domingo, 29 de enero de 2012

Zamora. Emprender el futuro

Quizás en no demasiado tiempo tengamos que empezar a pensar distinto y dejar de preguntarnos cuál puede ser el futuro de Zamora o de cada uno de nuestros pueblos y comarcas para pasar a preguntarnos si existe algún tipo de futuro para ellos, distinto del no futuro. La población disminuye año tras año en nuestra provincia y el envejecimiento cada vez mayor. El saldo de la suma de los que nacen y los que vienen es netamente deficitario frente al de los que fallecen y se van.

Esta decadente evolución se mantiene en épocas de bonanza y se acelera en épocas de crisis como la actual y en ambos momentos, como en cualquier ámbito geográfico al que acudamos, mantiene un mismo patrón de funcionamiento y con un mismo catalizador que favorece o perjudica el flujo demográfico. No es otro que la mayor o menor capacidad para generar empleo, para mantener ocupada a la parte de la población en edad y con necesidad de trabajar y de generar ingresos para sí mismos y para retroalimentar al conjunto de la sociedad.

Cuando resulta que de los ya menos de doscientos mil habitantes que aún residimos en nuestra provincia sólo 64.900 estamos ocupados, el dato no es precisamente estimulante, pero cuando además vemos que éstos son mil quinientos menos que hace tan sólo un año, verdaderamente asusta. Mal panorama. Por un lado la población del conjunto de la provincia se va reduciendo, con lo que hay menos masa crítica para generar emprendedores que puedan crear empleo y menos consumidores para hacer rentables las inversiones empresariales; por otro una población cada vez más envejecida supone inevitablemente un menor número de nacimientos y uno mayor de defunciones, con lo que de menos iremos a muchos menos en las próximas décadas.

Es lógico, pues, que se genere desilusión por la falta de expectativas razonablemente positivas para los más jóvenes de poder hacer su vida aquí, lo que vuelve a ser un elemento disuasorio para quienes pudieran plantearse invertir en Zamora y desarrollar empresa. La espiral es diabólica y para salir de ella, se requieren de manera perentoria dos tipos de acciones. El debate profundo en torno a la propia estructura administrativa de la provincia, con 248 municipios (y 500 núcleos de población) para tan escaso número de habitantes, cuando en no demasiados años, en una buena parte de nuestros pueblos apenas habrá casas con vecinos. Hay que valorar si los escasos recursos no deberíamos ir orientándolos hacia una estructura más sostenible, más capacitada para sobrevivir. En segundo lugar, el estímulo y la ayuda decidida y por todos los medios posibles, presupuestarios, fiscales, educativos y de reconocimiento institucional y social a los emprendedores, a quienes crean sus pequeñas, medianas o grandes empresas, sobre todo en las áreas rurales.

Ese es el compromiso social y político que deberíamos asumir para anticipar una salida a lo que de otro modo es inevitable.

miércoles, 25 de enero de 2012

Llamaradas reformistas

Empezamos bien el año. No han llegado aún las Candelas y ya el Fondo Monetario Internacional dice no creerse nada de lo que España le cuenta. Los señores del brillante lado oscuro, o sea, de la pasta en estos tiempos truculentos, no creen que el Gobierno pueda cumplir con el objetivo de déficit comprometido con Bruselas para este año, que es del 4,4% y lo alza en sus previsiones hasta el 6,8%, vamos, un desfase superior al 50%. Por si fuera poco, si nuestro compromiso para 2013 es del 3%, presagian un desfase en las cuentas del 6,3€, lo que supondría un incumplimiento superior al 100%.

Esto tiene importancia porque cada décima de desviación sobre la previsión de déficit supone mil millones de euros de ajuste adicional necesario; casi nada. Quién habló de los 100 días de gracia. Que se proteja Rajoy, porque a este paso, las llamaradas que el lunes lanzaba el sol en una extraordinaria explosión y vienen dirección a la Tierra, terminan en la Moncloa haciendo hoguera en la barba de su ilustre inquilino.

Hay tiempo para hacer que no se cumplan presagios tan agoreros, pero no mucho. Para que no se nos olvide, día sí, día también, todo nos recuerda que hemos hecho las cosas tan mal y durante tanto tiempo, que solo a base de reformas y más reformas podemos darle la vuelta a la situación, recuperar la confianza internacional y también nuestra autonomía y soberanía como nación.

No bastará subir impuestos y ligeros recortes. Para que las cosas salgan bien y más o menos a tiempo, las tijeras van a volverse romas de tanto separar con su filo lo esencial de lo prescindible, lo necesario de lo superfluo, en todos y cada uno de los escalones administrativos del gasto de nuestro Estado. Todo sea por el bien de la sociedad, aunque ese bien vamos a tardar en verlo.

Claro que lo mejor de este clima y el beneficio más a corto plazo, viene dado porque esas llamaradas reformistas en lo económico se extiendan a otros órdenes no económicos sino de principios y de ordenación institucional. A la vuelta de la sensatez en el despropósito nacionalista-independentista, a la regeneración política y de los comportamientos éticos y sociales y al respeto a la Constitución y las leyes. Estos son y no los monetarios, los verdaderos valores subyacentes de la prosperidad y el futuro de un país.

En este sentido, de entre las escasas reformas ya anunciadas, la más importante se comprometió ayer, la de la fórmula de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, buscando liberar siquiera mínimamente al tercero de los poderes del Estado, del yugo de los otros dos. Como obra humana, la Justicia puede errar, pero peor que cualquier equivocación es la manipulación, la visión sesgada. La venda en los ojos posibilita la igualdad para todos a la hora de su aplicación, el control político garantiza la injusticia.

domingo, 22 de enero de 2012

Billete de ida y vuelta

Son los políticos que más veces repiten que están pensando en dejarlo, los que casi nunca se van. Hay nombres, en cualquiera de los partidos, a los que llevamos lustros e incluso décadas escuchando anunciarnos que va llegando el momento de dejar la vida política. Unos por edad, otros por salud, algunos la familia o simplemente porque toca. No es, necesariamente, que no lo digan convencidos, pero de entre ellos, al final casi ninguno termina yéndose voluntariamente, por fácil que resulte hacerlo.

Por eso no es de extrañar que cuando ciertos “históricos” han de volver a sus desempeños anteriores, merezcan páginas destacadas de periódico. Hace un par de días, La Opinión-El Correo de Zamora nos mostraba la nueva estampa de Jesús Cuadrado, hasta hace poco intocable parlamentario socialista, de vuelta a su ocupación civil. No estamos habituados a ello, quizás porque salvo cuando los resultados electorales son tan catastróficos que no dejan opciones para casi nadie, suele reservárseles una ocupación que siga estando en los alrededores de la política. Algo así pasó en el paréntesis de cuatro años que en su momento vivió García Carnero, hoy el mejor de nuestros parlamentarios (o al menos el que de entre ellos, tiene el cargo más destacado), personaje de perfil bastante simétrico al de Cuadrado y que cursó su relativa travesía del desierto con despacho y sueldo en Educación, aunque sin necesidad de funciones.

Qué quieren que les diga, lo de Cuadrado volviendo a las aulas me parece de lo más saludable para nuestra democracia. El mero hecho de que parezca una rareza, supone resaltar uno de los males que afectan en esta era a la que debería ser una de las ocupaciones más nobles de la actividad humana. La falta de permeabilidad de individuos entre el ámbito político y la sociedad civil. La política como compartimento estanco que se rige por sus propios códigos de acceso y permanencia y que, a veces, poco tienen que ver con la democracia o con el mérito y la capacidad.

No será porque congreso tras congreso los partidos no reiteren machaconamente su deseo, su intención y su compromiso por abrir puertas y ventanas a la sociedad, por buscar a los más capaces, a los más representativos de entre los ciudadanos. Lástima que luego, salvo en contadas excepciones, todo se reduce básicamente a la rotación de una plantilla más o menos fija de nombres y cargos. Funcionarios políticos y políticos funcionarios, todo se funde y se confunde.

Por esos hábitos y costumbres es por lo que nuestro parlamentarismo es hoy mucho más pobre que el de las primeras legislaturas de la Transición. Por eso cuesta cada vez más que gentes de peso, los mejores de nuestra sociedad, se comprometan con el servicio público que la política debería representar. Por eso la política pierde crédito. Se echan de menos más billetes de ida y vuelta.

miércoles, 18 de enero de 2012

Fraga, más que personaje

Parafreaseando el título de aquella película, nadie hablará (mal) de nosotros cuando hayamos muerto, aunque eso implica como contrapartida que (casi) nadie hablará bien de nosotros mientras estemos vivos. Nuestro proverbial comportamiento cainita se suaviza notablemente cuando el velo de la muerte cubre los ojos de uno de nosotros, ya sea de «los nuestros», ya de «los otros». Cierto es que esto no suele durar mucho y poco después vuelven a revivirse los ánimos de las vísceras y, en otra de nuestras aficiones favoritas, escribir y reescribir la historia una y mil veces, hasta dejarla tan tocada que queda irreconocible.


El fallecimiento de Manuel Fraga no deja de ser uno más de entre esos casos. Soy de los que cree que Fraga es uno de esos grandes, grandísimos personajes que la historia nos regala solo muy de cuando en cuando, en los que el hombre siempre es superior al personaje por inmenso que éste parezca. Alguien capaz de escribir más de cien libros y de concitar entre seguidores y detractores la unánime opinión de que es alguien a quien le cabe en su cabeza el Estado (y muchas otras cosas más), es sin duda un personaje digno de admiración.

Pero alguien que además es capaz de superar todas las vicisitudes que la vida trae acarreadas, sin modificar un ápice su forma de ser, de actuar, de manifestarse, para bien o para mal, es mucho más que un personaje, es una persona de la cabeza a los pies y por ello, mucho más digna de respeto, aunque no sea precisamente eso lo que se estila entre sus contemporáneos.

Vivimos épocas de tribulación en las que las cabezas cuadradas, firmes sobre los hombros y bien amuebladas no cotizan precisamente al alza en el mercado de las vanidades que es la vida, pero viene bien que, aun siendo como consecuencia de acontecimientos luctuosos como el sucedido, los ciudadanos perciban que sigue habiendo y se valoran los comportamientos íntegros. No soy un fraguista de los que estos días han brotado como setas. El personaje me interesa lo justo, con sus aciertos y sus errores, con sus más y sus menos, con sus ideas, con su devenir histórico. Tampoco comparto a aquellos que juzgan el pasado, cercano o lejano, bajo los parámetros y convenciones sociales del mundo de hoy.

Pienso que a cada cual hay que valorarlo -más que juzgarlo- en función del momento en que le tocó vivir, de la circunstancia de que hablaba Ortega, y es éste caso, Fraga Iribarne sale realmente bien parado. Pero como decía, en un momento en el que se buscan cabezas huecas que digan solo aquello que se quiere escuchar por mentira que sea, voces que suenen bien y no rocen con sus aristas, pensamientos vanos que no incomoden las conciencias, es cuando el nombre, la imagen y el ejemplo de Don Manuel, alcanzan su verdadera medida.

domingo, 15 de enero de 2012

Políticos

Seguro que en estos procelosos tiempos voy a contracorriente. No será popular, pero es que la mayoría de los políticos no son los que con más frecuencia salen en los medios de comunicación. La inmensa mayoría de quienes se dedican a la política no tienen sueldo, ni grande ni pequeño, ni dietas, ni beneficios, ni ostentan representación remunerada en órganos, consejos o cajas.

Conozco personalmente a muchos alcaldes y concejales de cada uno de nuestros pueblos, que no sólo no tienen que pelear por ir en una candidatura, sino que son los partidos y sus convecinos los que tienen que pedirles, a veces con insistencia casi abusiva, que cubran unos puestos a los que nadie aspira. Que luego desarrollan un ingrato trabajo del que saldrán sin ningún amigo nuevo y con varios perdidos en el camino. Que cuando sus convecinos disfrutan las fiestas, ellos tienen que aguantar las quejas, las críticas y hasta los desplantes. Que hacen de fontaneros, cerrajeros, electricistas, policías y mediadores en los conflictos ciudadanos. Todo ello, gratis total y, habitualmente costándoles algún que otro euro de su propio bolsillo. Esos son los otros grandes privilegios de nuestra “otra” clase política.

Difícilmente puede tener motivación en la ambición la actividad de todos ellos. Tampoco en otros ejemplos. Podría contarles el caso de un compañero concejal que entró en candidatura sin haber dicho nunca que sí al ofrecimiento que le hicieron, pero que por amistad hacia quien se lo propuso y lealtad y responsabilidad con respecto a su ciudad, no se atrevió a mantener su tajante no inicial y se incorporó a la vida política.

Pero incluso entre quienes acceden por vocación, deseo de participación pública o ambición política y cobran por desarrollar sus funciones en el ámbito de lo público y en la amplia esfera de la política, son muchos más los que lo hacen legítima y honradamente. Trabajan y luchan por aquello en lo que creen, tratan de ser útiles y de atender lo mejor que saben al ejercicio de su responsabilidad.
Sin embargo, ésta va quedando entre los ciudadanos, como la otra política, mientras que “la una”, la mediática, la que parece subsumirlo todo es la de los casos de corrupción, la prepotencia, la soberbia, la irresponsabilidad, el abuso en lo político, en lo económico y en lo moral. La de la subvenciones amañadas a cambio de apoyos o favores. La de los escándalos económicos, la de Roldán en calzoncillos, la del chofer del de la coca, los regalos y las putas a precio de ERE.  
De ahí la necesidad de la regeneración política, de la máxima democratización de los sistemas electivos, institucionales y partidistas,  para que la inmensa mayoría de los inmersos en la cosa pública pueda decidir libremente sanear, castigar, preterir a quienes hacen de lo público su cortijo particular. En las urnas ciudadanas y en los congresos de militantes. O los partidos lo asumen o los ciudadanos se los saltarán.

domingo, 8 de enero de 2012

Zapatero frente a ZP

Escuché ayer a Chacón presentando su candidatura a liderar la travesía del desierto post-zapaterista a la que las urnas han condenado a su partido tras la debacle del 20 de noviembre. Vi imágenes de Rubalcaba en Valladolid, ejemplo claro como capital de Castilla y León de todos aquellos sitios donde los electores dieron la espalda a los postulados y candidatos socialistas.

Mil padres tiene la victoria mientras que es huérfana la derrota. En ambos candidatos pude percibirlo. Original espectáculo, ver a dos de las imágenes más representativas de la era ZP buscando destacar las diferencias de sus proyectos, sin un atisbo de autocrítica, de reconocimiento de que con su aplauso ciego, su lealtad mal entendida, su peloteo oportunista, contribuyeron tanto al fracaso de España como al hundimiento de sus siglas.

Ambos estaban allí, en destacadísimo puesto. Cómo recordar al ya expresidente sin que vengan a la memoria la faz y la voz de Rubalcaba en la jornada de reflexión de aquel marzo de la infamia de 2004. Imposible no asimilarlo con la estrategia, el gesto y la palabra del gobierno que durante 7 años ha administrado -si es que tal palabra es aplicable al caso-, España. Imposible es alejar de la imagen a Chacón mandando que manden firmes una vez dado el paso clave en una ministra de diseño concebida desde el primer día para la posible sucesión. Era necesario que una catalanista muy acomodada en lo económico, en permanente juego de complicidades con el independentismo, un producto del marketing, pasara por varios ministerios de los de no quemarse y sí resaltar.

Ahora se ejercitan los candidatos en una actuación loable, dentro de lo limitada que aún es, como es la de la celebración de un congreso con más de un candidato. No es un proceso democráticamente auténtico, ni siquiera unas primarias más o menos abiertas, pero es mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver en el imperio de los partidos, o mejor dicho, de ciertos grupos de poder institucionalizado en el seno de los partidos políticos.

Sea cual sea el resultado, del enfrentamiento el PSOE saldrá reconfortado, en contra de lo que dicen muchos aplaudidores oficiales de otros métodos y sistemas. A tres años de las próximas elecciones no es verdad que sea más arriesgada la participación de los militantes en su conjunto (si bien de forma relativa, pues al final es un número limitado de compromisarios el que toma la decisión) que la designación digital o en petit comité. Nadie ha conseguido nunca demostrar que unos cuantos ya asentados, se equivoquen menos que la voluntad agregada de muchos miles.

Pero mejor iría si ambos empezaran por reconocer y asumir como propios los más graves errores cometidos por un Gobierno en muchas décadas, pedir perdón a sus militantes y a los ciudadanos por la tragedia en que nos han sumido y, claro, proponer al menos un par de ideas creíbles. Aún están a tiempo.

miércoles, 4 de enero de 2012

Año nuevo, vida…


No me gustan las subidas de impuestos. No me gusta ninguna subida de impuestos porque parto de la premisa de que después de décadas subiendo el porcentaje de la riqueza del país que gestiona el Estado, va siendo hora de que baje. No me gusta porque supone detraer fondos de la sociedad civil para dárselos a la maquinaria institucional. Se retiran de allí donde pueden generar empresa, empleo y riqueza para pasarlos a allí donde más ineficiente es su gestión y su resultado.

No digo que no me guste que haya impuestos, es un mal necesario que los haya, es necesario el sector público y que el Estado, es decir todos los ciudadanos en conjunto y en función de las posibilidades de cada uno, contribuyamos a cubrir un umbral mínimo de servicios para todos y especialmente para los más desfavorecidos. Lo que no me gusta es que suban sin límite porque algunos, desde el socialismo primero, desde la socialdemocracia después, hayan conseguido introducir en el imaginario colectivo el falso paradigma de que todos los servicios imprescindibles debe prestarlos directamente el Estado, de que todos los servicios (cada vez más) son imprescindibles y de que es imprescindible prestarlos gratuitamente (o casi gratuitamente) a todos los ciudadanos, sea cual sea su nivel de renta o patrimonio, incluidos por lo tanto, los más pudientes. No sé por qué extraña razón un “mileurista” tiene que pagar los estudios universitarios o los gastos farmacéuticos de un milmillonario.

No me gustan las subidas de impuestos porque no es verdad que los que más paguen sean los que más tienen, por muy progresiva que se quiera hacer la fiscalidad. Los que más sufren cualquier subida son los que menos tienen, y quienes en mayor medida la soportan son las clases medias que, por otro lado, son la columna vertebral de cualquier sociedad que aspire a ser estructuralmente equilibrada.

Por todo ello, no me gustan las más importantes de las medidas adoptadas por el gobierno del PP en su primer Consejo de Ministros, urgidas por la necesidad de equilibrar las cuentas públicas, de atajar el déficit que provoca el exceso de gasto y la reducción de ingresos en lugar de apostar por la dinamización de la economía real, la que cada mañana hacen, uno a uno, con su trabajo o con su emprendimiento los ciudadanos.

Pero una cosa es que no me gusten y otra que no las comprenda o apoye. Con el agujero de las arcas públicas que se va descubriendo sobre el que ya se había reconocido y toda Europa pendiente, la situación de nuestra economía y nuestras finanzas es tan crítica y tan dependiente del exterior que seguramente no quedaba otra que empezar por este paso y, cuanto antes mejor.

Ahora faltan las otras, las de liberalización económica y control del gasto. No tengo duda de que el Gobierno las tomará y a partir de ahí las cosas empezarán a cambiar. La alternativa ya sabemos cuál es, aunque no terminemos de creérnosla.