domingo, 24 de mayo de 2020

Cosas que ya se han visto

También yo pensaba que lo de insistir tanto con Venezuela, salvo en lo referente a la inspiración fundacional y la financiación de Podemos, era un exceso dialéctico más propio de la necesidad de titulares en la lucha política que de un paralelismo posible entre España y nuestro país hermano. Cuarenta años de democracia sólida, moderna y occidental, iniciados con una transición ejemplar; estar integrados en la Unión Europea, en la Alianza Atlántica y en todos los foros internacionales de los países más avanzados y civilizados del mundo suponen, a priori, la garantía de no retorno hacia la pérdida de libertades democráticas, el enfrentamiento social o el espíritu guerracivilista. 

No soy dado al alarmismo irracional y sin embargo por primera vez siento un cierto temor, que en este caso es también un temor cierto, sobre los riesgos para la convivencia en España a muy corto plazo. E inevitablemente pienso en Venezuela y los venezolanos. Lo que se empieza a atisbar en la actuación del gobierno es nítidamente el germen de lo que he visto en avanzado estado de desarrollo en Venezuela.

Entre 2012 y 2016, gobernando primero Chávez, luego Maduro, he visitado Caracas por motivos profesionales hasta en 6 ocasiones. Allí he visto a mi lado a miembros del gobierno y de sus equipos defender convencidos que lo mejor para “el pueblo” es que la actividad económica privada vaya desapareciendo, ya sea a través del “¡exprópiese!” famoso, ya a través del atosigamiento a los empresarios. Allí he visto el fracaso de la planificación colectiva para la mejora de la agricultura, convirtiendo terrenos fértiles de propietarios individuales en parcelas casi improductivas. La búsqueda de la extensión de la subvención como modo de vida y de dependencia del régimen, del partido, del sindicato. Allí la misión vivienda, misión verdad, misión Venezuela bella, misiones sociales. Distintos nombres para un solo objetivo, el control desde el poder de cualquier ámbito de la sociedad civil.

Allí funcionarios públicos que para consolidar su puesto de trabajo o conseguir promoción a superior categoría debían firmar un documento comprometiéndose (por ellos y por sus familias) a participar en las manifestaciones, mítines y actividades bolivarianas y a no asistir a cualquiera otra contraria al gobierno. Allí, al modo cubano, el espionaje al vecino, la persecución y hostigamiento a los medios de comunicación y a cualquier opositor. Los “motorizados” o “colectivos” que boicotean, amenazan o aporrean, cuando no disparan, en las manifestaciones contrarias a la dictadura.

Venezuela es un país magnífico, lo que se dice “un país rico”, pleno de recursos naturales y minerales, con las mayores reservas petrolíferas del planeta, privilegiado para la agricultura, la industria de transformación de materias primas y el turismo. Venezuela fue no hace tanto, posiblemente, la democracia más avanzada y una de las economías más desarrolladas de Sudamérica. Aunque aquejada por una fuerte corrupción política, (no mayor que la actual), cuando los venezolanos veían las dictaduras de cualquier signo que se implantaban en el área pensaban que era imposible que eso ocurriera en su país.

domingo, 17 de mayo de 2020

Miércoles

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?… Con estas palabras comienza “Conversación en La Catedral”, una de las novelas cumbre de Mario Vargas Llosa. En ella aproxima al lector a la ruina moral que asola a su país bajo las botas de la represión y la corrupción bajo el gobierno dictatorial del país sudamericano.

Cuando en 1976 Juan Genovés dio el último retoque a su cuadro “El Abrazo”, España se abría ilusionada tras la muerte de Franco a un proceso de reforma para, de la ley a la ley, dejar atrás la dictadura y hacer un comprometido y generoso esfuerzo desde todas las ideologías y sectores sociales por sellar la reconciliación y caminar hacia la democracia con la promulgación de una Constitución que por fin hiciera que España, en contra de lo que decía su más exitoso lema turístico, dejara de ser diferente. El propio artista, fallecido, en plena metáfora este viernes, consideraba el lienzo representativo de “las miles y miles de personas que luchamos para que nuestro país no fuera diferente. Este cuadro representa la reconciliación de los españoles”.

Así, fue elegido por Amnistía Internacional para el cartel que solicitaba la amnistía tras el franquismo. Así se convirtió también en aquellos años complejos y convulsos en  escultura como monumento en memoria de los abogados laboralistas asesinados por ultraderechistas en su despacho de la calle Atocha en 1977. Hoy, tantos años después y tras el periodo más extenso de paz, concordia y prosperidad de la historia moderna de España, empezamos a sentir el riesgo de que si no ya, sí en poco tiempo, echaremos la vista atrás y con sangrante nostalgia, como Zavalita, el personaje de Vargas Llosa, habremos de preguntarnos cuándo se nos ha jodido España.

Siempre ha habido, desde uno u otro extremo posiciones montaraces, negacionistas de la reconciliación y el mirar al futuro; retrógradas y empeñadas en avanzar hacia la restricción de las libertades individuales, del derecho a la propiedad o a la libertad de pensamiento; pero siempre han sido durante estos lustros meramente testimoniales. También se mantenían, básicamente entre adolescentes de sangre caliente y seso aún blando y poco cultivado, los apelativos de “facha” y “rojo”. Pero que estas posiciones se sostengan ahora desde el propio gobierno de la nación y se enfrenten por una nada menospreciable parte de la oposición muestra solo el peor de los augurios. 

En el libro de Llosa, al cerebro de la represión dictatorial que se llama Cayo Bermúdez, se le nombra como Cayo Mierda. En Colombia, los cuidadosos con el lenguaje, para no utilizar el nombre común de los excrementos, lo sustituyen por la palabra miércoles. Decía Antonio Machado que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Ahora que se nos ha muerto el abrazo, los que creemos en la libertad, la convivencia y la moderación, quizás debiéramos empezar a preguntarnos en voz alta: ¿En qué momento la convivencia en España se nos ha llenado de miércoles?

domingo, 10 de mayo de 2020

El beso más dulce. El adiós más amargo

El ser humano es la única especie que entierra a sus difuntos en un intento de preservar la presencia del ser querido que ha desaparecido y proteger el cuerpo de la profanación por alimañas. Los neandertales enterraban a sus muertos poniendo los cadáveres en posición fetal, en tumbas de poca profundidad, según recogen antropólogos, como una solución práctica al deseo de permanecer cerca y proteger los cuerpos de aquéllos con los que se compartió toda una vida.

En la agonía, existe un momento a partir del cual toda manifestación externa de vida se concentra en la respiración -en la antigua Roma se equiparaba el alma con la respiración-. Inspirar-expirar es ya la única diferencia entre ser y no ser, estar y no estar. Acompañar en el instante del tránsito de la vida a la muerte es mucho más que el dolor del adiós. Pasar en caricia la palma de la mano por la frente aún tibia de quien nos deja o sellar sus párpados con la yema de los dedos son la más íntima comunión de la carne y el espíritu. Posar los propios labios sobre los amados labios ya evanescentes, el beso más dulce para el adiós más amargo.

La avalancha de muertes precipitada por el coronavirus inunda de dolor por la desaparición a miles de familias, privadas, inesperada y dramáticamente, no solo de la vida de uno de los suyos sino de la posibilidad del acompañamiento en los últimos momentos y en la despedida final. También a esto afectan las normas.

El rito es consustancial a las fases de la vida. También a la muerte. En los pueblos foré de Nueva Guinea los familiares femeninos del muerto consumían su cerebro. En el norte de la India se daba a las viudas la oportunidad de reunirse con su marido muerto, en la hoguera funeraria; muchas lo elegían, aunque más motivadas por la presión de los parientes del marido y el temor a un futuro de aislamiento y hambre. Cuando una persona fallecía en la antigua Grecia los ritos comenzaban con el paso conocido como prothesis, en el que el cuerpo era expuesto para la honra de sus personas cercanas, como muestra de su muerte física, cuando aún su espíritu no había desaparecido del todo. En el judaísmo, el cadáver se lava para su purificación y se envuelve en un sudario blanco. En el budismo se suele leer el Libro de los Muertos al difunto para ayudarle en el bardo o estado intermedio entre esta vida y la siguiente. En el cristianismo el velatorio conlleva el componente psicológico de reconocer que la persona ha muerto, que no es un sueño y no está sola. 

Si hay un dolor que comparto especialmente, es el de aquellos que se están viendo impedidos de compartir con sus seres queridos esos últimos instantes que, desde que el hombre tuvo su primer atisbo de inteligencia y consciencia de sí mismo, son sagrados en toda religión y cultura.

domingo, 3 de mayo de 2020

Profesionales

Si algo permite la crisis que vivimos a cuenta del nuevo virus chino es constatar y acreditar el grado de profesionalidad, de voluntad, vocación y cumplimiento del deber de nuestros profesionales en todos los ámbitos. Escribía hace unas semanas sobre la primera línea de defensa, médicos, enfermeros y resto del personal que presta sus servicios en los centros sanitarios. Con jornadas maratonianas, desprotegidos frente a la enfermedad y arriesgando sin recato su salud y la de sus familias, 

Igual podemos hacerlo respecto de otro sector en el que España es ejemplo de buen funcionamiento en tiempos de normalidad y lo ha vuelto a ser de manera sobresaliente en estos momentos críticos, los empresarios y trabajadores del sector farmacéutico que, no solo han estado a la altura desde el primer minuto sino que han sabido adaptarse en tiempo récord a las nuevas medidas de seguridad y necesidades de los usuarios. La farmacia y la distribución farmacéutica han permitido que hasta el último rincón de nuestra geografía haya tenido el abastecimiento necesario de medicamentos y que solo haya habido falta de aquellos productos que el gobierno asumió y anunció que iba a encargarse de suministrar, que ha retirado a los fabricantes o ha bloqueado en las aduanas. En estos tiempos en que  algunos enemigos de la libertad privada de empresa intentan resucitar el telón de acero del colectivismo o, por ejemplo, el gobierno sigue cobrando en impuestos la cuarta parte del precio máximo impuesto para la venta de las mascarillas, no viene mal recordar qué ha habido y qué ha faltado en las farmacias.

Podemos hablar de la profesionalidad del sector de la alimentación minorista, mayorista y de toda la cadena de producción y distribución, pese a los augurios fatalistas de los primeros días que poco menos que amenazaban con el desabastecimiento y el hambre. Podemos hacerlo de multitud de otros profesionales, del transporte o las reparaciones, autónomos y pequeñas empresas de todas y cada una de las actividades económicas porque, a pesar de todo, la sociedad ha funcionado sustancialmente mejor que sus gobernantes.

Como también están cumpliendo los servidores públicos en las fuerzas de seguridad y en otros ámbitos de la administración. Entre ellos quiero dar un reconocimiento muy especial a maestros y profesores. Han tenido que reinventarse uno a uno, sin directrices ni prácticamente dotación de medios y, en lo que personalmente conozco, con éxito indiscutible. Para hacer llegar a sus alumnos los contenidos del programa, para mantener la continuidad en la tensión escolar y el ritmo de aprendizaje. Incluso para acompañar, no menos psicológica que académicamente, a sus alumnos ante tan anómala privación de libertad y movilidad.

La gran y buena política es la que sabe gestionar y liderar el potencial de la sociedad en conjunto como suma del de sus individuos en cada tarea o actividad profesional. La  mediocre es la de la desconfianza frente a esa sociedad a la que debe servir. La de las cadenas al talento individual en aras a una uniformidad inorgánica, burocrática, totalitaria.