miércoles, 30 de noviembre de 2011

Reformas sí o si

No hay más opciones en la agenda de Rajoy si quiere tener opciones de sacar esto adelante, que ejecutar y de manera inmediata, las reformas que, en primer lugar España necesita y, en segundo lugar, Europa le requiere. Hoy es día de reuniones con los agentes sociales, representados por la patronal y los dos sindicatos mayoritarios, interlocutores clave en el ámbito de las reformas laborales, que no son precisamente de las menos importantes que deberán adoptarse.

Desarbolado el PSOE tras el huracanado vendaval de las urnas municipales, autonómicas y hace unos días nacionales y sin que ninguna otra fuerza política haya alcanzado un grado de representatividad suficiente, solo sindicatos y patronal pueden plantear una oposición de peso a las actuaciones del nuevo gobierno, pero precisamente por eso, a ellos se les debe exigir un plus de responsabilidad. Dicen los cercanos al próximo presidente que el argumento base va a ser que no estamos en una situación que permita demoras, que no hay tiempo para tiras y aflojas y que lo que hay que hacer, tendrá que hacerse con ellos o sin ellos. Y, en verdad, no queda otra.

Las circunstancias son tan extraordinariamente delicadas que, por mucho que el consenso sea recomendable, no por su ausencia deben dejar de tomarse ciertas decisiones como si de una cirugía a corazón abierto se tratara. Hará bien Rajoy en adoptarlas, hará bien el Partido Popular en todos los ámbitos en que gobierna, que son casi todos, en secundarlas a pies juntillas y harán un importante bien a España sindicatos y empresarios aceptándolas aunque algunas no les gusten, aunque crujan ciertas bisagras acomodadas al inmovilismo histórico de ciertas normativas.

Claro que habrá tentaciones de plantear oposiciones frontales a los postulados del nuevo gobierno, de resistirse a cualquier pérdida del estatus conseguido a lo largo del tiempo. Claro que la placidez con que han ido viendo aumentar escandalosamente las cifras del paro puede convertirse en espoleta social ahora que los que han de tomar las decisiones son otros, para desahogar la desesperación y la rabia contenidas en centenares de miles de familias, de desempleados, de jóvenes. Es verdad que siempre pagan los mismos.

Pero las urnas han dado un mensaje claro, los datos macroeconómicos son significativos y los microeconómicos una trágica realidad en el día a día de una sociedad que se va convenciendo de que ya ha dicho adiós a los años felices. Vienen tiempos duros en los que el sacrificio es inevitable y los ajustes el camino. Y en esa senda, cuanto antes y más firmemente se asuman los compromisos y se acometan las reformas, antes estaremos en condiciones de remontar.

Todos los políticos, también los representantes sindicales y empresariales lo son, coinciden en que España es una gran nación. Los ciudadanos debemos creernos que así es y convencernos de que la situación ha de empezar a mejorar, pero, eso no será ni cómodo, ni gratuito.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Inevitable democracia

En un breve ensayo publicado por la orteguiana Revista de Occidente en su número de marzo de 2008, leí una interesante reflexión: “En realidad, desde una perspectiva darwinista [se refieren los autores a la configuración de la democracia como el objetivo final perseguido por la humanidad a lo largo de la historia contemporánea, concebida, pues, como una lucha por la libertad], la experiencia de las dos guerras mundiales y de la guerra fría habría puesto de relieve la inesperada fuerza de la democracia ante unos adversarios que se jactaban de basar su poder en la unidad y en la disciplina”.

La sinécdoque es una figura, un tropo para ser más exactos, consistente en designar al todo por el nombre de una de las partes que lo componen, o viceversa. La política parece avanzar con el paso de los tiempos, hacia una sucesión de sinécdoques encadenadas. Artificial e interesadamente, democracia queda reducida a partidos políticos y éstos a sus elites coyunturalmente dirigentes. Así, la opinión, meditada o antojadiza, de tal o cual presidente o secretario general de determinadas siglas, pasa a ser la única válida, aceptable y que se tolera a todos aquellos que comparten credo y carné, para, una vez convertida en criterio oficial del partido, subyugar al poder legislativo, al ejecutivo y a la sociedad civil.

Unidad y disciplina son los tótems del paradigma partitocrático. Ni siquiera la unidad verdadera fruto de la libre convicción compartida, sino, en expresión que me pone los pelos de punta, la “imagen de unidad” que es obligatorio transmitir, porque de no hacerlo así, ese ente que parece extraño a la democracia, los ciudadanos transfigurados en votantes, lo castigarán en el altar pagano del sacrificio que son las urnas. Unidad y disciplina priman, son la clave del éxito; libertad y democracia interna, riesgos innecesarios y absurdos. Suena añejo, huele rancio, pero ese es el mensaje, el salvoconducto para el triunfo. La democracia es debilidad, su ausencia, poda o limitación, aporta fortaleza. Los partidos deben estar dirigidos por machos alfa a los que la manada siga sin rechistar, silente, disciplinada, obediente.

Pero ese tiempo se agota. Como el siglo XX supuso el auge planetario de los grandes movimientos totalitarios, omnipotentes y excluyentes y luego su caída a manos de la despreciada por débil, democracia liberal, el siglo XXI, de las nuevas tecnologías, de la información en tiempo real, de la conexión directa y sin intermediarios ciudadano con ciudadano, supondrá sin remedio una nueva conformación de las estructuras políticas. O los partidos se modernizan y se abren a sus afiliados y a la sociedad o el electorado se irá fragmentando, porque, por mucho empeño que se ponga en ello, no es posible poner puertas al campo.

La democracia, como representación de la libertad, es, como leí en aquella reflexión de 2008, un anhelo inherente a la misma naturaleza humana desde el principio de los tiempos y, aunque a corto parezca lo contrario, da fuerza a quien la practica.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Lo que tenía que pasar

Pasó lo que tenía que pasar, el PP ganó el domingo las elecciones en las que más cantado estaba el cambio de Gobierno, en las que más razones había para que la alternancia se produjera y en las que, por el presente y el futuro de España, o sea de los españoles, más necesario era el giro en la dirección política de nuestro país. Sólo en el año 82 se había vivido una convulsión semejante, aunque a diferencia de esta vez, en aquella ocasión se debió fundamentalmente a la literal autodestrucción de la UCD, un partido creado por y para la transición a la democracia y que ya había cumplido su cometido. Pero hecha esa primera apreciación general, creo que hay que analizar más en profundidad algunos aspectos importantes relacionados con el resultado.

El primero de ellos, una vez más se demuestra que en España casi nunca hay alguien que gana las elecciones, sino alguien que las pierde. El PP con Mariano Rajoy a la cabeza ha marcado una diferencia histórica frente al PSOE en cuanto a diputados electos, con un importante ascenso en su número, pero sin embargo no ha incrementado su número de votos con respecto al resultado de hace tres años. A pesar de los cinco millones de parados, de la debacle económica que nos acosa, de que no haya una sola empresa que no se sienta pendiendo de un hilo ni un solo empleo del sector privado que no se vea en riesgo, el PP no ha suscitado el corrimiento de votos a su favor que algunos tratan de hacernos ver.

Es pues una paradoja -quien no mejora su respaldo en votos se dispara hacia arriba en escaños- cuya causa hay que buscar en el castigo al PSOE, que pierde la friolera de cuatro millones y medio de apoyos y se despeña hasta los 110 diputados. El mismo número de ciudadanos que no logramos en 2008 hacer presidente a Rajoy, lo hemos conseguido ahora, ante la decepción y deserción de cuatro de cada once votantes socialistas de entonces.
El segundo apunte dice, y es un aviso a navegantes, los electores van madurando y plantándole cara a las prácticas poco democráticas de los partidos. Está claro que el PSOE no obtuvo ningún beneficio del hecho de abortar las primarias a las que obligaban sus estatutos, para encumbrar a Rubalcaba a hombros de los “barones” que comandan el aparato. Renunciaron a que su candidato fuera previamente elegido “líder” por los afiliados y, por fortuna, eso empieza a pagarse.
Tercer dato significativo, la marcha de la economía es determinante para los resultados electorales. Cuando ésta va bien, el enfoque se puede desviar a otros ámbitos, pero cuando va mal o, como en este caso, es catastrófica, cualquier otro argumento político o de debate decae o desaparece.
Solo son tres apuntes, tiempo habrá para analizar algunos otros, pero tres significativos y que desde hoy mismo empiezan a serlo también para el futuro. 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Los otros. La democracia

Todos los españoles estamos hoy convocados a decidir por qué senda queremos que avance nuestro futuro, o no retroceda aún más nuestro presente. Por eso oiremos mil veces decir que esta es la gran fiesta de la democracia. En verdad es así, eso nos une a todos, sea cual sea nuestra ideología, credo partidario e, incluso, nuestro nivel de escepticismo frente a la política, que también lo hay, y en dosis cada vez más difícilmente sostenibles.

Los dueños de las democracias son los ciudadanos, aunque casi nunca lo parezca, y aunque raramente los ciudadanos ejercen las atribuciones que esa propiedad les otorga. Son demasiadas las barreras, los frenos y los límites que van encauzando la voluntad agregada de los llamados a las urnas. Poderes económicos, medios de comunicación y rigidez del sistema de partidos. Aún así, queda, la absoluta libertad individual para ir o no ir a votar, y la más limitada de hacerlo a favor de unas siglas o de otras, de unos u otros programas o candidatos.

También los dueños de los partidos políticos son sus militantes, aunque tampoco lo parezca casi nunca, por el interés específico de los pequeños grupos -a veces tan ridículamente pequeños que resulta casi increíble su acumulación de poder-, que se adueñan de los centros neurálgicos en los que se toman las decisiones, y coartando la participación de militantes y simpatizantes en las decisiones más importantes que les incumben, ejecutan un ilícito secuestro de la democracia.

Sin embargo, la militancia de los partidos políticos, de todos y cada uno, está compuesta en abrumador, avasallador –o avasallado- porcentaje, por gentes cuyos ideales, convicciones y corazón, son mucho más firmes y potentes que los de muchos de aquellos que los representan, o dicen representarlos. Cuando los votantes lleguen a su mesa electoral, junto al presidente y los vocales, elegidos por sorteo, se encontrará con una legión de interventores y apoderados de las diferentes fuerzas políticas, efectuando labores de seguimiento y control en defensa de los intereses de su partido y candidatos, pero también en labor de ayuda y colaboración con los votantes y las mesas, aportando su experiencia labrada tras muchas jornadas como la de hoy.

Habrán llegado a las ocho de la mañana y se marcharán avanzada la noche. Muchos comerán un bocadillo y beberán un refresco en el propio colegio, porque hoy nada sienten más importante que cumplir minuto a minuto con el deber voluntariamente asumido. Luego los habrá que dormirán felices, sintiendo que más que ninguna otra, ésta es su victoria; otros, tristes y desilusionados; los habrá que reirán o llorarán como otros han hecho en otras veces.

Son democracia y acumulan vivencias y experiencias que conforman una verdadera historia de la democracia. Una cita electoral más seré uno de ellos y con independencia de a qué partido pertenezcan, estaré orgulloso de compartir con todos ellos un pedacito de nuestra historia y nuestro futuro común.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sin argumentos

A Europa se le agotan los argumentos ante la espiral financiera que como un berbiquí taladra los cimientos de la Unión. Ha caído Papandreu en Grecia, Berlusconi en Italia, obligados a punta de sable por Merkel y Sarkozi. Francia y Alemania, trajeron demasiadas veces el desastre, la guerra, y la miseria a la misma Europa que ahora están convocados a salvar. La historia a veces es cíclica y otras veces se mueve a forma de onda, lo que en un momento está arriba, en el siguiente, abajo.

Zapatero convocó elecciones para que las pierda Rubalcaba, anunciándolas con anómala antelación cuando ya habíamos superado el punto de no retorno. Ya habíamos quebrado en una ocasión y Europa, en vez del tiro de gracia, nos dio una segunda oportunidad, una segunda mini oportunidad. España es demasiado grande para que caiga, llevan diciendo meses los analistas. Si España cae, Europa no se sostiene de pie.

Tal vez sea eso lo que está pasando, que España con cinco millones de parados, con dos millones de familias en las que ninguno de sus miembros percibe ingresos de ningún tipo, con miles de empresas que como azucarillos se deshacen cada día, con una estabilidad social amparada en dos males, el renacimiento de la economía sumergida y el soborno de hoja perenne a los sindicatos, no es que esté en riesgo de caída, es que ya ha caído y lo que tratan la canciller y el nuevo Napoleón es que la onda expansiva no cause demasiado estropicio en tanto se produce otro cambio de gobierno y se intenta, golpe a golpe, ladrillo a ladrillo, consolidar lo que quede.

Quevedo retorna. Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados… El socialismo que negaba la crisis hace aguas. Óscar López, escudero de campaña, adherido cual lapa a Rubalcaba, cuando va a dar tres motivos por los que cualquier ciudadano debería, según él, votar a su jefe, olvida uno, con tan mala pata que para arreglarlo no se le ocurre mejor cosa que apuntar “perdonen, me he quedado en blanco”. No sabemos si era blanco o Blanco, en cualquier caso es significativo. Tres motivos, pero del último no me acuerdo. Tal vez fuera que el premio al décimo de lotería en Navidad sube su premio de los trescientos mil a los cuatrocientos mil euros. Tal vez fuera ése, tal vez no.

No tres, trescientos, tres mil, hay para no votar a Rubalcaba ni a su política económica, máquina de generar paro. Toda Europa, la vieja Europa, la poco liberal Europa está en crisis, al borde de una segunda recesión. El problema es que a los españoles nadie nos dijo cuándo habíamos dejado atrás la primera. No hay varitas mágicas dicen, con el miedo agarrotando su brazo, algunos líderes populares. Sí la hay, decir la verdad, tomar las medidas dolorosas cuanto antes para que el mal no empeore, ser valientes, coherentes y consecuentes. Quedan unos días.

domingo, 13 de noviembre de 2011

En la cuenta atrás

Y con casi todo el pescado vendido. Nadie duda ya de que el PP obtendrá en las urnas del próximo domingo una estruendosa victoria, tan importante como la que más pero, previsiblemente, menos celebrada. Después del hundimiento del PSOE arrastrado por la debacle económica de España, sumergida en una crisis global pero de la que nuestro país representa una de sus mayores simas, lo difícil, quizás dramático, será tratar de convertir el fango sobre el que descansan nuestros cimientos, en roca sobre la que apoyar los pilares de nuestra recuperación.

Esa será la nueva y primera tarea de Rajoy y el Partido Popular. Pero, alejándonos, o mejor dicho, adentrándonos, profundizando, en el ámbito global de lo nacional, lo que nos conviene es ir determinando cómo vamos a reaccionar en nuestro ámbito más cercano.

Es cierto que son unas elecciones nacionales, que eso es lo que nos jugamos y que los representantes que, una vez designados por los partidos, vamos a ratificar en las urnas, serán a partir de su toma de posesión diputados y senadores de España pero, aún así, se sigue echando de menos que los dos partidos que tienen lideran social y políticamente a nuestra provincia, no estén apenas hablando de los problemas de Zamora, de sus carencias históricas y de sus expectativas (o no expectativas) futuras. Salvando las reiteradas apelaciones a la autovía Benavente Zamora, obligada para completar el trazado (con varios años de retraso) de la Ruta de la Plata, y la controversia meramente anecdótica, si no ridícula, en torno a la antigua prisión, poco o nada más se ha vertido sobre el futuro de nuestra provincia, y era el momento de hacerlo.

En esto, salvo a los candidatos que no son de Zamora. No es a ellos a quienes compete y, cualquier planteamiento taxativo que pudieran hacer al respecto, resultaría impostado o poco creíble. No, los zamoranos y especialmente quienes militamos en cualquiera de los dos partidos, debemos pedir a nuestros candidatos compromisos claros y concretos en nombre propio y de la fuerza política que encabezan, no de éxitos -sería injusto, pues poco es su peso y el nuestro en el conjunto de España- pero sí de que van a plantear, reclamar y luchar por unos cuantos objetivos que puedan romper la negativa pendiente por la que cae Zamora. Aquellos objetivos irrenunciables por los que van a luchar como abanderados nuestros, de los alcaldes y concejales de la provincia, de los empresarios y trabajadores, de las familias zamoranas, de los jóvenes, del futuro de todos los ciudadanos.

No se trata de caer en la demagogia, ni de exacerbar el particularismo que criticara Ortega, pero sí de cumplir con la responsabilidad que para con Zamora adquirieron al aceptar su candidatura, que no debería ser premio, sino oportunidad de demostrar. Confiaría más en ver en esa actitud en unos que en otros, y aún están a tiempo, pero por el momento…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Rubal-K.O.

La misma noche en que Rajoy y Rubalcaba subieron al cuadrilátero de la pantalla televisiva en el primer asalto de un combate en el que el que gane será presidente y el que pierda quedará amortizado, fue también el día en el que cayó del ring de la vida Joe Frazier, boxeador, que dicen, con tan magníficas cualidades pugilísticas que lo llevaron a ser campeón del mundo en el primer deporte del hombre y el que más naturalmente practica.

Rubalcaba, que se sabe perdedor en todas las apuestas, necesitaba asestar a su contrincante un devastador gancho de izquierda que le permitiera dar alas a los suyos y cambiar, o al menos suavizar, los negros presagios que sobre él se ciernen para cuando suene la campana del 20-N. Ése era, precisamente, el golpe con el que descerrajaba las puertas del triunfo y desvencijaba las mandíbulas rivales “Smokin Joe”. El gancho de izquierda. Con él consiguió la inmortalidad al derrotar al mítico Muhammad Ali en el Madison Square Garden neoyorkino hace cuarenta años, en el que pasó a la historia como el combate del siglo.

Rubalcaba trató de amagar con él, pero su brazo, duro, consistente, inmisericorde cuando era número dos de otros y había que tapar escándalos o propinar golpes bajos, se vio convertido en plexiglás, marcando pero sin atizar. Rajoy salió de ganador y terminó ganando el debate con su mandíbula indemne, por su solidez y porque Rubalcaba salió de perdedor de antemano. Éste, sin más estrategia que la escaramuza, con la que está cayendo, bastante tiene con tratar de evitar el desastre, “su” desastre y el de Zapatero, quien ha debido tornarse innombrable, pues ni una sola vez lo citó.

Es verdad que los debates son hipérbole, teatralización de la lucha dialéctica entre uno y su contrario y que en el tiempo moderno más que nunca, importa tanto la forma –quizás más- como el fondo de lo que se defiende, y que de ellos no se deben extraer más conclusiones que las que supongan confirmar o matizar la impresión que de los protagonistas, de su ideario, de su compromiso, de su acción política y de su credibilidad ya se tenga uno conformada, pero uno solo puede convulsionar el suficiente número de votos como para ser determinante.

Rajoy no ha perdido uno sólo de sus votos, el K.O. llegará en las urnas del 20, ahora bastaba con ganar a los puntos. Lo hizo sin demasiado esfuerzo, sin necesidad de batirse con la finura de la esgrima, sin hacer un especial ejercicio de cintura o lucirse como los oradores brillantes. Rajoy no generó tracas ni fuegos de artificio; quizás sea mejor así, no los necesita para ganar y, en esta hora de España, dura y cruda, la sobriedad en el golpear, la consistencia en el actuar, son mejor receta que el más efectista de los ganchos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Levantados de cascos

Pues claro que es conducción temeraria ir en un ciclomotor de la misma guisa que en el cartel de la película que acaba de denunciar la Dirección General de Tráfico. Pero no porque los protagonistas aparezcan sin casco, lo cual no deja de ser una tontería supina, en la que sólo unos tontos -de estos tontos postmodernos que tanto florecen últimamente- podían fijarse. Tratándose de una película, todo el mundo, salvo Pere Navarro, sabe que es ficción. No, la conducción temeraria viene, esté en marcha la Vespa o parada, de saber que quien va pegada a tu espalda es Julia Roberts.

Como es pequeño el ridículo internacional que llevamos haciendo a lo largo y ancho de toda la era zapateril, teníamos que poner la guinda al pastel. Al “Visit Spain”, el ingenioso lema que acompaña nuestra promoción turística en los últimos tiempos, habrá que añadir la coletilla “con casco, please”. Ahora, lo que más me gusta es el argumento, dicen que el cartel incita a la conducción temeraria, con la utilización de unas imágenes innecesarias. Yo no sé de dónde se han sacado al tal Navarro, pero una de dos y sin respeto de ningún tipo, o este tío es idiota o nos toma a todos por idiotas completos, y como no puedo creer que un tan alto cargo sea idiota, aunque a algunos pudiera parecérselo y otros también lo parezcan, debe ser que nos toma a todos por auténticos lelos.

Por esa regla de tres de la incitación, van a acabar con el déficit público multando a todas las películas de James Bond, que eso sí es conducción temeraria. Con ese criterio, qué contar de otros ámbitos. Tendrían que multar todas las películas de Tarantino por incitar a la violencia cruel y sanguinaria, o a la utilización de todo tipo de armas, o por la exhibición de imágenes “innecesarias” en Reservoir Dogs o Kill Bill por ejemplo. También a las Junglas de Cristal de Bruce Willis por incitar a los estragos o, volviendo con Julia Roberts, a Pretty Woman por incitar a la prostitución con final feliz.

Del cine español no hablemos, pero pongamos sólo un ejemplo, ahí está Paz Vega en el cartel de “Lucía y el sexo” sobre un ciclomotor, sin casco, casi sin ropa y sin multa, en uno de los carteles más atractivos que se recuerden y puedo asegurar que por mucha incitación que eso haya supuesto, no suelo cruzarme en carretera con muchas chicas imitando a la protagonista.

La que está cayendo y nosotros con éstas. Cinco millones de parados y nosotros con éstas. En las películas y los programas de la nueva intelectualidad, bazofia pagada a precio de oro y nosotros con éstas… Ya de puestos, que, en el escaso, aunque todavía excesivo, tiempo que les queda, Rubalcaba, Pajín y Blanco aprovechen el tirón y lancen una campaña conjunta y polivalente: “Campeón, sin casco ni con la Roberts”.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

7.000 millones, más o menos

De Machado y sin licencia, tomo prestados y deformo, “Humanito que vienes al mundo te guarde Dios, uno de los dos hemisferios ha de helarte el corazón”. Somos esclavos de las apariencias de realidad más que de la realidad misma. Decía el político y escritor Benjamin Disraeli que “hay tres tipos de mentiras: mentiras pequeñas, mentiras grandes y estadísticas”. La caza del nacimiento del habitante 7.000 millones del planeta Tierra forma parte de éstas últimas y sólo de ellas, aunque se haya colado en cada rincón del mundo merced al afán de notoriedad de los medios de comunicación y el papanatismo (según la RAE, actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica) de quienes los seguimos.

Porque a quién puede importarle y cómo puede saberse quién es el habitante simultáneo 7.000 millones. Como si un ordenador omnipotente, un Gran Hermano orwelliano, un ábaco infinito, llevaran el cómputo, segundo a segundo, tic-tac, tic-tac, de quién nace y de quién muere en este valle de lágrimas. Si como en las encuestas electorales a lo máximo que podemos aproximarnos es a un margen de error del más o menos cinco por ciento, o sea, unos trescientos cincuenta millones de habitantes más o menos sólo entre China, India y el continente africano. Como para ponerle nacionalidad, filiación, cara y nombre al nacido siete mil millones.

Vanidad y soberbia humanas, que no pueden admitir que hay cosas imposibles de saber. Filipino, ruso, indio, nos bombardean y, sin embargo, nadie puede decirnos si aquél que la casualidad quiso que naciera conformando ese cardinal no fue uno de los 10.000 niños que mueren cada día en el mundo recién nacen. O cómo lograr esa exactitud infinitesimal, habida cuenta de que con independencia de los que fallecen con edad superior, hay un  menor de cinco años que muere, puerca estadística, cada tres segundos. 27.000 al día, unos nueve millones al año, de enfermedades fácilmente curables en muchos casos, de hambre, de abandono, de vergüenza del género humano…

Por qué nos preocupamos tanto (aunque sólo serán unas horas, “tempus fugit”) por saber quién es el siete mil millones y no por quiénes rebosan las grandes bolsas de miseria, hambre y desesperación. Será, es, porque da mejor en la pantalla del televisor que llena nuestro salón al mediodía, la carita sonrosada y apretada de un bebé custodiado entre ropitas y abrigado por manos amorosas, que las tripas hinchadas, los ojos hundidos en sus cuencas y los huesos que amenazan traspasar la piel a ellos pegada, al abrigo de las moscas y el llanto de la incomprensión de aquellos que no nacieron para la ternura.

A pesar de que el mundo va siendo un poquito mejor cada vez aún no hemos llegado a que más que el siete mil millones nos preocupen, y nos ocupen como merecen, buena parte de los otros 6.999.999.999 o los que sea que seamos.