domingo, 31 de enero de 2021

El arte de lo sencillo

Echamos la vista atrás y contemplamos los últimos once meses como una nebulosa, un plasma informe, un agujero negro que se hubiera tragado todo salvo su propia existencia. Nos sorprendemos cuando, viendo una película, leyendo una novela o revisando un vídeo familiar, nuestro subconsciente nos alerta, con aire de reprobación, de que no hay mascarillas o un grupo de diez, quince o veinte amigos se enfrascan en abrazos de celebración o en cánticos nocturnos de camaradería callejera. Nos parece antiguo ese escenario que quizá tenga apenas un año. Parece ciencia ficción lo que siempre ha sido real. Asumimos como real lo que parece emergido del infeliz mundo feliz de Huxley. 

Pero no es verdad que el virus chino haya creado una nueva normalidad, por mucho que periodistas hambrientos de titulares llamativos y políticos con menos aditamento mental que vacía grandilocuencia verbal repitan el mantra. Lo que han hecho el virus y la respuesta ante él ha sido romper la normalidad para dar paso a algo extraordinario en tiempos modernos aunque vivido ya antes en la historia.

No quiero una normalidad inundada de asepsia. Una nueva normalidad sin contacto social o grupal. En la que haya que ir embozados por miedo a lo que de malo nos puedan transmitir el de al lado o el de enfrente. No es normalidad aquella que te exige mirar a los ojos sin poder captar el rictus de reacción en los labios. La que impide dar la mano, palpar, rozar, besar o abrazar. No lo es aquella que transfigura al vecino en chivato, al amigo en un ser esquivo. No existe la nueva normalidad. Existe la normalidad y aquello que no lo es.

Esto pasará, nadie lo dude. Dan igual los agoreros que se enfangan en el discurso idiota de que ya nada será igual después de esta mierda. Se equivocan, como se han equivocado siempre quienes han querido anticipar los mismos efectos en otros acontecimientos históricos. Haremos que todo vuelva a ser igual. Como el niño que cae al suelo vuelve a caminar por mucho que la sangre haya amanecido en sus rodillas y se trate ya del enésimo intento. Volveremos a ser.

Ocurrirá más pronto para algunos, más tarde para otros que arrastren la cadena que dejan las secuelas o el puñal en el tórax de la pérdida de un ser querido, que es, a la postre, la única derrota verdadera e inapelable en esta vida. Y volveremos a hacer arte de lo sencillo. La amistad, las reuniones, los viajes o la noche. De escapar un fin de semana sin que se nos sospeche delincuentes. Brindar junto al crepitar de las brasas de una chimenea. Disfrutar de un concierto o un partido de fútbol en medio de una multitud o viajar sin que nadie te pare para preguntar de dónde vienes o a dónde vas. De compartir cánticos y aliento. Subir a un avión. Entrar en un restaurante o hacinarse en una playa. De vivir. Con normalidad.

domingo, 24 de enero de 2021

De la libertad a la opresión

Las redes sociales nacieron como un soplo de aire fresco. En juego de palabras, como la mejor expresión de la libertad de expresión individual. Frente al adocenamiento generalizado de los medios de comunicación tradicionales caídos en manos de grupos de poder económico o convertidos en instrumento político cada vez más dependientes de la subvención o la dádiva con dinero público, las redes sociales eran la vía de escape del individuo frente a la masa. Del libre pensamiento frente a la dictadura de lo políticamente correcto.

Casi la viva representación de la Arcadia feliz del anarquista, donde todo estaba permitido, todo se podía decir. Libertad en estado puro. El jardín del Edén antes de la manzana, aunque como aquel, pronto se pervirtió. El cara a cara va dando lugar al cara a pseudónimo, a la proliferación de perfiles falsos, al abuso en el insulto o el acoso organizado y polarizado y, amparándose en ello, a una serie de normas internas dentro de las redes que van restringiendo más y más la libertad de expresión de quienes -sigo con el juego de palabras- no se expresan de acuerdo a la corriente de pensamiento dominante dentro de “la oficialidad”.

Trump es un estrambote en su expresión pública. Ha elevado al máximo nivel la mala costumbre de los políticos del último lustro y de sus jefes de prensa, de comunicar en menos de doscientas letras, casi en exclusiva, con una cotidianidad imposible para el pensamiento profundo o la reflexión. Pero no un estrambote diferente de lo que lo son otros a lo largo y ancho del planeta y su extravagancia no puede justificar que los millonarios más millonarios de la tierra decidan “echarlo” de sus muros virtuales llenos de tantas mentiras y basura, para que no emborrone con sus “graffiti”, sin arte pero a contracorriente, los borrones que otros hacen a diario a favor de esa corriente del pensamiento vacuo pero “progre”. 

Ahora resulta que la corrección política, el marco en el cual podemos desenvolvernos libremente para transmitir lo que pensamos lo marcan los jefes de los monopolios mundiales de las redes sociales y la informática. Los amos de Facebook y Twitter, Google y Apple nos imponen lo que está permitido y lo que no. Y aplaudimos con las orejas mientras nos inclinamos ante sus altares. Ahí nuestra vanguardia pseudointelectual no se rasga las vestiduras ni se pregunta “a estos quién los ha votado”. De la noche a la mañana deciden expulsar a Trump -al que votan setenta millones de estadounidenses en el único país que ha sido democracia desde su fundación- y miles de cuentas de sus seguidores o de gente que simplemente comparte los mismos pensamientos, acertados o errados, “porque son un peligro para el orden mundial”. Un peligro equivalente al Daesh, el ISIS y superior al de las dictaduras comunistas porque lo dicen unos señores que se permiten, incluso, exterminar la presencia virtual de cualquier competidor o red alternativa.

No es Trump. Es la libertad. Pasar de la libertad a la opresión, que parece un gran paso para el hombre, es solo un pequeño salto para la humanidad.

domingo, 17 de enero de 2021

El ocaso, ¡ay! el ocaso

El gobierno de Castilla y León lleva presumiendo desde hace meses de haber tomado las medidas más drásticas contra la Covid. Protegiéndose bajo la capa del gobierno de Sánchez y señalando con el dedo acusatorio al de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, confinar la región, cerrar la hostelería (salvo las terrazas en pleno invierno, con nuestro clima), los centros comerciales y los gimnasios, impedir en los momentos de mayor relajación ningún tipo de actividad más allá de las 22:00 con lo que en la práctica obligó al cierre de muchos establecimientos hosteleros y no hosteleros, no ha servido para lo que se pretendía, esto es, que nuestros datos de contagios, ingresos hospitalarios en UCI y fallecimiento fueran mejores que los de las demás Comunidades.

Ahora, después de dañar gravemente nuestra ya débil y maltrecha estructura económica, empresarial y de actividad y empleo el vicepresidente Igea y el presidente Mañueco deciden demostrar que son más castellanos que nadie y perseverar en el “mantenella y no enmendalla” con una nueva batería de restricciones con las que llegan a caer en el ridículo de la ilegalidad. Porque al momento de la publicación en el boletín oficial de las nuevas restricciones es manifiestamente ilegal el establecimiento del confinamiento domiciliario obligatorio a las 20:00 y cualquier jurista que no esté zumbado o comprado con el cargo de turno sabe que eso es algo jurídicamente indiscutible.

Desconozco si se trata de soberbia, vanidad, ineptitud manifiesta o miedo, pero en un Estado de derecho los primeros que deben ser rigurosos con el cumplimiento de la ley son los gobernantes que después han de velar porque el resto hagamos lo propio. Y da igual que a continuación el gobierno de la nación cambie la norma para que ya tenga cabida el capricho del tonto de turno. El caso es que, por sus santos bemoles, nuestros dirigentes regionales han hecho a grandes rasgos lo mismo que alguno de los dirigentes catalanes encarcelados por la payasada, convertida en golpe de estado, de la declaración de independencia.

La impresión es que ni el gobierno de la nación ni el de la comunidad están pendientes de la pandemia, del coste en vidas y a la economía sino de que el chaparrón les caiga a otros y no a ellos. Tengo el defecto de que me gustan los políticos que dan la cara y arriesgan para buscar las mejores soluciones y resultados. Con excepciones, está de moda lo contrario.

Ante la crisis sanitaria más seria en muchas décadas, debemos preguntarnos qué políticos son esos que acobardados porque se demuestra su incapacidad para dar soluciones, como reforzar -y llevamos casi un año- la dotación hospitalaria de medios humanos y materiales, ampliar UCIS definitivas, realizar test a su población o tener preparado el plan de vacunación para no perder un minuto, pierden el norte y deciden, a sabiendas, incumplir la ley en algo tan serio como es la restricción de los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Como Émile Zola en su histórico y ejemplar manifiesto en el Caso Dreyfus, yo acuso al gobierno de la Junta de Castilla y León de ataque a mis derechos fundamentales como ciudadano, esos que debe proteger.

domingo, 10 de enero de 2021

En invierno hace frío

Hace frío y viento. Con frecuencia llueve. A veces graniza. La niebla se presenta de vez en cuando. Casi siempre nieva en altas cotas y de vez en cuando en bajas o incluso al nivel del mar. En julio es cuando no suelen ocurrir estas cosas. En invierno los anticiclones son sinónimo de frío seco y cortante, en verano de calor intenso y sin viento. Las borrascas por el contrario suavizan la temperatura aunque suponen tormentas de viento, lluvia y nieve en función de la estación.

Sigue habiendo estaciones en el año y diferencias climáticas en función de la latitud, según sean zonas ecuatoriales, las franjas de los trópicos o las áreas polares. En la costa de Ecuador la temperatura media se mantiene entre los 25 y los 31 grados con independencia del mes. De Bogotá, enclavada a 2.600 metros de altitud sobre el mar, se dice que es la ciudad de las cuatro estaciones “en el día”. En cualquier época del año y en el mismo día hay frío por la mañana, calor al mediodía, entre medias llueve y a continuación la temperatura baja 10 grados. En el círculo polar ártico la nieve cubre con su manto tierra, árboles y lagos y ríos previamente congelados, entre diciembre y marzo con escasa variación de días entre un año y otro.

Puedes conocer el fuego de los más de 50 grados del verano en Emiratos o el hielo de los 30 negativos del invierno de San Petersburgo. El calor asfixiante a las 8 de la mañana en el Valle de los Reyes en Egipto o el sopor aplastante de las chicharras en Los Llanos colombianos de Villavicencio apenas media hora después de dejar la capital con doce húmedos y fríos grados. Puedes bañarte en un lago congelado en Finlandia con 25 bajo cero o relajarte al aire libre en las termas naturales de Orense. 

En Madrid nunca nevó así (desde que existen registros), dicen unos. Hace 50 años que esto no pasa, dicen otros. Los inviernos ya no son lo que eran -escuchamos con frecuencia- ya no nieva, ni hiela como antes, el cambio climático provocado por el hombre ha terminado con aquello, nos calentamos, nos desecamos, las temperaturas se suavizan y eso provocará grandes catástrofes. El mundo se acabará en breve. Pero cuando, como ha ocurrido siempre, cada cierto número de años viene una ola de frío o de nieve como la de estos días (hablamos solo de días), resulta que las temperaturas se extreman y eso provocará catástrofes. El mundo se acabará en breve.

Que el hombre es un ser inteligente es indiscutible. Que a la vez es soberbio también. Nos creemos tan importantes como para poder cambiar en unas décadas de acción humana limitada millones de años de interacciones de la vida del planeta que habitamos, apenas una mota de polvo en algún punto perdido del universo. Proteger nuestro entorno y el medio natural es la mejor garantía de que nuestra vida y la de los que nos sucedan será mejor. Pero sobreactuar solo lleva al ridículo y a que enfrente  de los profetas del caos surjan los profetas del aquí nunca pasa nada. Ni lo uno ni lo otro. Disfrutemos la vida, tal y como es.

domingo, 3 de enero de 2021

Pensar en grande para ser mejores

Casi empezamos el año con la noticia de la obtención de tres nuevos reconocimientos internacionales, esta vez desde Estados Unidos, para el músico y compositor toresano David Rivas. Tres medallas que se suman a un largo catálogo de premios y menciones, nueve de ellos de especial importancia, a pesar de tener solo 41 años. “Es increíble lo que está consiguiendo este chico”, dirá alguno, quizás con ese sentimiento zamorano tan acendrado que casi transforma el orgullo por los éxitos de los nuestros en condescendencia. David no lo está logrando desde una gran institución dedicada a la música, de renombre y bien dotada de financiación, sino desde su humilde - en el más grandioso de los significados de la palabra humilde- puesto de profesor de secundaria, ahora en el IES Pardo Tavera de Toro. Desde aquí a que sus obras se hayan estrenado en Argentina, Méjico, Portugal, Perú, Grecia, Italia, Brasil, Francia, Inglaterra, Alemania, Ecuador, Japón, EE.UU, Colombia, Holanda y Taiwán. 

María Victoria Mateos acaba de ser incluida en la lista de los diez médicos españoles más influyentes en el mundo. La especialista zamorana atesora una dilatada lista de premios, menciones y reconocimientos nacionales e internacionales en el ámbito de la hematología. Ello pese a que por su edad lo mejor de su carrera profesional aún está por llegar. No vive en Nueva York ni trabaja en el hospital “Monte Sinaí”, el “Johns Hopkins” o siquiera en los centros hospitalarios de referencia de Madrid o Barcelona. Desde el hospital universitario de Salamanca, mientras sigue residiendo en Zamora, se ha convertido en referente mundial de su especialidad. Coincidí casualmente con ella en una cena informal un fin de semana. A las 12 de la noche abandonó la mesa porque una hora más tarde intervenía por videoconferencia en un congreso de su especialidad en Estados Unidos.

Me quedo hoy con estos dos nombres y trayectorias profesionales. Lo que en las escuelas de negocios se denominan casos de éxito. Como ellos hay otros en diferentes puntos de la escala del trabajo exitoso y del prestigio reconocido, surgidos en esta provincia que se desangra acuchillada y para la que, según parece, los que vivimos en ella no tenemos arrestos para taponar la herida o para exigir que desde fuera se le preste la atención que, urgente, necesita. A algunos los conocemos, de los méritos de otros solo los más cercanos en lo personal o en lo profesional pueden dar testimonio.

Zamora vive su peor momento histórico en décadas. Cruzarse de brazos no es solución. Mirar para otro lado no evita que la caída se detenga. Echar las culpas al destino es la elección de los cobardes, y no lo somos. Al menos no todos lo somos y, a lo largo de la historia, lo hemos demostrado con creces. Tomemos ejemplo y como David, María Victoria y tantos otros que cada día se parten el lomo o exprimen las meninges, pensemos en grande, soñemos en grande, luchemos en grande, uno a uno y como sociedad. Pensar en grande ya no para dejar de ser pequeños, sino para, siendo mejores, poder seguir siendo Zamora.