como repitieron en más de una ocasión en floreados mítines, no se han marchado aunque su centenario partido haya quedado convertido en sucursal de un gobierno donde voz cantante y programa son los de sus coaligados totalitarios de Podemos.

Dos años y dos procesos electorales después cabe preguntarse en qué han avanzado y mejorado España, la convivencia, el bienestar de los ciudadanos y la potencia de la nación para afrontar los retos del presente y el futuro. A estas alturas, con las cartas bien a la vista sobre la mesa salvo para los ciegos o aquellos que prefieren mirar la televisión en lugar del tapete, más parece que el logro, buscado o no, haya sido menos el de avanzar dos años que el de retroceder noventa. A eso, fundamentalmente en los últimos seis meses, ha dedicado nuestro gobierno los mayores esfuerzos, los únicos para los que se ha llevado una estrategia coherente. 

Ese sueño suicida que, como la peste, vuelve a nuestro inconsciente nacional una y otra vez en ciclos de unas cuantas décadas brilla de nuevo con luz propia. Que dos años después el referente ensalzado por el ministro del interior sea el socialista totalitario Indalecio Prieto y no el socialista demócrata Julián Besteiro. Que con pasos y hechos se redima a los impregnados de pólvora asesina y sangre ajena mientras se arrincona a sus víctimas. Que se esconda al Rey para que no le robe protagonismo al aspirante a reyezuelo. Que un macarra, incompetente y sectario en grado sumo, sea quien desde su vicepresidencia marque la nueva (añeja) normalidad política de uno de los más importantes países del mundo. Que la administración se infle para dar cabida a tanto “amigo” sin más oficio ni arte que el del exabrupto o la grosería. Que el poder judicial esté siendo asaltado por la pareja Garzón-Delgado. O que para tapar los efectos brutales y demoledores de la ineficacia en la gestión de la pandemia, fruto en buena medida de una perspectiva meramente ideológica y hemipléjica, todo el esfuerzo se dedique a inventarse un clima pre-golpista (en pleno siglo XXI) con la esperanza de que cuatro exaltados del otro extremo les hagan el juego. 

Estos y otros “qués” nos llevan a esa fatalidad tan propia del sentimiento trágico español  desde hace siglos que nos aboca a mirar noventa años atrás y no dos, diez o noventa hacia adelante. No es esta la España que quiero para mis hijas pero es la que les estamos construyendo (destruyendo).