En estos estúpidos tiempos que corren para muchas cosas, habrá quienes consideren síntoma de machismo (o un micromachismo, como dicen los necios que ahora diseñan los nuevos lenguajes de la corrección social y política) decir que es un gran hijo de mal padre y mala madre aquél que le pone la mano encima a una mujer. Y un puñetero hijo de Satanás aquel que diga: la maté porque era mía -o porque nunca quiso serlo-.
Seré machista por decirle a los hombres de cualquier edad y condición, que es fácil utilizar la fuerza bruta, que eso está al alcance de cualquiera con brazos y piernas y un mero músculo en funciones de corazón; pero que hay que ser muy hombre para no usarla en ninguna circunstancia de la vida, cuanto más en el enfrentamiento con la pareja, porque para eso hacen falta neuronas y corazón con alma además de músculo.
El caso es que mientras unos y otros, genérico también de unas y otras (malos tiempos corren cuando hay que explicar lo evidente), batallan por si la violencia es machista, sexista, de género, familiar o cualquier otro nombre que se les vaya ocurriendo, mujeres jóvenes y mayores, solteras y casadas, madres o no, siguen muriendo a manos de sus parejas y, en contra de lo que debería marcar el sentido común y el progreso educativo y en valores humanos, no menos este año que los precedentes.
Tanto es así que saltan las alarmas hasta de quienes piensan que los problemas de fondo se arreglan con frases bonitas, anuncios costosos y pintura en bancos y pasos de cebra como si los que eso hacen fueran niños de patio de colegio o lo que es peor aún, como si todos los hombres o la sociedad completa tuviéramos tendencia a cometer esos crímenes o a usar la violencia. O como ha dicho una parece ser que reconocida mema en televisión, es costumbre de los hombres matar a las mujeres. Solo que nos quieran engañar como a niños o que nos tomen por idiotas incapaces de valorar justamente las cosas justificaría esa norma no escrita en ninguna ley por la cual no se nos facilitan habitualmente los orígenes naturales y culturales de víctimas y asesinos.
Quizás si en lugar de acusarnos a todos los miembros del género masculino de violentos, machistas, agresores o criminales, y en lugar de empeñarse en hipersexualizar la vida de nuestros niños desde la más tierna infancia, se centraran las acciones en aquellos grupos o colectividades en los que los índices de violencia son muy superiores al porcentaje que representan sobre el conjunto de la población, lograríamos atajar un mal que amenaza con disparar el número de víctimas año a año.
Adelantaríamos bastante si en lugar de ciertas idioteces, se hiciera un esfuerzo por educar a nuestros niños en el respeto a los demás, a los referentes culturales de la civilización y a los derechos humanos y si tratáramos de que quienes vienen desde otras culturas asimilen que integrarse es también aceptar los cánones que rigen nuestro modelo de convivencia de corte occidental, humanista e ilustrado. Que el nuevo año nos traiga menos violencia y enfrentamientos y más sensatez.